Saturday, August 27, 2016

Presentando a New York


La felicidad del instante se manifiesta. Justo al salir de la estación de autobuses la enorme mole de rascacielos se yergue sobre nosotros y ellas, Anna y Arianna, vibran de emoción. Es su primera vez en Nueva York. Yo ya he venido antes y quizás la sensación no es la misma. Pero igual vibro.

Nueva York es una ciudad fascinante y vibrante. La ciudad que nunca duerme, cantó Sinatra. Y es así. Nunca duerme.

La calle 42 muy concurrida en la mañana como lo es a medianoche. La gente camina muy rápido. Grita. Ríe. Canta. Y nosotros observamos, como si estuviéramos en el set de una película.
Whoopi Goldberg nos sonríe imperturbable en la entrada del Madame Tussaud. Si no fuese porque no se mueve creería que está allí. Que es ella en persona. La gente se detiene y se fotografía. Se lleva su imagen en el teléfono.

Caminamos por el parque Bryant, donde la gente se relaja mientras lee o conversa, en claro contraste con el frenesí con el que caminan por las calles. Mucho verde alrededor. Anna y Arianna lo disfrutan. La paz que se respira. Los libros. Una poetisa que nos recita algo hermoso a cambio de unas monedas para comer. Un oasis evidente.

Ellas quieren que pasen cosas. Quieren caminar. Pensé que no lo harían, pero estaban ávidas de patear la calle, de ver gente, paisajes, vitrinas, de verlo todo de Nueva York, una ciudad cuyo encanto no tarda mucho en manifestarse.

Los días fueron pasando. Y fuimos andando al ritmo de la ciudad. Caminando todas las cuadras que nos permitían nuestras piernas. Del centro de Manhattan nos fuimos yendo hacia el sur. Hacia el Flatiron Building y su figura imponente. Luego hacia el lugar donde dos imponentes torres se derrumbaron en el que quizás es el episodio más triste de la historia de la ciudad. Hoy lo que vemos son dos agujeros enormes con una fuente y una sensación terrible que nos recorre.

Cerca de allí está el Battery Park con sus vistas a la Estatua de La Libertad y a Staten Island. De las muchas formas de acercarse a la estatua escogimos un velero. Y disfrutamos lo bonito que es navegar al ritmo del viento para ver de cerca ese símbolo universal de la ciudad.

Los siguientes días fuimos dando saltos. Del centro hacia el norte y de allí hacia el sur. Andamos por las veredas y lagunas del Central Park. Allí vemos gente que trota, que camina o que pasea parea deslastrarse del vértigo de la urbe. Un escape natural, rodeado por unos edificios hermosísimos en elegantes barrios con bonitos nombres como Upper East y Upper West Side. Edificios con ventanales grandes que privilegian la vista al Parque y dejan entrar su silencio a veces interrumpido por el canto de los pájaros.

Tanto a ellas como a mí nos gusta comer bien. Y la variedad de restaurantes es inmensa. Probamos sabores de aquí y de allá. No sé por qué me pareciera que en los restaurantes de Nueva York la gente se esmera en que pruebes lo mejor de lo mejor de los sabores de las comidas. Casi no hay forma de evitar que salgas encantado. Y cuando de sabores se trata lo mejor está al sur, en lugares como Tribeca, Chelsea Market, Chinatown y la inigualable Little Italy.

La pasta en Little Italy es magistral. La pizza y la pasta. Es un rincón que parece arrancado de Italia y puesto allí en Manhattan para que la comunidad italiana de Nueva York no olvide los sabores que quedaron atrás.

El nuevo Yankee Stadium me produjo sensaciones extrañas, sobre todo porque ya no está un jugador emblema como Derek Jeter y también porque, a pesar de replicar al anterior, no es el mismo legendario Yankee Stadium de 1923. Ellas sí que lo disfrutaron sin tomar siquiera en cuenta que perdimos ese día con los Orioles. El espectáculo sigue inalterable, cerrando con la potente voz de Frank Sinatra interpretando el himno de la ciudad, “New York, New York”, la historia del muchacho que quiso ir a la ciudad que nunca duerme.

Times Square las envolvió con sus enormes pantallas y su majestuosidad, sobre todo en las noches, donde parecen brillar más y la gente que no abandona y ruge como si fuese de día.

Navegamos alrededor de la isla escuchando la breve historia de los edificios y monumentos de la ciudad, que más que ciudad parece un enorme set de filmación, donde sin proponértelo eres parte, y donde en cada calle que mires hay un déjà vu, porque es una imagen tantas veces vista en series y películas.


Salimos de la ciudad diez días más tarde con dos mujeres enamoradas, dos nuevas fans de la Gran Manzana. Ella es así. Al que viene desprevenido lo envuelve más rápido y lo deja perdidamente enamorado. Así es Nueva York, la ciudad que nunca duerme.