Friday, August 22, 2008

Felipe, entre el esplendor y el ocaso



Cuento.
De las islas Canarias vino Felipe hace un montón de años, con muchas ganas de trabajar y levantar una familia. Se caso aquí, con una joven muy hermosa, llamada Clarita, tras lo cual procreó la tan anhelada familia. Varón y hembra, para más señas. Con la familia también fueron creciendo los negocios. Con mucho tesón, y la ayuda y compañía de la hermosa Clarita, madre de dos hijos.

Felipe prosperó como comerciante y gracias a su energía y actividad emprendedora el negocio fue creciendo, hasta que decidió invertir en un local más grande en un nuevo vecindario, del cual yo casualmente formaba parte.

Y había de todo como en botica en ese vecindario. Gente buena, gente mala, estudiantes, amas de casa, empleados de gobierno, obreros, abogados, había de todo.

Felipe estaba realmente emocionado, porque tenía ante sí un mercado cautivo. Pero en el fondo Felipe no entendía bien la materia de los negocios. Felipe, más que un comerciante era un amigo, un compadre, un abuelo, un papá, un vecino. Por allí comenzó todo.

“Felipe, quiero comprar varias cosas para la casa, te pago el quince”. Y el hermano Felipe: “¿Cómo no? Pasa y coge lo que necesites, y al final te saco la cuenta y te anoto en esta lista.” Y Felipe comenzó a hacer la gran lista. En ella escribía: “Sr. Fulano, tanto, paga el quince. Sra. Zutana, tanto, paga el viernes. Sr. Florindo, tanto, paga el lunes (cobra los lunes)”, y así la lista se fue extendiendo poco a poco.

Los días fueron pasando plácidamente en el vecindario, con los problemas cotidianos típicos de cuando éramos felices y no lo sabíamos. Pero no todo es felicidad en este mundo tan variado en el que vivimos. La contabilidad le comenzó a fallar a Felipe. Las cifras de la lista superaron con creces a las que entraban a la caja en forma de pagos, muy a pesar de que Felipe, más a manera de costumbre que de aprendizaje, tenía detrás de su puesto en la caja registradora, aquellos famosos retratos en los que aparece el señor flaco y con ojos tristes que vendió a crédito, y a su lado el gordito rozagante que vendió al contado, y el letrero, también popular, que rezaba “Hoy no se fía, mañana si”, claro, todo a manera de costumbre, nada que ver con la dura realidad.

Y llegó el día en que al familiar Felipe le tocó salir a cobrar. Quienes le adeudaban lo veían a lo lejos y cambiaban de acera con rapidez infinita hasta desaparecerse en la multitud.

Un buen día, antes de iniciar una de sus salidas, observó que se acercaba la señora Zutana. La veía venir a lo lejos y sus ojos brillaban mientras pensaba “Voy a cobrar, por fin, qué bueno”. Zutana hacía acto de presencia en un negocio al que hacía tiempo no visitaba, sino que enviaba a sus hijos con los respectivos encargos, eso sí, nada de dinero: “¡Hola Felipe! Los muchachos te mandan la bendición. Voy a entrar a comprar algunas cositas”. Y Felipe, en un principio confundido, pero al final sonriente y esperanzado, musitó: “¿Cómo no? Pase adelante. Usted está en su casa”. Y Zutana pasaba, lo que no había hecho en días, como si nada, y se abastecía de nuevo. Finalmente al llegar a la caja, con voz queda, le dijo: “Felipe, sabes que cobré pero no me alcanzó, tú sabes, el apartamento se lo llevó todo, ¡esa deuda nos va a matar! …pero te pago el último, tú sabes que eso es seguro”. Y el bonachón de Felipe: “Aaaah, tranquila Zutanita, tu sabes que tu eres de la casa, por allí pasaron tus hijos esta mañana y se llevaron unos refrescos, y también han venido de tu parte a llevarse cosas que también te las he anotado en la lista”. Zutana, un tanto indiferente, pero eso sí, muy contenta con el crédito recién obtenido contestaba: “Tranquilo que eso está seguro para el último, también”.

Y así fueron pasando los meses. Felipe, en su afán de diversificar el negocio para de alguna forma revertir las morosidad obtuvo una licencia de expendio de licores. Y comenzó a vender cervezas. Algunas a crédito, claro, se trataba de sus amigos, casi familia. Los viernes, el negocio de Felipe comenzó a presentar una clientela inusitada, caracterizada por unas bolsas de papel en las manos, dentro de las cuales se ocultaba un líquido embotellado, amarillo y espumoso, que minutos antes reposaba a baja temperatura en la poderosa nevera nueva de Felipe, que también la adquirió a crédito (también tenía derecho) a un paisano que confiaba plenamente en él.

Cada uno de esos viernes, al final de la jornada, se escuchaba repetidamente la frase: “Anótame otra caja Felipe”, y cada quién como perro por su casa salía con las cajas del liquido espumante hacia el festejo de turno, o bien a disfrutar en compañía del juego del momento. Y Felipe anotando, y anotando.

Su hija estudiaba conmigo en la escuela del vecindario, y éramos como primos. Porque, como dije antes, Felipe era un padre, un tío, un hermano, un compadre para todos. Y Mariela era mi prima putativa, más que mi amiga.

Como siempre he sido un tío muy observador, comencé a contemplar el rostro de Mariela entristecido, desencajado, no la cara alegre a la que estaba acostumbrado.

“Mariela, ¿Qué te pasa? Te veo como triste”. “No, chico, no es nada, son cosas de mujeres”, y a buen entendedor… Pero sucede que pasaban los días y la cara de Mariela nada que mejoraba. Y nada que me decía, por lo que dejé de preguntar para no pasar por impertinente.

Un día cualquiera, muy soleado, estábamos en el receso de clases, y escuchamos unos gritos e improperios en la calle. Yo miré hacia el lugar de la escena, desde dentro de la escuela, y reconocí rápidamente a los personajes en pugna. Eran Felipe y Zutana, discutiendo acaloradamente. Todos los alumnos de la escuela se percataron del hecho y miraban la escena, con tristeza algunos, con preocupación otros, porque no todos conocían a Felipe y a Zutana, como yo, porque no formaban parte del vecindario.

Zutana insultaba a Felipe con palabras soeces que nunca antes yo había escuchado. No voy a repetir aquí el tenor de los insultos. No viene al caso. Solo puedo agregar que lo único que le escuché a Felipe, entre la lluvia de frases groseras que recibía, era una sola palabra: “¡Págame!”, la cual pronunció repetidas veces entre el vendaval de ofensas.

Cuando terminó el receso, y volvimos al salón de clases, busqué a Mariela, y la encontré en el salón de clases, con los ojos llenos de lágrimas. Me ocultó la mirada por la vergüenza que sentía en el momento. Aprovechamos la breve ausencia de la maestra y los demás alumnos, debido al receso, y conversamos un poco. Me senté a su lado a consolarla. Ella me decía, entre sollozos: “No es posible, luego de todo lo que les ha dado”. Yo le contestaba: “Tranquila Mariela, hay gente así, afortunadamente no todos somos iguales”. Fue cuando me confesó: “Papá no quiere que digamos nada, no se quiere meter en mayores problemas, pero son muchos los casos, y lo van llevando a la quiebra, y es él quien nos mantiene”. Me dolió mucho escuchar eso. Más me dolió saber que la agonía duró muy poco, y al cabo de un tiempo Felipe fue embargado por sus acreedores y perdió todo lo que tenía.

Nunca más vi lo volví a ver, ni a su esposa, mucho menos a los hijos. Su casa de habitación no estaba ubicada en el vecindario, pero prácticamente vivían en él. Luego de ocurridos los hechos Mariela no regresó más a clases. Supe que retiraron sus documentos de la escuela.

Felipe era un hombre bueno, demasiado bueno. Confiado. Y eso fue precisamente lo que determinó su destino como comerciante. Eso y la mala fe de algunos vecinos que hasta hace poco eran sus amigos, hijos, sobrinos, compadres o hermanos, y mios también, pero en falsedad.
Todavía hoy, cuando paso y miro el viejo local que aún existe, pienso en él, en el entusiasmo con que comenzó su negocio, y en mis malos vecinos, que provocaron su quiebra. Felipe, auge y caída. Aún hoy siento pena ajena.

Friday, August 15, 2008

Más divagaciones musicales

“Son sorprendentes las cosas que he hecho para tocar en una banda. He andado de autoestop a lo largo y ancho del país, con una guitarra en mis manos, yendo de aquí para allá para ser escuchado. Recuerdo una noche de Navidad en la calle, en el medio de la nada, cubierto de nieve. Debes amar la música para hacer estas cosas. Alguna gente dice que soy perezoso, pero en aquellos días, John y yo trabajamos duro.” Mark Knopfler

John es John Illsley, bajista de la desaparecida banda Dire Straits, de la cual Knopfler era su guitarrista. El más elegante guitarrista y compositor del rock and roll, como bien lo describen en SunsetStrip, se hace inolvidable su aporte en canciones como “Money for nothing”, ¿quién puede olvidar esa guitarra?

Yo amo la música, mi música, la cual es muy variada pues el rango es amplio y espacioso. Adoro la gente que ama la música, que se siente músico, bien sea ejecutante o simple melómano. Es gente diferente, muy especial, todos con algo en común, algo que sientes que te une a ellos, gente que se entiende sin muchas palabras, a la que no le hace falta más que el propio lenguaje musical para comunicarse.

Parte de esta música son las propias canciones, esas mismas que te quedan para toda la vida, por la melodía, por las letras, o quizás por ambas cosas. Como “El año del Gato” de Al Stewart, “La canción de la prisión” de Graham Nash, o “You´ve got a friend” de Carol King. Quedan guardadas en un rincón recóndito de tu mente, y cuando menos lo esperas surgen de nuevo, con nuevos aires e infinita claridad y precisión, las escuchas, las cantas, como si estuvieras frente a la banda.

Por esa misma afición a la música, el rinconcito mental está repleto, y cada una de ellas está asociada a un momento en especial de mi vida, a una etapa, a un instante en particular, o simplemente llegaron un día y se quedaron, así no mas, sin pedir permiso, sin razón ni medida como dice una letra de José José, como una canción de Ilan Chester llamada “De corazón” (álbum “Solo faltas tú, 1985).

En este momento de la vida me invade la canción “Fallin´” de Alicia Keys. Aún no la asocio a nada en particular, ni siquiera tengo el CD, pero se repite insistentemente en mi mente, clarísima, y hermosísima como ella misma…

“I'm fallin', in and out of love with you, I never loved someone the way that I'm lovin' you.”

Saturday, August 09, 2008

De Aditus, Beny y los amplificadores de los 70 y 80...



Leyendo a mi caro amico Benedetto, me encuentro un hermoso post que refleja su estado de ánimo del momento, aderezado, nada más y nada menos que con Aditus.


Pero, ¿Quién es Aditus? ¿Qué significado tiene?, ¿y un Amplificador?, ¿Con qué se come eso?


Para quienes no lo conocen, Aditus es un grupo venezolano formado en la ciudad de Los Teques en los años 70, que se inició versionando canciones de rock y poco a poco fue adquiriendo naturaleza propia, a través de canciones inolvidables para mi generación, aquella de adolescentes en los 80, como “Victoria”, “Mi amplificador”, “No te vayas ahora”, “Perdiendo altura”, “Aquel amor”, “La vida no me alcanzará” (la que posteó Beny) y otras, y que hoy en día es una referencia en lo que a música de rock hecho en Venezuela se refiere.

Asombraba el hecho de que los integrantes eran todos profesionales: George Henríquez (profesor universitario en el área del desarrollo del pensamiento),teclados y voz líder; Sandro Liberastoscioli (ingeniero químico), bajista y voz; Álvaro Falcón (ingeniero mecánico), guitarra y voz, Valerio González (abogado en lo mercantil), batería y voz, unidos todos por la pasión por la música.

En 1981 Álvaro Falcón sale del grupo y entra Pedro Castillo (ex Témpano, otro famoso grupo de rock de la época) como voz y guitarra, y es quien le dio el sello final de lo que yo entenderé toda la vida como el sonido de Aditus, con sus influencias de grupos como “Saga”, “Yes” e inconfundiblemente “The Police”.

Mi favorita, la que colocaba a todo volumen y producía los reclamos airados de mis vecinos de apartamento de aquella época y posterior reprimenda de mis padres era “Mi Amplificador”, contenida en un disco llamado “Posición adelantada” (1983), el cual pueden escuchar en el blog “Salvavinilos”.

Un amplificador en los años 80 era lo máximo en sonido, en ese tiempo los equipos de sonido dictaban la pauta. ¿Equipos de sonido? No eran más que un rack o gabinete de madera o metálico donde se agrupaban un plato (turntable) o tocadiscos de vinil, un amplificador de sonido (amplifier), un ecualizador (equalizer), y un deck de cassettes (cassette player), alrededor de los cuales se colocaban un par de cornetas (sets de loudspeakers). De todos los componentes, era el amplificador el que definía la verdadera calidad del sonido que salía de las cornetas. Y esa canción de letra simple y música de avanzada era lo máximo para mi (hay un sitio en internet donde José Mujica nos cuenta la historia de los amplificadores en los 70 y 80.


En este post hay una versión en vivo, cantada por Pedro Castillo (en Barquisimeto, 1994), el hombre que, entre tantas cualidades ha demostrado tener la mejor dicción entre los locutores de Venezuela, pronunciando sin equivocarse los nombres de decenas de ciudades de Venezuela en un famoso comercial de televisión. Despues del célebre “solo de boca” de Ruben Blades en “Buscando Guayaba” (álbum Siembra, 1978), aquí nos deja Pedro otro “solo de boca”, que a diferencia del de Rubén, que es de guitarra, éste es de batería, y es genial.


Tuve la alegría de asistir, por allá en los 80, a un concierto de “Aditus” en el famoso “Estudio Mata de Coco”, un recinto íntimo, para muy pocas personas, y donde sentías que la banda tocaba exclusivamente para ti, dada la cercanía. Pedro y el grupo se metían el público en un bolsillo, todos cantábamos a coro todas las canciones del grupo. Hace poco, en marzo de 2007, lo vi como telonero en un concierto en El Poliedro de Caracas. Y a pesar de los años, y del hecho de que la mayoría del público era muy joven, todos terminamos coreando las canciones de Aditus que Pedro cantó en solitario, acompañado de su guitarra.


Para quienes no lo conocen, les dejo en este post un video de Pedro Castillo y “Mi amplificador”, subido a Youtube por Ricardoven, gracias Ricardo.

Gracias Beny por traer esos recuerdos tan buenos a mi mente, tu post me ha inspirado a escribir éste, y me ha tenido todo el día escuchando canciones de “Aditus” preñadas de recuerdos. Gracias también a la gente de Salvavinilos por mantenerlo por allí, a la mano, a José Mujica, por contarnos la historia de los amplificadores. Obtuve información de Aditus en la página web http://artists.letssingit.com/aditus-5xhrb/biography. La fotografía de lo que es un equipo de sonido de los 80 la encontré en el blog "Cuando era chamo", excelente e ilustrativa.

Larga vida a los blogs!

Tuesday, August 05, 2008

Los 7 atributos del liderazgo.


Liderazgo. El líder siempre traza la senda que otros habrán de seguir.


La señora M.B. Herrera, cuyo blog "Life, Money and Development" se ha convertido en uno de mis favoritos, ha publicado una serie de artículos de crecimiento personal que son muy interesantes para todos. Como están escritos en inglés, he pedido su autorización para reproducir algunos, cosa que aceptó gustosamente. El de este post, sencillamente no tiene desperdicio. Disfrútenlo, se les quiere mucho por estos lares de Dios!
Cuando tengo que contratar a alguien para cualquier posición en mi compañía, siempre presto mucha atención a los 7 atributos que se tratan más adelante, porque continuamente lucho por contratar gente con rasgos de liderazgo (aún cuando el cargo no sea una posición gerencial clave). Siempre quiero la mejor gente, no importa el tamaño, complejidad o responsabilidad del trabajo. Yo se que, a medida que pase el tiempo, los grupos de trabajadores con rasgos de liderazgo se desempeñan y coordinan muchísimo mejor que la gente común y corriente, y la que hoy es una nueva asistente pudiera, muy seguramente, convertirse, en pocos años, en una directora muy importante.
Más aún, yo prefiero el estilo de liderazgo democrático (también denominado participativo): en este caso, el líder ofrece su guía al grupo, pero también participa en él, y promueve la retroalimentación con los otros miembros. Nótese que este estilo no es inconsistente con la visión de cada uno en el grupo actuando como un líder. El estilo democrático también es apropiado para los ambientes dinámicos modernos porque permite enfrentarse a circunstancias rápidamente cambiantes. Otros estilos, tales como el liderazgo autoritario o el que se basa en delegar, son muy dañinos y obsoletos.

Concretamente, estos son los 7 atributos que espero que posean mis empleados:
  1. Solidaridad: Un líder respira a través de su grupo. Un verdadero líder sabe cómo trabajar en grupos, y debería tratar de entender los problemas de los otros trabajadores. En grupos buenos, la solidaridad entre los miembros es una relación simétrica. Solidaridad es el primer paso que un líder debería dar para ganar el respeto y la atención de sus compañeros. Los líderes exhiben una fuerte confianza en la habilidad de los otros miembros del grupo para lograr las expectativas del trabajo.

  2. Modestia: Un líder ejerce su liderazgo de manera casi inconsciente, sin dar importancia al concepto de liderazgo integral. Los líderes no se muestran como tales…actúan como tales. Los líderes mantienen el ambiente de participación en el grupo, y siempre hacen su trabajo con la idea de la participación en un proyecto colectivo. Grupo y colectivo son palabras claves para los líderes. La idea de líderes aislados es una odiosa falacia. Cualquier persona designada para una posición gerencial adquiere el poder de comandar y hacerse obedecer por medio de la virtud de la autoridad de su posición. Sin embargo los líderes no se hacen obedecer…se ganan la obediencia. La modestia mantiene al líder lejos de ejercer el falso liderazgo que proviene de la autoridad del cargo. El verdadero liderazgo NO está asociado con cargos de autoridad (pero obviamente lo contrario tiene que ser cierto si la organización quiere tener éxito).

  3. Confianza en sí mismo: Los líderes se conocen a sí mismos, y exhiben un completo dominio de su conducta. Más aún, los líderes saben qué tareas están a su alcance, y no se establecen falsas expectativas. De esta forma, los líderes saben cuales son sus virtudes y sus límites, y no los esconden. La confianza en sí mismos provee la fuerza para ser persistentes en alcanzar la tarea y la visión. Hay que recordar que con más frecuencia de lo que se imagina, el liderazgo implica el desafío del orden establecido, del status quo. Por lo tanto, la confianza en sí mismos es vital para obtener el éxito.

  4. Iniciativa: Los líderes son proactivos, no reactivos. Yo tuve un gerente que sólo esperaba y actuaba luego de recibir órdenes de sus superiores, siguiendo estrictamente los (equivocados con frecuencia) lineamientos del jefe. Esta conducta es, no sólo ineficiente para el negocio, sino que daña el aspecto de los líderes como modelos a seguir. Trabajadores y compañeros de equipo tienden a identificarse con lo que son los valores de su superiores, y ninguna compañía quiere que este tipo de actitud pasiva sea aprendida por sus trabajadores.

  5. Creatividad: Un verdadero líder está siempre buscando maneras de desarrollar su creatividad al máximo. De aquí que la visión del líder es muy importante. Los líderes extraordinarios articulan:
    un engranaje de trabajo congruente con los valores de los otros miembros del grupo.
    eficientes y efectivas maneras de completar la tarea asignada,
    y maneras de compatibilizar las sub-actividades con los intereses y experiencia de los miembros.

  6. Pasión: El líder nunca deja de aprender, y muestra un alto nivel de conciencia. Las acciones de los líderes indican el camino a sus compañeros de equipo. Los líderes toman la responsabilidad por cada una de las escogencias y decisiones sin culpar a otros ni buscar excusas poco convincentes. Los líderes exhiben pasión por su trabajo, y son fieles a sus visiones y creencias. Ellos entablan una conducta excelente y hacen extraordinarios sacrificios propios en interés del grupo, si fuese necesario.
    Resumiendo estos 6 atributos, recurrimos a la obra maestra de Warren Bennis, “Convirtiéndose en un líder”, la cual distingue claramente entre los gerentes (una típica posición de autoridad, pero no necesariamente ocupada por un líder) y los líderes reales:
    Los gerentes administran, los líderes renuevan.
    Los gerentes preguntan cómo y cuándo, los líderes preguntan qué y porqué.
    Los gerentes se enfocan en sistemas, los líderes se enfocan en la gente.
    Los gerentes hacen las cosas bien, los líderes hacen las cosas precisas.
    Los gerentes mantienen, los líderes desarrollan.
    Los gerentes dependen del control, los líderes inspiran confianza.
    Los gerentes tienen perspectivas a corto plazo, los líderes tienen perspectivas a largo plazo.
    Los gerentes aceptan el status quo, los líderes retan el status quo.
    Los gerentes tienen la vista puesta en el resultado final, los líderes tienen la vista puesta en el horizonte.
    Los gerentes imitan, los líderes crean.
    Los gerentes emulan al clásico buen soldado, los líderes asumen su propia personalidad.
    Los gerentes copian, los líderes muestran originalidad.

  7. Simbolismo: Para mí, este es el rasgo más importante, el cual proyecta y resume todos los otros atributos. El líder es un símbolo. Este es el atributo acumulativo de los líderes. Aunque los líderes están orientados hacia su trabajo (y no hacia su autoexaltación), ellos de por sí son un símbolo en el grupo, lo cual puede fácilmente significar que son un símbolo de su compañía. De esta forma, los líderes constituyen una representación externa (¡e interna!) de su negocio. Y, como quiero la mejor representación, y los mejores resultados para mi compañía, me gusta aceptar y trabajar con líderes. Verdaderos líderes.

Sunday, August 03, 2008

Lealtad hasta el final...


Los hechos, para el que ya se ha acostumbrado, son bien simples, comunes en cualquier página roja de diario.
El trabajaba como vigilante nocturno, de esos que desafían los grandes peligros que se ocultan tras las sombras por un poco de dinero con el cual paliar sus necesidades básicas.
En una de esas noches de vigilia apareció un perrito colaborador. El celador, sabiendo que la calle en si no le pertenecía, lo dejó estar, lo cual agradecía el canino ayudándolo, a su modo, en las labores. Ladraba ante la presencia de cualquier desconocido, porque eso sí, rápidamente aprendió a reconocer a los que habitualmente recorrían la misma calle de sus venturas y desventuras.
Juntos lograron hace un tándem, un excelente equipo que recibía en compañía el rocío de la madrugada, espantaban a los rateros de los alrededores, inclusive comían juntos, porque el celador siempre tuvo a bien compartir la comida que le traían, de madrugada, con su fiel acompañante.
Pronto aprendió a quererlo como se quiere a un hermano, a un amigo, y le permitió entrar en su casa, donde le dio cobijo y alimento, aparte del cariño que ya se profesaban ambos, compañeros de infortunios y alegrías fugaces en esas madrugadas plagadas de peligros.
No valieron de nada los intentos de los conocidos y familiares para que echara al can de la casa, no podía entender cómo los demás no notaban que hace tiempo eran una sola persona. Lo bañaba y lo cuidaba como si de un canino de fina raza se tratara. Y él siempre lo acompañaba en tantas y tantas noches de desvelos. Más de una vez fue despertado y alertado por los ladridos de su fiel amigo, y al otear alrededor, veía las sombras que se alejaban corriendo, calle abajo, ante los ladridos implacables de su aventajado amigo.
Pero los peligros de la noche son infinitos, y llegó el día en que un par de malhechores perseguían a otro, con quien tenían rencillas pendientes. Este último corrió hacia la calle custodiada por la pareja de este relato. Ellos lo vieron pasar en su carrera desenfrenada, sin poder atisbar lo que pasaba, sin chance de hacer nada, sólo para, segundos más tarde, escuchar el ruido y ver las luces de un auto que se acercaba a gran velocidad.
Fueron segundos interminables, el perro ladraba nervioso ante los repentinos acontecimientos, y sus ladridos hacían eco en las paredes de las casas, dentro de las cuales sus habitantes dormían plácidamente. Afuera, la escena se tornaba escalofriante a medida que transcurrían los segundos, y el perro no paraba de ladrar, haciendo evidente la presencia de ambos.
Los individuos, al llegar a la calle, hicieron mueca de fracaso ante el enemigo escapado, y miraron hacia el inocente celador, haciéndolo eco de su frustración. Varios disparos de arma de fuego retumbaron en la, minutos antes, tranquila y apacible calle del barrio, seguidas de unos ladridos que se confundieron con el ruido del auto al emprender la huida.
Los ladridos no dejaron de escucharse en la madrugada. A pesar del ruido, nadie salió a ver qué sucedía. Ninguna puerta se abrió, ni cortina se movió. El miedo paraliza, dicen por allí. Como siempre, y como bien lo relata el juglar Rubén Blades, “no hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró”.
En la fría mañana, varios vecinos encontraron el cadáver del celador, a quien todos habían tomado cariño, y lo que más les llamó la atención, fue la presencia a su lado de su fiel amigo, quien se rehusaba a dejarlo abandonado.
Llegó la policía. Acordonó la escena del crimen, buscando evidencias, cubrió el cuerpo con una sábana, y él allí, fiel a su gran amigo que yacía inerte en el pavimento.
Cuentan los que vieron la escena que hubo que llevárselo a rastras del sitio, de la calle donde una vez pudo conseguir calor de hogar, cariño, comida, y amistad, una amistad a toda prueba, a la cual fue fiel hasta la muerte…
*La foto es de JC, Noticias24.com