Sunday, May 24, 2015

La señora de la guadaña


La tristeza me toca de cerca cuando me entero esta semana de dos amigos que se han ido, hecho que me recuerda que si algo tenemos bien cerca, aunque no queramos mirarla, es la muerte.

La señora de la guadaña también se ha llevado la misma semana a un médico oncólogo infantil en un hecho trágico, atribuido en principio a la delincuencia. Cuánto daño hacen cuando se llevan a personas valiosas, que luego hacen falta a tanta gente que las necesita para, y como en este caso, lidiar con la enfermedad. Eso pasó con el galeno y con uno de mis amigos, que entre otras tareas, tenía la de llevar a su esposa a la terapia donde se recupera de un accidente cerebro vascular. Ella vive sola, y así le tocará ir a la terapia. Los niños del hospital, que adoraban a su médico, ya no podrán verlo más. Seguro alguien les cambia la historia, para evitar el impacto emocional. Así las cosas, ellos nunca sabrán que se los han quitado para siempre. Ni porqué.

Hay otra historia que no es de muerte, que sí de separación. La de los amigos que se van del país. Cada vez son más. Y así nos vamos quedando sin generación de relevo. Ahorita mismo, los que quedamos hacemos malabares. Enseñamos a los más jóvenes. Pero ellos no están pendientes de hacer una carrera aquí. Hacen las diligencias administrativas y legales que son requeridas para cuando llegue el momento, la llamada, o el correo con la señal de partida, que los hará marcharse y separarse de la familia. Es preocupante cuando son tantos. Y saber lo difícil que será recuperarse si alguna vez las cosas llegasen a cambiar.

En estos días también llovió. Fueron dos los días. La lluvia mojó un poquito la tierra seca de tanto tiempo. Amainaron los incendios forestales. Un poquito de agua cayó del cielo para limpiar el aire denso del humo de los incendios. Y de una arena que, según dicen, vino del Sahara, a través de una tormenta que la subió, y del viento que la ayudó a cruzar el océano hacia estas tierras. La lluvia cayó y volvimos a ver El Ávila con transparencia. Algo que ya se extrañaba. Antes de eso, se veía como se ve a través de un vidrio sucio. La tierra aprovecho para mojarse. Las hojas de las plantas para reverdecer un poquito.

Hoy fui al cine. Había bastante gente allí. Se sigue confiando en el celuloide como entretenimiento. No había película de drama en exhibición. Tocó ver una de acción. Un tanto fantasiosa. A lo James Bond. Igual uno se divierte con el niño que aún le queda dentro. Curiosamente, el final de la película es una despedida a uno de los actores que murió durante el rodaje. De nuevo la muerte y sus afiladas garras, dejando huella. En la cinta hay muchos accidentes de auto donde nadie sale mal. Unas pocas magulladuras, la ropa rota y uno que otro raspón. Pero la realidad es otra, menos fantasiosa, y el protagonista muere en un accidente de auto. De aquel lado (el de la fantasía) pudo sobrevivir a aparatosos accidentes. De éste (el de la realidad) no pudo salvarse.


Tenía un amigo, ya fallecido, que cuando era pequeño sus padres lo dejaban mucho tiempo solo en casa, con la única compañía del televisor. Lo dejaban encendido en un canal donde pasaban su programa favorito de comics: Superman. Tanto le gustaba que un día sacó una toalla roja de la alacena, se la amarró al cuello y saltó por la ventana del apartamento. Por fortuna vivía en el primer piso. Igual, fue forzoso el aterrizaje. Resultado: ambulancia, hospital, médicos y diagnóstico. Se desprendió el bazo. Pudo salvarse. Esa tarde, la señora de la guadaña perdió una batalla. Al menos una.