Sunday, May 30, 2010

La concha


Nada, nada en absoluto nace.
Ni muere.
Lo dice la concha una y otra vez

desde las profundidades del vacío.

Su cuerpo, barrido por la marea, ¿qué importa?

Durmiéndose en la arena,

secándose al sol,

bañándose a la luz de la luna.

Nada que ver con el mar,

o cualquier otra cosa.

Desaparece una y otra vez 

con las olas que revientan en la playa.



Shinkichi Takahashi, poeta japonés.

Saturday, May 22, 2010

Demora justificada



"Todo florece. Se me hace tarde, volviendo a casa por el sendero".

Son palabras del Maestro japonés Yosa Buson, más que justificadas cuando uno se detiene a mirar la belleza de los pequeños detalles de la naturaleza.

Imágenes que hablan por sí mismas, con elocuencia y desenfado, que paralizan, inspiran, que fortalecen el concepto subjetivo de la belleza.

El sentido de la vista lo agradece infinitamente. Es la magia de lo natural. Detengámonos por un momento a mirar, a saber que estamos vivos...

...y a pensar en nuestros nietos, y en los hijos de ellos; y a hacer un esfuerzo para que, cuando les corresponda, también puedan disfrutar, al natural, de imágenes como éstas...

*Fotografías tomadas esta primavera por Pasquale Lattarulo en el Parque Floral de Paris, Francia.

Saturday, May 15, 2010

Haikus: instantes eternos.


“Anatomía de un instante” se llama un libro de Javier Cercas, escritor español, también autor de “Soldados de Salamina” (ambos de Mondadori). Nada mejor, para describir la captación de la escena en los haikus japoneses, que el título de ese libro.

“La vida mía / La noche entera / ¿Cuánta me queda todavía? / ¡Tan pasajera!”. Shiki.

Hoy cumplo 48 años y al pasar en mi mente los flashes de la película de mi vida, termino haciéndome la misma pregunta. ¿Cuánto más queda por vivir?

“En la montaña / la luna alumbra también / al que robó las flores”. Issa.

Y es que la luna brilla para todos, los enfermos, los niños y los ancianos, independiente de su condición, el cielo, el mar, los árboles. La luna es verdaderamente generosa con todos.

“Abre el oído / somételo al silencio de las flores”. Onitsura.

Tan hermosa es esta escena, mirando las flores abrir sus pétalos ante ti, espectáculo único e irrepetible.

“No quiere el día despedirse / remolonea entre los charcos”. Issa.

¿Se lo imaginan? Como un niño travieso en la tarde, que no quiere dejar de jugar, aún cuando ya se despiden los últimos rayos de luz. Déjà vu.

“La luz debuta en primavera / en las alas de las aves que vuelan”. Chora.

Nunca mejor descrito el instante, cuando aún el sol no asoma en el horizonte, sobre la línea del mar, y aparece, en lo alto, una bandada de gaviotas con sus alas blancas y resplandecientes.

“Este camino / ya nadie lo recorre / salvo el ocaso”. Basho.

Como ese, muchos, polvorientos, olvidados, que parecen no llevar a ninguna parte, y que una vez fueron florecientes, luminosos, llenos de vida. ¿Conocen alguno así?

“La luna y yo / al sereno en un puente / al fin solos / los dos”. Kikusha.

¿Existe de verdad un momento más romántico?

“Escampa / lo anuncia la cigarra colgada / de una rama al ocaso”. Shiki.

Cuando llueve copiosamente y luego sale el sol, son las cigarras, con su melodía, las encargadas de anunciarlo. Todos lo entendemos así.

“Lo que escucha un anciano / música de la lluvia / tejas abajo”. Buson.

Esos seres de luz que ya viven el ocaso de sus vidas, todo lo piensan, cavilan, meditan, observan, sentaditos, así, sin mayor ruido. Y lo captan todo, en medio de sus reflexiones y pensamientos. No hay detalle que quede por fuera. Luego nos miran y sonríen.

“Silencio de una hoja de castaño / cayendo al manantial”. Shoohaku.

El ruido del agua al caer entre las piedras. Rumor natural que nos llena de sosiego y paz. Y esa hoja que cae frente a nuestros ojos, hasta rozar la superficie del agua, y despedirse, marchándose con la corriente, entre burbujas…

“Me pongo de puntillas / y el cielo estrellado / se tambalea”. Sumitaku Kenshin.

La relatividad del espacio ante nuestros ojos. ¿Quién se mueve y quién esta fijo?

“¿Qué soñarán / las mariposas mudas / sobre las flores?”. Reikan

Tan tranquilas que son ellas. Las tratas de atrapar y vuelan alrededor, en un juego contigo, nunca asustadas ni agresivas. Las observas posadas sobre la rama. Abren y cierran sus alas en una danza misteriosa que sólo ellas entienden. Y mientras tanto sueñan. Y los sueños se cumplen…

* Imagen: www.fondos10.net

Saturday, May 08, 2010

Sábado de poesía


Inestable. No hay balance posible. Escribir cuando no se tiene nada que escribir. Todo lo que pasa por mi mente son cosas técnicas, de diseño. Debo buscar el equilibrio. Lo encuentro en la poesía japonesa. Ella es delicadeza, es dulzura, es visión y es sentimiento, armonía, y al mismo tiempo la paz soñada.


“En mi viaje en solitario / veo bajo una colina una barca pintada con arcilla roja / que navega hacia la otra orilla”. Kurohito.

Cambio las fuerzas de tracción y corte por una laguna tranquila, donde un hombre rema pacientemente en su ruta hacia algún lugar, y detiene el instante para narrarnos, cual hermosa fotografía, lo que observa.

“Alborotadas / por una ráfaga de viento / las hojas secas vuelven a descansar”. Basho.

Sientes el viento repentino barrer la calle y levantar la hojarasca, que responde haciendo un ruido particular, para luego dejarse caer y volver al letargo en que se encontraba hace un instante. Todos hemos percibido la escena en algún momento. Nada la evoca de mejor manera que el poema de Matsuo Basho.

Los poemas japoneses son la medicina precisa para buscar el equilibrio entre el cuerpo y el espíritu. No sé cuál es el efecto que les deja a los demás cuando los leen. A mí me permiten aguzar el oído y prestar atención a los sonidos de la naturaleza, me calman, me hacen saltar del carril vertiginoso de la vida moderna y al volver a mirar el paisaje, lo siento más hermoso, porque ahora están los detalles, que siempre estuvieron allí, mientras giraba con vértigo para tratar de cumplir con el proyecto, terminar la tarea del diseño urgente, la reunión prioritaria.

“Un gorrión / entra y sale / de la prisión”. Issa. ¿Puede haber un modo más bonito de describir la libertad?

¿Mejor manera de ilustrar una imagen que se queda en nuestra mente a través del tiempo? “Tras caerse / me persigue / la imagen de una peonía”. Busón.

“Esta seta es venenosa / pero también, claro está / muy hermosa”. Issa


*Imagen: florasierramadrid.wikispaces.com

Sunday, May 02, 2010

Rain


Estoy leyendo “Rain”, de Jeffrey J. Fox (Jossey-Bass/Wiley, 2009), uno de esos libros interesantes sobre negocios que tanto me gustan. Versa sobre la sapiencia para los negocios que comienza, y se va desarrollando a partir de la simple labor de la venta de periódicos cuando niños, y que sorprendentemente tiene como protagonistas a hombres como Warren Buffett, Walt Disney, Sam Walton (Wal-Mart), Don McLean (American Pie), Tom Cruise, Rev. Martin Luther King, Jr., Isaac Asimov, John Wayne, Willie Mays, Jackie Robinson, Bing Crosby y, entre otros, a los presidentes (CEO) de entes como el Bank of America, General Electric, Time Warner y Goodyear. Todos comenzaron con la noble labor de repartir periódicos en las casas, siendo niños, cuando sus amigos aún dormían entre cálidas sábanas y en las tardes con el vespertino, cuando esos mismos amigos jugaban apaciblemente.


Me trajo a la memoria mi primer trabajo, que no fue otro que lavar los carros (coches) de mis vecinos del edificio y, posteriormente, de la manzana completa. Recuerdo que decidí hacerlo un buen día, cansado de esperar a que mi padre me diera dinero para ir al cine los fines de semana, y ocurría que muchas veces no había excedente y simplemente tenía que esperar a la próxima semana. O la siguiente.

La primera vez me costó mucho hacerlo, porque no quería exponerme a las burlas de mis amigos de entonces, que no tenían otra cosa que hacer sino jugar y estudiar. Pues decidí que tenía que arreglar el tiempo para hacer las tres cosas: estudiar, jugar y trabajar. Sólo que cuando yo tenía que trabajar, bajo un sol inclemente, ellos jugaban, eso cuando no pasaban a mi lado a saludarme y mirarme con cierta lástima.

Así lo percibía yo. Algunos hasta se atrevieron a preguntarme por la situación económica de mi casa, que en verdad era crítica, pero en un tono de burla, o de compasión.

Sin embargo seguí adelante con mi propósito. Era eso o seguir en la misma rutina de pedirle a mi padre, y esperar, y esperar.

Poco a poco fui desarrollando la técnica, la velocidad, lo que me fue permitiendo abarcar un mayor número de carros (coches) y lograr la satisfacción de mis clientes y, como consecuencia mi dedicación, la lástima de mis amigos.

Fue mi primer contacto con el trabajo, con la labor realizada y el dinero obtenido por ello. Para ello sacrificaba todas las mañanas y más de una tarde de los días sábado y domingo durante por lo menos 50 semanas al año. Mis manos destrozadas eran mudas testigos de mi ardua labor.

En los inicios, esperaba con mis implementos la llegada de los potenciales clientes. Con el tiempo, ellos iban hasta mi casa a reservar el espacio de tiempo para el servicio de sus vehículos durante el fin de semana, y pagaban un adicional que yo agradecía mucho en esos días.

Aprendí mucho de la vida en esos días que transcurrieron entre mis doce y mis quince años, cuando me becaron en el liceo (cosa que continuó en la Universidad). Compré mis primeras prendas de vestir, llevaba a una amiga al cine, compré un guante de béisbol, las pelotas, le compraba cosas a mi mamá, todo con el dinero que ahorraba.

De esos días me quedó un gran aprendizaje, que tiene que ver más con la persona que con los negocios.

Aprendí el valor que una simple propina puede tener para un empleado que presta un servicio, con la cual se puede completar el pago de una inscripción a un curso de sus hijos, comprar una medicina y otras cosas que, a los ojos de otro son invisibles.

Aprendí el valor de trabajar bien, aunque nadie te esté mirando o supervisando. Hace lo mejor que puedes con las ventajas que tengas en ese momento y lograr la plena satisfacción del cliente.

Aprendí que no se puede vivir con tabúes, que hay que derribar paradigmas, que el trabajo no avergüenza, y que el sacrificio, tarde o temprano, tiene sus frutos.

Aprendí que un amigo es el que te quiere por lo que eres y nunca por lo que tienes. El que te respeta, independientemente de tu condición económica. Aquel que puede mirar lo que es invisible a los ojos.

Aprendí que se puede ganar mucho dinero combinando las habilidades e inteligencia particulares para satisfacer las necesidades de un cliente (principio que permanece activo y vital en mi trabajo actual de ingeniería).

Aprendí que se siente una inmensa satisfacción personal cuando se gasta el dinero ganado en buena lid, sudado, sacrificado, pensado y planificado, y que no se siente igual cuando es dado, obtenido de manera fácil, sin esfuerzo alguno de por medio.

Aprendí a entender y a apreciar a los que no han tenido la misma fortuna que yo he tenido. A los que los caminos de su vida los han llevado al infortunio de tener que hacer trabajos difíciles, pesados, incómodos o desagradables, y que aún así, lo desempeñan de la mejor manera posible, sabiendo que es necesario que alguien lo haga, y que jamás te niegan una sonrisa, siempre presente a flor de labios. A ellos, estoy seguro, pertenece el Reino de los Cielos.