En estos días entré a una librería, cuya particularidad es la apuesta hacia los libros de escritores chinos y japoneses. Me gusta ir a buscar novedades, y en estos días busco específicamente “El Rumor del Oleaje” de Yukio Mishima, recomendación de mi amiga Waipu Carolina. No estaba. Entonces me puse a mirar los libros en exhibición. Hubo uno que llamó mi atención, se llama “Seda” (Editorial Anagrama), del escritor italiano Alessandro Baricco. Lo que llamó mi atención fue una cinta roja que cubría la portada, en la cual se leía, entre fabulosos comentarios de la crítica, “41a edición”. Dios, para que un libro tenga 41 ediciones, es porque algo bueno debe tener en sus páginas, y basado en ese criterio simplista lo compré, y lo leí rapidísimo, porque es muy sencillo y fácil de leer.
En la contraportada hay una pequeña reseña, que, entre otras cosas, dice: “Todas las historias tienen música propia. Ésta tiene una música blanca. Es importante decirlo, porque la música blanca es una música extraña, a veces te desconcierta: se ejecuta suavemente y se baila lentamente. Cuando la ejecutan bien es como oír el silencio, y a los que la bailan estupendamente se les mira y parecen inmóviles. La música blanca es algo rematadamente difícil.” De nuevo por aquí los sonidos del silencio…
Pues bien, la paradoja consiste aquí en lo que pensé cuando la compré, “voy a leer algo que no tenga que ver con Japón, para variar un poco”, y comencé. Nunca relacioné el título de la novela con otra cosa que no fuese la suave tela que todos conocemos. En la página 19 me quedé perplejo, y leí una y otra vez:
-No hay elección. Si queremos sobrevivir tenemos que llegar hasta allí.
Silencio.
Verdun, apoyado en la barra, levantó la mirada hacia los dos.
Baldabiou se empeñó en encontrar todavía un sorbo más de Pernod en el fondo del vaso.
Hervé Joncour dejó el cigarrillo en el borde de la mesa antes de decir:
-¿Y dónde quedaría, exactamente, ese Japón?
Baldabiou levantó el extremo de su bastón, apuntando con él más allá de los tejados de Saint-August.
-Siempre recto.
Dijo.
-Hasta el fin del mundo.
Pues bien, Japón está metido en la novela de Alessandro Baricco. Y yo, sin saberlo, he terminado leyendo un libro más relacionado con mi querido país del lejano Oriente. ¿Causalidad?
La novela es increíble, fantástica, maravillosa, y todo en apenas 125 páginas de lectura sencilla, muy sencilla, y de profundo contenido, al mismo tiempo. Recomendada.
Una vez que la terminé, porque la leí en un par de días, le quité la cinta roja y pude ver que la portada es un grabado de unas flores, sobre el cual está el ideograma chino de la seda. No lo había visto antes sino cuando finalicé y me puse a detallar la edición y otros detalles del libro.