Sunday, July 21, 2019

Bogotá



Todo es diferente aquí. Y no puede haber comparación. Desde la comida, pasando por los modismos en el habla, el clima, la lluvia, los colores de la ropa, el horario del trabajo, el sabor del café, todo, todo cambia.

La gente por lo general es más reservada que de donde vengo. Entran en confianza al notar el acento y saber que no es local. Inicialmente intentan atinar con regiones del país, hasta que se rinden, y yo confieso.

Conocen nuestros problemas muy de cerca. Lo ven a diario en las noticias. Ven los padecimientos en la calle. Porque somos muchos aquí. Y no todos han llegado de la mejor manera.

En cada puerta de supermercado hay dos o tres paisanos esperando una limosna. Muchos tienen un letrero indicando el origen. Hay niños. Me pregunto qué pasará por la mente de esos niños, el porqué están allí, por qué hace tanto frío, por qué llueve todos los días, y por qué cada lluvia es tan distinta.

Llueve vertical, con goterones, llueve horizontal con mucho o poco viento, a veces hay unas gotitas minúsculas que caen y no se sabe si está lloviendo, porque miras al cielo y no hay nubes grandes, las gotitas parecen traídas por el propio viento, de otra parte. Hay días que amanecen claros, soleados, y de repente, vienen juntas, la nube y la lluvia torrencial que desaparece en instantes, como persiguiendo a la nube que las dejó caer.

El habla tiene muchas muletillas: “de pronto”, “digamos”, “cierto”, y vocablos cuyo uso desconocía, como “regáleme su firma” (firme aquí), “veci” (vecino), “diligenciar” (llenar una planilla), “embolatar” (enredar algo), “chatarrear” (investigar con énfasis), “bacano” (muy bueno), “costado” (lado) y así, la lista es interminable.

Así como proliferan los días grises, los colores habituales de la ropa también son fríos, como el azul oscuro, el gris, el negro.

Una vez que la reserva desaparece en el trato, la misma da lugar a una amabilidad y cortesía pocas veces sentida. Se siente la fuerza del cariño en el trato. Como cuando ofrecen el “tintico”, que no es otra cosa que un cafecito negro.

Se trabaja muchísimo, y desde muy temprano. En todos los sitios ves gente entrando muy temprano a trabajar y saliendo tarde a sus casas. Lapsos de 10, 12 o 14 horas diarias son relativamente normales. Hacen pausas en esos espacios de tiempo, para charlar un poco, tomar el tinto o contar anécdotas.

Las escenas campestres a las afueras de la ciudad son idílicas. Mucho verde, vacas pastando apaciblemente, lluvias, café caliente y unos escenarios bucólicos, con olor a hierba, a tierra húmeda y a flor de mastranto. Caídas de agua de ensueño, lagunas que aparecen y desaparecen entre la neblina con sus aguas misteriosas, frailejones, helechos…

Uno viene aquí por primera vez y queda enganchado, aunque no sepa la causa. Siempre se quiere volver. Y como dice el lema turístico, que se explica solo: “el riesgo es que te quieras quedar”. Es una preciosa ciudad. Es Bogotá, Colombia.


6 comments:

Pansy said...

Vine a leerte ... bonitas letras como siempre, espero estés bien.

Oswaldo Aiffil said...

Hola Pansy! Gracias por leer. Si, todo bien por el momento. Saludos.

Lisp said...

Viajé a Bogotá con sus letras, es extraño cómo un lugar se mete en el alma y hace una pintura que no se exhibe pero al recordar se disfruta, seguiré leyéndole, ¡su blog me gustó mucho! estamos en un momento de la historia que bien merece ser escrito desde el corazón de los que vemos el mundo desde un lado más amable. Un abrazo inmenso.

Oswaldo Aiffil said...

Hola Lis! Qué bueno que te gustó. Eres bienvenida, siempre. Un abrazo y un beso.

RosaMaría said...

Sigo disfrutando con tus relatos, todo parece vivirse en tus letras. Gracias por tanto detalle y sinceridad. Abrazo afectuoso.

Oswaldo Aiffil said...

Muchas gracias Rosa María! Qué placer tenerte por aquí. Un beso.