Tuesday, August 01, 2017

La Ola


Llevo días sin escribir nada. Meses. Y no es que no tenga ganas de hacerlo. Sucede que la dinámica de los acontecimientos del país me absorbe completamente el pensamiento. Es difícil explicar lo que se siente cuando un pueblo se levanta contra una tiranía. Es un cúmulo.

Sólo lo había visto en documentales. Rumania. Bielorrusia. Por hablar de hechos recientes. De algún modo me eran ajenos. Puede que mostrara interés, pero eran sitios lejanos, con gente que no me era afín. Quizás por eso me duele tanto la indiferencia de la comunidad internacional ante lo que nos pasa. Porque recuerdo que yo estuve del otro lado.

La crisis, si bien tiene varios años desde su desencadenamiento, no había llegado al momento cumbre. Y a él se llega por la vía de la economía. Los precios comenzaron a subir y los productos a escasear. Al principio de forma leve. Luego se fue acentuando. Fue tocando poco a poco los diferentes productos. Hasta que llegó a escasear lo que nunca habíamos pensado que pasaría. El jabón. La pasta de dientes. El arroz. El azúcar. Las medicinas. Al punto de que hoy vas al supermercado a ver qué hay. Y dependiendo del precio, a decidir qué compras.

Junto a la escasez de productos comenzaron las limitaciones a los derechos políticos. La protesta se prohibió sin decreto. Por encima de lo que indica la Constitución. La propiedad privada. La libertad de desplazarse. La propia vida.

Fueron como hojas que se fueron desprendiendo del árbol de lo que había sido nuestra vida. Y no lo notamos hasta que el árbol se fue quedando sin hojas, dejando pasar la oscuridad. Fue allí cuando miramos a lo alto, al no sentir el siseo de las hojas. Y vimos las ramas descubiertas. Seguía oscuro. Entonces tuvimos miedo. O rabia. Rabia de no haber hecho nada cuando se podía. O miedo de saber qué hacer cuando ya no se puede hacer. No está permitido. No hay decreto, pero no se puede.

Llegado el momento, apareció la protesta. Las marchas. Al principio muy alegres, coloridas, bulliciosas, nutridas. Hasta que empezaron a incomodar. Y conocimos la represión. Y los heridos. Los muertos.

Las sonrisas en las marchas, que siguieron a pesar de la represión, se redujeron. No así el número de caras. Los muertos desataron la ira de la gente. Se pidió justicia, pero ésta no llegó. En su lugar creció la represión. La tortura. La saña. Pero no bajaron las marchas. Por el contrario, se empezó a marchar en sitios donde no era común hacerlo. Aparecieron los héroes. Los ángeles. Unos jóvenes que lo dieron todo por una sociedad que nunca vivieron. Que le contaron sus padres y abuelos, y hermanos mayores, y tíos. Y que querían para ellos.


Hoy la situación está en el punto de quiebre. Mucha represión. Muchos muertos y heridos. Mucha gente presa. Pero hay un deseo general de ver a Venezuela de otra forma. Una forma que no se parezca en nada a la que tiene hoy en día. Una Venezuela que haga comunión con los hermosos paisajes y con la gente buena. Es un deseo como una ola gigante. Imparable.