Friday, September 29, 2017

El oficinista


Estoy leyendo “El oficinista” de Guillermo Saccomanno, y voy percibiendo que Guillermo ha diseccionado a un personaje que tiene mucho de los personajes con los que me he topado en más de treinta años trabajando en ambientes de oficinas.

He visto de todo. Recuerdo uno que era muy conversador. Sobre todo del tema del futbol. Y a pesar de su apariencia de concentración, bastaba que te le aproximaras para que se le activara el radar y soltara la pluma para preguntarte a quemarropa: “¿Cómo están los goles?”. Era el inicio de una larga perorata que incluía partidos, equipos, ligas y más. Un día le pregunté si era casado. Me dijo que sí. Como era muy solitario, yo insistí: ¿Vive contigo tu esposa? No, está en Madrid. ¿De vacaciones? No, vive en Madrid. Pero, ¿está casada contigo? Si, pero vive en Madrid. ¿Y cuando la ves? Haciendo un gesto de impaciencia, y volviendo lentamente a sus labores, remataba: “Nosotros nos entendemos.” Poniendo con esto punto final a la conversación.

Otro personaje infundía miedo con su mirada perdida y sus intempestivas paradas a “pensar” en medio de los pasillos. Parecía irse con sus pensamientos mientras permanecía largo rato divagando solitario en pleno corredor, sin importarle quien pasaba y quién no. A veces se acercaba hasta mi puesto, con una medio sonrisa en la cara. Yo no le tenía miedo, aunque a veces me traicionaban los pensamientos y lo hacía protagonista de una de esas carnicerías típicas que han ocurrido en Estados Unidos, donde un empleado inconforme con algo llega una mañana, armado, y antes de que lo detengan acaba con la mitad del personal a punta de balas. “Hola”, saludaba con su mitad de sonrisa pintada en la cara. “Hola” le respondía yo, e iniciaba una conversación normal entre dos compañeros de oficina, con cualquier tema, el tráfico, la política, el béisbol, cosas que el replicaba muy bien, y agradecía el gesto de sacarle conversación. Al final remataba siempre con el mismo discurso: “La gente cree que yo estoy loco. Y hasta me tratan como tal. Lo peor de todo es que ya me lo estoy empezando a creer…”

Dilbert, la famosa tira cómica norteamericana, también satiriza a los personajes y comportamientos típicos de oficina. Tanto que puedo pasar horas leyendo y recordando esas mismas situaciones con otros personajes de carne y hueso. Dilbert concentra su artillería en situaciones tales como las consabidas reuniones laborales y sus vicisitudes.

En esas reuniones los personajes hacen gala de su “oficinismo” agudo o crónico mediante gestos y acciones que los identifican, y que no dejan de repetir en cada evento subsiguiente. Está el que lleva su taza inmensa de café negro, que se va tomando de a sorbo, y que, bien sea que la reunión dure 30 minutos o dos horas (se sabe cuando se entra pero no cuando se sale), el siempre dará su último sorbo cuando escuche las típicas palabras de cierre (“¿Lo dejamos hasta aquí?”, “Manos a la obra”, “A trabajar”. “¿Ya son las doce?”). El que lleva su agenda y anota hasta los ruidos del ambiente, en una escritura interminable, a veces suspendida mediante una leve mirada al panel, como si le hiciera falta anotar el gesto que acompaña a unas palabras. Demás está decir que este mismo individuo es el primero en negarse a llevar por escrito la “minuta” o las conclusiones de dicha reunión. Lo de él es la escritura libre de ataduras. Está el que lleva un cuaderno y comienza a dibujar flores, un sol en el firmamento, hojas de todo tipo, letras gigantes en 3D y todo tipo de manifestación artística, de tal modo que se pierde de la reunión estando allí, y hay que darle un toquecito para que vuelva en sí, y responda adecuadamente a la pregunta que hace rato le están haciendo. Está el que se duerme plácidamente, incluso en posiciones acrobáticas y el que está pendiente del que siempre se duerme para avisarle a sus compañeros e iniciar las chanzas hacia el personaje durmiente. El que entra con su celular inteligente y se conecta en redes con sus amigos y está en todas partes menos en el lugar de la reunión, pero apenas ve que se aproxima el final de la misma, desata su artillería de preguntas, muchas de las cuales ya fueron realizadas y resueltas durante la reunión.

Los personajes de las oficinas no tienen fin. Desde el alto y autoritario jefe, cuya disciplina solo se ve reblandecida cuando habla con la señorita de buen cuerpo y bonitas facciones que apenas tiene tres meses trabajando, y a la cual pareciera conocer desde la eternidad, hasta el vigilante confianzudo, que a pesar de que se le advirtió, el día que comenzó sus labores, cuál era su lugar y sus funciones en la empresa, a la semana ya departe con el resto de los empleados en sus oficinas cuando no está sentado en el comedor viendo el noticiero desde el televisor colgado en la pared.


Es amplia la gama de personajes y la variedad de situaciones que se suceden a diario en los ambientes de oficina. Podría pasar la tarde escribiendo pero ya está terminando la reunión y tendré que salir de la sala.