Saturday, September 21, 2013

Só tinha de ser com você


É, só eu sei quanto amor eu guardei
Sem saber que era só pra você
É só tinha de ser com você
havía de ser pra você
Senão era mais uma dor
Senão não seria o amor
Aquele que a gente não vê
O amor que chegou para dar
O que ninguém deu pra você
O amor que chegou para dar
O que ninguém deu pra você 

É você que é feita de azul
Me deixa morar nesse azul
Me deixa encontrar minha paz
Você que é bonita demais
Se ao menos pudesse saber
Que eu sempre fui só de você
E você sempre foi só de mim
Que eu sempre fui só de você
E você sempre foi só de mim

Tenía que ser contigo
Letra: Aloysio de Oliveira
Música: Tom Jobim

Si, solo yo se
cuanto amor
me guardé,
sin saber
que era solo
para ti.

Si, tenía que ser contigo,
Tenía que ser para ti
Si no, era una pena más
Si no, no sería amor
Aquel que otros no ven
Un amor que llegó para darte
Lo que nadie antes te dio.

Si, tú que estás hecha de azul
¿Me dejas vivir en ese azul?
¿Me dejas encontrar allí mi paz?
Tú, que eres demás de bonita
Si al menos pudieras saber
Que yo siempre fui solo tuyo
Y tú siempre fuiste solo mía.

Esta canción me ha acompañado durante más de 30 años. La grabé de un LP de Tom Jobim y Elis Regina que trajo mi amigo Carlos Genatios cuando regresó de su postgrado en Río de Janeiro, Brasil. La canción es hermosísima, como casi todas las de Jobim y se la dedico a Anna, mi media naranja, como decíamos en los años 70. Jane Monheit, cantante de jazz de New York, la canta en su CD "Surrender", si lo desean la escuchan aquí.

Sunday, September 15, 2013

Sarin, el asesino invisible


Hace poco leí un libro de Haruki Murakami, “Underground” (Vintage Books, 2001) donde realiza una serie de entrevistas a las víctimas y victimarios del ataque con gas Sarin efectuado en varias estaciones del Metro de Tokio el 20 de marzo de 1995 por integrantes de la Secta Aum Shinrikyo.

Los testimonios recogidos por Murakami dan cuenta de los terribles y nocivos efectos que produce el gas Sarin cuando es inhalado por un ser humano.

Los efectos por inhalación del gas, relata Murakami, varían considerablemente, según  la exposición de la persona al gas. Daños simples (como una simple jaqueca, nariz tupida, vómitos o la pérdida momentánea de la visión) hasta la muerte por colapso generado por la paralización del mecanismo mediante el cual el sistema nervioso envía mensajes a los órganos del cuerpo.

Los sobrevivientes deben enfrentarse a una serie de problemas que van desde el estrés postraumático, fallas permanentes de la visión, migrañas y problemas respiratorios permanentes.

Cuando en 1995 los médicos en Tokio detectaron intoxicación por inhalación de sustancias organofosforadas, debido principalmente a la contracción de las pupilas, fue cuando se logró dar el tratamiento apropiado a las víctimas que llegaban a los hospitales. Ya en ese momento trece personas habían muerto y alrededor de cincuenta presentaban fuertes convulsiones.

Había un antecedente clave para dar con la causa, y era un ataque previo perpetrado por la misma Secta en junio de 1994, cuando una nube de gas Sarin mató a 7 personas y dejó 500 heridos en Matsumoto, Japón. El doctor Nobuo Yanagisawa, de la Universidad de Shinsu logró amarrar ambos incidentes por lo parecido de los síntomas  y fue la persona que llamó a los principales hospitales de Tokio para ordenar el tratamiento adecuado de antitoxinas.

¿Y qué es el Sarin? Es un compuesto organofosforado descubierto por científicos alemanes en 1939 cuando investigaban sobre pesticidas. Su poder letal es 26 veces mayor que el cianuro. Una sola gota de Sarin del tamaño de la cabeza de un alfiler puede matar un adulto. Se presenta en forma de líquido pero se evapora fácilmente y se propaga en el ambiente.

La ONU clasifica al Sarin como arma de destrucción masiva y su producción y almacenamiento está prohibido por la Convención sobre Armas Químicas de 1993. Este Tratado no ha sido firmado por solo cinco países: Angola, Corea del Sur, Sudán, Egipto y Siria.

El Sarin cobró una triste fama como arma química en la masacre de Halabja, al norte de Irak, cuando aviones enviados por Saddam Hussein bombardearon esa localidad de mayoría kurda, matando a 5.000 personas y dejando heridas a 65.000.

Actualmente se desarrolla en Siria una Guerra Civil y las tropas gubernamentales al mando del Presidente Bashar al-Assad acaban de perpetrar uno de los mayores ataques con gas Sarín, ocurrido una madrugada de agosto (que en principio negaron pero al verse amenazados por Estados Unidos de bombardeo finalmente admitieron). Se habla de 1.300 víctimas que incluyen población civil, ya que el gas evidentemente no discrimina.


Ahora, con el apoyo de Rusia, se dice que Siria finalmente firmará el tratado y se deshará de más de mil toneladas del químico almacenado. Pero el daño está hecho. Un gran ataque con gas Sarin ha sido perpetrado nuevamente ante los ojos del mundo. Lo más triste es que, de nuevo, lo ha ordenado un Presidente contra su propio pueblo. Genocidio lo llaman. Y como el de Saddam, no debe quedar en la impunidad.

*Infografía: valenciainforma.wordpress.com

Saturday, September 07, 2013

Caracas, ciudad de olvidos


Volver a Caracas es comenzar de nuevo a acostumbrarse al caos permanente de la ciudad. Embotellamiento de tráfico por todas partes y a toda hora, a veces sin motivo aparente es la regla.

Y a eso ahora se suma el hecho de encontrar locales de toda la vida cerrados o con nuevas reglas de funcionamiento.

La tienda de discos favorita por más de 40 años tiene un letrero que ya lleva como cinco meses que reza “Cerrado por mantenimiento”. El restaurant peruano que habías descubierto y en el que disfrutabas de la chicha morada y el arroz chaufa ya no existe, y en su lugar hay un “delivery” que aún no convence a nadie.

La librería favorita no abre los lunes (el letrero dice que es por el mes de agosto). Espero que el hábito de la “provisionalidad” permanente de Caracas no haga una de las suyas.

Caracas poco a poco se ha ido transformando en una ciudad temporal. Los sitios están allí, un tiempo, y luego se van así como llegaron. El parque donde acudías a remar en un bote para hacer ejercicios un buen día decidió reducir considerablemente el nivel de la laguna y ya no se pudo remar más. ¿La excusa del momento? Proteger del deterioro una réplica de una de las naves de Colón, que con el pasar de los años fue destruida y sustituida por otro navío más acorde con los tiempos políticos que corren.

El Parque deportivo donde trotaba amaneció un buen día cerrado para el uso público, sin aviso y sin protesto.

La tienda donde compré los primeros LPs y posteriormente los CDs jubiló al empleado más antiguo, que era precisamente el alma y la enciclopedia del negocio, con el que más conversaba sobre jazz y otros estilos musicales. Eso, con o sin propósito, le quitó en absoluto el encanto a la tienda. Sin embargo, como todo nostálgico, seguí asistiendo en lo que ya era una costumbre hasta que tropecé con el letrero de “cerrado” y ya no abrió más.

Hace poco quisimos ir a un restaurante italiano, “La Strega”. Un lugar de los especiales, donde no vas siempre sino en lo que consideras momentos únicos. La comida y el ambiente excelentes. Cuando llegamos no vimos el letrero. Me bajé a preguntar y ni siquiera los parqueros tenían la menor idea de lo que les estaba preguntando. La memoria es corta por lo demás. Igual pasó con el “Mediterráneo”. Un día fuimos y lo encontramos cerrado sin ton ni son. Luego nos enteramos que el dueño vendió y se fue a Italia por un tiempo.

Y pasa con todo. En una de las agencias funerarias más concurridas hay un estacionamiento grande, justo al lado, que hace más cómodas las visitas poco gratas a la funeraria. Resulta que ahora hay un edificio residencial construido sin respetar ordenanzas ni retiros. Y queda la calle para estacionar.

Pastelerías conocidas por algún manjar o especialidad. Dejas un tiempo sin visitarla y cuando vuelves consigues empleados mal encarados y ni el menor rastro del pastel que la hizo famosa. Restaurantes de comida italiana que hoy son de comida china. Barberías que son agencias de loterías. Librerías que no abrirán jamás, a pesar de que el letrero permanece, nostálgico, como símbolo de otros tiempos.

El cambio ha sido tal que la gente pregunta, antes de ir a un sitio donde acude con poca frecuencia: ¿Y todavía está allí?

Caracas, entonces, es hoy por hoy, la capital del olvido y la falta de costumbre.

Wednesday, August 28, 2013

Los Roques

Está ubicado a apenas 150 km al norte de Caracas. Siempre había escuchado sobre sus maravillosos paisajes pero nunca había encontrado el momento para ir.
Hasta que llegó el momento deseado. Y nos encontramos con esta belleza.


El Parque Nacional de Los Roques tiene la gama más amplia de azules y verdes del mar que mis ojos han visto. Un archipiélago formado por más de 42 islas, en el que nadie sabe cuál es la más bella de todas.
Apenas estuvimos tres días, los cuales fueron suficientes para conocer seis de las islas.


Aterrizamos en El Gran Roque, que es donde está el mayor asentamiento humano. Allí están todas las posadas para quedarse a dormir. Y de allí salen los botes a recorrer el archipiélago.

Ya desde el aire se advierte la exuberancia que nos espera abajo, los tonos de verde y azul, la blanquísima arena de coral. Todo pasa como en una película por la ventanilla del avión mientras estás en el aire. Una vez que pones pies en la tierra comienza el sueño.
Y digo sueño porque no te puedes creer lo bonito del paisaje. Te pellizcas mil veces a ver si despiertas de una vez, pero no, es real.


Enmudeces mientras observas los colores que van desde la blanca arena hasta el azul oscuro del mar en el horizonte.
Arrecifes de coral crean una especie de laguna interior que es el lienzo que contiene toda la vasta gama de colores que el mar puede ofrecer.


Estuve tres días en trance, con el rumor del oleaje como fondo, observando el horizonte desde diversos ángulos, interrumpido apenas por los graznidos de las aves pescadoras que están en todas partes.

Te pierdes en la frontera de lo real con lo onírico. No puedes creer lo que estás viendo. La enorme, descomunal belleza del paisaje marino. La magia de colores aderezados con la luz del sol.


Para el que quiera vivir la experiencia, está a apenas 30 minutos del Aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía. Deben llevar protector solar fuerte porque el sol es inclemente, sobre todo de 11 am a 4 pm. Traje de baño y sombrero. No se necesita de más. Todo está allí. En Los Roques.

Monday, August 12, 2013

Isla Saona


Caminar a pies descalzos por la suave arena que, en concesión, te permite hundir tus huellas y elevar el espíritu.

Levantar la vista al horizonte y perderte en turquesas, azules, verdes y plateados hasta el infinito.

Pellizcarte y darte cuenta que nada de lo que sientes, de lo que ves, de lo que escuchas pertenece a un sueño.

Existe, es el paraíso en la Tierra.

Sales de la arena y entras en el agua que, mirada así en vertical, muestra una total transparencia. Allí tus pies, allí los peces que se acercan curiosos y se alejan al menor movimiento. Allí una enorme estrella de mar que pinta de rojo el fondo arenoso.

Levantas la vista y es un cielo despejado, muy azul, salpicado de nubes blancas como algodón. Y el sol que pone la claridad. Y el viento que te sacude.

Te sumerges y el ruido del oleaje se suprime. El ocre del fondo y el verde alrededor. El sol penetra sin pedir permiso y lo alumbra todo.

Los sentidos en éxtasis. Asomas la cabeza en la superficie y contemplas la franja infinita de palmeras, los pájaros que emprenden vuelo, el hombre que corta un coco para ofrecérselo a una bella mujer.


Das gracias a la vida por todo lo que te da, y por permitirte estar allí, en la Isla Saona…

Wednesday, July 24, 2013

La química



Hay gente con la que uno se entiende mejor que con otra. No tiene nada que ver con la edad o con el sexo de la otra persona. Bastan pocas palabras para saberlo.

Si la relación con esa persona con quien la química fluye se mantiene en el tiempo, las formas de comunicación mejoran asombrosamente. Para ello basta una mirada, un guiñar de ojos, un roce, un codazo, una pisada, un aclarar de la garganta, un movimiento brusco. Todo empieza a tener un significado.

Cuando ocurre un encuentro, basta ver a esa persona a la cara para descubrir un mensaje que para otros es transparente. Con solo unos segundos de fijar la vista te enteras si pasó una mala noche, si tuvo una discusión o altercado con alguien o si hay algo que está ocurriendo y la está molestando.

Solo una mirada basta. Y el lenguaje corporal que uno va aprendiendo a descifrar con el tiempo. Allí se revelan los aspectos más resaltantes.

Claro que también la conversación está presente. Uno conversa para confirmar que el mensaje que llegó antes en clave era cierto. Conversa para pulsar puntos de vista sobre alguna situación de uno de los dos o de ambos. Conversa para escuchar la voz de la otra persona, que se hace tan necesaria.

A veces nos equivocamos pero casi siempre cuando conocemos a una persona, a primera vista sabemos si entre los dos hay o no hay química. Y cuando la hay esbozamos una sonrisa de saber que justo en ese momento puede que haya nacido, dependiendo de las circunstancias, una gran amistad.

Creo que nacemos con una especie de sensor para detectar a estas personas, y el mismo funciona de forma impecable, aunque a veces no le hagamos caso. No importa si entre la persona y uno no hay un idioma común, no importa si no hay un país en común y el encuentro es casual. Muchas veces la dejas de ver por años, y en el próximo encuentro sientes que siempre hubo la conexión del inicio, que siempre estuviste pensando consciente o inconscientemente en esa persona, y ella (o él) en ti. Que son lazos que se crean y nunca se destruyen, no importa los años ni la distancia.

A ese sensor debemos hacerle mucho caso, y abrirnos cuando tengamos frente a nosotros a esas personas especiales que conviven con nosotros en este planeta y se presentan de vez en cuando ante nosotros.


Brindo por esas personas que llegaron y llegarán a mi vida.

*Imagen: www-hoyrevista.com

Friday, July 12, 2013

Cuentos de aeropuertos


Hace casi dos meses iba a volar a Cumaná y en el trayecto hacia el aeropuerto de Maiquetía hubo un accidente con un camión. La suficiente pérdida de tiempo como para que, al apenas llegar, 55 minutos antes del vuelo, me dijera el funcionario de la aerolínea: “¡El vuelo está cerrado!”. Es decir, los vuelos los cierran una hora antes del tiempo pautado para el despegue, sólo que ése último tiempo casi no se cumple, y el vuelo puede demorarse una y más horas antes de partir.

La semana pasada volvía a Cumaná y ocurrió otro cuento de la cripta: vuelo pautado para las 8:30pm. A las 9:30pm informan por los parlantes que mi vuelo saldría a las 11:30pm, así, sin una disculpa, sin la presencia de algún funcionario de la aerolínea. Lo peor de todo es que, por cosas de la tecnología, un pasajero se enteró que presuntamente nuestro avión había sido desviado a Maracaibo (otra ciudad) y que al regresar es que nos íbamos a embarcar para ir a Cumaná. El desastre. Lo gritó a viva voz y provocó la ira y el desplazamiento de los pasajeros hasta la puerta desde donde embarcaría el de Maracaibo. Resultado: amenaza de motín, y vuelo que no sale ni a Maracaibo ni a Cumaná. Presencia de la Guardia Nacional, ánimos caldeados. Decido ir a comer algo porque si algún día llegaba a Cumaná, ya los restaurantes estarían cerrados. Resultado: apenas me fui llegó un funcionario de la Aerolínea y bajo amenaza de multa habilitó un avión para volar a Cumaná. El vuelo no fue anunciado finalmente por parlantes y partieron dos aviones, uno a Cumaná y otro a Maracaibo. Los pasajeros que, como yo, se alejaron del área del motín nunca se enteraron del despegue y nos quedamos varados en Maiquetía.

Antes de ayer volé de nuevo a Cumaná. Esta vez estuve dos horas antes del vuelo. No quería correr riesgos. Quince minutos antes de partir se me acerca una señora y me pregunta si por esa puerta sale el vuelo a Cumaná. Le digo que sí, que esa es y me pregunta si le dará tiempo de ir a comer algo. No sé qué responder. La señora igual se marcha a comer. En el ínterin, cambian la puerta de embarque, de la 10 a la 8. La señora no aparece. Nunca supe si llegó a enterarse del cambio.

Ayer regresé. Nos tocó un Boeing 737. Seis asientos por cada fila, tres a cada lado. Quedo en el medio de los tres de mi lado. Una joven muy simpática, de Maracaibo y un señor que se quedó dormido apenas se sentó. Resultado: amena charla entre dos. De Maracaibo, de las vicisitudes en los vuelos, de la vida. La vida. Me dice que está triste. Se acaba de separar de su pareja. Infidelidad. Todos los días él se pierde. Llega tarde y de mal humor. Nada de amor. No aguantó más mentiras. Abandonó el hogar. Le pregunto si se llegaron a casar. Me dice que no. Que ella ya estuvo casada. Y enviudó. “¿Y eso?”, le pregunto. “A mi marido lo mató su hermano”. “¿Cómo así?”. “Bueno, el hermano cayó en las drogas. Él trató de salvarlo. Primero por las buenas. Después por las malas. Pelearon un día. Afloró un cuchillo. Él llevó la peor parte. Fue asesinado por su propio hermano. Me dejó con tres niños. Ellos ya están grandes. El hermano está libre. Salió a los dos años de la cárcel. Ya no albergo odios. Tengo mis hijos y mi misión es velar por ellos.”


En ese mismo vuelo ocurrió otra historia. No todo es tan malo. Sobreventa de pasajes. Sobra un pasajero. Verificación por las azafatas. Si, falta un puesto. O sobra un pasaje. Deliberaciones. Solución genial por parte del Capitán. “Si algún niño quiere viajar en cabina…” (Muerto: ¿Quieres misa?). Aparece un candidato. Presto. Sin pedir autorización a su mamá, que también quedó fría con la decisión del chaval. Al final, ella acepta (ni más remedio). Chaval feliz a la cabina del piloto. No creo que haya algo que pueda hacer más feliz a un niño que viajar en cabina. Y a más de un adulto también le gustaría. Como yo, que siempre he querido y nunca he podido. El niño va hacia cabina dando saltos de alegría. La madre preocupada. Parte el vuelo. Hay muchas turbulencias por inestabilidad atmosférica. Maniobras del piloto. Extiende los flaps. Cambia de altura. Hace giros. Me imagino al chaval disfrutando. Al final del vuelo, cuando salgo del avión me encuentro al niño. Tengo que hacerme a un lado. La cara de felicidad no cabe en el avión. Son cosas que jamás se olvidan. Quizás allí nació un piloto de aviones.
*Imagen: Boeing.com

Saturday, June 29, 2013

Las penas



Hay seres humanos tan, pero tan frágiles que se protegen con una gran coraza. Y esa misma coraza puede hacerlos ver como seres insufribles, complicados, irascibles, amargados.

Ocurre que siempre hay algo que ha quedado, que viene de muy atrás, que los ha golpeado de manera tal que les ha sido imposible sobreponerse, levantarse con todas las de la ley para seguir su camino.

A veces no llega a saberse el pasado, sobre todo cuando el individuo es cerrado y se ha trasplantado a un lugar muy lejano a donde sucedió el hecho cumbre. Otras, el pasado se va reconstruyendo poco a poco, a partir de algunos gestos, de pequeñas muestras que van dejando a su paso. Porque si algo queda claro es que por más lejos que te muevas, los problemas van a ir allá contigo, y aunque no quieras ellos van a ir tratando de flotar, de formar parte de tu superficie.

Un gesto, una palabra, imágenes que salen y quedan, como tinta indeleble. Un tono de voz, un movimiento brusco. Hay cosas que nos delatan.

Lo mejor es siempre dejar que esos problemas que de alguna forma nos marcaron en un momento dado fluyan, salgan a la superficie. Y allí afuera, asumirlos, airearlos, dejarlos ir lentamente. Porque su hábitat no es precisamente la superficie. No soportan que se los asuma. El contacto con el rocío los reduce a su mínima expresión, a polvo cósmico. Y es entonces cuando salen a buscar otro rostro, otro cuerpo que los albergue, que los esconda, que los muestre disfrazados, que no los suelte ni los exponga.

Allí crecen nuevamente y son felices. Escondidos como están, limitados a salir, se expanden, toman otras formas, se encrespan, se disfrazan cuando salen al exterior accidentalmente.

Son como la ropa que no se seca bien hasta cuando decides tenderla al sol, exponerla a las miradas, sin miedo, sin penas, sin dolor.

Cuando se van de nosotros dejan el anuncio, somos y nos sentimos más libres, más seguros. 

Lo que antes nos hacía sufrir y llorar a escondidas ahora hasta nos hace reír al pensar lo tonto que fuimos resguardando y manteniendo por tantos años esa pena.

Y el viento se hace presente, las atrapa, se las lleva lejos, muy lejos…

*Imagen:www.lapizarradeyuri.com

Sunday, June 16, 2013

Los inicios en la lectura


Reconozco como mis inicios en la lectura, no aquellos cuando aprendí a leer sílabas y luego unirlas en palabras, no.
Esos fueron los primeros pasos. Después vino la etapa de leer todos los avisos que veía en la calle y así.

Pero el verdadero comienzo fue cuando dejé de mirar con recelo una serie de libros que había comprado mi padre en 1972, y decidí abrir uno de ellos a ver cómo me iba.  Era mi primer encuentro con la literatura de ficción.

En principio los libros se veían poco atractivos, sin imágenes (algo grave para un niño de diez años) y muchas páginas escritas. No soy el típico caso del padre que lee y guía a su hijo en el rito de iniciación. Mi papá leía, pero no ficción sino más bien libros técnicos, de geografía, historia, mitología, biografías. Libros cuya característica principal era que tenían muchas ilustraciones (mapas, retratos, esquemas) y que en cierta forma indicaban un aprendizaje.

La ficción era otra cosa. Era internarse en otros mundos, parecidos al nuestro o diferentes según el caso. Convivir con personajes como uno, o muy diferentes, darles vida, imaginarlos, ponerles una voz, una pose, un cabello, una creación que iba de la mano con la descripción del autor.

Y luego sufrir con los personajes, reír, llorar, saltar de alegría y vivir una historia que estaba siendo contada en paralelo.

El primero que abrí fue una bendición: “Las aventuras de Tom Sawyer” de Mark Twain. Las aventuras de un joven como yo quería ser, amante de la libertad y en busca de aventuras. Fue amor a primera vista.

Luego vinieron, uno a uno, los otros: “Viajes de Gulliver” de Jonathan Swift, “Viajes de Marco Polo” de Olive Price, “Robinson Crusoe” de Daniel Defoe, “La isla del tesoro” de Robert Louis Stevenson, “Moby Dick” de Herman Melville, “Ivanhoe” de Walter Scott, “La isla misteriosa” de Julio Verne y “Los cuentos de Andersen”, una recopilación de Hans Christian Andersen.

El décimo libro de la colección, “Los tres mosqueteros” de Alejandro Dumas no lo leí. Mejor dicho, lo empecé a leer pero nunca me enganchó y al final lo dejé (y hasta el sol de hoy no he vuelto a él).

Me ha pasado con algunos libros que, una vez comenzados, no logran engancharme y decido dejarlos porque no hay química entre el libro y yo.

Haber vivido esos libros me convirtió en el lector que soy ahora. Puedo decir que entré a la ficción de la mano de Tom Sawyer. Hoy voy con Tengo Kawana y Aomame, de “1Q84”. Entre ellos ha pasado un sinfín de personajes, a veces interesantísimos como Holden Caulfield (El guardián entre el centeno), Sal Paradise (Jack Kerouac en La Carretera) o el Capitán Ahab de Moby Dick.


Leer ficción ha sido como tomar cerveza. La primera te parece amarga y despreciable, pero poco a poco te va embrujando entre burbuja y burbuja hasta que la empiezas a apreciar y saborear.

Tuesday, June 11, 2013

Encuentros


La conocí en Araya. Antes de que todo sucediera tuve la intuición de que algo como eso iba a pasar. En el momento no sabes con quién, ni cómo, mucho menos cuándo, pero hay algo que precede al encuentro.

Yo había venido por segunda vez a esta playa hermosa, fascinado por la variedad del turquesa y el verde que pone ante mis ojos el mar; por lo bonita que se ven las aguas en el mar tranquilo de la tarde; por la arena blanca que contrasta en la orilla.

Estoy solo, bajo una sombrilla grande, sentado frente a una mesa con una cerveza y dos libros haciéndome compañía. 

Mientras el sol baja y la intensidad del calor hace lo mismo, yo leo a ratos mientras contemplo la escena natural para grabarla nítida en mi retína. Me había llevado “1Q84” de Murakami y “Los platos del diablo” de Eduardo Liendo. Leía un poco de uno y algo del otro cuando escuché su voz a mi espalda.

“¿Que lees?”, inquirió. Por el tono supe que era mujer, y, acto seguido volteé a mirarla. Contemporánea, pensé. No me miraba a mí sino a mis libros. Se acercó hasta la mesa y tomó uno de ellos, hojeándolo mientras indagaba sobre mi lectura.

Yo no miraba los libros sino a ella, y escuchaba su hermoso tono de voz, al tiempo que respondía sus inquietudes. Me contó que también había sido seducida por la lectura pero que allí, en Araya, no eran muchos los libros que llegaban a sus manos.

Tomó una silla y en confianza se sentó a escucharme. Yo comentaba mis impresiones de cada uno de los libros, de mi sorpresa por el libro de Liendo, de mi admiración por Murakami, y ella escuchaba con atención.

Luego la conversación se extendió a otros temas de la vida, al amor. Y no sé porqué me sentí en confianza para intercambiar con ella partes importantes de mi historia personal, igual que ella de la suya.

Supe que se casó a los 16, siendo apenas una niña, con un hombre mayor que ella. No tenía idea de lo que era amor y tampoco pudo llegar a saberlo en la unión. Conoció de lujos, de manicure, de pedicure, de salsas para pastas y de ossobuco, de panettone y tiramisú, pero no de amores.

Aislamiento fue la palabra más cercana mientras veía la vida transcurrir a escondidas, a través de la ventana. Veía pasar rebosantes de felicidad a las que fueron sus amigas de la escuela, con los amigos del pueblo, tras la cortina pues se moría de la pena de ser vista por ellos, convidada y no poder salir.

“Amor, hay fiesta en la plaza, ¿podemos ir?”, le decía al italiano en un vano intento por escuchar de cerca a sus amigas y ver el mundo desde un lugar distinto a la ventana furtiva. Un no como respuesta se hizo común, y cuando intentó alguna vez ir sola la paralizó un “Si sales por esa puerta no vuelves a entrar jamás”.

De lejos oía la fiesta, y las risas, y los imaginaba bailando y bebiendo, en una experiencia que nunca pudo compartir.
Estuvo nueve años prisionera y durante el confinamiento llegaron dos hijos que le alegraron en parte la vida pero no aliviaron la sensación de aislamiento.

Hasta que un día decidió extender sus alas y volar, con sus pensamientos claros en que nacemos para ser libres.

Antes de traspasar el umbral de la prisión había viajado, me contó, a través de los libros. Fueron ellos los que le enseñaron el valor de la libertad. A través de ellos, me dijo, “Conocí cada rue y cada caffé de Paris. Soy capaz de ir y decirte dónde están los más famosos, ya Hemingway me los mostró”. Yo escuchaba absorto, con el ruido del mar como fondo musical.

Conoció una buena parte de mi vida, que resumí como pude, sabiendo que el momento es ahora y no se sabe si pueda repetirse. Y preguntaba, se interesaba, reímos y lloramos juntos. Me contó que volvió a casarse, pero esta vez sí se sintió comprendida, libre, mujer. Conoció el orgasmo y también supo, tristemente, que muchas de sus amigas se iban a morir sin conocerlo. Su pareja es un artista plástico y es músico también.

En algún momento de la cháchara se acercó hasta nosotros y lo pude conocer. Creí ver en su rostro (¿ideas mías?) el desagrado que le causó el tiempo y el interés que su mujer me había dedicado. Luego se fueron. Ella se atrevió a preguntarme si volvería luego de regresar a Caracas. Cuando lo afirmé me dijo “Me traes un libro”.

Al día siguiente el cielo de Cumaná amaneció despejado augurando un día bonito, y regresé a Araya.

Estando en la playa pude verla de nuevo, a cierta distancia. La saludé con la mano y correspondió tímidamente al saludo, sin acercarse. Su expresión facial, aunque lejana, dijo mucho. 

No era idea mía la impresión que tuve cuando conocí a su pareja. Eran celos en su mirada. Momentos bonitos como ese quedan para siempre en la memoria de ambos. Allí, donde florecen los pensamientos, que es donde mejor se siente la libertad. 

Saturday, June 01, 2013

Araya


Ir a Araya fue un sueño que tuve durante mucho tiempo. La tierra me había sido esquiva hasta que un día me instalé en Cumaná y en las cálidas arenas de la Playa de San Luis la pude ver, cercana y misteriosa al mismo tiempo.

Decidí hacer el viaje de una buena vez. Me informaron de dos vías para lograrlo. La primera es navegando en un viejo ferry llamado “La Palita”, y la otra por intermedio de unas embarcaciones pequeñas, parecidas a un viejo autobús, los cuales son conocidos como los “Tapaítos”.


Preferí estos últimos porque la travesía es más corta (20 minutos versus dos horas en el ferry), aún cuando llegan a la población de Manicuare, quedando Araya a 10 minutos por vía terrestre.

El muelle desde donde salen los “Tapaítos” está un poco abandonado. Son viejas instalaciones bastante destartaladas, donde la gente se arremolina a esperar la llegada de las embarcaciones.


Abordarlas es lo más parecido a entrar en otra dimensión. Tiene asientos continuos en los laterales y otros transversales a cada tanto. La gente entra con lo que puede cargar: sacos de frutas, una torta gigantesca para un cumpleañero que esperaba en la península, hortalizas y maletas de viaje se alternaban con nosotros. Durante el viaje se hacen chistes, alguien canta y la gente lo acompaña, mientras que el resto disfruta del vaivén de las olas y la fuerte corriente del Golfo de Cariaco. El timonel va adelante, guiando el camino y en la parte posterior hay un maquinista encargado de poner a funcionar cuatro poderosos motores fuera de borda. Si miras alrededor parece una pequeña fiesta improvisada en altamar. 

Queda demostrado que se puede ser feliz con muy poco. En 20 minutos exactos ya estaba caminando por el pequeño muelle de Manicuare, pueblo de pescadores en la costa sur de la península.


Desde allí tomé un taxi hacia Araya. La carretera te hace sentir que has sido transportado directamente hasta Marte. La tierra árida y rojiza que la circunda lo confirma. Bien podría la NASA hacer las pruebas de los vehículos espaciales en esas praderas infestadas de plantas xerófilas y tierra roja y reseca por todas partes.

A poco de llegar encuentras las montañas de sal aun sin procesar en las famosas salinas y una enorme Laguna Madre, desde donde se extrae la sal. A no ser por las instalaciones, podría seguir pensando que estoy en las estepas de Marte.

De repente el turquesa hace su aparición, en diversas tonalidades. Es el Mar Caribe que besa la península en su lado oeste. Es una vista muy hermosa, que paraliza. A un lado están las ruinas del viejo fuerte de piedra, desde cuya altura se aprecia la costa oeste. El paisaje bien vale la pena. La vista se pierde en la inmensidad del mar.

Camino entre las ruinas y me imagino la inmensa cantidad de episodios históricos que allí han sucedido. Los barcos piratas atacando frente a la bahía y el resonar de los cañones en la defensa del territorio.

La playa es encantadora, aguas transparentes, muy limpias, de un azul que hipnotiza en el horizonte.

Es Araya, en Venezuela. Valió la pena haber venido.