Saturday, February 28, 2015

Kluivert


Kluivert se llama aquel famoso ariete del Ajax, legendario club holandés. Aquel jugador que la tarde del 24 de mayo de 1995 marcó el único gol de la final Ajax-Milan de la Copa de Campeones de Europa (hoy llamada La Champions) con apenas 18 años de edad. 

En aquella época yo era fanático de un Ajax plagado de jugadores fantásticos que jugaban el futbol total de Louis Van Gaal y que luego brillarían en diferentes equipos europeos. Hablo de un equipo que tenía en sus filas a Kanu, Edgar Davids, Seedorf, Rijkaard, Van der Sar, Litmanen, Finidi George y Marc Overmars. Nunca vi otro club como ese y nunca olvido ese golazo de Kluivert.


Kluivert también se llamaba un niño, fanático del club de futbol Deportivo Táchira de San Cristóbal (Táchira, Venezuela). Un joven estudiante de 14 años de edad que fue asesinado vilmente por un policía durante una manifestación en San Cristóbal.

De acuerdo con los vecinos del lugar donde le dispararon, Kluivert, estudiante de segundo año de bachillerato y Boy Scout en su tiempo libre, ayudaba a una joven estudiante que había sido herida por perdigones. En ese momento llegó la policía disparando a los que se encontraban allí. Todos corrieron pero a él no le dio tiempo sino de esconderse debajo de un carro, donde fue descubierto y sacado por el agente que, pese a sus ruegos, le disparó a corta distancia, ocasionándole una herida mortal en la cabeza.



Kluivert fue asesinado por un policía que no estaba bien entrenado, porque a corta distancia los disparos de perdigones tienen efecto de balas. Un policía que actuó con saña y alevosía porque se trataba, a todas luces, de un adolescente desarmado. Una canallada.

Los jóvenes a los 14 años (y lo digo porque lo fui, porque tengo hijos y porque actualmente convivo con una) están llenos de sueños. Hablan de lo que quieren ser. De sus primeros amores. De sus relaciones. De sus descubrimientos de la vida. Preguntan mucho a la gente de confianza. Piensan mucho. Sueñan mucho.

Al Kluivert venezolano no le dieron tiempo de nada. Y no es como dicen algunas autoridades, que ahora hay dos víctimas, porque si eres policía se supone que tuviste un entrenamiento. Que sabes de balas y de armamento. Que sabes de control de manifestaciones. Que sabes diferenciar a un adulto de un niño. Por eso no hay dos víctimas. La víctima es Kluivert. Y los dolientes somos todos los padres conscientes del mundo. Porque Kluivert también es nuestro hijo. Y sentimos mucho el no haber estado allí para protegerlo del monstruo que lo atacó sin piedad. Un pobre ser que ya nunca tendrá paz.

De ahora en adelante cuando escuche decir Kluivert, van a ser dos los recuerdos: el del jugador holandés estrella que nos puso a soñar en 1995 y el del niño venezolano que nos quitaron vilmente, sin darle tiempo a soñar, en el 2015.

*Créditos de las imágenes: Patrick Kluivert por TNTN Photos (www.tntnphotos.com). Infografía: Runrunes Web (runrun.es). Joven protestando frente al pelotón: Caraota Digital (www.caraotadigital.net).

Sunday, February 08, 2015

Gota a gota


Los días pasan muy lentamente en una calma que nos remite al ojo del huracán. Sabemos que todo alrededor se mueve vertiginosamente. Que todos los días pasan cosas que marcan y que poco a poco le van dando forma a la situación del país.

Somos parte en la medida de que lo que hagamos contribuya a cambiar el statu quo. No parece probable que cualquier acción pueda cambiar la situación pero sí que se puede porque existen las reacciones en cadena.

En la medida que todos rememos en la misma dirección de bienestar, en esa medida las cosas van a ir cambiando. Y lo noto en el ambiente. Hay situaciones negativas que son muy difíciles de mantener por el mismo hecho de que son insostenibles en el tiempo. Los que tienen la sartén agarrada por el mango te hacen ver que están sólidos en sus posiciones pero los acontecimientos cambian y poco a poco te dejan ver sus pies de barro. Todo muta, lenta e inexorablemente, pero muta.

La señora va entrando a su condominio. Baja el vidrio para accionar el mecanismo de apertura de la barrera. Salta un maleante armado desde la oscuridad y la sorprende. “Dame el teléfono móvil” le indica en su jerga de calle. La dama, sorprendida, reacciona según su espíritu de guerrera: “¡No te lo voy a dar, anda a trabajar!” (Esos momentos no dejan mucho tiempo para pensar y reaccionamos casi exclusivamente con el instinto). El hampón desespera y se ofusca antes de responder como solo él sabe hacerlo: “¡Este es mi trabajo, maldita!”, seguido de un fogonazo y una detonación. Mata a la señora y desaparece en las mismas sombras de donde había surgido. Luego lo que sigue: alguien grita, alerta, se acercan a constatar. Y si. Lo que nos imaginamos. Lo que no debe pasar y sigue pasando. Lo que nadie parece poder impedir.

Otra escena. Autopista en hora pico. Calor. Desesperación por el tráfico. De repente un conductor se detiene. Abre la puerta y sale a la calzada. Pienso que hay un incendio en el motor por sus movimientos hacia la parte delantera del auto. Se agacha. Cuando se levanta tiene una enorme iguana en sus brazos. Muy grande. Yo no me hubiese atrevido a cargarla. Parece como recién salida de un Jurassic Park. Desde el borde de la autopista la deja caer con suavidad en la margen del río. Yo aplaudo desde mi carro. Muchos veían atónitos la escena. Hombres como éste son los que se necesitan en este momento.

Dos sucesos, dos reacciones, dos marcas, una negativa y otra positiva, sobre la misma tierra.


Me dicen que a pesar de convivir en el mismo pedazo de tierra no somos iguales. Y si, es verdad, pero se puede convivir socialmente, con sus normas. No es difícil. Está probado. Debemos seguir remando en la dirección correcta. Cada día van a seguir pasando cosas que cambiarán la situación. ¿Lento? Sí, pero seguro.
*Imagen: vaticano en www.panoramio.com