Monday, September 19, 2016

Once años escribiendo...


Dar rienda suelta a la escritura durante once años. Se dice fácil pero no lo es. Es un gusto enorme el que me da haber permanecido todo este tiempo compartiendo letras con ustedes, que son esa mano invisible que me impulsa a seguir. 

Les confieso que lo disfruto tanto como el primer día.

Me he planteado seleccionar algunos de los textos aquí plasmados para reescribirlos e intentar con ellos un libro de relatos.

Sin embargo, no me pongo de acuerdo conmigo mismo sobre cuáles son los textos que debería elegir. Hay días que me gustan unos, pero suelen variar en el tiempo. Debo pasar el tamiz una y otra vez hasta que haya algunos que permanezcan y decida reescribirlos.

Mientras tanto la vida sigue. Y desde 2005 la escritura ha evolucionado, para mejor, creo yo. He tomado un taller de escritura creativa, he leído la opinión de muchos autores sobre lo que se debe y no se debe al escribir, y me han quedado muchas lecciones, unidas a las que me han escrito los lectores. Queda mucho por aprender. Mucho por leer. He conocido muchos autores, y en muchos de ellos busco el foco, el estilo que se adapte a mi forma, estudio la manera como forman sus textos, y en el ínterin descubro otros, que me dan sorpresas, que me amarran a su lectura. Todos tienen algo que decir, algo que aportar. Y la vida, que es mi complemento. En ella hay bastante material para escribir, para contar, para compartir.

Ahorita leo a Vila-Matas y me entiendo muy bien con su forma de narrar. Con él y con su alter-ego Ernest Hemingway. Como ayer fue con J.D. Salinger. O con Truman Capote. O con Murakami en sus novelas, o con Mishima en sus cuentos. Dios salve la buena escritura porque es la savia que me alimenta y me hace crecer.

Disfruto ahora ese “Paris no se acaba nunca” de Vila-Matas, como ayer disfruté aquel “Paris era una fiesta” de Hemingway, y pienso que algún día llegaré a escribir de esa manera tan transparente y llena de sentimientos y honestidad ante la vida.


Por eso escribo. Esta bitácora es mi diván, mi rincón favorito de la casa. Un rincón que puede estar en muchas partes, incluso mudarse temporalmente de ciudad, y seguir allí, intacto en sus espacios. Un lugar donde sé que ustedes vienen a ver lo que se me ha ocurrido de vez en vez. Donde son bienvenidos. Y donde al mismo tiempo yo disfruto de la soledad del escritor, donde me enfrento con mis dudas, con mis tormentos de vida, con mis alegrías y mis torpezas. Un lugar que es testigo mudo de mi crecimiento como escritor. Y donde hay un sofá para compartir siempre. 

Saturday, September 10, 2016

Jeanne Hébuterne y las olas


Recuerdo siempre el día en que fui a la librería Noctua en busca de alguna novedad, y me encontré con un libro maravilloso de Enrique Vila-Matas, titulado “Paris no se acaba nunca”.

El libro me pareció encantador a primera vista, pero no tenía el dinero para comprarlo. Lo dejé con tristeza en el anaquel. Muy bien localizado. Y así estuve yendo un tiempo a verificar que el mismo estuviese allí para cuando pudiera comprarlo.

El día que pude, fui corriendo a la Noctua, para darme cuenta que no estaba donde lo había guardado. Alguien lo había movido. Nikolai, el librero, se encargó de darme la noticia. Un escritor lo había comprado tres días antes.

Desde entonces emprendí una búsqueda minuciosa del mismo en las librerías donde suelo pasar. Nada. El libro se había esfumado. Una lástima.

Casi un año después de este evento fui de vacaciones a Nueva York. Estando allí, en el Metropolitan Museum of Art, quedé prendado de una pintura de Modigliani. Su nombre, Jeanne Hébuterne. Hermosísima. Estuve allí, largo tiempo parado contemplando a Jeanne. Y admirando a Modigliani, una vez más.

Este fin de semana, un mes después de regresar de Nueva York, estuve en la librería Lugar Común, y, sorpresa, encontré “Paris no se acaba nunca”. No lo esperaba. Al fin lo había hecho mío.

No esperé para comenzarlo. Me gusta Vila-Matas. Y el título del libro me traía a la mente otro gran libro, uno que disfruté muchísimo: “Paris era una fiesta” de Hemingway.

No había ido muy lejos en el libro cuando apareció por arte de magia. Era ella, Jeanne Hébuterne. Mencionada por Vila-Matas. Apenas llegó a Paris, buscó el número 8 de la calle “Amyot”. Allí residían los padres de Hébuterne. Y allí se suicidó.

¿Por qué lo hizo? Dicen que por amor. Y qué otra razón podría tener la señora Hébuterne, al lanzarse de espaldas por la ventana del quinto piso, con nueve meses de embarazo, justo al día siguiente del fallecimiento de Modigliani.

¿Cuántas veces la pintó Modigliani? No menos de 20. Ningún desnudo. Aquellos los reservó para otras modelos. Se guardó para sí la figura de su mujer.

Y se quedó con otros secretos. Algo tenia Hébuterne que lo trastornó y por ello quedó prendado. De alguna forma lo reflejó en sus cuadros. Y era mutuo. Ninguno quiso sobrevivir al otro.


Cada vez que me encuentro con esas pinturas hay algo que me atrae. Son muy sencillas pero atractivas. En ellas hay mujeres tristes pero enamoradas. Mujeres melancólicas y pensativas. Imágenes que hablan. Que algo quieren decir. Y esas imágenes se quedan en la mente. Van y vienen de vez en cuando. Como olas en la playa, que se acercan y se alejan misteriosamente. Movidas no se sabe por qué fuerza. Así va Jeanne Hébuterne en mis pensamientos. Va y viene, como las olas, llevando a cuestas sus secretos y sus misterios.