Thursday, August 03, 2006

Los colores de mi hijo


Este relato le pertenece a Indira Páez, escritora venezolana, esposa de uno de mis cantantes favoritos, Frank Quintero. Lo reproduzco porque me tocó en lo mas profundo de mi corazón. Se llama "Los colores de mi hijo":

"Yo nací en una casa de lo más multicolor. Y no, no me refiero a las paredes. Esas eran blancas, como las de cualquier casa de Puerto Cabello en los setenta. Mi casa era multicolor por dentro. Y es que mi mamá es de piel tan clara, que sus hermanos la bautizaron "rana platanera". Y mi papá era de un trigueño agresivo, con bigote de charro, sonrisa de Gardel y cabello ensortijado, estirado a juro con brillantina. La vejez lo ha desteñido, a mi papá. Como si la melanina se acabara con el tiempo. Como si los años fueran de lejía.

De esa mezcla emulsionada salimos nosotros, cinco hermanos de lo más variopintos. Mi hermano mayor, vaya usted a saber por qué, parece árabe. Ojos penetrantes, nariz aguileña, frente amplia y cabello rizado (cuando existía, pues ahora ostenta una calvicie de lo más atractiva). Le sigue una hermana preciosa, nariz perfilada, pecas, ojos inmensos, sonrisa como mandada a hacer. Castaña clara y de cabello cenizo. Se ayuda con Kolestone, vamos a estar claros. Pero le queda de un bien que parece que hubiera nacido así. Al tercero, extrañamente, le decían "el catire". Nunca entendí por qué, con ese cabello de pinchos rebeldes que crece hacia arriba. Eso sí, tan rana platanera como la madre. Yo soy trigueña como mi padre, y mi nariz delata algún ancestro africano por ahí. Y mi hermana menor es pecosa y achinada, como si en algún momento los genes se hubieran vuelto locos y por generación espontánea hubieran creado una sucursal asiática en la casa.

Así, los almuerzos en mi casa parecían más una convención de las naciones unidas que otra cosa. Claro que yo jamás me di cuenta de eso. Para mí eran almuerzos, punto. Con el olor inenarrable de las caraotas negras de mi mamá y las tajadas de plátano frito que se hacían por kilos.

De chiquita nunca entendí por qué en el colegio de monjas un día una niñita me preguntó si mi papá era el chofer. Tampoco supe por qué no lo habían dejado entrar a cierto local nocturno muy de moda en los ochenta. Yo jamás me fijé en los colores de mi familia. Mi papá, mi mamá y mis hermanos, siempre fueron exactamente eso: mi papá, mi mamá y mis hermanos.
Cuando yo era chiquita pensaba que los colores los tenían las cosas, no la gente. No entendía por qué a algunos les decían negros si yo los veía marrones, y a otros les decían blancos si yo los veía como anaranjado claro tirando a rosa pálido. Y menos aún entendía por qué aparentemente y para muchos adultos, era mejor ser "blanco" que "negro". Una vez mi papá se comió un semáforo y alguien le gritó: "¡negro tenías que ser!". Yo me quedé estupefacta al descubrir que los "blancos" jamás se comían los semáforos.

Así las cosas, comenzó en mi adolescencia una suerte de fascinación por aquello de los colores de la gente, las etnias, las razas y esos asuntos que parecían importar tanto a la humanidad. Tanto, que hasta guerras entre países generaba. Tanto, que se mataba la gente por asuntos de piel. De genes. De células. De melanina.

Yo buscando vivencias reales, y con lo enamorada que soy, tuve novios marrones, rosados, amarillos y uno hasta medio verdoso. Me casé con un italiano y tuve una hija que parece una actriz de Zeffirelli. Y finalmente me enamoré hasta los huesos y me casé otra vez. Con un marrón. Un marrón de esos que la gente llama "negro".

Una tía abuela me dijo cuando me casé: "ni se te ocurra tener hijos con ese hombre, porque te van a salir negritos". A mí no me cabía en la cabeza que a estas alturas de la historia universal, alguien pudiera hacer un comentario como ese. Pero mi tía tiene 84 años, y uno, a la gente de 84 años, le perdona todo. Hasta el racismo.

Como soy bien terca salí embarazada de mi esposo marrón. El embarazo fue una montaña rusa total, así que cuando nació mi hijo, sano, con diez deditos en las manos y diez en los pies, un par de ojos, orejas, boca, nariz y gritos, yo estallaba de felicidad. Y cuando uno estalla de felicidad, no escucha nada.

Pero resulta que han pasado cinco meses, y aunque sigo felicísima, se me ha ido pasando la sordera. Y como soy tan bruta, no termino de entender cómo es que tanta gente, que no solo mi tía la de 84, me pregunta "¿y de qué color es el niño?". Sí, sí, así mismo. "¿De qué color es?". Les importa muchísimo ese detalle a algunos. Tal vez a demasiados. Una amiga de España. Una antigua vecina. Una ex compañera de colegio. Una gente cualquiera que no tiene 84 años. Una gente que, que yo sepa, no pertenece al partido Neo Nazi, ni milita en el Ku Klux Klan, ni es aria, ni tiene esvásticas en la ropa. Una gente que se ofende si uno les dice racista. Llegan así, llaman, escriben. Y lo primero que preguntan, antes de esas típicas preguntas de viejita ("¿Cuánto pesó?" "¿Cuánto midió?" "¿Lloró mucho?"), es "¿y de qué color es?".
Y la verdad, lo confieso, a riesgo de quedar como una madre desnaturalizada, es que yo no me había fijado de qué color era mi hijo. Porque cuando nació mi hija la italianita nadie me preguntó eso. Entonces no pensé que era tan importante saberse el color del hijo. Yo me sabía la fecha de su primera sonrisa. Me sabía cuándo se le puso la triple, cuándo comió papilla por primera vez. Sabía que tenía tres tipos de llanto (uno de hambre, uno de sueño y uno de ñonguera). Sabía que por las noches le gustaba quedarse dormida en mi pecho. Cosas, pues, intrascendentes. Igual con mi bebé. Ya me sé sus ojos de memoria, por ejemplo. A veces están a media asta y es que tiene sueño, pero lucha porque no quiere perderse nada. Me sé sus saltos cuando quiere que lo cargue. La temperatura de su piel, el olor de su nuca.
Pero el domingo pasado me encontré a una ex compañera de trabajo que no veía desde mi preñez, y ¡zuás!, me lanzó la pregunta. "¿Ya nació tu hijo? ¿Y de qué color es?". Me agarró desprevenida, y no supe qué responderle, pero me prometí a mí misma averiguarlo, ya que a tanta gente parece importarle el asunto. Debe ser que es algo vital, y yo de mala madre no he prestado atención a la epidermis de mis críos.

Así que ante tanta curiosidad de la gente, me he puesto a detallar los colores de mi hijo. Y resulta que mi bebé es un camaleón. Sí, de verdad. Cambia de colores. A las cinco y media de la mañana, cuando se despierta pidiendo comida, es como rojo. Un rojo furioso y candelero. Después se pone como rosadito, y se ríe anaranjado. A veces pasa el día verde manzana, y me provoca darle mordiscos por todos lados. Cuando lo baño, y chapotea con el agua, se vuelve como plateado, una cosa increíble. Cuando se le cierran los ojitos del sueño, es amarillo pollito y provoca acunarlo y meterlo bajo las dos alas acurrucadito. Finalmente se duerme y, lo juro por Dios, se pone azul. Y brilla en la oscuridad.

Ese es mi hijo, multicolor. Sé que va a ser un poco difícil llenarle la planilla del pasaporte, o contestarles a las ex compañeras de colegio cuando pregunten de qué color es mi hijo. Pero eso es lo que hay. Lo juro. Mi hijo es color arcoiris... "

16 comments:

Noor! said...

bueno pasando por aki a saludar amigo...

esperando noticias con el concurso de la mamita bloguera,,,,

voy aki en elc arro revisando rapidito a los panas blogueros q ando en el tigre de vagaciones paseandito pronto regreso a mi maracay...

bueno saludos...

con calma leo bien el post luego....q esta algo largooo jijijiji

entiendo q tienes un hijo son una bendicion y por demas son seres especiales.. q dios les bendiga

Unknown said...

Ahh me ha parecido esto tann hermoso. Me ha encantado¡¡

Carolina said...

Está hermoso, muy hermoso...
Saludos,

Pansy said...

Bellisimo!
Una manera muy hermosa y elegante de decirle al mundo lo xenofobicos que solemos ser a veces ...
Eso me recuerda que una de mis enseñanzas a mis hijos es que nunca debemos desdeñar a nadie por su condicion ni de color, ni de religion, ni de estatus...
En casa cuando yo era adolescente me echaban mucha broma porque me decian que a mi solo me gustaban chicos de "color" ... la verdad que por mi vida ha pasado gente de todos los colores, religiones y condiciones! y con todos me ha ido excelente!

Feliz dia! Oswaldo como siempre es muy placentero venir a leerte!
Un abrazo!

Ross said...

Guao, lindo y profundoooo.

Oswaldo Aiffil said...

Kosho! Deja de ahorrar letras y escribe bien, no aki sino aqui, el español es una lengua muy bonita. Saludos.
Gracias Consue, que bueno que tambien te gustó.
Gracias Karol, bienvenida!
Pansy! No hacen falta distintivos ni simbolos, todo está en la mente.
Un beso.
Rosswell, hola! Si, es verdad, es bastante profundo. Abrazos.

Kareta said...

Que bello!!! me recuerda mi casa!!... la gente sin querer puede ser muy mala, sabes mi mamá se ha casado dos veces y tengo una hermanita de su segundo matrimonio, ella es oscurita, aunque yo tampoco soy blanca pero podemos decir que ella es de un marron oscuro casi dorado y yo un marron claro... una vez una niñas más grandes que ella la hicieron llorar porque le decían eres una mentirosa ella no es tu hermana y ella llorando me fue a abrazar y me decía Kare no entiendo porque no creen que soy tu hermana, claro ella no sabía aún de colores... así es la gente mala, maluca.

Saludos!

Oswaldo Aiffil said...

Hola Kare! Triste historia, y como esa muchas. Y no es gente vestida del KKK. Hay que luchar mucho para que este mundo quede libre de injusticias, de todo tipo, raciales, políticas, ambientales, etc. Gracias por venir a contar tu historia Kare, TQM

Carlos M. Roos T. said...

muy bueno...!!! el color es importantisimo, pero el color del alma, y ese cuando llegamos a conocerlo a veces es muy tarde, que viva un mundo multicolor, pero de almas pristinas

JENNY said...

Te visito por primera vez y me encuentro con este relato! Es muy conmovedor, pero es una triste realidad! Yo he vivido algo parecido con mis hijos... pero así son algunas personas. Bravo por quien escribió este artículo y a tí por compartirlo!
Saludos desde España!

FEVC said...

Aprovecho la oportunidad de este excelente escrito de Indira Páez, que llegó a mi en el momento oportuno,por otra vía, y me permite ahora establecer contacto contigo para felicitarte. Ya he seguido con anterioridad tu blogg y me parece muy interesante, te felicito por tu talento y manera de expresarte. Estaré al pendiente. Un abrazo.

Oswaldo Aiffil said...

Carman!! Saludos, estas en lo cierto!
Jenny! Gracias. Asi es la vida de dura a veces. Saludos!
Gracias FEVC. Me llegó a lo mas profundo y no podía dejar de compartirlo. Un abrazo!

rominita said...

¡Qué cosa más hermosa este escrito!, esa mujer tiene el don de la palabra y escribe con el corazón...
También me deja con la duda sobre de qué color seré yo...porque soy más oscura que mi hermana y mi mamá, más clara que mi papá y menos pálida que mi abuelita... Lo único que tengo claro es que mi nariz se pone colorada con el frio y el calor. Si pudiera eligir mi color sería rojo... para ocultar las marcas que quedaron de mi ané juvenil.
MIL BESOS.

Oswaldo Aiffil said...

Hola Rominita bella! Gracias por venir por aqui a leer mi post. Se te quiere mucho, al igual que a mi Lady Paula!!

Guachu said...

Es una lastima que este tipo e cosas pasen, y definitivamente demuestra la ignorancia mas profunda. Yo vivo en España y aquí hay bastante racismo y xenofobia que es una de sus hijas.

Es lamentable que sociedades que pretender pertenecer al "primer mundo" tengan tan arraigados estos pensamientos tan absurdos, pero creo que peor aún es que nuestros países latinoamericanos, que somos el resultado de un hermoso mestizaje, tengamos estos pensamientos.

Definitivamente con este pensamiento enterramos la tesis de José Vasconcelos y su "Raza Cósmica".

Saludos

Oswaldo Aiffil said...

Gracias Guachu por su comentario, demas está decir que lo veo totalmente con lugar. Asi está nuestro mundo hoy día lamentablemente.
Un gran abrazo!