Thursday, April 13, 2017

La araña


Abrí la ventana para que la claridad invadiera la habitación. Al principio pensé que estaba nublado. Fue entonces cuando la vi. Una araña enorme, colgada en su telaraña con las patas tan abiertas como una flor, estaba frente a mis ojos.

La araña era grande y negra, con rayas amarillas. La telaraña parecía haber sido tejida con paciencia infinita durante toda la noche. Era armónica, una especie de mandala en blanco y negro. Cerré la cortina para borrar la horrible visión que me presentaba el día que recién nacía. Recogí mis cosas y me fui a la Universidad pensando en esa horrible araña, en cómo había llegado allí y en qué momento había pintado mi ventana con tan macabra imagen. Recuerdo haberme asomado a la ventana antes de acostarme a espiar, como hago siempre, a la vecina del frente, quien suele ir semidesnuda de un lado a otro en su cuarto, haciendo cosas, ordenando aquí y allá antes de irse a dormir. Esa noche, cosa rara, la luz de mi vecina estaba apagada y lo que me quedó fue mirar las estrellas en la noche oscura, hasta que se me empezaron a cerrar los ojos del cansancio del día y me fui a dormir.

Puedo jurar que la bendita araña no estaba allí.

Tenía un examen a primera hora, y luego dos clases seguidas antes de mediodía. Luego la tarde libre.

La visión de la araña se fue diluyendo en la medida en que me acercaba al edificio de aulas y pensaba en el contenido del examen. Hacía frio y por eso no había mucha gente en los pasillos externos. Me senté un rato a relajarme, a respirar, para no entrar al salón en estado de agitación.

Sentado en un banco azul que olía a pintura de aceite, me puse a crear figuras con los pequeños cuadraditos de un mural de cerámica que estaba en la pared del frente, y a imaginar una escalera e ir subiendo en ella para ver a donde me llevaba. A veces pasaba alguien e interrumpía la visual momentáneamente, por lo que tenía que reconstruir la figura imaginaria o volver a subir la escalera. Alguien me saludó. Era Máximo que entraba. Me levanté y me fui con él. Nunca lo veías antes del examen en los alrededores. No sé dónde se escondía pero aparecía siempre en el momento justo de entrar. Por eso no dudé en seguirlo.

El examen estuvo tenso, y largo para mis gustos. Creo que me fue bien. Pude resolver los ejercicios y apenas tengo dudas en unas respuestas que di a dos preguntas de selección. Ya Dios dirá cómo me fue.

Como me tardé bastante en entregar tuve que salir volando a otra clase que tenía a las 9. Y de allí a una práctica de laboratorio hasta las doce, desde donde salí hacia el Comedor.

La cola para entrar estaba larga. Tanto que salía de los predios del edificio y se internaba en el pasillo. A veces podías adelantar para saludar a un compañero y quedarte disimulado hablando con el hasta que entrabas y te ahorrabas el tramo de cola que te tocaba. Ese día no quise hacerlo. No quería hablar con nadie de nada. Me puse de último y esperé que la cola avanzara. Fue allí cuando la bendita araña volvió a mi pensamiento. No me gustó para nada esa imagen en mi ventana de aquella mañana. Y no quería que estuviese siempre allí, por lo que tenía que buscar la forma de sacarla. Precisamente yo, que le tengo fobia a los insectos. Entré a comer y el pensamiento se desvaneció. 

Sirvieron una carne horrible con un arroz espeso y pegajoso que redujo mi hambre a la mitad de una vez. Ni siquiera el olor ayudaba. Los compañeros bromeaban y comían con apetito sin importarles el aspecto del plato. Pensaba en mi madre, que me había acostumbrado al buen aspecto y el sabor de la comida. Pensaba en las madres de ellos y en las cosas que les habían enseñado para que esto les fuera indiferente. El hambre apremiaba, comí algo y me uní a las chanzas.

En la tarde nadaba una o dos horas. A veces coincidía con Carolina, una bella rubia de Economía, con la que nadaba en grupo las rutinas que imponía el entrenador. Nunca aceptó que cuadráramos una hora para vernos. “Si yo vengo y estás, nadamos. Igual yo siempre acudo y antes de empezar hago estiramientos. Si llegas, nadamos.” Para mí estaba bien. Me gustaba verla en traje de baño. Y con el cabello mojado. Era bella, simpática, pero algo distante a la hora de encarar una aproximación. No me dejaba preguntar la causa de ese misterioso distanciamiento. Al final me acostumbré a su método. Si estás, bien. Si no, también.

Cuando llegué ya estaba nadando. No me esperó. Eso me desanimó un poco, por lo que subí a la grada y me puse a verla nadar desde allí. Nadaba lento, sin ninguna prisa. Muchas veces me fui molesto por su indiferencia. Sin contar las veces en que pasaba días sin venir. Me devanaba los sesos pensando qué le habría pasado. Cuando creía que no volvería a verla aparecía, con el aspecto normal de quien nunca había faltado. Ni una explicación. Nada.

Entré a nadar mucho después. Como ya estaba nadando, apenas nos saludamos. El entrenador habló largo rato conmigo acerca de la modificación de mi rutina de entrenamiento. Para cuando terminó y salté al agua ya Carolina no estaba. Se había ido. Eso me desmotivaba un poco pero igual tenía que seguir. Total, no éramos nada. Yo no tenía novia. De ella no sabía nada.

Cuando salí de la piscina caminé un poco sin rumbo por los pasillos de la Universidad. Era presa de mis pensamientos. Carolina, los estudios, mi futuro, la vida con mis padres. Tantas cosas pasaban por mi mente mientras caminaba por pasillos rodeados a veces de jardines, a veces de edificios, a veces de bancos con o sin estudiantes, a los que igual no prestaba atención, inmerso como estaba en mis pensamientos.

Volví a la Facultad y vi a mi amigo Iván. Siempre me esperaba en el salón de lectura o en la biblioteca para pedirme los cuadernos y copiar las clases de la mañana. Él trabajaba medio turno por necesidad. Yo tenía una beca y no había esa necesidad. Conversaba conmigo mientras copiaba las clases. Preguntaba cosas de lo que anotaba. Me dijo que había sido invitado a una fiesta en Guarenas, como a una hora de Caracas. Le dije que teníamos clase al día siguiente y dijo que no estaríamos mucho tiempo. Lo suficiente para unos tragos y bailar un rato con unas chicas que conocía. Nos fuimos.

Costó llegar a la casa de la fiesta. La encontramos más bien por el ruido que por las indicaciones que nos dieron. Era una casa vieja. Con zaguán a la entrada y cerámica de arabescos en el piso. Luego atravesamos un salón con un sofá grande y una mesa de comedor. Al final había una puerta que daba a un jardín interno, donde estaban los invitados sentados conversando. 

Iván saludó a las chicas y me las presentó. No hubo interés de parte y parte. No me gustaron y no les gusté. Mi amigo si tenía interés en una de ellas. De una vez salieron a bailar en un salón aledaño al jardín desde donde salía la música. De lejos vi otras parejas. Miré a mi alrededor y no vi nada que robara mi atención. Me senté un rato y luego me paré a servirme un trago. Por la mirada de mi amigo ya no estaba tan seguro de lo corto de la estadía. El aburrimiento fue cayendo sobre mi como un largo velo.

Gente iba y venía a mi alrededor. Unos reían y se gastaban bromas. Un grupo de damas miraban un álbum de fotos e intercambiaban comentarios. Yo no me veía haciendo migas con nadie allí. De vez en cuando Iván aparecía con su amiga, que ya no tenía los labios pintados y, como él, sudaba. Me conminaban a bailar, más por extender su encuentro que por mi aburrimiento. Me traían más bebida. Y yo allí sentado ya de todas las formas posibles, por la incomodidad del asiento, luchando contra un sueño que crecía a grandes pasos, muy a pesar de mis tragos, cada vez más fuertes en un intento de Iván por animarme.

Me dieron ganas de orinar y no tenía a quién preguntar dónde quedaba el baño. Me paré y caminé hacia donde estaba el comedor, a ver si lo veía o encontraba a alguien de la casa que me indicara su ubicación. Lo vi por una puerta a medio abrir cuya luz interior estaba encendida. Entré casi corriendo, cerré la puerta y apenas dio tiempo de levantar la tapa. Tuve que interrumpir el chorro y sentarme porque estaba mareado y de seguir en pie era posible que cayera. Cuando me senté me puse peor y vomité en la cesta de basura que logré asir con desespero. Después no supe de mí y no sé cuánto tiempo estuve allí sentado, como desmayado. 

Me despertó una voz como del más allá que me llamaba. Era Iván que me buscaba. Le dije que estaba bien. Me paré dispuesto a lavar el desastre de la cesta de basura, pero no había agua. Entré en pánico. El olor era terrible. La volví a poner en su sitio. Abrí la puerta. Iván me miraba preocupado. Estoy mejor -le dije- pero dejé un desastre en el baño. Vomité y no hay agua. Mejor nos vamos ya, me contestó. Déjame despedirme. 

Lo esperé frente a una ventana que daba a la calle. Intenté ver dónde estábamos y al mover la cortina vi una enorme araña que colgaba en la parte externa, justo frente a mis ojos. Era grande, negra con rayas claras. No pude evitar recordar la de mi ventana. Un frío me recorrió de arriba abajo. Iván llegó y salimos. Justo antes de pasar al zaguán escuché a una mujer gritando por el desastre en el baño. Volamos hacia el Volkswagen de Iván y nos fuimos. Me quedé viendo la casa por última vez. Una mujer salió a la calle y miró a los lados cuando cruzábamos la esquina.

Era medianoche cuando Iván me dejó en la casa. Estuve durmiendo todo el viaje de regreso. Al principio no sabía dónde diablos había despertado. Nos despedimos y subí. Caí rendido en mi cama.

En la mañana sonó el despertador. Tenía clase temprano. Me paré y recordé la visión del arácnido el día anterior. Corrí la cortina y, sorpresa, no estaba. Ni rastro de la telaraña. Fue entonces cuando recordé la ventana de la casa de Guarenas, antes de partir. Tenía recuerdos vagos de esa noche y una tremenda resaca. Pero la imagen de la araña era nítida. 
*Imagen: Fotografía de Manuel Santos Sánchez.

Sunday, April 02, 2017

Leer, mientras tanto...


Estoy leyendo “El lugar del cuerpo”, de Rodrigo Hasbún, escritor boliviano. Un libro de esos que ves por allí tirado en un anaquel donde la mirada de los lectores pasa esquiva, por encima, como quien mira una piedra cualquiera sumergida a orilla de playa. Sólo tú te fijas, y aunque pase el tiempo no puedes borrar la imagen. Tiene un algo. Decides volver, y lo encuentras, esperando pacientemente con una sonrisa a que lo recojas.

Me pregunto cómo es que no pasó alguien y lo tomó antes de que yo volviera. Siendo tan concurrida la librería, es una posibilidad en miles. Pero era para mí. Y ya lo tengo. Y lo estoy leyendo.

Es de los libros que me gusta leer. Una sorpresa. Una narrativa que te atrapa. Alguien que sabe contar a través de imágenes. Y lo disfruto. Un descubrimiento.

También leo los Diarios de Alejandra Pizarnik, y los cuentos de Carver. El menú está completo. En las dosis adecuadas de literatura.

Dice Alejandra en uno de sus poemas del Diario (1956) que imagina que la lee un lector que no ha nacido, y que cuando lea su poema ella no estará. Me veo reflejado, porque soy yo a quien se refiere pues nací en 1962 y la estoy leyendo ahora. Qué premonitoria esa imagen. Me paraliza y hace que la relea muchas veces. E igual me sigo viendo reflejado. Como si lo escribió para mí. Para que lo leyera ahora, en este preciso momento de la vida.

Y de la vida salen los cuentos de Carver. Como extracciones quirúrgicas, bien cortadas, al extremo de no dejar huellas del sitio y el momento de donde fueron extraídas. A veces el escritor deja en tus manos el desenlace. Y aunque pueden ser muchos en tu mente revolotea un solo final. Sientes que el cuento fue escrito a la medida de tu imaginación y de tus vivencias. Hubo uno, “Parece una tontería”, que me paralizó, al punto que me costó volver a él y terminarlo. Así de maravillosos son los cuentos de este escritor.

Mientras esto pasa, en mi universo literario, en el mundo exterior pasan cosas fundamentales. La historia se está escribiendo. Se está aprendiendo mucho sobre lo que no debe suceder en el futuro. Sobre la forma en que debemos encarar ese futuro si no queremos volver a vivir este oprobio. Todos estamos aprendiendo. Para bien o para mal.


Y nuevamente es la literatura lo que nos permite desahogarnos, pensar la realidad con cabeza fría. Discernir. Buen verbo para este punto de la historia de mi país. Discernir. Y leer, por supuesto.