Friday, November 26, 2010

Estoy preso...


“A ese infierno yo no vuelvo” se llama uno de los últimos libros que leí, escrito por Patricia Clarembaux y publicado por Ediciones Puntocero (2009). Se trata de un impresionante reportaje investigativo que Clarembaux hizo sobre la aplastante realidad de las cárceles en Venezuela.



Leerlo, aparte de hacerme poner en autos sobre la terrible realidad que vivimos, y de la que estamos rodeados, me hizo recordar otros libros del mismo tema que leí en los años 80, tales como “Soy un delincuente” de Ramón Antonio Brizuela y “Retén de Catia” de Juan Sebastián Aldana.


La cárcel en Venezuela es sinónimo de infierno, perdición, olvido, humillación, soledad, castigo, condiciones infrahumanas, impunidad, pobreza, violaciones a los más elementales derechos humanos y deseo ansioso de salir en libertad.


Y pensar que nadie está exento de ir a parar con sus huesos a una de ellas en cualquier resbalón de la vida, porque, citando brevemente a Francisco Suniaga en su libro “El pasajero de Truman” (Random House Mondadori, 2010): “Es innegable que los hombres, incluso los más normales, estamos poseídos por algún demonio. Y si a ese demonio, cualquiera sea el que nos toque llevar adentro, se le abre una rendija en el lugar en el que está arrinconado, escapa y termina condenándonos.”


Las experiencias vividas en prisión han sido fuente de inspiración de muchas canciones, que luego los presos toman como su himno de vida, el soundtrack de su estadía entre rejas. De ellas destaco las siguientes:


“La cárcel” de Carlos “Tabaco” Quintana y su Sexteto Juventud:


"Qué malo es estar, estar en la cárcel,

y qué soledad, qué soledad se siente,

cuando se desea la bonita libertad, oye,

cuando se desea mami, la bonita libertad."






“Las Tumbas”, especialmente compuesta por Bobby Capó para Ismael Rivera durante su estadía entre rejas:


"De las Tumbas quiero irme

no sé cuando pasará

las tumbas son pa' los muertos

y de muerto no tengo na.



Cuando yo saldré, de ésta prision

que me tortura, me tortura mi corazón

si sigo aqui, enloqueceré. Suelta!



Ya las tumbas son crucifixión

monotonía, monotonía, cruel dolor

si sigo aqui, enloqueceré."




“Auditorio Azul” de Tite Curet Alonso, cantada por Marvin Santiago:


"Uniforme azul,

verde la esperanza

de partir un día

para no volver.

El tiempo que pase,

con su viejo ritmo,

va el hombre cambiando,

y ya no es el mismo.

Y no será ni en grillos ni en cadenas

en lo que tú penarás

sino que será en una triste soledad

que parece que en el mundo

eres el único que estas ahí."






El famosísimo bolero “El Preso” de Daniel Santos:


"Preso estoy ya estoy cumpliendo mi condena,

la condena que me da la sociedad,

me acongojo, me avergüenzo y me da pena,

pero tengo que cumplirla en soledad."


“Galera Tres” de Tite Curet Alonso, cantada por Ismael Miranda:


"Están dando palos

golpes, bofetones

puños y empujones,

allá en la galera tres.

Aquí dentro es otro mundo

porque no existe el derecho

y abusan cada segundo

si tú eres de pelo en pecho.

Es la injusticia de la justicia,

es el martirio del ser humano.

Es corrección lo que necesitan,

y lo atropellan de palo en mano.

Allá en la galera tres,

galera tres, galera tres."


Y la guinda del pastel, escrita en la jerga de la calle, “Cada Loco con su Tema” y su canción emblema: “Si no fuéranos venío”. Esta es lo más. ¿Qué tal?


"Cuando estábanos tranquilos pagamos cana 8 meses,

volvimos a trompezarnos y ahora con los dos pieses.

La papa la compartía yo con toditos mis panas,

y me bebía encaletao el jugo de guanabana.


Tábanos tomando culda, lo veía todo negro,

y era que tenía unos cuantos anises en el celebro.

Ahora estemos encanaos, ahora estemos encanaos,

si no fuera por Aleisi no nos fueran agarrao.

 
Si no fueranos venio,

no nos fueran agarrao,

y eso que te lo dijieron

ahora estemos encanaos."


Saturday, November 20, 2010

Flashback


Luego de trotar en el parque corremos todos, hombres ya maduros, hacia la zona de aparcamiento. Como sombrero tenemos el cielo azul resplandeciente y como zapatos la verde grama que se pierde en el infinito. Somos niños otra vez.


En mi mente una luz azulada, como de relámpago, ruido de oleaje fuerte, y de inmediato el tiempo retrocede más de treinta años. Corro también, con mis amigos, pero estamos en un parque de la ciudad. La vegetación ha crecido y nos llega hasta la cintura. Somos soldados. Yo soy el capitán y he ordenado correr hasta un viejo edificio que se aprecia en el horizonte. El aire fresco rompe en nuestras mejillas a medida que las gotas de sudor bajan rodando de nuestras frentes.


De repente el escenario cambia. Todo alrededor son paredes de concreto llenas de moho. Un mal olor lo inunda todo. Y yo sin saber porqué estoy allí, si segundos antes corría libremente al mando de mis soldados. Instantes transcurrieron para poderme ubicar en mi nueva realidad. Estaba sumergido en un pozo, en una boca de visita, sin tapa, oculta en la vegetación. Fui a parar a ella con todos mis huesos, que afortunadamente no se rompieron en el trance. Solo magulladuras en las rodillas y excoriaciones en los brazos. Estaba parado sobre un saliente de tubo que me había salvado de mi destino final, que no era otro sino el fondo del pozo, lleno de un líquido negruzco y mal oliente que brillaba justo bajo mis pies. El líquido brillaba por momentos, gracias a los pocos rayos de sol que atinaron a acompañarme en mi osada visita. Estuve cerca.


Y ahora… ¿Qué hacer? Un incómodo silencio me rodeaba, más bien me abrazaba, intentando minar mis fuerzas, que segundos antes eran impetuosas, las propias de un capitán con sus soldados.


El miedo de quedarme allí para siempre no se hizo esperar. Menudos compañeros me rodeaban. Me convertí en capitán, pero no de mis soldados, sino de la pareja conformada por el miedo y el silencio. No. Tenía que salir de allí. Lo intenté desesperadamente, pero el moho de las paredes me lo impidió, y casi caigo al líquido negruzco del fondo del pozo en el intento.


Con toda mi vergüenza y desesperación grité, pidiendo auxilio a los cuatro vientos. Como respuesta, más silencio, y una que otra hoja seca que, movida por el viento allá afuera, venía a acompañarme en mi prisión inesperada.


Miré hacia arriba, y lo que antes era la enorme bóveda celeste se circunscribía a un círculo azul, con bordes de concreto, y una que otra nube que pasaba a saludar sin hacer ruido.


No sé cuánto tiempo había transcurrido desde que estaba allí, inmóvil, solo con mis pensamientos, y claro, el miedo y el silencio que no me abandonaron nunca.


Comencé a escuchar, cada vez con mayor nitidez, el ruido de mi respiración agitada, entrecortada, asustada. De cuando en vez subían fétidos vapores provenientes del líquido negruzco que me obligaban a contenerla.


Me encontré conmigo mismo, y la esperanza perdida de algún día salir de allí con vida se esfumaba a cada instante. Mis dos nuevos soldados me observaban muy de cerca, con una sonrisa pétrea, y semblante inexpresivo, como esperando alguna orden.


De nuevo la película de mi corta vida pasando frente a mí, con las paredes enmohecidas sirviendo como pantalla de proyección. Mi madre, mis amigos, el patio del colegio en el receso de la mañana, mi amor platónico de entonces mirándome sonreída.


Nuevos acompañantes entraron de repente y sin avisar, cortando en seco la exhibición fílmica. Dos o tres rayos de un sol esquivo, reacio a presentarse en mi único círculo de cielo, hicieron acto de presencia, haciéndome volver en mí y en mi esperanza vana de salir de allí.


Miré al cielo, con sus bordes redondos, geométricamente perfectos, y pedí a Dios por que alguien equivocara su camino y viniera en mi auxilio. Grité con todas mis fuerzas y, a lo lejos, escuché un “¿¡dónde estáaaas!?”. De seguro era alguno de mis antiguos soldados. No pude discernir quién era porque el cilindro donde me encontraba distorsionaba en mucho la onda sonora de su voz.


Volví a gritar un “¡Aquiiiiií!” con olor a libertad. Al rato, el círculo azul se vio cortado por dos cabezas curiosas que se asomaron al pozo. Sonreí y grité: “¡Caí al pozo. Sáquenme de aquí!”. Creo que no llegué a terminar de decirlo cuando dos sonoras e infinitas carcajadas lo inundaron todo. Al principio me molesté, cómo es que dos soldados osaban reírse de su capitán, pero pronto caí en cuenta de la escena que habían visto de allá arriba y, en voz baja y sin poder evitarlo, comencé a reírme de mi mismo. Al rato se asomó una de las cabezas (de la otra sólo se escuchaban más carcajadas) y me tendió un brazo salvador.


Me aferré con el alma a mi conexión con la vida exterior, la cual aflojó y me soltó cuando, al mismo tiempo, sonaron más carcajadas. Me irrité, pero ¿qué más podía hacer sino esperar a que ambos soldados se desahogaran?


Finalmente me ayudaron, ambos, entre risas y pena, a salir de mi prisión temporal, con moho de la cabeza a los pies, las rodillas magulladas y excoriaciones en los brazos.


Entre las burlas de ellos y los inútiles regaños míos llegamos al viejo edificio de destino y nos sentamos a descansar y a comer unas naranjas que encontramos en el camino. Yo no comí. Fingí no tener hambre, quedando sumido en mis pensamientos acerca de lo frágiles que somos como seres humanos. Ahora estamos y un segundo después no estamos en el horizonte, y unas pocas veces tenemos la oportunidad de volver, de que alguien nos encuentre. De nuevo la luz azulada y repentina, con ruidos como de oleaje fuerte.


Un grupo de hombres maduros llega a la zona de aparcamiento. Con las toallas en los hombros y la ropa sudada nos despedimos. Los manotazos en el hombro y los “¡Nos vemos!” me hicieron despertar. Miro al horizonte. Flashback.




Imagen: "Time loop" en  http://alltradeart.co.uk/blanka-ciok/time-loop

Tuesday, November 16, 2010

Estrella



María Bethânia canta "Estrella", belleza de poema de Vander Lee:

El tren del deseo

Penetró en la oscura noche

Y fue abriendo sin censura

El vientre de la tierra morena

El rocío vale, y la flor

Que nace de ese placer.

Y en ese instante de dolor

Mi canto es para decir

Que todo eso es por ti.

Me volví estrella.



Una balsa a la deriva a cielo abierto

Lleva corazones despiertos

A soñar con tierras libres

Llegó la mañana y partí.

Sobre el cómo llegué aquí

Los astros pueden contar.

El día que me perdí

Fue que a brillar aprendí.

Me volví estrella.

Saturday, November 13, 2010

Ahora


Me gustan mucho los poemas de Arnaldo Antunes (Sao Paulo, Brasil, 1960). Mientras más se leen más punta se les saca. Son hermosos, y como si eso fuese poco, los escucho cantados por María Bethânia. Yo creo que no se puede pedir más. El que sigue se llama "Ahora", como el ideograma del post...

Ahora que el ahora es nunca

Ahora puedo desistir

Ahora que siento mi tumba

Ahora el pecho me retumba



Ahora la última respuesta

Ahora cuartos de hospital

Ahora abren una puerta

Ahora no se llora más



Ahora lluvia que se evapora

Ahora que aún no ha llovido

Ahora tengo más memoria

Ahora tengo lo que tuve



Ahora que pasa el paisaje

Ahora no me despedí

Ahora me compro un pasaje

Ahora aún estoy aquí



Ahora siento mucha sed

Ahora ya es de madrugada

Ahora delante de ese muro

Ahora falta una palabra



Ahora el viento en el cabello

Ahora que toda mi ropa

Ahora regreso al ovillo

Ahora la lengua en mi boca



Ahora que mi abuelo vive

Ahora que mi hijo nació

Ahora el hijo que no tuve

Ahora el niño soy yo



Ahora siento un sabor dulce

Ahora veo el color azul

Ahora la mano que me trajo

Ahora mi cuerpo desnudo



Ahora que nazco allá afuera

Ahora mi madre y el aire

Ahora vivo en la barriga

Ahora lucho por volver



Ahora
Ahora
Ahora

Friday, November 12, 2010

Murakami hablando de correr



Acabo de terminar “De qué hablo cuando hablo de correr”, de mi escritor favorito, Haruki Murakami (Tusquets, 2010). Había buscado ese libro durante mucho tiempo porque, a pesar de haberlo visto por primera vez en Houston, en el año 2008, editado en inglés, finalmente olvidé comprarlo y luego, al llegar a Venezuela, me enteré que aún no había sido traducido al español.


Yo tenía la idea que Murakami hablaría sobre su opinión acerca de cómo hacer (en su opinión personal) para escribir novelas. Sin embargo me encontré con un libro donde el autor se confiesa íntimamente como persona, donde muestra sus debilidades y fortalezas sin miedo alguno, y donde demuestra que es un ser humano como cualquier otro, que lleva su vida de manera muy particular, lo que, a ojos del “mainstream”, lo hace parecer una persona extraña.

Lo que me hizo reforzar la lectura de este ejercicio narrativo es mi creencia de que Murakami se proyecta en cada uno de los personajes de sus novelas. Las mismas son narradas en primera persona y muestran matices de la personalidad del autor, aunque él nunca lo ha reconocido así.

Está retratado en el Hajime de “Al sur de la frontera, al oeste del sol”, en el Toru Watanabe de “Tokyo Blues”, en el “K” de “Sputnik Mi Amor”, y en el Tooru Okada de “Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo”. Extensiones de un mismo personaje, que para mí es, a grandes rasgos, el propio autor.

Sobre la escritura, en el libro del post, Murakami no hace sino reforzar la opinión de Stephen King de que el escritor se hace a punta de ejercicio literario, y que si no tienes el talento natural todo esfuerzo estará perdido.

Lástima que no profundizó tanto como yo esperaba en lo de la escritura, sino más bien en la manera en que lleva su vida personal y la relación entre eso y la manera en que enfoca el correr en maratones.

Espero comenzar su libro “A la caza del carnero salvaje”, pero se han atravesado varios títulos en el camino. Lo bueno se hace esperar…

Sunday, November 07, 2010

Bajo el agua...


Bajo el agua todo era más bonito,

más azul, más colorido,

sólo faltaba respirar…

Pero tenía que respirar…


Bajo el agua, tomando forma como un feto,

sereno, cómodo, amado, completo,

sin piso, sin techo, sin contacto con el aire…

Pero tenía que respirar…

 
Cada día,

cada día, cada día.

Cada día,

cada día, cada día.


Bajo el agua, encantado, sin sonrisa y sin llanto,

sin lamento y sin saber cuánto

podría durar ese momento…

Pero tenía que respirar…


Bajo el agua, quedaría para siempre, estaría contento,

lejos de toda la gente, para siempre en el fondo del mar…

Pero tenía que respirar…

 
Cada día.

Cada día, cada día,

cada día.

Cada día, cada día.


Bajo el agua, protegido, a salvo, fuera de peligro,

aliviado, sin perdón y sin pecado,

sin hambre, sin frio, sin miedo, sin ganas de regresar…

Pero tenía que respirar…

Arnaldo Antunes, cantautor brasileño.