Saturday, November 30, 2013

Color esperanza


Mi amigo me dice que va a editar un libro, que se ha lanzado de cabeza al negocio editorial en un país donde emprender en estos tiempos es entrar confiado en un mar infestado de tiburones es el mejor concepto de fe que he recibido en los últimos tiempos.

Hay gente valiosa aquí adentro, gente que cree en un mejor futuro y está trabajando desde ahora en eso. Gente que no tiene miedo. Gente que cree en la libertad. Gente que cree en el poder de la literatura.

Lo vi por casualidad, ya que la ubicación de su trabajo está fuera de mi ruta diaria. Por eso lo encuentro espaciado en el tiempo. Por eso me gustan tanto las conversaciones con él.

Los temas nuestros giran principalmente en torno a los libros. Las opiniones divergen a veces. Otras tantas convergen. Y se enriquece la tertulia.

Las personas llegan, interrumpen, el hace su trabajo y yo veo libros, luego volvemos, hablamos, hasta la siguiente interrupción, y así y todo vamos hilando una conversa profunda y bonita.


Gracias a gente como él voy tejiendo poco a poco el lienzo donde espero ver dibujado a mi país. A pesar de los malos augurios, hay gente bonita allí adentro que lucha por tener el país que queremos. Es buena vibra en su máxima esencia. No todo está perdido. Mientras adentro haya esperanza, y se tejan vínculos de libertad, de conciencia, espiritualidad, amor, camaradería y de urbanidad.

*Foto AP de un mensaje enviado por los 33 mineros chilenos mucho antes de ser rescatados.

Sunday, November 17, 2013

Una tarde con campanas


Termino de leer “Una tarde con campanas” de Juan Carlos Méndez Guédez (Equinoccio, 2012) y ya estoy considerando mi adicción a la narrativa de este autor, nacido en Venezuela y residenciado en España.

Hace un tiempo me lo había recomendado una amiga, y había comprado “La bicicleta de Bruno y otros cuentos” (Bruguera, 2008) y “El libro de Esther” (Lugar Común, 2011) pero no había encontrado el momento de comenzar con su lectura.

Fue con “Arena negra” (Lugar Común, 2012) que me inicié en la lectura de su prosa y me identifiqué de una vez. Es un libro desarrollado con una original óptica de capítulos identificados con letras del alfabeto. Va desarrollando una historia hermosa y triste al mismo tiempo, que tiene que ver con la emigración y sus consecuencias: la soledad, la separación de las familias, la adaptación al nuevo entorno, la nostalgia de los que se quedan por los que se van y viceversa, el amor (correspondido o no), el desarraigo y la tristeza. La construcción de la novela se hizo sobre la base de una prosa muy fina, sin palabras rebuscadas sino más bien precisas, unos personajes de carne y hueso que bien pueden tomar el nombre y las caras de muchos que uno mismo conoce y ha escuchado sus vivencias. Escribí sobre ella aquí.

Esta semana, en una visita que hice a una librería, tropecé con “Una tarde con campanas”, la abrí en el mismo anaquel y comencé a leer, y no me pude despegar de ella en un par de días, suficiente para devorarla de principio a fin y confirmar la clase de autor que es Méndez Guédez. De nuevo el tema de las migraciones y sus secuelas, esta vez contada en primera persona, en la voz de un niño que es arrancado de su pueblo natal y va a parar a su nuevo entorno de Madrid, donde, a pesar de hablar el mismo idioma, las palabras que trae causan gracia en las personas que va conociendo, y se ve obligado a explicarles su significado, cuando se puede porque a veces no se puede, como en el “chévere cambur” que acostumbra a decir su padre.


Estoy realmente feliz de tener como lecturas pendientes a “La bicicleta de Bruno y otros cuentos” y “El libro de Esther”. 

Y demás está decir que voy a traerme todo lo que vea de Méndez Guédez, porque sé que es en verdad un autor extraordinario.

Saturday, November 09, 2013

El mecánico


Hoy tenía planeado hacer un montón de cosas pendientes. Confié (una vez más) en la palabra del mecánico que repara mi carro desde hace varias semanas. “Mañana te tengo tu carro. Ya está casi listo”. Eso me dijo ayer.

Esta mañana de sábado, luego de desayunar, resolví llamarlo para saber la hora en que debía estar frente al taller para recoger mi carro funcionando bien. La respuesta, una vez más, me dejó mudo. “Tu carro no está listo. El mecánico asignado no vino hoy”.

No pude articular palabra mientras escuchaba, dentro de mí, el ruido proveniente del desmoronamiento de la estatua que simbolizaba el plan de cosas que debía hacer hoy. Y que no ocurrirán. Ya no compraría las macetas, ni la tierra, ni siquiera una nueva planta de la cual me enamorara en el vivero.

Ya no sé si visitaré a Ricardo, el amigo más nuevo que tengo (un bebé), hospitalizado con una infección respiratoria en una clínica de Caracas.

Nada que ver con el recorrido de algunas avenidas de la ciudad para escuchar su ritmo, sus vaivenes, la melodía de las voces de sus habitantes. No va.

Me sale reclusión y resignación. Me toca esperar.

Y mientras tanto pienso que alguna gente no tiene palabra. Que dice un lapso pero ni siquiera piensa en cumplirlo. Lo dice por decir. Porque al final algún día estará listo el fulano carro. O como me ha pasado otras veces. Me lo entrega. Le pregunto si lo ha probado y le consta que esté bien. Lo afirma. Le pido confirmación. Lo confirma. Y basta que ruede algunos metros para que me dé cuenta que no ha sido así. Que debo volver y dejarlo. Que no ha sido reparado a satisfacción. Que sigo sin carro. Que a él en realidad no le importa. Que solo soy un cliente más. Que no sirve de nada si vuelvo o no vuelvo nunca.

He cambiado de mecánico como quien cambia de ropa. He seguido recomendaciones de amigos. He preguntado en la calle. He leído en prensa los avisos. He probado. Y he probado. Y he probado.

No encuentro ese mecánico en el cual pueda creer. Que no me mande a callar directa o indirectamente cuando le estoy explicando la falla del carro. Que no crea que lo sabe todo. Que sepa que escuchar al cliente es el paso más directo hacia un buen diagnóstico y una buena solución del problema del carro. Que cumpla con lo que dice que va a hacer y con los lapsos de tiempo para la entrega. Que no se escude en excusas para justificar lo injustificable.

No lo he encontrado y he llegado a un punto en que no se si exista. Y mientras tanto el tiempo pasa. Y el carro sufre. Y sufrimos ambos. Sueño con salir del taller y saber que no tengo que volver a reportar otra falla, o la misma, ni a reclamar, ni a escuchar justificaciones. Y que no me vuelvan a decir mentiras. Ni promesas falsas. Sino la verdad.


¿Pido mucho?

*Imagen: www.autoblog.com

Sunday, November 03, 2013

Las compras, ayer y hoy


Ayer


Hoy

Hoy las cosas son muy diferentes a las de ayer. Hablo de un ayer que puede ser la semana pasada, el año pasado, hace una hora o un lustro.

Recuerdo muy bien cuando mi mamá me llevaba a la Tienda de electrodomésticos de General Electric que estaba en Sabana Grande (Caracas). La atendía siempre el mismo vendedor (Alejo Peña), que se aseguraba de darle a mamá lo mejor que tenía con el dinero que ella podía pagar, o arreglarle una muy convincente fórmula de pago en el tiempo. Luego de la venta, aparecía por la casa a verificar si el aparato fue correctamente instalado y si estaba completamente satisfecha con el producto. Terminaba siendo amigo de la familia y sosteniendo conversaciones de béisbol conmigo, que apenas comenzaba a practicarlo, dándome sus valiosos consejos.

Hoy en día vas a una Tienda y muchas veces no consigues a los mismos vendedores de la semana pasada, cuando fuiste a ver un aparato eléctrico. Nadie te da razón del vendedor que te atendió. Los otros vendedores no se identifican ni con la tienda ni con el producto y al final no te quedan ganas de comprar nada.

Vivimos días donde la gente va una Tienda, ve el producto que quiere y se fija bien en el código y el precio. Cuando llega a casa entra en Amazon o algún otro portal de internet y busca el producto en el catálogo. Aún con las limitaciones para el cambio de moneda extranjera que existen en el país hace la compra del artículo, paga el envío y sumando todos los gastos invierte a lo sumo el 10% del precio del mismo artículo en la Tienda. Es el usuario común convertido en importador de bienes, obligado por los altos precios de la oferta de las Tiendas con vendedores que no son sus amigos, no le garantizan servicio de post-venta y mucho menos quieren compartir con ellos sus gustos o resolver una forma de pago.

¿Cómo sobreviven las Tiendas ante una realidad como esa? Creo que de alguna forma se benefician del hecho de que un porcentaje importante de la población aún no tiene acceso o no sabe navegar en internet. Es una población cautiva que no tiene otra opción que la de caminar de Tienda en Tienda a ver dónde consigue el menor precio por el artículo, y aún así paga 10 veces su precio en el portal de compras.

Ya el público no se intimida con aquello de que para extender servicio y garantía tienes que haber comprado el producto en la red de Tiendas de Venezuela. No. La brecha de precios justifica el riesgo tomado. El consumidor se vuelve más estricto al momento de escoger las marcas que le garantizan calidad y durabilidad. Se guía por las opiniones de otros usuarios de internet y de consumidores vecinos. El margen de error se hace más pequeño y reduce el riesgo.

Las empresas que traen los pedidos internacionales han crecido. En muchas de ellas hay que hacer colas para retirar el producto comprado. Y se ve gente de todos los niveles en las mismas. El consumidor venezolano ha incrementado su abanico de opciones. La compra ha perdido personalidad y ha ganado en variedad, calidad y costo. A punta de "clicks" nos llega el producto a casa, leemos las instrucciones y nos convertimos en nuestros propios instaladores, con ayuda on-line si es necesario.

Son otros tiempos, definitivamente. 

* Imagenes de www.noticierodigital.com (Tienda GE) y www.marketingdirecto.com (Amazon).