Tuesday, October 30, 2012

Preparación ante desastres



Sandy estrelló toda su fuerza contra Nueva York anoche. El agua hizo estragos y a eso le sumamos un voraz incendio que ha consumido unas cien casas.

Donde ayer todo aparentaba estar bien hoy hay destrucción. Las fuerzas de la naturaleza siempre se encargan de hacernos ver lo pequeños y frágiles que somos. Lo insignificantes que podemos ser de un momento a otro.

Siempre nos arreglamos para ignorar esas fuerzas naturales, provengan estas del fuego, de la tierra, del agua o del viento. Vivimos como si esos fenómenos no fuesen a pasar jamás en nuestra ciudad.

Se forma un tornado y en cuestión de minutos vuelve trizas un conjunto de casas. Un huracán va devastando todo a su paso. Un terremoto seguido de un maremoto y un centro turístico queda reducido a escombros. Un volcán entra en erupción y cubre de lava cientos de kilómetros a la redonda.

Todo eso ocurre muy rápido. 

La preparación contra desastres es vital en esos casos. Un buen entrenamiento de la población y una buena organización en caso de ocurrir un evento de ese tipo quizás no mitigue totalmente la destrucción y los daños a las personas pero garantiza que en pocos días se recupere la normalidad, se reanude el abastecimiento de alimentos, se puedan abrir las escuelas, se recupere la rutina del trabajo y la infraestructura sea reparada con la urgencia del caso.

Lo vimos en Japón. Y lo veremos en Nueva York.

*Imagen de Euronews

Saturday, October 27, 2012

Sábado silencioso



En estos días he estado leyendo a Paul Auster, los libros autobiográficos (El cuaderno rojo, Diario de Invierno y La Invención de la Soledad). Interesante saber que dentro de cada ser humano se repiten los mismos pensamientos, las mismas situaciones, arde la llama de la misma esperanza.

He rescatado pensamientos que Auster ha recopilado y tenido presentes a lo largo de su vida. En “Diario de Invierno” hay una parte donde nos cuenta como un padre moribundo, en su lecho de enfermo, le dio a su amigo un último consejo: “Nunca dejes pasar la oportunidad de mear”. En mi vida, cuando he desobedecido ese consejo la he pasado muy mal, y hasta he llegado a hacerme encima.

En “La Invención de la Soledad”, parte 2, “El Libro de la Memoria”, comienza y termina diciendo: “Fue. Nunca volverá a ser. Recuérdalo”. Nada más cierto. Se puede volver a los mismos lugares, encontrar en el tiempo a las mismas personas, pero nada vuelve a ser igual, nada vuelve a repetirse. Es como el tren que ya pasó. Si lo vuelves a ver, no será el mismo.

Cómo me ha dado material para reflexionar este autor. Los libros son lentos, como una película de Woody Allen, pero te hacen recorrer aspectos de tu vida a través de la experiencia de lo vivido (por Auster), que no es para nada despreciable.
La vida está siempre allí. La vamos dibujando en nuestra tela. Trazos van, trazos vienen. Recuerdos van, encuentros vienen.

Cita Auster a su amigo poeta George Oppen: “Algunos de los sitios más hermosos del mundo están en el cuerpo de tu mujer”. Qué belleza de frase. Y cuando te pones a ver te das cuenta que es verdad, que si lo están y muchas veces te has quedado mudo en tu contemplación del paisaje. Nutre mucho leer a Paul.

El sabe que está entrando en el invierno de su vida. ¿Y yo en qué parte estoy? ¿Finalizando primavera? Ya tengo 50. Y aún sigo haciendo cosas que me sorprenden. El espíritu está intacto. Y también las ganas de vivir.

Saturday, October 13, 2012

El joven de tres orejas



El joven de tres orejas a menudo usaba un turbante para taparlas ante el asombro colectivo que provocaba.
Eso cuando tenía pena, porque por lo general paseaba su trío de orejotas ante el barullo general, importándole muy poco las expresiones de sorpresa que iba dejando, sobre todo en los niños.
Era capaz de oír un murmullo a kilómetros de distancia, el vuelo de los pájaros y las mariposas, el siseo permanente entre las hojas y el viento y el lento abrir de las flores en los jardines.
Siempre se le veía distraído cuando caminaba, mirando hacia los lados, observando no se qué fenómeno de la naturaleza. A su lado pasaba la gente rauda y veloz, pendiente de sus asuntos personales, de las llamadas en sus celulares o quizás diciéndole improperios por su lento deambular por las calles, hasta que se fijaban en su exagerada dotación auditiva.
Se dice que era el único humano en cuadras a la redonda capaz de distinguir a lo lejos un gonzalito, un cristofué, un tordo o una tortolita, apenas por su cantar.
A su vez le tenía el horario tomado a todos los habitantes del edificio donde vivía, porque identificaba sus voces desde horas antes del amanecer.
Cuando había mucho ruido se le veía angustiado. Era difícil para él poder procesar tanta algarabía proveniente de cada rincón del universo de su barrio. Bocinas de los carros, cornetas de manifestaciones políticas, gritos de consignas y pare de contar. Por eso el día 7 de octubre no se le vio deambular por las aceras del barrio, ni por los parques o jardines. Decidió quedarse en casa encerrado en su habitación, de la que solo salía para ir a comer o ir al baño. Malhumorado como estaba por tanto ruido, prefirió atrincherarse hasta el otro día, que, por lo que parecía venirse, también sería bullicioso, y quizás más que el día de la elección presidencial.
Pero he aquí que llegó el día esperado, el tan ansiado lunes 8, y el joven de tres orejas no percibió, como otros días, la llegada del alba. Se despertó de súbito, movido por la claridad que se colaba a través de las cortinas. Saltó de la cama y se asomó a la ventana.
Calles frías, calles vacías. Uno que otro transeúnte caminaba sin hacer sonar sus pasos, tratando a todas luces de pasar desapercibido. Ni un perro ladraba. Ni un pájaro cantaba. Ni un insecto chirriaba.
Ningún vecino se lavaba los dientes. Ninguno se bañaba. La vecina del 6-A no lavó. La gordita del 4-B no se paró a hacer ejercicios en la trotadora. Parecía un primero de enero. Claro, sin la resaca.
Dado lo raro del ambiente, el joven de tres orejas sintió que la gente se había ido a otra parte sin avisarle. El silencio era atronador. Y bajó a cerciorarse.
El único ruido que le llegaba, y como amplificado, era el de sus zapatos al tocar el piso en las escaleras. Salió a la calle y ni siquiera el viento salió a recibirlo.
No había nadie. Ni pájaros, ni los niños en el parque, ni el camión del aseo, ni el helicóptero del tránsito que a esa hora surcaba rutinariamente el cielo. La ciudad estaba enmudecida en su totalidad.
El joven retornó a casa y volvió a encerrarse en el cuarto. No entendía la razón de la ausencia total de ruido cotidiano, de la desaparición de la de gente en las calles. Era un ambiente como de luto. Un primero de enero sin resaca.
Un fenómeno. Algo que el joven de tres orejas era incapaz de explicarse. Y muchos de nosotros tampoco. Ocurrió un 8 de octubre.
*Imagen: "Joelson" en el blog "Hey Jerk, get off my lawn", por Oscar Rainbow

Sunday, October 07, 2012

Las ganas de escribir



Hace poco cumplí siete años escribiendo en esta bitácora. No puedo explicarlo bien pero sentí que debía hacer una pausa. Ir a algún lugar tranquilo y solitario. Y una vez allí preguntarme si debía seguir escribiendo.

Fui al lugar, no al que desearía, pero era un lugar tranquilo y apacible. Me hice la pregunta. La respuesta fue afirmativa. Quiero seguir escribiendo. Me gusta tanto escribir como leer.

Hice un Taller de Narrativa con Fedosy Santaella, un joven escritor venezolano, y me reclamé no haberlo hecho antes. Me encantó vivir esa experiencia. Y ahora quiero hacer otro, y hasta un diplomado, si el tiempo lo permite.

Por allí vienen actividades que tienen que ver con mi otro yo, el Ingeniero. Posiblemente tenga que ausentarme un tiempo para cumplir con un trabajo en el mar. El trabajo es técnico pero el mar no discrimina e inspira mucho a la escritura. Él, el escritor, también estará allí y se pueden hacer muchas cosas buenas en ese lapso. Lo estoy pensando mucho.

Estoy leyendo bastante este año. Y descubriendo la magia de la narrativa. Quisiera tener una brújula para leer solamente los libros que me gustan pero ese adminículo no ha sido inventado aún. He tenido suerte de encontrarme con unos muy buenos. Ya les contaré antes de irme al mar.

Hay narrativas que inspiran y desatan ese nudo de palabras que a veces llevamos por dentro. Qué bueno que esos escritores no han dejado su inspiración en el tintero. Y mucho mejor, la danza del Universo me ha puesto sus libros en las manos.

Cuando leo a gente como Haruki Murakami, Paul Auster, Jack Kerouac y J.D. Salinger lamento mucho que sus líneas tengan un final, que es el final del libro, porque provoca seguir inmerso en ellas hasta el infinito, y más allá, como decía Buzz Lightyear, el Superhéroe del espacio. Y es en esos casos cuando más me provoca escribir.
*Imagen: De Pietro Barbera en el Blog de Melina: "Escribir, no para cambiar el mundo sino para encender los fusibles de la revolución en la intimidad del pensamiento".