Tuesday, March 22, 2016

Los de ayer y los de hoy



Grupos de jóvenes reunidos con un único tema de conversación, la salida del país. Discuten entre ellos sus miedos. Si vale la pena irse ya o esperar porque no es el momento. Comentan libros que aconsejan irse y otros que aconsejan quedarse. “10 razones para irse y no morir en el intento”, “La nueva diáspora venezolana” y un sinfín de títulos similares. Gurúes de redes sociales que creen tener todas las respuestas. Creo que salen más confundidos después de las lecturas. Porque no son solo las lecturas. Reúnen también testimonios de amigos que están en todas partes del mundo, conectados con ellos por redes sociales de todo tipo, que manejan con la destreza de un Jobs o un Gates en sus años mozos. Saben todo. Lo que no saben es que hacer con tanto conocimiento reunido.

Cuarenta años atrás los mismos grupos de jóvenes reunidos. No sé porqué pero, al mismo nivel de madurez, la diferencia entre aquel grupo de chavales y el que veo ahora es que aquellos estaban finalizando el bachillerato o comenzando la universidad. Los de ahora están recién graduados de la Universidad, con un trabajo nuevo pero con el forro plástico de los asientos pegado a su vestimenta.

Es que los jóvenes de ésta generación manejan cantidades impresionantes de información de todo tipo, incluida la académica, a la que acceden a edades mucho más tempranas. Son ríos de data que navegan de un lado a otro de sus receptores cerebrales de información. Y es tanta que les dificulta la toma de decisiones. Por eso dudan tanto a la hora de irse o quedarse.

Aquellos, de hace cuarenta, no pensaban en irse, salvo que fuese de vacaciones. En aquellas reuniones se hablaba de experiencias sexuales, de fiestas y de excursiones. De profesores muy peculiares y de profesoras de vestimenta sugerente y pinturas de labios color pasión. Del barrio y los amigos que en él esperaban. De la expedición del colegio donde conocieron la Represa del Guri y los amores que nacieron en el autobús. De la marihuana y sus efectos. A veces se hablaba de un tío que vivía en Baltimore y se mostraban fotografías en papel que dibujaban aquella misteriosa ciudad.

Los jóvenes de este grupo reciente no solo conocen Baltimore porque la han caminado, sino que conocen "al pelo" veinte ciudades adicionales en los Estados Unidos, aparte de cientos de Europa y Asia. Las que no conocen es como si lo hicieran porque hablan de cafés y restaurantes del lugar como si hubiesen estado mil veces. Y es que otros, con sus blogs les allanan el camino. ¿Dónde ir? ¿Dónde comer? ¿Dónde hospedarse? ¿Dónde aprender el idioma local sin pagar un centavo?

Aquellos jóvenes de hace cuarenta años conversaban de música a través de melodías que tocaban en la guitarra acústica, rememoraban grupos como “Yes” y “Emerson, Lake and Palmer”, y “Bread”, y “Queen”, se reunían en una casa donde los padres habían salido y se sometían a largas sesiones de discos de acetato en sistemas de sonido con cornetas gigantes que atormentaban a los vecinos.

Los de ahora usan sistemas miniatura que almacenan la música que no podrán reproducir en su vida entera, y que pasa a su sistema auditivo a través de minúsculos aparatos que no dejan escapar una simple nota al exterior. Les tienes que preguntar sobre lo que están escuchando y te rematan con un demoledor “John Zorn”, algo que a ti, que hasta ese momento te creías dotado de una gran cultura musical, te ha dejado en el limbo. Nada de John Zorn. Ni parecido. “¿Y tú, chamo, qué escuchas?” y te disparan a quemarropa un “Squirrel Nut Zippers, ¿lo has escuchado?” cuando ya te has convertido en poco menos que una estampilla, ojos perdidos en la distancia, intentando atrapar alguna nota de los Zippers que habías escuchado jamás.

No. Definitivamente no hay puente. Por lo tanto no puedo aconsejar nada a gente que maneja millones de mega bytes de información, aun cuando no tengan la menor experiencia de nada.

La experiencia llegará con el tiempo. Y con ella la madurez ansiada. Así como las abuelas que envolvían el aguacate en papel de periódico para que acelerara su proceso de maduración. Así pasará con ellos cuando algún destino se abra ante sí. Digo se abra queriendo significar el hecho de permitir su entrada legal por el puerto o aeropuerto que los reciba. A partir de allí comenzará el aprendizaje, empezando con el “vacación no es estadía” que corroborarán con sus vecinos, amigos y familiares ya no tan sonrientes como en las recientes vacaciones.



Estos, definitivamente, son otros tiempos. Y hay otras formas de aprender.
*Imagen: www.vertvnoticias.com

Sunday, March 13, 2016

Los pinares de Monagas


 El sur de Monagas está convertido en una especie de Canadá en el trópico. La cosa data de los años 70 del siglo pasado, cuando se creó CONARE, la Compañía Nacional de Reforestación. En ese entonces se decidió sembrar pinos caribes con la intención final de producir papel.

Desde entonces miles de hectáreas se han sembrado y extendido más allá de Monagas, hasta Anzoátegui. No sé realmente cual ha sido el efecto, pero 40 años después seguimos importando papel y para ser más honestos, hoy muchos diarios han cerrado precisamente por falta de papel para imprimir las noticias.

Pero los pinos siguen allí, y cada vez que paso me parece que hay más.

En esos mismos campos se halla la llamada Faja Petrolífera del Orinoco. En etapa de explotación, se traduce en pozos e instalaciones petroleras mezcladas con los pinos para el papel.

Los pinos se han sembrado ordenadamente, de modo que cada 500 metros hay un corta fuegos (una vereda libre para impedir la propagación del fuego). Y así, miles de hectáreas y miles de veredas.

La gente de los pueblos vecinos le teme a los pinares. Sabe que esos lugares son guaridas de delincuentes que se esconden en esa inmensidad para cometer fechorías sin posibilidad de ser vistos. Y en eso compiten con los pozos petroleros. Tenebrosa simbiosis.

Puede parecer que estás en un bosque canadiense. Pero el clima y los cuentos de los lugareños te hacen ver que realmente no es así.