Saturday, September 10, 2016

Jeanne Hébuterne y las olas


Recuerdo siempre el día en que fui a la librería Noctua en busca de alguna novedad, y me encontré con un libro maravilloso de Enrique Vila-Matas, titulado “Paris no se acaba nunca”.

El libro me pareció encantador a primera vista, pero no tenía el dinero para comprarlo. Lo dejé con tristeza en el anaquel. Muy bien localizado. Y así estuve yendo un tiempo a verificar que el mismo estuviese allí para cuando pudiera comprarlo.

El día que pude, fui corriendo a la Noctua, para darme cuenta que no estaba donde lo había guardado. Alguien lo había movido. Nikolai, el librero, se encargó de darme la noticia. Un escritor lo había comprado tres días antes.

Desde entonces emprendí una búsqueda minuciosa del mismo en las librerías donde suelo pasar. Nada. El libro se había esfumado. Una lástima.

Casi un año después de este evento fui de vacaciones a Nueva York. Estando allí, en el Metropolitan Museum of Art, quedé prendado de una pintura de Modigliani. Su nombre, Jeanne Hébuterne. Hermosísima. Estuve allí, largo tiempo parado contemplando a Jeanne. Y admirando a Modigliani, una vez más.

Este fin de semana, un mes después de regresar de Nueva York, estuve en la librería Lugar Común, y, sorpresa, encontré “Paris no se acaba nunca”. No lo esperaba. Al fin lo había hecho mío.

No esperé para comenzarlo. Me gusta Vila-Matas. Y el título del libro me traía a la mente otro gran libro, uno que disfruté muchísimo: “Paris era una fiesta” de Hemingway.

No había ido muy lejos en el libro cuando apareció por arte de magia. Era ella, Jeanne Hébuterne. Mencionada por Vila-Matas. Apenas llegó a Paris, buscó el número 8 de la calle “Amyot”. Allí residían los padres de Hébuterne. Y allí se suicidó.

¿Por qué lo hizo? Dicen que por amor. Y qué otra razón podría tener la señora Hébuterne, al lanzarse de espaldas por la ventana del quinto piso, con nueve meses de embarazo, justo al día siguiente del fallecimiento de Modigliani.

¿Cuántas veces la pintó Modigliani? No menos de 20. Ningún desnudo. Aquellos los reservó para otras modelos. Se guardó para sí la figura de su mujer.

Y se quedó con otros secretos. Algo tenia Hébuterne que lo trastornó y por ello quedó prendado. De alguna forma lo reflejó en sus cuadros. Y era mutuo. Ninguno quiso sobrevivir al otro.


Cada vez que me encuentro con esas pinturas hay algo que me atrae. Son muy sencillas pero atractivas. En ellas hay mujeres tristes pero enamoradas. Mujeres melancólicas y pensativas. Imágenes que hablan. Que algo quieren decir. Y esas imágenes se quedan en la mente. Van y vienen de vez en cuando. Como olas en la playa, que se acercan y se alejan misteriosamente. Movidas no se sabe por qué fuerza. Así va Jeanne Hébuterne en mis pensamientos. Va y viene, como las olas, llevando a cuestas sus secretos y sus misterios.

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