Friday, July 24, 2009

Freddie el minero


Sus días transcurrían en la monotonía, el absoluto aburrimiento. Un aburrimiento que tan solo se justificaba por el placer que para él constituía el ejercer la actividad minera en el largo y tedioso camino a casa. Era minero de su propia nariz. Al punto que desesperaba en los días en que no encontraba las ansiadas vetas del mineral.

Su vida en sí era bastante anodina. Fredesvindo, que así se llamaba, no encontraba placer en las mujeres, ni en los juegos de envite y azar que tanto se habían difundido con la crisis. Freddie, como le conocían todos allí, desempeñaba diversas misiones dentro de la oficina. Preparaba el café como nadie, unos días mejor que en otros, sin revelar a nadie su secreto. Desde que lo comisionaron para ello, ya pocos empleados se atrevían a bajar a la cafetería de la esquina. Todos daban vueltas alrededor de la máquina de café esperando el tiempo preciso en que la misma terminara de colar la deliciosa bebida que los ayudaba a mantenerse despiertos en un ambiente de tanto tedio y rutina.

Claro que Freddie hacía otras cosas, algunas de ellas un tanto difíciles de ejecutar, como dirigirse al Instituto Geográfico “Simón Bolivar” a comprar los “ortofotomapas” (fotografías aéreas de uso cartográfico) específicos para una región del país, en la escala y el tamaño adecuados. Nadie como él para conseguirlos. Podían enviar a otros, que ya volverían fracasados, sin cumplir con la misión encomendada. Con Freddie era otra cosa. No se sabe cómo ni con que contactos, pero lograba conseguir el plano o la carta geográfica más difícil, en la escala necesaria. Muchas veces regresaba con material que se encontraba agotado, con años fuera de imprenta, muy útil para los ingenieros de la empresa. Freddie tenía sus contactos, obviamente, pero nadie nunca lo supo, mucho menos de su boca.

Freddie era entonces una especie de ministro plenipotenciario para lo que fuese. La envidia de otros empleados, profesionales o no. Se dice que una vez logró salvar financieramente a la empresa al conseguir que un importante cliente pagara una factura por un gran monto, vencida hacía largo tiempo. El sólo pidió sus viáticos por tres días, los gastos de pasajes y hotel, a los cuales anexó una que otra factura por consumos de bebidas alcohólicas en bares de aquella ciudad. No se supo de él durante esos tres días, y al regresar, fue directamente a la oficina del presidente a entregar el cheque salvador. Por eso y otras cosas, todos lo respetaban mucho, y no tenía necesidad alguna de, como todas las mañanas, hacer el café para los otros empleados. Pero nadie logró sacarlo de allí. Tampoco nadie quería. Ni el mismo presidente, que era el primero que se acercaba a disfrutar del oscuro líquido humeante, deliciosamente aromatizado.

Pero lo de él era la minería, endógena, para más señas. A pesar de que muchos atribuían su eterna sonrisa a alguna misteriosa mujer que, según contaban quienes se situaban cerca de él, lo llamaba a diario, llamadas que el contestaba en susurros que nadie escuchaba, apenas si se oía levemente la voz chillona de la susodicha, a través del auricular.

Freddie guardaba para sí el secreto de su sonrisa, que no era otro que la felicidad que le causaba el hecho de que, en solitario, cada tres días, sentado en su coche, escuchando su música favorita de Beethoven, dirigía su dedo meñique hacia la mina, en cualquiera de sus dos entradas, y el mismo hacía contacto con una gran veta acumulada. La alegría era patente. Sólo para él. Alrededor, todos lo ignoraban, escudado como estaba tras los vidrios oscuros de su auto, formando parte de la gigantesca serpiente metálica que recorría la ciudad en las llamadas horas pico.

Freddie tocaba repetidas veces la veta, imaginaba su tamaño y su forma, su textura, los colores de la misma. Poco a poco, en estado de éxtasis, lograba extraerla de la mina, encendía, como en una ceremonia premeditada, la lamparilla interna del auto y observaba minuciosamente y por largo tiempo el hallazgo, sonrisa de por medio. Mientras más grande, mayor era su alegría. Luego procedía a aplastarlo con los dedos para finalmente convertirlo en una bola que desprendía, con certero movimiento, de su mano. Y a partir de allí volvía a por más. Hasta dejar la mina completamente despejada.

Como los otros mineros, aunque sin lograr vender el mineral, Freddie volvía irreconocible al día siguiente. Y es entonces cuando su café, ése café de fama extraordinaria, se convertía en el mejor de todos. La voz se corría, y los empleados hacían fila frente a la máquina, para obtener aunque fuese un sorbito del oscuro y estimulante líquido.

8 comments:

Nerim said...

¡ah! mi marido haría buenas migas con Freddie pues junto con la minería, el buen café es una de sus pasiones.

Un besote grande, grande para ti, mi querido Oswaldo.

Oswaldo Aiffil said...

Hola Mirentxu! Jajajaja, veo que Freddie tiene un clón en Barcelona, jajaja! Y más de uno por estos lares de Dios, lo certifico! Un beso enorme Miren, te quiero mucho!

Le Mosquito said...

Pues yo también soy minero aficionado. Qué le vamos a hacer...
¡Ah! pero no me parezco en nada al genial retrato que haces de ese Freddy, de quien no me gusta ni el nombre.

No sé si conoces esta cancioncilla infantil:

Yo tengo un moco,
lo saco poco a poco,
lo redondeo,
lo miro con deseo,
yo, me lo como,
y como sabe a poco
volvemos a empezar:

Yo tengo un moco...

Oswaldo Aiffil said...

Hola Mosquito! Jajajaja, muy buena la cancioncilla, jejejeje! Freddie, tiene nombre de personaje de thriller, un abrazo amigo!

Benedetto said...

Oswaldo,


Carajo! vaya historia la que nos regalas eh? Jejejeje.

Yo, no me anoto en esa fila ; al menos para tomar el caffè de ese personaje en cuestiòn! ( Risas )

Para todo lo demàs, me suscribo a tu buen humor y a esa manera tan desparpajada de contar las cosas ! Jajajaja


Saluti.

Oswaldo Aiffil said...

Hola Beny! Gracias! ¿Sabes? Para Freddie, la minería es un secreto, jejejeje. Un abrazo caro amico!

RosaMaría said...

muy myuy bueno, tiene un clon en cada automovilistya detenido en un semáforo rojo. pienso que son los que no arrancan cuando se pone en verde.
saludos

Oswaldo Aiffil said...

Hola RosaMaría! Jajajaja, allí se ven muchos Freddies, y en los atascos también jajaja! Un beso amiga bella!