Saturday, January 30, 2010

Llueve esta mañana...

Sin mucho tiempo para escribir últimamente. Se imponen otros ámbitos de mi vida. Sin embargo me encuentro a cada rato pensando en el hecho de escribir en el blog mis experiencias recientes, citas que leo, o escucho, melodías que me transportan y que quiero compartir. Una simple divagación o una historia interesante, de esas que de vez en cuando recalan en mi mente, como queriendo salir, ser de nuevo protagonistas. Pero no hay tiempo de sobra. Las ideas quedan en la punta de los dedos, esperando una nueva oportunidad para quedar plasmadas. No sé si a otros les pasa, pero estoy haciendo pocos manuscritos. Cuando quiero escribir ya no busco la libreta, no busco las hojas blancas; pienso solamente en teclear, y teclear ya, de una buena vez, antes de que se vaya la idea. Por eso a veces me levanto, cuando todos duermen, y enciendo el ordenador. Solo me acompaño con el ruido de la noche, coches que pasan, de vez en cuando un zumbido de algún bicho nocturno, las voces de un recuerdo, el rocío de la madrugada y la música, que nunca me abandona, cual pista sin final de un soundtrack que es mi propia vida.

Cuando el sol alumbra y me asomo por la ventana, siento las quejas mudas de otros seres que quiero mucho y también me necesitan. Son las plantas, que necesitan más tierra y más turba, más cariño; ellas también sienten mi ausencia. Apenas aparezco para regarlas, como si aquello fuese un deber, y nunca un placer. ¿Saben? Hay una plaga de babosas en la tierra. Me tienen verde porque no pueden ver una planta bonita con tallo jugoso, porque en menos de una semana la reducen a escombros. Y todo subterráneo, sin asomarse a la superficie. Las descubrí porque cuando inundo la tierra, salen de su oscuridad subterránea y se suben a las paredes, mientras pasa el temporal (l´acquazzone, diría mi profesora de italiano). Veremos que improvisa José, el amigo portugués de la jardinería, para eliminarlas y no dañar a las plantas que sobrevivan. El (José), sin saberlo, es su médico personal, su curandero. Yo le planteo mi queja, que es la de ellas (las plantas) y el procede a mezclar uno que otro químico, lo embotella, me indica la dosis y me la entrega con seguridad, la misma seguridad con que yo administro el tratamiento en el jardín. ¿Habrá días con más de 24 horas alguna vez?

Hoy la mañana está nublada en mi ciudad. Aunque no es temporada de lluvias, algo de agua se nos ha venido. Le va bien a unos cuantos seres que llegue la lluvia. “Foggy day in London town” revolotea en mi mente musical. La ciudad se ve tranquila luego de una larga noche de celebración. ¿Trasnocho quizás? Vuelve la lluvia. Tras una semana de incendios forestales, la montaña y los seres que en ella moran lo agradecen. “Si la lluvia quisiera caer, la cosecha se puede salvar. Ay, si la lluvia quisiera caer, tendremos sustento…canta, coro, canta, canta y repite mi ruego, lluvia de tu cielo, aguacero de mayo ven cae en febrero, lluvia de tu cielo, eeeh, pa´ que a la siembra no le pase naaa”. Sigue el soundtrack… y tambien la llovizna...
*La imagen es de "Satrapía: Antares. Líneas de Ocasión", el blog de Fernanda Pérez, desde México.

Saturday, January 23, 2010

Los gansos...


"Los gansos salvajes no se proponen reflejarse en el agua; el agua no piensa recibir su imagen"
Poema Zen
*Imagen: Finca "La Paquita". Mercedes. Argentina

Sunday, January 17, 2010

Lecturas recientes

¡Hola queridos amigos y amigas!
Hoy he querido compartir con ustedes mis lecturas más recientes.
Todas me han parecido interesantes a su manera.
Como saben, mi favoritismo se inclina hacia los autores japoneses, pero estoy mezclando con otras nacionalidades para no hacerlo monótono. Mis amigos libreros y bloggers me ayudan en la elección. Ahí les dejo la lista:

“El nido de la serpiente, memorias del hijo del heladero”. Pedro Juan Gutiérrez.
“Una oración por la lluvia. Memorias de Afganistán”. Wojciech Jagielski.
“Penélope”. Ignacio Castillo Cottin.
“La maravillosa vida breve de Oscar Wao”. Junot Díaz.
“Sputnik, mi amor”. Haruki Murakami.
“El arte de escuchar los latidos del corazón”. Jan-Philipp Sendker.
“Sueño Profundo”. Banana Yoshimoto.
“Job”. Joseph Roth.
“Soldados de Salamina”. Javier Cercas.
“Gomorra”. Roberto Saviano.
“Crónica del Pájaro que da cuerda al mundo”. Haruki Murakami.
“After dark”. Haruki Murakami.
“Profesora: ¿Cómo se escribe futuro?”. Margret Greiner.
“Kokoro”. Natsume Soseki.
“La leyenda del santo bebedor”. Joseph Roth.
“La otra isla”. Francisco Suniaga.
“Los Boys”. Junot Díaz.
“Antes del fin”. Ernesto Sabato.
“A los pies del Maestro”. Krishnamurti.
“La sombra del viento”. Carlos Ruiz Zafón.

Sunday, January 10, 2010

Divagación de domingo de enero

Un domingo como cualquier otro. Ando en modo nostálgico y pensativo. He tratado de permanecer alejado de la realidad, quizás como una resaca de diciembre y la Navidad, pero poco a poco los acontecimientos se vuelcan sobre nosotros, cual ola gigantesca y lo cubren todo de lodo. Una devaluación que convierte nuestro dinero en cenizas, que hace trizas nuestro poder adquisitivo, que incrementa enormemente los precios de mil rubros necesarios para la vida, y que trae nefastas consecuencias en un país como el nuestro, azotado por lo que los economistas llaman “estanflación” (mezcla de estancamiento económico con inflación). No puedo evitar pensar en la gran ola de Hokusai, en un mar picado sobre el cual navegaremos este año 2010. Si se fijan bien en la obra, verán a unos navegantes que se aferran a sus barcas tratando de conjurar la fiereza del mar. Así transcurrirá el 2010 para nosotros, los navegantes que buscamos, ante la fiereza de la tormenta, un puerto seguro donde atracar nuestro barco.

Ayer terminé de leer “La sombra del viento” de Carlos Ruiz Zafón (Editorial Planeta, 2008), una excelente recomendación de mi querida Mariale, que he disfrutado línea por línea sus casi 600 páginas de aventuras, suspenso, intriga, misterio, ternura, pasión, tristeza y todos los sentimientos que se puedan imaginar. Ambientada en una Barcelona de primera mitad del siglo XX, viendo transcurrir la Guerra Civil con sus estragos y miseria humana, no leía una historia con tantos personajes con vida propia y tanta creatividad desde “100 años de soledad” del Gabriel García Márquez. Difícil mantener la mente alejada de tanta conjura, tanto misterio, aventura y suspenso como la que se esconde en las líneas de Ruiz Zafón. Altamente recomendable. Me considero un afortunado al recibir tan buenas recomendaciones de mis amigos bloggers o libreros. La literatura ha encontrado su tiempo en mi persona, a pesar de las ocupaciones, y eso es algo que me gusta muchísimo.

Leo también un post sobre los viandantes, que ha escrito mi amiga Lore, y que me ha llevado a recordar ese tiempo en que podía permitirme caminar por las calles del centro de Caracas, por San Jacinto y su reloj de sol (con 200 años de historia), la casa natal de Simón Bolívar, visitar a unos amigos judíos que vendían ropa frente a la casa de Bolívar y que eran como unos tíos queridos para mi, las visitas a las librerías de La Gran Avenida de Sabana Grande, los paseos a pie por San Bernardino, Los Chaguaramos, Santa Mónica y más recientemente por el Boulevard de Sabana Grande (un sitio con mil y un historias). Le comento a Lore que yo solía escoger una casa que me gustara mucho, contemplada durante esos paseos, y la convertía en “mí casa”, y al pasar frente a ella, mientras la observaba, al mismo tiempo me permitía crear muchas historias que ocurrían en ella, conmigo como protagonista. Entre ellas estaba la quinta “Mi Banquito” en Los Chaguaramos, que luego fue vendida y transformada en comercio, por lo cual “hube de mudarme” a otra hermosa casa ubicada en Campo Alegre, como salida de cuentos de hadas, la famosa Casa de La Atalaya (fotografía del post), recientemente derruida sin importar para nada la memoria de la ciudad. Hoy en su lugar se yergue, con altivez e indiferencia, un moderno edificio.
La conclusión es que los días pasan, y las cosas no vuelven a ser las mismas de antes. Y no es precisamente para bien…

*Fotografía de la Casa Atalaya obtenida de Flickr Photostream de Fundación de la Memoria Urbana (Arquitecto Hannia Gómez)

Tuesday, January 05, 2010

Peter, la incomunicación y yo

El chino Peter y yo compartimos espacio en la misma oficina durante casi un año. Formábamos parte de un equipo de cinco personas, cada uno de diferente nacionalidad (un escocés, dos venezolanos, un estadounidense y él), lo que constituye un caso típico hoy en día en las oficinas de Estados Unidos.

Era un ambiente de trabajo interesante, tanto por la parte técnica del trabajo como por el evidente intercambio cultural que ocurría a diario. A manera de ejemplo, recibíamos clases vespertinas de expresiones comunes en el escocés de Glasgow, que tiene algunas variantes con el hablado en otras áreas del país. Todos los días había aprendizaje de algún aspecto de otras culturas, fuera esto de comidas, costumbres o de simples expresiones comunes.
Lo cumbre del caso era la comunicación en inglés (idioma común de intercambio) que se efectuaba en la oficina. ¿Se imaginan? Dos con acento latino, uno sin acento, uno con acento escocés y él con acento chino.

Importante aspecto a tomar en cuenta para la diaria convivencia.

Los primeros días fueron de adaptación auditiva, y a medida que pasaba el tiempo ya nos íbamos entendiendo poco a poco entre todos. Menos con él.

Me costaba un mundo entenderle algo de lo que intentaba comunicarme. Siempre teníamos que recurrir al “body language”, a los juegos de imágenes y otras cosas porque en lo que respecta al lenguaje hablado, nada que ver, nada que entender.

Pero (siempre hay un pero) a Peter le encantaba “conversar” conmigo. A pesar de que yo nada le entendía; a él poco le importaba, me esperaba a la hora de salir al almuerzo para soltar de forma incontinente todo lo que había mantenido represado para conversar conmigo en la mañana. Y yo haciendo esfuerzos para captar algo, casi nada, pero él igual hablaba y gesticulaba, como si yo le estuviese entendiendo todo.

A mi me daba mucha pena, y sonreía mientras el se expresaba, y dependiendo de la cara que tuviese yo asentía o negaba, sonreía o lo miraba preocupado, intrigado, o absorto, o lo que fuese. A veces me sorprendía, en medio de su charla, con una pregunta inesperada, y me descubría en las nubes, pero poco le importaba, como dije antes, el mismo se respondía y seguía con su perorata, que continuaría al regresar del almuerzo, con el mismo ímpetu.
A mi la situación me preocupaba (¿entristecía?); hacía grandes esfuerzos por entenderle; pero nada; o muy poco; muy poquito.

Al final, como la situación me causaba un poco de incomodidad y angustia, fingía estar ocupado para que no me abordara. Lo miraba de reojo y lo veía acechándome, esperando el momento adecuado para abordarme, ligando a que yo mirara hacia su escritorio, cosa que yo jamás hacía para evitar el mal rato de mi incomprensión.

Y así pasaban los días, mejor dicho, los meses. Cada vez se interesaba más por charlar conmigo. Lo captaba en la extensión de sus peroratas matutinas y en las de la tarde. La excepción la constituía la hora de salida de la oficina, cuando inesperadamente hacía mutis, y no perdía mucho tiempo en marcharse. Parecía que tenía el tiempo contado, partiendo raudo y veloz, apenas balanceando su mano abierta, en gesto de despedida.

Un buen día, entre señas y palabras me preguntó si yo bebía, a lo que contesté que no, que muy poco, cosa que no era verdad, pero que dije tras brevemente imaginar la pesadilla que representaría sentarme con Peter en la barra de un bar a “conversar” (¡No, Dios!) durante horas, sin entender nada, “animadamente”.

No, definitivamente no era capaz de soportar esa forma de incomunicación o de comunicación a medias. Y mantuve mi palabra de que no bebía.
A la semana de su ofrecimiento me enteré que Peter anunció su renuncia al trabajo. Lo hizo un martes y el viernes ya había recogido sus cajas y se marchó. Sólo entonces entendí su intención de ir al bar. Intentaba despedirse de su amigo de la oficina. Y no se pudo. El lenguaje lo impidió. Supe que marchó a trabajar con un colega chino. Quizás éste no tenga impedimento en aceptarle, un día cualquiera, una cerveza ofrecida cuando Peter desee drenar el stress de la oficina. Yo, esa vez, no pude hacerlo.

*Imagen: Símbolo kanji que significa "hablar"

Friday, January 01, 2010

Nuevos aires

Nuevos aires y nuevas energías soplan en el 2010. He ido a por ellas en Los Andes venezolanos. Son escenarios que te dejan mudo. Es gente bonita, amable, ajena a cualquier disputa, gente que vive en paz con la naturaleza, con la vida. Gente linda y buena. Mucho calor venezolano. Paisajes de antología. Como dice el slogan de Colombia, el riesgo es que te quieras quedar…