Un amigo blogger y a su vez colega Ingeniero dice que a él le gusta venir a este blog porque soy el único ingeniero que no escribe sobre su profesión sino que muestra otros aspectos de su personalidad.
La verdad sea dicha, escribo muy poco sobre la ingeniería, salvo ese aspecto indeleble que es el eterno enfrentamiento entre mi yo escritor y el ingeniero, tan disímiles ambos y, como el famoso comic “Catdog”, obligados a convivir en estas cuatro paredes corporales.
Pero he aquí que en este mundo ingenieril también suceden cosas un tanto alejadas de los números y las coordenadas, más bien unidas a la psicología y a la complejidad e insatisfacción eternas del ser humano, que bien valdría la pena escribir sobre ellas, eso sí, cambiando la identidad de los personajes para protegerlos, así que, cualquier parecido con la realidad es solamente coincidencia.
Comenzaré escribiéndoles de Jerry. Nos conocimos de manera fortuita, pues recibí una “asignación”, que es como se conoce en este mundo al hecho de que te agreguen a un grupo de proyecto o de tarea específica.
Cuando uno es asignado, sabe ya de por sí que lo esperan tareas arduas, no tanto desde el punto de vista ingenieril, sino del psicológico. Se trata de encontrarse con nuevos personajes que se identifican tanto con la tarea asignada, que muchas veces cualquier extraño no es bienvenido, porque es visto como alguien con quien hay que compartir una torta que es finita, y por lo tanto, los pedazos serán más pequeños a partir de ese momento. Cruda realidad.
Pero vamos, que es de mi jefe en el grupo de tarea de quien hablaremos. Nunca vi en Jerry puntos de coincidencia conmigo cuando nos topamos por primera vez. El, blanco, alto, ojos azules, estadounidense del sur, alborotó mis prejuicios. De buenas a primeras solo pasó una palabra por mi mente: racista. Nada más que decir. A partir de allí mi trabajo se haría sobre alambre de púas.
Jerry, por su parte fue más simple y fue directo al tema que nos ocuparía las próximas semanas. Explicó la tarea con lujo de detalles, qué esperaba él de mí, en cuanto tiempo debería ejecutarse y cada cuanto debería enviarle un reporte de mis acciones, ya que estaría ubicado en otro lugar, trabajando a distancia. En ese tiempo no se había popularizado el mensaje de texto y nuestra comunicación estaría basada en el teléfono y el correo electrónico.
Yo opté por la segunda alternativa, prejuiciado como estaba de un americano oriundo de Pascagoula, Mississippi, con cara de pocos amigos, muy estricto y circunspecto.
Así nos mantuvimos por espacio de dos meses hasta que un buen día recibí una llamada. Se trataba del mismísimo Jerry, harto ya de recibir solo reportes, y cambiando las reglas iniciales que el mismo impuso, solicitando mí presencia un día a la semana en su oficina, separada de la mía por 30 kilómetros de carretera nacional. A medida que el trabajo avanzaba, se fue alargando la estadía semanal en la oficina de Jerry, hasta establecer visitas puntuales a mi antiguo lugar de trabajo permanente.
De esta manera terminé de conocer al americano con pinta de Marine, sureño de ojos azules, que fungía de jefe en ese entonces.
Como había intuido era un hombre estricto en su trabajo. Era el primero en llegar y el último en salir. Y a diferencia de sus coterráneos expatriados, no se dejó deslumbrar por la belleza y las curvas de la mujer venezolana, sino que se dedicaba por completo, durante largas jornadas, al avance del trabajo. No salía a almorzar durante la hora que nos daban al mediodía. Traía su comida en una cava y almorzaba en su escritorio, desde el cual lo veía reírse mirando al ordenador. Quién sabe qué cosa miraba que la causaba mucha risa y una que otra carcajada.
Muchas veces me llegó la hora de irme y él se quedaba trabajando como si fuesen las ocho de la mañana. Mucha energía destilaba Jerry, y como también soy workaholic, comenzamos a llevarnos mejor al saber que hablábamos el mismo idioma.
Y fue así como pude conocer al Jerry persona. Un tipo enigmático, poco dado a la expresión corporal. Pendiente del más mínimo detalle con respecto al trabajo. Yo lo abordaba en sus aspectos personales al final de nuestras largas reuniones.
“Pascagoula” –le decía– “¿acaso sale en el mapa?”
El se reía animosamente y respondía:
“Claro que sale, tiene un astillero muy famoso”.
“¿Pascagoula? ¿Astillero? ¿Dónde? ¿Cuándo?” –le respondía en tono de broma.
Así, de a poco, fuimos bordando un buen compañerismo, circunscrito, claro, al ambiente de trabajo. Es que éramos muy diferentes. El vivía para trabajar y yo, por más énfasis que le ponga al trabajo, lo hago para vivir.
El día que terminé mi trabajo en la asignación me dijo que siguiéramos trabajando, más allá de la hora de almuerzo, que el invitaría al final. Me emocioné, en parte por haber abierto esa puerta intransitable y siempre cerrada de Jerry, entre lo personal y lo laboral. Un almuerzo contribuiría a cimentar un buen piso para una futura amistad.
La sorpresa llegó alrededor de las dos de la tarde, cuando ya todos habían vuelto del almuerzo y trabajaban de nuevo, me dice Jerry: “Bienvenido a Jerry´s Restaurant”, y sacó de debajo de su escritorio la famosa cava. Al abrirla me la mostró y continuó: “Escoge el que quieras, hay de jamón de pavo y de queso solo, ah, y escoge tu bebida”. Adentro reposaban entre los cubos de hielo algunas latas de Pepsi, Fanta Naranja y Sprite. Ese era nuestro almuerzo de despedida. Nunca hubiese imaginado que ese almuerzo final fuese a salir de esa cava. Por el contrario, hacían horas que mi estómago crujía de placer imaginando un buen pescado frito, humeante, a orillas del mar en las cercanías.
Como si eso fuera poco, me mostró la razón de sus carcajadas durante sus almuerzos diarios desde la cava. En su ordenador había una especie de tablero con un título: “Fart Soundboard”. Había una larga hilera de botones que, al ser accionados, daban lugar a diferentes sonidos de pedos, sí, pedos que de acuerdo a su sonido eran bautizados con nombres como “Puerta dura”, “La Mecedora”, “El Suavecito”, “El Cortagramas”, “El Trompetero” y un largo etcétera.
Nunca hubiese imaginado que hubiesen sitios en la red destinados a almacenar los ruidos que producen los pedos al salir (buscar con google “fart soundboard”), y menos que fuesen la diversión de personas como Jerry, afanados y apegados al trabajo duro, pero, ya sabemos que “caras vemos y corazones no sabemos”.