Saturday, October 11, 2014

Nuestro paso fugaz por La Cañada


A veces no sabemos cuándo y dónde vamos a parar en los avatares de la vida. Simplemente un día nos dicen “te necesito allá por seis meses” y como es nuestro trabajo y nos conviene, decidimos hacerlo y nos vamos.
Fue así como conocí La Cañada de Urdaneta, un pueblo pintoresco ubicado en la costa oeste del Lago de Maracaibo.

Aparentemente allí no va nadie a hacer turismo. Mucha de la gente que vive allí llegó tentada por la fiebre del petróleo y se quedó a vivir allí.

Hoy en día se observa mucho ganadero o agricultor de las fértiles tierras zulianas.

Nosotros fuimos a trabajar en un proyecto que se desarrollaba en una isla del Caribe, cuyas construcciones tenían ramificaciones con una empresa del sector petrolero, ubicada allí.

Y a conocer la gente de allá.

En lo primero tuvimos éxito. El trabajo salió bien y en el tiempo encomendado. En lo segundo no tanto.

Salimos un día a comer y descubrimos que hay muchos sitios donde comer bocachico frito. Bocachico es un pescado típico de la región, muy apetecido, pero que a mí no me gusta porque tiene muchas espinas. Lo fríen en unos recipientes parecidos a unos barriles cortados por la mitad y llenos de aceite. Prácticamente los sumergen. Y el pescado absorbe la grasa. Nada bueno para la dieta de carnes magras y a la plancha.

La otra opción de comer es carne de res. Abunda y es muy buena. La comen a la parrilla. Y me gusta mucho pero no puedo comerla a diario. La solución que encontré fue cocinar algo ligero para almorzar y cenar luego en Maracaibo, que es donde vivía cuando trabajé allí. Y donde hay muchas más opciones.

A los restaurantes de carnes van muchos ganaderos que me hicieron recordar las películas del viejo oeste americano. Todos llegan con sus pistolas al cinto, se las quitan y las colocan a mano, en la propia mesa. Si te aventuras a ir al baño en la hora del almuerzo vas a ver muchos tipos de armas reposando sobre las mesas. Y nadie en apariencia está pendiente de ellas. Todos comen tranquilamente mientras conversan de lo humano y lo divino. Yo no me acostumbre a ese escenario de películas de vaqueros.

Uno de los meseros del lugar vio mi preocupación y me tranquilizó mucho. Me dijo que eso era normal allí desde siempre y que no representaba una situación de peligro. Por él seguí asistiendo al restaurant. E hicimos una buena amistad.

Hablaba muchísimo, y daba la idea de que yo era su interlocutor favorito. Me contaba de su familia, de la esposa, de los hijos ya con vida propia, del día a día en La Cañada. Y hasta me indicó como preparar remedios caseros cuando una vez tuve molestias estomacales. La sábila en jugos de fruta fue una medicina maravillosa para mi estómago. Y fue así como escogí mi lugar favorito para almorzar.

Recuerdo también a un joven que limpiaba en la oficina. Era de un pueblo cercano llamado La Villa del Rosario. En los ratos libres nos contaba de sus peripecias en la finca de su tío, allá en La Villa. Las borracheras con los trabajadores de la finca. Las terneras que asaban los fines de semana. Las velocidades que alcanzaba su tío en su viejo Ford LTD cuando lo traía de vuelta a La Cañada, o el tiempo récord que demoraba entre Maracaibo y La Villa. Los animales que se habían llevado por el medio al no poder frenar por la alta velocidad eran una constante y pare usted de contar historias, unas creíbles, otras menos. Pero igual nos divertía escuchar sus cuentos de lunes por la mañana.


Un día nos llamó el jefe. Nos dijo que el trabajo había terminado por el momento. Que habría más y que nos llamaría directamente a nosotros para que lo hiciéramos. Que probablemente llegaría en tres meses. De eso ya hacen doce años. Y aún no nos llama. Eso dijimos cuando nos despedimos de nuestros amigos. Que estaríamos de vuelta en tres meses. El tiempo, como se sabe, es relativo.

4 comments:

Marole said...

A 12 años y las memorias quedaron intactas...

¡Buen relato! Saludos querido Oswaldo.

Oswaldo Aiffil said...

3 meses, 12 años, cómo cambian las cosas en 12 años querida Marole. Gracias por la buena vibra. Un beso grande!

gloru said...

Wao, Oswaldo me hiciste recordad muchas cosas, vivi en un campamento petrolero siendo una chiquilla (16) recién casada, la escena la pusiste igualita, no cambiaste nada.
Cambiamos nosotros y el mundo sigue igual?
Fantástico relato, eres muy detallista, me encanta.
Saludos.

Oswaldo Aiffil said...

Hola Gloru! Muchas gracias por tus conceptos. Me agrada que te guste lo que escribo. Un beso.