Sunday, February 26, 2012

Adiós al amigo Raúl Abzueta


Ayer en la tarde me enteré de la partida definitiva de nuestro amigo, el músico Raúl Abzueta. Lo escuché por primera vez en su Caracas Sincrónica, un grupo que sintetizó una forma particular de interpretar la música venezolana fusionada con ritmos de jazz. Buenos músicos y excelentes interpretaciones.
Difícil encasillar a Raúl en algo. Un tipo virtuoso y a la vez sencillo a más no poder. Cualquier pieza de los Beatles en su guitarra se transformaba en pieza única. Su talento musical nunca tuvo barreras. Y luego de tocar esa pieza, digna de aplauso parado, caminar entre las mesas de Boston Bakery, pasando entre personas que apenas se habían enterado de lo que acababa de ocurrir, inmersas como están en conversaciones tal vez banales, verlo con su eterna sonrisa de adolescente irreverente, saludarte y agradecerte los elogios con espontaneidad y humildad. Sin duda siempre estuvimos ante un gran músico, como otros que aún flotan en la movida underground de una urbe como Caracas. Para nombrar alguno, Roberto Jirón, pero son muchos, Victor Cuica, Hana Kobayashi, Roberto Koch, Gerardo Chacón, Nené Quintero, Glenn Tomassi, me cansaría.
Raúl, siempre estarás presente en nosotros cuando escuchemos tus creaciones en Mixtura y Caracas Sincrónica. Recordaremos tu don de gentes, tus saludos sin endiosamiento alguno, con toda tu sencillez, tu guitarra con los Beatles, tu cara eterna de comeflor y tu sonrisa de adolescente. Gracias hermanito por lo que nos dejaste. Te queremos un montón…

Saturday, February 18, 2012

Carpe Diem




Finalmente aparecí…

Hola a todos mis queridos amigos y amigas. Se han dado cuenta que he estado un poco alejado de esta casa, ocupado en otros asuntos, vitales para mí pero con la vena de escribir en completo estado de alerta, queriendo brotar sin tener la oportunidad. Ya estoy aquí de nuevo.

Los días han estado movidos pero todo ha ocurrido muy velozmente y ahora se encuentra, en medio del trajinar, tratando de volver al estado de equilibrio ideal.

El oleaje sigue alto pero ya salió el sol con la promesa de resucitar los mejores días y convertir al ancho mar en un espejo.

Eso me hace mucho bien.

Las cosas se van sucediendo como en un film, cada fotografía es diferente de la anterior y las escenas van cambiando vertiginosamente.

Yo siempre comparo mi vida con un viaje en velero, con sus días buenos y sus días malos, pero pendiente siempre de seguir un rumbo, de mantener una trayectoria hacia el objetivo, que no es otro que permanecer feliz.

Hoy es un día de esos en los que veo al mar con respeto, y él me devuelve la mirada a través de un banco de peces que, colorido, se mueve silenciosamente alrededor del barco, desprendiendo burbujitas a su paso, y añadiendo bonitos y suaves tonos al rugir permanente del oleaje.

Esos pececitos de diferentes colores brillantes me hacen sonreír, cambiar la mirada al horizonte a discernir dónde termina el mar y dónde exactamente comienza el cielo. En eso me hallo cuando una gaviota, con su aletear mañanero, interrumpe con su cantar. Las alas abiertas, ahora quietas, en natural juego con el viento, planeando, oteando el mar a distancia, respetándome mi banco de peces, como sabiendo que nunca será su intención cortarme la sonrisa.

La gaviota pasa y yo me quedo observando su vuelo, sus leves giros, su mirada siempre al horizonte, su aletear. Sus movimientos corporales son quienes delatan su estado de ánimo, su quietud. No sé si está feliz, no sé si pensativa, no sé si sólo busca comida, o pareja, o a su madre. El salto de un pez fuera del agua me saca por momentos de mi cavilación. Luego desaparece en el intenso azul verdoso brillante iluminado danzante del mar.

La vida sigue. Y yo tratando de descifrar su danza, a fuerza de tonos, de embates de brisa, de cantar de aves, de rugidos, de saltos de peces, de otros barcos que aparecen en el horizonte, viniendo de quién sabe dónde, yendo quién sabe a qué lugares, de pensamientos que aterrizan en mi mente, de cosas que se han ido quedando sin hacer, y quién sabe si todavía tiene sentido continuarlas, o emplear ese tiempo en cosas nuevas. La vida no para. Las olas comienzan a reventar contra la costa, y en la orilla un niño camina descalzo, absorto, sin mirarme, recogiendo conchas que ha dejado la marea al retirarse.

El niño no ve el mañana, no ve el ayer, sólo ve sus conchas, que guarda pacientemente en un cubo, bota algunas cuando descubre otras que le gustan más, no mide la distancia que camina, concentrado en su tarea matutina. Ese niño que hoy observo, pero ayer fui yo, sin querer me envía un mensaje: Carpe Díem Oswaldo, aprovecha el día presente…