Friday, May 24, 2013

La picada de la araña



Transcurren las horas y no termino de convencerme de querer salir de casa a pasear librerías. No tengo la fe de encontrar sosiego en aquellos anaqueles que hoy lucen tristes y muestran lo mismo que hace tres meses.

Tampoco quisiera encontrarme con ese señor que acude con mucha frecuencia a la librería que más visito. Aquel que me espera como fiera al acecho para, cuando apenas entre, volar hacia mí y decirme que tal libro está en oferta en tal parte, o que leyó tal otro y no terminó de gustarle. Que si tal autor está escribiendo muy mal y un fastidioso y largo etcétera.

Es tan solo mirarlo y ver el aburrimiento reflejado en sus ojos. Es intuir que quizás lo han echado de casa, donde ya no lo soportan y se ha venido derechito a la librería a sentarse al acecho de los asiduos, de los que como yo no tardarán en caer en ese oasis en busca de una conversación gratificante con el librero, que es tan sabio y sereno.

Allí está, listo para verter sobre el ambiente sus anodinas palabras, y en el tono pétreo de su voz discernir su punto de vista sobre tal o cual literatura, o sobre éste o aquel autor.

Si, una vez caído en sus redes, por más que intente profundizar en lo que dice, no pasará mucho tiempo sin que perciba que lo que hago es sumirme aún más en esa espesa neblina que lo rodea, y que como tela de araña y sin ningún pudor suelta sobre mí.

El librero, conocedor ya del fenómeno, escapa sigilosamente, aprovechando la distracción del saludo, a tomarse un café al tiempo que soy devorado lentamente por el sujeto que minutos antes acechaba desde el sofá.

Allí yacía, agazapado por horas, esperando pacientemente a su víctima que sabía no tardaría en aparecer. Y no era otro que yo.

Y sin atisbo de inocencia, sabía que estaba dentro de las posibilidades la de encontrarlo y caer en sus garras. Pensar que el solo hecho de abandonar el recinto por días, quizás meses, deseando que el individuo olvidara mi cara, o los temas de la última conversa que había dañado y se fuera a esparcir su telaraña en otros lugares.

Durante mi ausencia, cada tarde volvía al sofá donde se situaba a la espera y comenzaba a tejer su gran red algodonada.

Mientras más tardaba en volver, más espesa encontraría la telaraña. Me tiene el tiempo tomado. La trampa consiste en la necesidad que tengo de sentarme a conversar con el sereno y sabio librero sobre los temas comunes a ambos, la política y la literatura oriental. Y el sujeto al acecho sabe que lo disfruto, y que en breve voy a volver a caer en su nívea red.

No importa que, a manera de precaución, me alce sobre la vitrina tratando de detectar su presencia desde afuera. Es menudo, difícil de advertir desde el exterior.

Como la araña en su tela, me espera pacientemente. 

Las cosas no siempre salen como me las imagino.

*Imagen de Carmela Lozzia en www.revistaohlala.com

Sunday, May 12, 2013

Mis lecturas de Murakami



Ayer leí en la red que por primera vez en 18 años Murakami se ha puesto cara a cara con sus lectores en Japón.

Quienes hemos seguido su trayectoria sabemos que no le gustan las entrevistas y poco se expone a la vida pública.

Aún así, cada vez tiene más seguidores de sus novelas. Cada día en alguna parte del mundo alguien se conecta con sus personajes para siempre.

En enero de 2006 leí por primera vez una obra suya, y hasta ahora considero que es la más trascendental: “Tokio Blues. Norwegian Wood”. Allí quedé prendado. No solo de la forma como narra, sino también de sus personajes. Me sentí identificado con Toru Watanabe y a través de él viví la novela. La leí con tal pasión que recuerdo releerla muchas veces antes de terminarla. Era mirar a través de los ojos de Toru, volver a capítulos anteriores y repetir la lectura para cerciorarme de no haber dejado detalle por fuera. Nunca antes me había pasado algo así con una novela.

Luego de ello, muy entusiasmado seguí con “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, “Al sur de la frontera, al oeste del sol” y “Kafka en la orilla en el año 2007. Cada uno de esos libros ratificó que no estaba equivocado en mi percepción de la clase de escritor ante el cual me hallaba.

En el 2008 leí sus novelas “Sputnik mi amor” y “After dark”. También comencé a leer su libro de cuentos “Sauce ciego, mujer dormida”. Son 24 cuentos interesantísimos. Tanto que los leo de a poco y ahora es que voy por el número 12 de 24 que compiló el libro. A Murakami hay que dosificarlo porque no se sabe hasta cuándo escribirá.

Es por ello que dejé de leerlo hasta 2010, cuando lo intenté con “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas”. Sinceramente no me gustó esa novela. No sé si tenga que ver el hecho de que fue una de las primeras novelas de Murakami, a pesar de haber sido editada en español en el 2009. Nunca me enganchó, ni al principio ni al final. Luego leí una especie de crónica que hizo sobre su hobby de correr maratones, “De qué hablo cuando hablo de correr”, el cual revela interesantes aspectos de su personalidad y "After dark", un interesantísimo relato que transcurre entre medianoche y el amanecer.

En 2011 comencé a leer parte de su obra editada en inglés, debido a la tardanza de las editoriales en traducirlas al español. Así fue como leí “After the quake”, relatos que tienen en común el terremoto de Kobe en 1995 y “Underground”, crónicas sobre el ataque terrorista con gas sarín al Metro de Tokio en 1995. También compré ese año 2011 un libro de cuentos titulado “The elephant vanishes” y la novela “Dance, dance, dance”, que aún no he leído.

En español conseguí “La caza del carnero salvaje”, que es el único traducido al español que editó Anagrama (los demás son de Tusquets).

Últimamente compre los libros “1Q84”, casi homónimo de “1984” de Orwell. Me he prometido leerlos todos a partir de junio de este año.

De todo lo publicado en inglés y en español por Murakami solo me falta obtener “Pinball” y “Hear the wind sings”, que son difíciles de encontrar.

Acaba de publicarse su último libro en Japón, "El descolorido Tsukuru Tazaki y sus años de peregrinación". Ha dicho en conferencia que la considera una prueba para demostrar su talento, como si no supiera que lo tiene y por demás.


Sigue siendo Murakami mi autor favorito de ficción. La forma como logra que el lector se compenetre con lo que escribe es única e inimitable.

*Imagen de ZoomNews

Sunday, May 05, 2013

Llueve dos veces...



Lluvia copiosa es esa que cae desde esta madrugada. El sol sale, a juzgar por el blanco de las nubes pero nada que asome alguno de sus rayos al traspasar la espesa capa de algodón en el cielo.

Ya vamos a tener una semana de lluvia continua. Eso es muy bueno porque se reducen los incendios forestales que ya habían consumido bastante vegetación.

El sonido de la lluvia es relajante. Sea que las gotas caigan en el asfalto, donde producen una especie de ovación, o sobre un techo de láminas de zinc, donde el escándalo de los goterones es de marca mayor, igualmente me relaja escuchar ese ruido que es como música a mis oídos.

Ya los cerros que he venido viendo teñidos de ocres van a ir mutando a las diversas tonalidades de verde. Es asombrosa la rapidez con que se recuperan las plantas. Sobre todo las enredaderas, que crecen rapidísimo, de la nada, y rodean a sus pares como queriéndoles decir “¡Vamos, despierten, que ya ha llovido!”.

Mucha neblina cubriendo la mañana. La garúa que no cesa. Los pájaros, que aparecen a estas horas con su canto, están ausentes. Quien sabe si en su nido, achicando el agua, o a la intemperie, mojados y con frío, aguantando estoicos en las copas de los árboles. No han venido y no se espera que lo hagan, a menos que el sol milagroso haga su aparición en la mañana, cosa que dudo bastante.

Casualmente leo “Lluvia”, de Victoria de Stefano (Candaya, 2006). Nadie como ella para describir al mínimo detalle los aspectos de un aguacero como el de esta madrugada. Leerla a esta hora es beber agua cuando se tiene sed. 

No hay cabos sueltos. La lluvia afuera y la narración de Victoria adentro, en el alma.

Con precisión matemática, el todo es igual a la suma de sus partes.

Llueve dos veces