Saturday, September 05, 2015

Con Bienvenido a la escuela, 1970


Estoy viajando en la línea del tiempo y de repente me veo, atrás muy atrás, en otro lugar. Fue cuando comencé a ir a la escuela, en Puerto Ordaz, y debía transitar por una larga vereda de varias cuadras antes de llegar a ella, o a mi casa desde ella.

En ese entonces la ciudad era muy segura y mamá me enseñó a ir y venir solo del colegio. Con las advertencias de rigor, yo iba y venía a diario sin ninguna perturbación. Nunca la tuve. Ni por asomo.

Poco tiempo después se me unió un compañero. Se llamaba Bienvenido. Vivía a cuadra y media del colegio –yo vivía a seis–. Estaba conmigo en el salón de primer grado. Casi no hablábamos en clase pero siempre nos veníamos juntos, y cuando yo iba a clases, al pasar por su casa lo llamaba y de allí seguíamos juntos.

Todo el año hicimos o deshicimos el trayecto. Y así, como sin querer, nos hicimos amigos.

Cuando terminó el año escolar y ya estábamos de vacaciones mamá nos informó que volveríamos a Caracas. Decisión repentina de mis padres. Y sin consultar. Yo amaba Puerto Ordaz. La casa donde vivíamos. El patio. La cuadra. Los vecinos. El columpio en el árbol del patio. Y encontrarme con Bienvenido camino a clases. No podría avisarle que la historia llegaba a su fin. Nunca pude.

Cuando llegamos a Caracas, vivíamos en una pensión –que así se conocía una casa de vecindad donde mamá pagaba una renta mensual para que nos permitieran dormir en un cuarto con varias camas– que no me gustaba para nada. No habían más niños, salvo mis propios hermanos. Me inscribieron –tarde– en una nueva escuela donde no conocía a nadie. Fue difícil. En los recesos estaba solo. Me sentía solo. Y no hacía más que recordar mi camino a la escuela en Puerto Ordaz y las conversaciones breves y sustanciosas con Bienvenido.

El era muy pulcro. Siempre estaba impecable. Usaba guardapolvo, que era una especie de bata blanca que cubría el uniforme para que no se ensuciara. Y que yo no tenía por dos razones: una, porque mamá no podía comprarlo, y dos, porque la escuela dijo que era opcional. Cuando yo lo veía me parecía que yo llevaba la mitad del uniforme. Que iba la mitad de impecable que él. La mitad de presentable. Era él un tipo muy sencillo que nunca me miró con desdén por no llevar el guardapolvo. Y me regaló su compañía y muy buenas conversaciones.


A veces eres feliz con muy poco. Y no lo sabes hasta que lo pierdes.

*Imagen: Vista aérea de Puerto Ordaz, Bolívar, Venezuela.

2 comments:

RosaMaría said...

Hermoso recuerdo, seguro que Bienvenido tambièn se acordarà de ti. Tuve un amigo que se llamaba Bienvenido, una historia bonita: yo cocinando con la ventana abierta de espaldas a la mesa... un movimiento leve y un leve trino me hicieron voltear, y allì estaba... Un hermoso canario que me miraba moviendo su cabecita. Lo demàs fue sencillo, agua en la otra esquina de la mesa, manzana rallada, cerrar la ventana, comprar una jaula grande... y Bienvenido se quedò en casa, creo que nos elejimos mutuamente. En el barrio nadie reclamò y creo que si lo hubiera soltado algùn gato lo hubiera comido... Saludos.

Oswaldo Aiffil said...

Hola mi querida RosaMaría. Pues me imagino que si, aunque ni idea de dónde está ni que hace a estas alturas. No hay nada en la red. Tu Bienvenido no pudo caer en mejores manos. Un beso enorme mi RosaMaría.