Thursday, December 29, 2016

Mis lecturas del 2016



Hola a todos mis lectores. Como es costumbre en este Blog, a finales de año hacemos un resumen de las lecturas que hice en el 2016, especialmente las de ficción.

Seguidamente paso a elegir cual fue para mí la más importante, tomando como base la que más emociones me haya producido durante su lectura.

Siempre hay una (o varias) que te gustaría haber escrito o cuya lectura te ha llenado, o ha pasado sobre ti como un huracán. De eso va la elección.

Logré terminar un total de 31 libros. Unos los tenía pendientes. Otros los compré al azar (un azar muy personal) y algunos fueron producto de recomendaciones de amigos.

Hay que hacer mención, entre las recomendaciones a los libros de Ondjaki, un autor nativo de Angola: “Buenos días camaradas” y “Los transparentes” me han gustado muchísimo y los recomiendo ampliamente.

Otra mención importante es para “La señora Imber. Genio y figura”. La ha escrito Diego Arroyo Gil y es una semblanza biográfica de Sofía Imber, ese ícono cultural venezolano del Siglo XX, fundadora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Una vida muy intensa e impresionante, llena de logros dentro del ámbito de la cultura, narrada magistralmente en primera persona.

¿El Ganador del 2016? Es Roberto Bolaño y su libro “Los detectives salvajes”. Un libro épico, definitivamente. Me quedaría corto en elogios. El mejor de este año, sin duda alguna.                            


¿La lista (de los que terminé de leer)?




“No hay silencio que no termine”. Ingrid Betancourt. Aguilar, 2010.




“Entre dos aguas”. Plinio Apuleyo Mendoza. Ediciones B, 2011.




“Santiago se va”. José Urriola. Libros del Fuego, 2015.




“Después del invierno”. Guadalupe Nettel. Anagrama, 2014.




“Los Jefes”. “Los Cachorros”. Mario Vargas Llosa. Planeta, 2012.




“La ciudad y los perros”. Mario Vargas Llosa. RAE, 2012.




“Fahrenheit 451”. Ray Bradbury. Vintage, 2010.




“Para Roberto Bolaño”. Jorge Herralde. Alfadil, 2005.




“Escucha la canción del viento”. “Pinball 1973”. Haruki Murakami. Tusquets, 2015.




“Buenos días camaradas”. Ondjaki. Almadía, 2008.




“Atrapada. La batalla de dos mundos”. María Isoliett Iglesias. Ediciones B, 2016.




“Espacios privados”. Gisela Cappellin. ExLibris, 2013.




“Los detectives salvajes”. Roberto Bolaño. Anagrama, 2013.




“Los invencibles”. Rodrigo Blanco Calderón. Mondadori, 2007.




“The night”. Rodrigo Blanco Calderón. Madera Fina, 2016.




“Hambre y Seda”. Herta Müller. Siruela, 2011.




“Malacara”. Guillermo Fadanelli. Anagrama, 2007.




“Ana Isabel, una niña decente”. Antonia Palacios. Otero Ediciones, 2009.




“La mirada del suicida al caer y otros relatos”. José Tomás Angola. Editorial CEC S.A., 2016.




“Flores de verano”. Tamiki Hara. Impedimenta, 2011.




“Lolita”. Vladimir Nabokov. Grijalbo, 1975.




“Formas de volver a casa”. Alejandro Zambra. Anagrama, 2011.




“Paris no se acaba nunca”. Enrique Vila-Matas. Anagrama, 2004.




“Bonsái”. Alejandro Zambra. Anagrama, 2006 (Re-lectura).




“La vida privada de los árboles”. Alejandro Zambra. Anagrama, 2012 (Re-lectura).




¿Donde es aquí? 25 cuentos canadienses”. Claudia Lucotti (Compiladora). FCE, 2002.




“Los transparentes”. Ondjaki. Almadía, 2014.




“Maniobras elementales”. Roberto Echeto. Fundación para la Cultura Urbana, 2016.


“El tren nocturno de la Vía Láctea”. Miyazawa Kenji. Satori, 2012.


“Los días animales”. Keila Vall de la Ville. OT Editores, 2016.


“La señora Imber. Genio y figura”. Diego Arroyo Gil. Planeta, 2016.




Espero les guste mi lista. Elaborada desde mi corazón de lector.




Un gran abrazo a todos y mucho éxito en sus propuestas para el 2017.




Anexo el link con los elegidos en el 2015.



Saturday, December 17, 2016

El hombre que mira al cielo



El hombre que camina en la calle y no sabe para dónde va se detiene a mirar al cielo, como quien busca una estrella.

El cielo está despejado, casi sin nubes, y es de un azul precioso. Pero no se ven las estrellas. Porque las estrellas no se ven de día. O es más difícil. Todo se ve azul, un azul uniforme, como el de una marca de cigarrillos.

Siendo así, ¿qué ve el hombre en el cielo? ¿qué lo hace detenerse a mirar?

La gente pasa por su lado y ralentiza la marcha. Unos cuantos observan disimuladamente hacia arriba. Pero no hay nada extraño en el cielo. Por lo menos nada de que sorprenderse.

Desde ese día, pasar por esa calle y en ese preciso lugar no es posible sin mirar al cielo, hacia el sitio en que aquel hombre que no sabía para donde iba miró esa tarde.

El cielo cambia cada vez. Unas veces está nublado y gris. En otras tiene tonos diferentes de azules y una que otra nube se asoma aquí y allá, tal vez más allá. Pero, a pesar de que el tiempo pasa, no se muestra nada extraño en su extensión. O no nos percatamos. Como si lo hizo el hombre aquel que no sabe a dónde va.

Digo que no sabe a dónde va porque lo he visto muchas veces. Y no lleva prisa. Parece andar sin rumbo, sumido en sus pensamientos. Mirada fija hacia el frente. Si llevase un bastón y un perro guía diría que es ciego. Pero no lo es. Me he dado cuenta que mira porque evade los obstáculos, como un hidrante que está en esa calle atravesado. Lo rodea y retoma la línea sobre la que venía caminando.

Viste siempre casual, camisa de algodón y pantalón de tweed. Los zapatos de tela están muy limpios. A ojos vista no es un hombre de la calle, un vagabundo, no. Parece un profesor de la Universidad. Aunque allá no lo he visto. Puede que se haya retirado antes de que yo pasara por primera vez por esos predios. Nunca nos hemos topado.

Salvo en esa calle donde de cuando en vez lo veo mirar discretamente hacia las alturas, como midiendo algo, como cerciorándose que aún está allí ese algo que más nadie puede ver.

Yo a veces me siento en un banco cercano, al principio de la calle. Que no siempre está vacío, hay gente a la que también le gusta sentarse allí. Si lo veo ocupado camino un poco más adelante, hasta un café, donde intento ocupar una mesa de dos que está cerca de la salida, y a través de un vidrio veo la calle. Es en esos momentos de solaz que lo veo pasar.

Puede que haya habido días en que me distraigo con una lectura, y el hombre pasa y no lo noto. Puede ser. Es más bien cuando me pongo a pensar en cosas y a divagar mirando la calle cuando aparece esa figura de pantalón de tweed de colores claros que lo identifican. Y llegado a cierto punto voltea hacia el cielo. Da la idea de que copia algo o que recibe una instrucción, o un mensaje breve y continúa, evadiendo el hidrante de más adelante, dando entonces la apariencia de un ser normal, como tantos otros que cruzan por esa acera.

Al salir del café y en ese punto, también miro al cielo. A veces hay nubes y trato de ubicar en su forma una figura, un mensaje. Muchas veces la vista me hipnotiza y he tropezado con el hidrante, cosa que no le ocurre a él, que mide bien el tiempo de recibir la señal y retoma la visión del horizonte.

El cielo tiene el enigma. Y muy probablemente la respuesta que busco con curiosidad, y aún no llega.


Sunday, December 11, 2016

Caracas en diciembre



Los días de diciembre en Caracas son a mi entender los más bonitos del año. Para empezar el cielo toma una coloración azul muy intensa. Las nubes se esconden. La luz solar se incrementa y el Ávila acrecienta la variedad de verdes, dependiendo de la incidencia de los rayos solares.


No importa lo que suceda abajo, el caos de la ciudad y sus habitantes, el tráfico, el deterioro de las fachadas de las casas. No importa. Cuando la miras de lejos, desde un punto alto. Cuando contemplas el valle en su extensión, no puedes hacer otra cosa que admirar la belleza que el Ávila le da a mi ciudad.


Casi siempre hay unas lluvias que vienen rezagadas y caen sin compasión sobre el valle en los meses de octubre y noviembre. La naturaleza reacciona muy rápido y lo que hacía poco estaba amarillo se pone verde, como si supiera que viene diciembre y no quisiera que se le viese opaco y apagado.


El clima mejora mucho. La brisa fresca es omnipresente.


Lo malo está abajo. Dentro del valle. Mucha violencia. Agitación. Sensación de intranquilidad. Criminalidad. Contaminación. Caras largas. Incertidumbre.


Basta mirar al norte para mantener la esperanza. Solo mirar el cielo azul para proveerse de una energía divina. Aires frescos de cambio que insisten en darnos un mensaje entre líneas.


Y abajo, justo en medio de ese caos, hay puntos que oxigenan. Como las librerías que permanecen. A pesar del desastre se alzan como el Quijote a luchar contra los molinos de viento… y de fuego.


Muy a pesar de ese caos, hay gente que el solo hecho de conocerlas te hace repensar el desastre, que te reconfigura y te carga de buena energía. Esa gente está allí, en el medio, resistiendo los embates, y al mismo tiempo disfrutando los colores que los rayos del sol y las nubes le dan a nuestro Ávila.


Es Caracas en diciembre. Es esa ciudad con la que el caos aún no ha podido.