Sunday, April 24, 2011

La luna de Pascual


Luna llena;

Vago a través de la noche,

En torno al estanque…

(Matsuo Basho, poeta japonés)



La luna de agosto, gigante en el cielo, se refleja íntegra en el centro del lago, con su redondez que es un espectáculo natural para un muchacho solitario que, sentado en la arena, la contempla desde la orilla.

Es Pascual, quien esa noche ha apostado por escribir la poesía que tiene atragantada desde hace varios días, cuando se encontró en la bodega del pueblo con Elisita, la Elisa de sus sueños.

Porque llegado este punto hay que advertir que hay dos Elisas. Una, la Maestra severa de cuarto grado en la escuela rural, la misma que no vacila un segundo para pedirle la mano a cualquier alumno indisciplinado y asestarle, con la regla de madera, directo a la palma, una vez que queda claramente demostrado que el día anterior lo que hizo fue jugar y holgazanear, en vez de estudiar la tabla de multiplicar, tal como se lo había exigido ella.

Esa es una Elisa. La otra, es su hija, todo amor, toda diva, toda dulce, toda estrella, incapaz de hacer daño a nadie, y a su vez dueña de los corazones de todos los alumnos de cuarto grado que han tenido la dicha de verla.

Como Pascual, quien no ha vuelto a ser el mismo desde que la vio durante aquellas fiestas del pueblo, que ella no suele perderse, y que la hacen trasladarse desde la capital, donde realiza sus estudios universitarios, hasta el pueblo de sus amores, y de Pascual.

En agosto hay vacaciones, y la escuela se queda sola, íngrima, desamparada y privada de las risas de los alumnos y los regaños de la Maestra Elisa. Tan solo Elpidio, el celador, permanece en ella, conviviendo con fantasmas de alumnos de otras épocas que, cuenta la leyenda, permanecen en los pasillos esperando no se qué clase ni cual maestro de otros años. Elpidio los conoce, y cuando las clases comienzan suele asustar a más de un párvulo, con cuentos como el de Serafín, del cual se dice que murió de rabia, tras ser llevado a la dirección de la escuela halado de las orejas por el propio director de ese entonces, un tal Profesor Rendiles, tras haberlo sorprendido, escapado del salón, besando a la hija de la cantinera en un pasillo. Desde allí, Serafín es escuchado llorar de rabia en los pasillos, y más de un alumno ha llegado pálido al patio de recreo luego de haber oído el lloriqueo mientras se hallaba en el baño.

Justamente en agosto son las fiestas patronales, y las calles se llenan de gente venida de otros pueblos y ciudades pero con vínculos que los unen a esta villa rural perdida en medio de la nada, donde nada pasa, nada ocurre fuera de lo normal, salvo en las fiestas, donde todo cambia.

A Pascual nunca le han gustado las fiestas del pueblo, ni la elección de la reina, ni los toros coleados, ni la retreta de la plaza Bolívar ni cualquier cosa que implicase grupos grandes. Nada. Dada su timidez, prefería encerrarse esos días en su cuarto a leer los clásicos de la literatura, como le inculcó su padre antes de morir.

En realidad odiaba en silencio el simple hecho de que llegara esa fecha de mediados de agosto. Hasta aquel verano en que, mientras traía la vasija metálica con leche de vaca recién ordeñada, tal y como se lo había ordenado su madre, se detuvo en la bodega del pueblo a comprar caramelos, y se encontró con la Maestra Elisa y Elisita. Saludó a su Maestra con mucho respeto, y la misma le presentó a su hija, dejándolo boquiabierto, sorprendido, al mismo tiempo que la observaba detenidamente sin atinar a responder tan siquiera su nombre. Nunca se había visto en el pueblo tanta belleza junta en un solo ser. Maravillosa belleza que lo dejó mudo, como ausente. Elisita le preguntó de nuevo por su nombre pero él, absorto como estaba, no la escuchó.

Elisa, la Maestra, lo conminó, dándole palmaditas en la espalda:

–¡Vamos muchacho, conteste que le están preguntando su nombre, vamos!

Fue allí, al escuchar la voz firme de su Maestra, cuando Pascual salió del trance y contestó sin titubear:

–¡Pascual! ¡Pascual Martínez, para servirle!

Ella lo miró sonreída unos instantes, que para él fueron eternos y con efecto paralizante, y le preguntó si se uniría a los muchachos del pueblo que esa noche iban a la orilla del lago a contemplar la luna reflejada en las plateadas aguas.

–¡Claro que si voy, allí estaré señorita! –dijo, aún sin tener la seguridad de poder ir, pues su madre no estaba acostumbrada a verlo salir en ésta época, mucho menos de noche, y no sabía si le darían el permiso. Sin embargo mantuvo lo que había dicho y decidió marcharse.

Recogió sus caramelos del mostrador, pagó y se dirigió a la puerta de la bodega, desde donde miró hacia el sitio donde había dejado a las dos Elisas, quienes conversaban animadamente con el bodeguero, y agitó la mano en el aire, cual péndulo invertido, como signo de despedida

–¡Adiós Pascual! –le contestaron al unísono, tras lo cual traspasó el umbral de la puerta y siguió su camino a casa con una sonrisa triunfal pintada en el rostro. Por fin alguien había logrado, y de qué manera, motivarlo a salir de la casa durante una fiesta patronal.

Como era de esperarse, su madre le negó el permiso para salir en la noche, temerosa como estaba de los peligros que entrañaba dejar salir a un muchacho que manifestaba miedo a la oscuridad y timidez ante las reuniones de grupos grandes.

Pascual rechazó decir cuál era el motivo de su repentino cambio de hábito. Permaneció estoico, callado y obediente, aunque por dentro se moría de la tristeza de saber que esa noche no se iba a dar el encuentro con la Elisa de sus sueños.

Seguro como estaba de que, aún obteniendo el permiso, no se atrevería a acercarse y unirse al grupo que pernoctaría a orillas del lago, quizá por timidez, quizá por temor a las burlas de sus amigos de la escuela, quienes sabían de su encierro durante las fiestas, quizá por miedo a las oscuras calles del pueblo, camino al lago, Pascual se acostó a soñar con Elisa.

Elisita, sin proponérselo, había logrado sembrarle la semillita del amor, que todo lo puede. Esa noche lo que hizo fue soñar que había acudido a la cita, y que se separó del grupo y paseó con Elisita, agarrados de manos, por la orilla, conversando y contemplando ambos la hermosa luna de agosto reflejada como espejo en el centro del lago.

Unos días después, al llegar la noche, Pascual se acostó más temprano que de costumbre, y allí permaneció hasta escuchar a su madre retirarse a su habitación. El sabía que los muchachos ya no estarían en el lago, trasnochados como estaban, luego de haber amanecido en sus orillas por las fiestas. Se fue llenando de valor, y una vez que su madre se quedó dormida salió a hurtadillas de la casa, camino del lago, venciendo cual Quijote su miedo a la oscuridad y a la soledad de la noche.

La oscuridad, para ser francos, no era tanta, por la claridad que aún aportaba la luna, pero esa valentía demostrada por Pascual solo podía haber sido generada por ese sentimiento que lo mantuvo despierto y soñando durante varias noches.

Llegó hasta el lago, donde la luna esperaba pacientemente, reflejada como estaba en las aguas calmas. Se sentó en la arena mirando la superficie plateada y sacó de su bolsillo lápiz y un papel en blanco, cuidadosamente doblado. Comenzó por fin a escribir, solo y en medio de la noche, un poema que pugnaba por salir desde aquel día en la bodega, y que tituló, como la composición de Beethoven, “Para Elisa”.

* Fotografía de Ghabetler en http://www.mi9.com/

Friday, April 22, 2011

Reencuentro

(Cuando nos graduamos, en 1986)

Nos conocimos apenas comenzando en la Universidad. El trabajaba y estudiaba al mismo tiempo, y por eso yo le prestaba mis cuadernos para que copiara los apuntes de las clases. Por allí se empezó a colar el hilillo de una sólida amistad.

Fueron cinco años de vivencias, de mucho estudio, de compartir en mi casa o en la suya. Su familia era la mía y viceversa. Cuando íbamos a mi casa a almorzar, mi madre hacía la comida para los dos, y lo mismo pasaba si íbamos a su casa.

Fueron esos unos años inolvidables, llenos de armonía, sacrificio, estudios y también fue esa la época de los viajes en carpa a las playas de Venezuela, desde Adícora, en Falcón, hasta Boca de Uchire, en Anzoátegui. También los de las celebraciones con gaitas en Navidad. No hubo sitio que se nos escapara, con Maracaibo 15, Gran Coquivacoa, Melody Gaita y tantos otros conjuntos musicales. La rumba y la playa era el complemento perfecto a los días de dedicación estudiantil, los de la Geometría Descriptiva, los Análisis Matemáticos, Concreto Armado (Hormigón), Acero Estructural, Puentes y otras materias por el estilo, que nos fueron esculpiendo el perfil profesional a medida que avanzábamos.

Cuando nos graduamos el contacto empezó a reducirse en la misma forma en que nuestros destinos profesionales se fueron diversificando. El se dedicó a la construcción de obras y yo, que comencé por ese sector de la ingeniería, pasé luego al de la consultoría y proyectos.

Por diversas razones, personales y profesionales, nos fuimos alejando, cada uno inmerso en su trabajo, y en las vidas que decidimos compartir con nuestras esposas. Vinieron los hijos, en mi caso dos, y en el de él tres, que aún hoy no se conocen.

 
(25 años despues del grado, en pleno reencuentro)

La separación terminó hace pocos días cuando nos descubrimos de nuevo a través de una red social de internet. Hicimos el contacto y prometimos un nuevo encuentro, que acaba de llevarse a cabo. En él nos dimos cuenta que la amistad, cuando es sincera, no importa los años que pasen, ni la distancia, ni las vicisitudes que ocurran, ella permanece allí, incólume ante el paso de los años, con su misma solidez inicial.

Hicimos un voto porque no vuelva a ocurrir un alejamiento tan grande. Vivimos en diferentes ciudades que debemos conectar más frecuentemente. Tenemos pendiente presentarnos a nuestros hijos, que ya conocen nuestra historia común. Dios nos ha permitido un reencuentro y no lo vamos a desperdiciar. Los verdaderos amigos lo son para siempre. No albergo dudas al respecto.

Saturday, April 16, 2011

Librería Centro Plaza


Cuando una librería muere causa dolor en los lectores, mucho más si son asiduos a la misma. En mi caso pasaba semanalmente, bien a comprar algún título interesante, bien a conversar con Maritza, Asunción o con Eduardo Castillo, el librero durante muchos años de la misma.


Con Eduardo tengo vínculos que datan de la educación secundaria, donde coincidimos en uno que otro salón de clases, así que se pueden imaginar lo nutrida de nuestras tertulias semanales.

El sabía bien de mis gustos por los autores japoneses y cuando llegaba alguna novedad me esperaba para mostrarme el ejemplar.




Su última recomendación literaria fue uno de los libros de la saga Millenium de Stieg Larsson, “Los hombres que no amaban a las mujeres” (Destino, 2005). Parece una recomendación fácil a juzgar por el status de “best seller” del libro en cuestión, pero cuando se trata de Eduardo, y sabiendo todo lo que ha pasado por sus manos en materia literaria, hubo que tomarla en cuenta.


Esta semana pasé a dar mi acostumbrada visita y, sorpresa, la Librería Centro Plaza ha sido cerrada definitivamente. Los detalles los desconozco. Aún tengo pendiente conversar con Eduardo. Pero no puedo disimular la profunda tristeza que me ha causado ese cierre.

Tengo la idea de que se están apagando las luces y yo insisto en no darme cuenta. Una librería menos, como sucedió recientemente con “Lectura” y ahora con “Centro Plaza” es una puerta menos a la cultura, un acceso menos a la literatura, un golpe bajo a la educación de un país.

La “Centro Plaza” ya no está. ¿Vendrán más?






Saturday, April 09, 2011

Un día cualquiera

Un día cualquiera decidimos seguir el rumbo de la felicidad. Deambulamos del timbo al tambo, buscando algo que está dentro de nosotros mismos. Hasta que un buen día miramos hacia adentro y voilà, allí está.

Esa felicidad está asociada generalmente a un estado de ánimo, a un estado de las cosas tal que ahuyenta las preocupaciones (así sea momentáneamente), todo se ve como más nítido, se escucha más bonito, huele más rico, y algunas veces incluso se deja de escuchar el exterior (por más ruido que haga) y escuchamos nuestra voz interior (esa a la que siempre tenemos que hacer caso pero no siempre lo hacemos).





A veces tendemos a asociar la felicidad a cosas, a una imagen, a un paisaje, a una melodía, y eso no es más que una repetición en flash de un instante previo de felicidad que nos quedó marcado como huella indeleble, en la forma de un olor, un sabor, un color, un paisaje, un rostro, o un conjunto de los anteriores.



Yo, por ejemplo, tiendo a asociar la primera imagen del post con la felicidad, y claro, eso tiene sus razones. Algunas me las reservo, pero otras las puedo compartir: era la primera vez que veía unas flores rojas de Aloe Vera. Son realmente hermosas y simbólicas para mí.


Otras veces, la misma felicidad puede estar asociada a una melodía, y esa melodía asociada puede cambiar con el clima, con el estado de ánimo del momento, con la persona que te acompaña, y entonces la asociación a la felicidad se convierte en varias melodías.
Dependiendo del instante que se vive viene una a la mente (una a la vez), vívida, nítida, con un sonido limpio, como nunca lo habías escuchado antes, ni en el mejor de los sonidos estereofónicos. Nada se compara a lo que escuchas en tu mente, y nada reproduce mejor tu felicidad que esa sonrisa espontánea que descubres al mundo, no importa que nadie sepa a qué se debe. Lo sabes tú y es lo que importa.


Una vez, hubo una melodía asociada a un momento sublime. Se llama “My funny Valentine”. Quedó grabada en ese compartimiento de la mente reservado a momentos especiales. Después ha venido otras veces, proveniente de grabaciones de Ella Fitzgerald, Chet Baker y Miles Davis.

Ayer volvió, saliendo armónicamente del saxo tenor de Víctor Cuica, la guitarra de Roberto Jirón y el bajo de Gerardo Chacón, improvisada, a pedido mío. No se puede adornar, engalanar mejor un momento de felicidad. Gracias muchachos, nunca los voy a olvidar, ni a ustedes, ni al momento…

 
(Con Víctor Cuica)




Saturday, April 02, 2011

Rebeldía Natural



Una larga hilera de vehículos se mueve lentamente, cada uno con un destino diferente. Dentro moran seres con diversos pensamientos que se suceden a la par que la hilera se desplaza sin prisa pero sin pausa.

Son 18 kilómetros que me separan de mi sitio de trabajo. En tiempo se puede traducir en hora y media, que se pasa lenta, despacio. Siendo ésta mi rutina diaria no me queda más que aprovechar ese tiempo. Jugar con el de manera de no perder la paciencia, de no vociferar, de no colisionar con otros vehículos que conforman el interminable gusano metálico de las mañanas.

Y lo hago de mil maneras. Escucho mucha música, canto algunas canciones, leo una que otra letra de las mismas, y aunque ustedes no lo crean, me llevo mi libro de cabecera y el tiempo alcanza para leer unas cuantas páginas dentro del trayecto.

Hay días en los que planifico lo que voy a hacer, y cuando entro en la autopista el tránsito del gusano metálico es raudo y veloz y me hace pedazos mi recién planificada rutina. Es impredecible. Pero igual sigo planificando al día siguiente, a ver si, como casi siempre, se cumple lo planeado.

Hay días que decido observar la ciudad. Con lo lento del desplazamiento he descubierto parajes que nunca había podido ver bien. Calles desconocidas se abren, se muestran en toda su longitud, con sus casas y sus gentes. Son calles que, en condiciones normales, no tendrías tiempo de observar cuando se maneja a velocidades normales. Allí están, agradeciendo silenciosamente la atención que le prestas entre bocinazos.

El Ávila, majestuoso como siempre, se nos muestra en mil tonalidades de verdes, azules y grises, revolucionando nuestros pensamientos. Caracas, sin él, no sería la misma. El Ávila es su novia, su símbolo natural. Y entre tanto hormigón, tantos puentes, edificios, industrias y vallas publicitarias, de vez en cuando se abre paso una imagen natural, lo que yo llamo un “spot”, un escenario pequeño pero formidable, que te cambia la vida, y te saca una sonrisa.

Esta semana ese árbol de la fotografía que adorna este post se convirtió en el “spot”. Estaba sumido en la desesperación de saber que se aproximaba la hora de una reunión pendiente, y el tráfico de ese día estaba imposible. Nada se movía mucho. Amagos de avance que no duraban mucho, cuando de repente apareció él, muy erguido y orgulloso, en medio del humo de los coches, de la hilera metálica multicolor, de los puentes, apareció mágicamente. Sentí un potente “Stop!” y me quedé anonadado observando tanta belleza, estática, estética, un color rosado o lila, o la mezcla de ambos, su frondosidad, su amplitud me atrapó, y todo lo demás pasó a un segundo plano.

Me salí de la hilera y lo plasmé, tan rápido como pude, pero no quise dejar pasar este momento, este breve instante de la vida. Los sentidos agradecen profundamente tanta rebeldía natural en ese árbol.

Sunday, March 27, 2011

Paolo Giordano y la soledad...


Un físico de 29 años es el escritor del libro “La soledad de los números primos” (Salamandra, 2010). Paolo Giordano, Licenciado en Física Teórica, nos muestra sus excelentes dotes de escritor con este, su primer libro, extraordinario, recomendado sin reservas.

Yo pienso que en el fondo, mi naturaleza humana tiene algo de empatía melancólica, porque este tipo de libros me absorbe, me embute en su mundo, y lo vivo profundamente, haciendo de su lectura una experiencia trascendental. Lo mismo me pasó con otros libros como “Kitchen” de Banana Yoshimoto, “Firmín” de Sam Savage, los cuentos de Sergi Pámies en “Si te comes un limón sin hacer muecas” y “El curioso incidente del perro a medianoche” de Mark Haddon, por mencionar algunos.

Curiosamente, en este último, el tema de los números primos también está presente.

En el libro de Haddon, el personaje principal, Christopher Boone, puede recitar los números primos de memoria, hasta el 7.507 pero le cuesta un mundo relacionarse con otros seres humanos. El libro está escrito en capítulos signados con números primos, o sea que comienza en el 2, luego, 3, 5, 7, 11, 13, 17 y en sucesivo hasta el 233.

En el libro de Giordano, se ahonda aún más en las características de los números primos, y en una genialidad que a su vez sirve de núcleo y metáfora de la historia, se cuenta que existen los llamados “números primos gemelos”, pues entre ellos se interpone siempre un número par. Siendo así, los números tales como el 11 y el 13, el 17 y el 19, el 41 y el 43 están muy cercanos pero nunca llegarán a tocarse porque un número par se lo impide en forma de barrera invisible.

Giordano utiliza esta genial metáfora para ilustrar la historia de Alice y Mattia, cuyas vidas siempre estarán unidas pero sin poder tocarse. Dos episodios que transcurren en la infancia de cada uno los sumen en una inmensa soledad, y son sometidos, cada uno por su lado, al escarnio público, a un inmenso rechazo y a la crueldad social que va desde la infancia, pasando por la adolescencia y la edad adulta. Sin embargo existe una fuerte atracción entre ambos, que harán lo imposible por estar juntos porque se saben, se sienten complementarios, pero siempre aparecerán obstáculos que harán imposible esta unión. El tratamiento psicológico de los personajes que hizo Giordano es genial, único. La historia es maravillosa, y ha hecho que nuevamente, en vez de leer, haya vivido una gran experiencia. Así que vayan, corran a leerlo, que nunca lo olvidarán.

Saturday, March 26, 2011

Resiliencia

Según el diccionario de la Real Academia Española, resiliencia es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.

Esa es la demostración que en estos momentos está dando Japón como reacción ante la serie de eventos trágicos sucedidos este mismo mes.

Uno de mis amigos japoneses me respondió un correo electrónico diciéndome: “Señor Aiffil, no se preocupe por las imágenes que están saliendo al mundo actualmente sobre Japón. El país se recuperará sin titubear.”

Y yo nunca he tenido la menor duda. La naturaleza les ha dado con fuerza, e incluso los escapes radiactivos traerán problemas, pero la nación está unida y decidida a recuperarse y ocupar su sitial.

La reparación de la severamente dañada Gran Autopista de Kanto, en Naka, en apenas seis días (17 de marzo al 23 de marzo) es un signo de lo que los japoneses entienden como compromiso.

ANTES 
DESPUÉS


*Imágenes tomadas de http://www.autocosmos.cl/

Saturday, March 19, 2011

Topotepuy


Caminar por el jardín produce una sensación de tranquilidad espiritual indescriptible, una especie de gasolina corporal que necesitaba.


Veo la casa enorme con techo de paja, y si a este hecho le sumas la fría brisa del momento y la altura a la que me encuentro, me termino imaginando en otras latitudes.


Todo es verde alrededor, y tiene una vista impresionante de Caracas, que a esa altura luce como un gigante en hibernación.


Las bromelias están en todas partes. Son hermosas. Están en su ambiente natural. Me gustan mucho.


Mientras camino, observo las flores y la cantidad impresionante de colibríes y abejas. Las alas de los colibríes zumban y se mueven vertiginosamente. Al contacto con los rayos solares, su cuerpo muestra una gama de verdes y azules que no puedo describir con exactitud en medio de mi asombro.


Paseamos un poco por el bosque tropical húmedo, cuya atmósfera nos envuelve eliminando del todo los pocos ruidos ambientales y recreándonos con los propios, los siempre misteriosos ruidos del bosque. Arriba, el cielo está oculto por las copas de los árboles de gran altura, procurándonos la sombra y el frescor propios.


Al salir del bosque te reencuentras con los rayos de un sol bonito, que destaca con mayor brillo los colores de las flores y los múltiples verdes de las hojas.


No sé cuánto tiempo estuve en este maravilloso lugar porque allí, simplemente, el tiempo parece detenerse. Como no había mucha afluencia de visitantes nos han dejado estar más tiempo, sin presiones, a nuestro paso, qué delicia.


Y el tiempo, en su detención, te permite flotar mientras admiras la belleza de la naturaleza en pequeña escala. La vibra del lugar es única. Cuando sales te da la impresión de que fuiste al masajista y que te encuentras renovado. Eres otra persona. Los sentidos te lo agradecen enormemente. Las fotografías hablan por sí solas. Que las disfruten.


Es Topotepuy, en Caracas, increíblemente paradisíaco.


Saturday, March 12, 2011

Japón


Japón ocupa un lugar muy importante en mi formación espiritual. Es un privilegio haber estado en su suelo, compartiendo experiencias que han marcado mi vida para siempre.

La filosofía Zen es parte de mi; he estudiado su idioma, visitado sus templos y santuarios; he contemplado el monte Fuji en un día despejado de nubes; conversado e interactuado con sus gentiles habitantes, paseado por la mística ciudad de Kyoto, por la modernidad de Tokyo y contemplado las más hermosas vistas de la naturaleza en Nikko, Hakone, Nara, Kyoto, Tokyo, Yokohama y tantos otros lugares inolvidables.

Japón es un país que se ha quedado en mi corazón y al que le tengo un gran respeto, entre otras cosas por su gran cultura, espiritualidad y la gentileza de su pueblo. Por eso hoy elevo una plegaria al Supremo por todos mis amigos y hermanos japoneses ante la tragedia ocurrida recientemente. Un sismo de inimaginables proporciones ha sacudido el sagrado territorio nipón, dejando tras de sí muerte y desolación.

Estoy seguro que mí querido pueblo japonés saldrá con bien de esta prueba de la naturaleza. Hago votos por su recuperación y el restablecimiento de la normalidad.

En este momento de nostalgia y de amor, les dejo un hermoso poema:

En Suminoe

A la orilla llegan las olas

Pero de noche

Por el camino del sueño

¿Por qué no llegas tú?


Suminoe no / kishi ni yoru nami / yoru sae ya / yume no kayoiji / hitome yokuramu

Fujiwara no Toshiyuki

Poeta japonés



Sunday, March 06, 2011

El niño con el pijama de rayas

Acabo de terminar de leer esta obra del escritor irlandés John Boyne (Salamandra, 2008). Interesante desde todo punto de vista, es una historia narrada en primera persona por un niño llamado Bruno, quien funge de protagonista de una historia escenificada en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Bruno, hijo de un oficial alemán ve con tristeza como su familia es enviada a un lugar conocido como Auchviz (sic), donde conocerá a Shmuel, un niño de su misma edad que se encontraba internado en el Campo de Concentración. Nadie nunca le dijo a Bruno que Auchviz era un campo de exterminio, pero él, con su mente de niño que lo explora todo, va descubriendo cosas que le van mostrando de qué va todo más allá de la cerca que le impide el acceso a la gente con “pijamas de rayas”.

No es la idea hacer un resumen del libro (de hecho, en la edición que poseo el editor se exime de hacerlo), pero es un libro que te llega muy profundo, que te hace abrir los ojos ante una historia real e impactante.

Es un niño el que nos guía hacia el interior de Auchviz (Campo de Concentración de Auschwitz-Birkenau) y lo que sucedía de uno y otro lado de la cerca. Los ojos de un niño, que no se pierden detalle, y la mente de un niño que se hace todas las preguntas posibles, muchas de las cuales no tenían respuesta adecuada de sus padres.

Admiro realmente la capacidad de algunos autores para expresarse y desenvolverse como niños, tal como lo hicieron Mark Haddon con Christopher Boone en “El Curioso Incidente del Perro a Medianoche” (Salamandra, 2007), Hank Ketcham en las tiras de “Daniel el Travieso” (Dennis the Menace) y Charles Schulz con Charlie Brown y sus amigos (Peanuts).

En este caso, el de Bruno, la historia, como me lo habían advertido, es muy triste y muy real al mismo tiempo. Y está allí para recordarnos que cosas como esa no deben volver a pasar jamás.

Wednesday, March 02, 2011

Aun en los momentos mas tranquilos...


Siendo un adolescente, en 1977, tuve la dicha de escuchar por primera vez, de la mano de un par de amigos de Barquisimeto, Ramón y José Vicente González, un álbum de un grupo de rock único en su estilo, y que dejaría honda huella en mi alma a través de sus hermosas canciones: “Even in the quietest moments”.

Se trata del grupo de rock Supertramp. Para ese entonces lo conformaban Roger Hodgson (voz y guitarra), Rick Davies (piano y voz), Dougie Thomson (bajo), John Anthony Helliwell (saxo tenor) y Bob Siebenberg (batería).

Sus canciones se hicieron himnos de vida para mí, y aún recuerdo vívidamente músicas y letras tales como “Give a Little bit”, “Babaji” , “Lover boy”, “From now on”, “Babaji”, “Downstream” y “Fool´s Overture”. En mi opinión personal, si existe un mejor álbum que ése es un secreto bien guardado.

Roger Hodgson se separó del grupo en 1983 dejando un gran vacío que nunca pudo ser llenado. Sin embargo, el (RH) continúa cantando en solitario y realiza unos conciertos que titula “Night of the Proms” donde incluye canciones legendarias del álbum antes mencionado, con acompañamiento de una orquesta sinfónica de 70 músicos y un coro de 50 personas. Les dejo una muestra de ese maravilloso trabajo. “Fool´s Overture”. ¡Díganme que no es preciosa!







Saturday, February 26, 2011

A Muammar...


Hola Muammar. Quizá nunca leas esto que ahora escribo. Quizá sí. Nunca se sabe. Es como guardar un mensaje en una botella y lanzarlo al mar. Siempre se tiene la certeza de que alguien lo leerá en algún momento. Y lo entenderá. Cuando se lanza la botella con el mensaje, se lanza acompañada del deseo de que alguien invisible, al cual va dirigido el mensaje, en algún momento lo tenga en sus manos. Ése es justamente mi propósito ahora. ¡Allí va! ¡Para ti Muammar!


He sabido de ti desde que era un niño. Ya eras el líder de tu pueblo. Bajo tus alas la nación vivió una transformación importante, en lo social, en lo económico, al menos eso dicen los libros de historia que he leído. El país monárquico se convirtió de tu mano en una revolución socialista, y el producto interno bruto se elevó como consecuencia de una mejor distribución entre la gente de la riqueza petrolera.


Una vez compré un libro, cuyo autor es Jeffrey Gitomer, llamado “El Pequeño Libro Verde Para Lograr Tu Objetivo”. Lo hice para conocer sus consejos acerca de cómo hablar, escribir, presentar, persuadir, influenciar y vender tus puntos de vista a otros. Mucho que decir de este interesante libro, pero no es lo que nos atañe ahora. Quedémonos tan sólo con lo del librito verde.


Mi hermana me vio un día leyéndolo, y me preguntó si también leía a Muammar.


No, –le dije– no es de Muammar, es de Jeffrey Gitomer.


El nombre nada le dijo, aunque eso es lo de menos ahora.

Ella lo examinó y luego de un rato me mostró una edición en español del “Libro Verde”, de Muammar Al-Gaddafi. En aquella oportunidad prometí leerlo. La verdad es que no sé si ahora tenga algún interés por hacerlo.


Porque Muammar, eso de dispararle a tu pueblo…allí sí que no te acompaño. Allí te digo que, con toda propiedad, has pecado. Lao-Tse dijo que gobernar es como freír un pececillo, que se arruina si se le revuelve demasiado. Y vaya que lo has arruinado todo Muammar. Sólo por aferrarte a un poder que has mantenido desde que yo tenía apenas siete años, y mira que ya bordeo los cincuenta. Es como que mucho, ¿no?


Te has hecho rico Muammar, y también tu familia y allegados. ¿Y qué hay de tu pueblo? ¿Se han hecho ricos también? No lo creo porque las protestas contra tu gobierno crecen de manera exponencial, como la espuma. No hay miedo a pesar de la brutal represión que ya no puedes ocultar al mundo.


No dispares a tu propio pueblo Muammar, respétale que ya no crea en ti, busca las razones, aunque lamento decirte que se te ha hecho tarde.


Lee, Muammar, sin importar que sea tarde, el Credo de John Rockefeller Jr. Allí hay muchas verdades. Hubiese sido bueno que las sopesaras antes de que decidieras hacer lo que estas haciendo…


Yo creo


Yo creo en el supremo valor del individuo y en su derecho a la vida, a la libertad, y a la búsqueda de la felicidad.

Yo creo que cada derecho implica una responsabilidad, cada oportunidad una obligación, cada posesión un deber.

Yo creo que la ley fue hecha para el hombre, y no el hombre para la ley; que el gobierno es el sirviente del pueblo y no su amo.

Yo creo en la dignidad del trabajo, sea éste con la mente o con las manos; que el mundo no le debe a ningún hombre la vida pero sí le debe a cada hombre la oportunidad de tener una forma de subsistencia.

Yo creo que el ahorro es esencial para una vida bien ordenada y que la economía es un requisito principal de una buena estructura financiera, sea ésta en el gobierno, en los negocios o en asuntos personales.

Yo creo que la verdad y la justicia son fundamentales para que un orden social perdure en el tiempo.

Yo creo en el sagrado valor de una promesa, que la palabra de un hombre debería ser tan buena como su credibilidad; que el carácter -y no la riqueza, o el poder, o la posición -es de supremo valor.

Yo creo que la prestación de un servicio útil es el deber común de la humanidad, y que sólo en el fuego purificador del sacrificio se encuentra la escoria del egoísmo consumido y la grandeza del espíritu humano hecho libre.

Yo creo en un Dios todo sabio y todo amoroso, llámese como se llame, y que los más grandes logros del individuo, su mayor felicidad, y su más amplia utilidad las encuentra viviendo en armonía con Su Voluntad.

Yo creo que el amor es la cosa más grande del mundo, y que él en sí mismo puede vencer al odio; que la justicia puede y de hecho triunfará sobre la fuerza.

*Imagen: OneStonedCrow.blogspot.com

Saturday, February 19, 2011

La niña es sabia...

Tantas cosas que decir y tan poco tiempo para convertirlas en palabras. Pero aquí estamos, sumergidos en un mar cada vez más vertiginoso. Muchas imágenes dando vueltas en mi mente, sugerentes, cada una en su estilo muy particular.

Tratando de darle forma a mis sueños, dentro de este carrusel que llamamos vida. Ahora mismo escucho una pieza de jazz, swing para más señas, donde armonizan un piano y un saxofón con el apoyo de una excelente sección rítmica. Provoca dejar de escribir y sentarse a escuchar, a degustar la obra que parece salir con toda espontaneidad desde los músicos y a través de sus instrumentos. Decido dejar la música de fondo a esta divagación, y sigo escribiendo.

Evoco las imágenes para escoger a cuál de ellas dedicarle mis palabras de esta hora. Siento que se asoman y al unísono gritan: “¡Yo!, ¡Yo!, ¡Yo!, ¡Yo!”. Claro, no todas gritan con la misma fuerza, ni pugnan con uniformidad por salir. Entre todas, hay una que al parecer es muy paciente, curiosamente no grita, y se muestra como una niña pequeña, digamos, Heidi, y solo me mira con una mezcla de inocencia y claridad al mismo tiempo.

Es un ser en formación, en crecimiento, que no se apura ni se duerme en el tiempo, que sabe que cada momento tiene su hora, y ésta, tarde o temprano, llegará.

Le doy preferencia sobre las demás (yo siempre, nunca cambio) y me inclino para escucharla, ignorando las otras voces. Muy serena, me dice cosas que irán sucediendo y surgiendo en mi vida y a las cuales debo hacer frente. Sé que lo que me dice es verdad, a la luz de los hechos recientes, e incluso he pensado y reflexionado sobre algunas de las cosas que me dice en voz baja, más bien susurrante. El terciopelo de su voz me va exponiendo las cosas que habrán de suceder. Y me gusta lo que dice. Le digo que estoy dispuesto. Que si quiero. Es mi vida. Mi nueva vida. Acaba de llegar.

Aunque algunas lágrimas han colaborado en pavimentar el camino que sigo, confieso que es tan bonito que a veces no me lo creo. Y ya no digo tanto “yo deseo…”, como ahora digo “yo quiero…”. Es evidente que algo está cambiando en mí, en mi entorno, en mi espacio vital, y es para bien. Y cuando busco alrededor, está esa niña allí, sonriente, serena, lista para recordarme que las cosas son así como las pienso, y me sigue diciendo otras cosas que escucho con mucha atención. Es bonito…

Sunday, February 13, 2011

En la plaza


Me aproximo lentamente a la plaza. A medida que voy entrando en su perímetro sigo sin darme cuenta de a quién se la han dedicado. Al andar unos pasos, ya dentro de ella, puedo notar que es en honor a Bolívar, sólo que está en busto y es muy pequeño. Hay muchos árboles que dan sombra y frescura a las sendas internas. Tres abuelos conversan en un banco, dos de ellos riendo a carcajadas, recordando alguna travesura de sus años mozos en el pueblo. Los observo de lejos, pasan los 70. Hay uno de ellos que no ríe. Cuando habla, en tono fuerte, bien por su sordera o para ser escuchado, se le nota su origen italiano en el acento. Y no ríe –elucubro –porque en el momento de las travesuras de sus amigos venezolanos, el estaba sumido en una guerra, con todo lo que ello trae consigo. 70 y tantos años después la risa sigue ausente.

Más allá está sentada una mujer joven, que pasa todo el tiempo alimentando a unas palomas que la rodean y hacen ruido. Las palomas parecen sumidas en una danza ritual, van hacia adelante, hacia atrás, luego dan vueltas en círculo, y de nuevo, hacia adelante y atrás. La danza se ve interrumpida solamente cuando ella introduce lentamente su mano en una bolsa amarilla que reposa a su lado y deja caer los granos de maíz, como lluvia de oro, sobre las palomas. Aletazos y picotazos van y vienen en la disputa por los granos de maíz. La joven lleva lentes de sol por lo que no puedo escrutar su mirada. Hasta pudiera ser que me esté mirando y se haya dado cuenta de mi intención de ubicar su mirada, de mis intentos de explorarla toda.

En el centro de la plaza hay unos niños, con uniformes escolares ya sucios, que juegan y corren alrededor del busto, sin prestar la mínima atención a éste, concentrados en su juego, como solo los niños saben hacerlo. Su universo paralelo, sin tiempo, lo copa todo, tanto como sus risas.

Sigo de largo hacia un banco en una esquina, lejos del busto. Desde allí puedo ver, tanto la plaza como lo que acontece en esa esquina del pueblo. Hay gente conversando en las puertas de los negocios; más atrás viene un grupo de turistas que caminan sin rumbo aparente, mirando a todos lados, y un heladero. El heladero es el más cercano a mí, y suena su campana para tratar de llamar la atención a los niños que juegan cerca del busto; esfuerzo inútil, pues éstos siguen y seguirán ajenos a todo lo que sucede alrededor.

Veo los niños y lo veo a él con su inútil campaneo. Parece haitiano. Le digo: “Bonjour Monsieur!” y sólo sonríe. Repito el saludo en voz más alta: “Bonjour Monsieur!!” y el sonríe de nuevo sin contestar, mirándome como si de un extraterrestre se tratase. Vuelvo a la carga: “Parlez-vous français?”. Y en medio de una sonrisa, que no discierno si es timidez o vergüenza, me responde con un gesto, moviendo la cabeza en círculos, negando. “Êtes-vous haitien?” –prosigo. El me mira sonriente y contesta susurrante: “Oui, oui”. “Aaaah –le digo –vous parlez creole?”. Y fue allí cuando realmente pude escuchar su voz: “Oui, oui!!”.

Hasta allí llegó nuestro intento de comunicación. Le indiqué por señas que no hablo creole (mi francés incluso es muy pobre). “Anglais?” –insistí vanamente. El mismo movimiento de cabeza como respuesta. Fin del intento de diálogo. El parece entenderlo y continúa con su campanear ´atrae-niños´ mientras yo comienzo a divagar en medio de la más sabrosa cotidianidad, en una plaza de un pueblo que aún permanece a salvo de la agitación y el desmadre que, a esta misma hora, se vive en la gran ciudad.

Saturday, February 12, 2011

Ojos que hablan...


Siempre recuerdo una frase que escuchaba mucho de adolescente, que decía “tus ojos son un poema”. Me ha encantado siempre pensar en la profundidad de la misma.

Esos ojos que dicen tantas cosas, esa mirada que sabe tan poco de mentir, y nos revela todo.

Muchas veces escuchas a la persona decir cosas que los ojos desmienten al instante, dejándola muy mal parada, a veces sin saberlo o sin darse cuenta.

Esta vez hablo de la mirada de Sharbat Gula, aquella niña afgana que fue fotografiada por Steve McCurry de National Geographic, cuando, a sus doce años, se encontraba refugiada en Pakistán, huyendo de la guerra en Afganistán, librada aquella vez contra el invasor ruso.

McCurry la buscó incansablemente hasta encontrarla de nuevo, con 30 años, en una remota aldea de Afganistán.

En su rostro se dibuja la huella de la tragedia que ha rodeado su vida. En esos hermosos ojos verdes se revela una vida que nunca fue ni será fácil, plagada de limitaciones, muertes de sus vecinos y familiares cercanos, huida, abandono, hambre y sed en largas caminatas, maternidad adolescente y abusos de toda índole.

Esos tristísimos ojos, verdes como el mar, que hablan, que gritan, que se ahogan, y que, por sobre todas las cosas, se quedan para siempre en lo más profundo de nuestro ser diciéndonos tantas cosas…

Thursday, February 10, 2011

As time goes by...


Aún más que la vista
de las hojas carmesí
volando a merced del viento,
en realidad es la vida
la que pasa efímera.

Oe no Chisato
(Poeta japonés)

Saturday, February 05, 2011

Fauna de librerías


Hay de todo en la viña lectora del Señor. Gente a la que le gusta la lectura como un bonito hábito, entre tantos que hay, y le saca provecho al asunto, y gente que simplemente no le gusta (no entiende, no comprende lo que lee, y un largo etcétera), pero es esnob, y lucha por confundirse con los del primer grupo que menciono.

Cuando voy a las librerías, a hojear uno que otro libro, me encuentro con gente que, a la calladita, conoce de literatura; y lo notas cuando le haces algún comentario o pregunta sobre alguna lectura reciente. Te enteras que aquel ciudadano, que antes permanecía muy callado mirando aquí y allá, se convierte en todo un erudito, conoce al autor, su estilo o sus cambios de estilo en el tiempo, sabe curiosas anécdotas de sus novelas y cuentos.

A veces simplemente han leído la misma obra que tú y le encuentran otros matices interesantes que tú mismo no notaste cuando leíste, o interpretan pasajes del libro de una manera distinta a la tuya pero perfectamente válida y que le dan otra visión a la trama.

Hay en esas mismas librerías, otra fauna, y es aquella de los fanfarrones que, sin preguntarles o sin abrir un diálogo, te ven tocar un libro y comienzan a comentar o pontificar, con cierta incontinencia, y no pocos gazapos, sobre la obra que ven en tus manos. En su perorata confunden nombres, nacionalidades y atributos del autor. ¿Te has encontrado con uno de ellos? Son fácilmente reconocibles. Sus propios movimientos los delatan.

¡Ah! Qué alegría es encontrarse con uno de los primeros, siempre tan silenciosos, tan curiosos, mirando aquí y allá, buscando alguna novedad. Cuando hablan, su labor no puede ser catalogada de otra cosa sino de pedagógica, y aprendes mucho de ellos, más cuando se identifican pasiones literarias comunes.

¡Oh! Qué difícil es, en cambio, soportar a los del segundo grupo. Cuando se disparan, no hay quien los detenga. La catarata verbal es incontenible, y en ella se mezclan hechos ciertos, fábula, falsedades, encuentros con el autor que nunca existieron, pero contados con lujo de detalles y anécdotas que más bien realzan al sujeto de marras por encima del autor famoso.

Asombra verlos dirigirse a la caja con una exagerada cantidad de volúmenes, con los cuales, antes, se han paseado por todos los pasillos, muy campantes, cual carroza en carnaval, con su torre de libros en las manos, en su afán de no pasar desapercibidos ante los presentes. ¡Nadie debe perderse el espectáculo!

Te surgen entonces muchas preguntas. ¿Qué hace con esos libros? ¿Leerá alguno? ¿Pasarán acaso a ser depósitos de polvo en alguna biblioteca? ¿Leerá los resúmenes en internet?

Triste destino el de esos libros, que pasan del anaquel de la librería, donde al menos eran hojeados por los clientes, a otro anaquel, mucho más frio y triste, donde su únicos acompañantes pasarán a ser los ácaros, las polillas y el polvo. Eso si no se les destina a otra función o utilidad, tal como, por decir algo, rellenar el espacio para evitar el bamboleo de una mesa mal construida.

Definitivamente, para los libros, el matrimonio con los lectores es una lotería.


*La fotografía es del maravilloso Fotolog "Mundo de Gea", http://www.alchata.es/