Saturday, November 17, 2012

Rubén Blades, El Juglar



La realidad latinoamericana es muy particular. Hay cosas muy comunes en nuestros países, cosas que nos unen, que curiosamente son más de las que nos separan. De allí que nos identificamos bastante con la música y con las letras de algunas canciones.

Yo me identifico con la música y las letras de Rubén Blades.

Cuando escucho “Pablo Pueblo” tengo un flashback a los seis años de edad y veo claramente a mi papá llegando a casa del trabajo. Tratando de poner su mejor cara a un ambiente que gritaba todo lo contrario: techo de láminas de zinc, aun caliente por el solazo del día, el piso de tierra rojiza, ardiente, que producía una sensación permanente de calor y plagado de escorpiones grandes, con los que mi mamá mantenía una lucha constante, de gladiadora, para protegernos de sus terribles picadas, ayudada por el infalible galón de queroseno. Son estampas que conservo de una niñez muy pobre. Y no puedo olvidar que en ese entonces ya pensaba que tenía que haber una mejor forma de vivir, cuando aún no había visto el mundo a conciencia, porque muy poco habíamos salido del barrio. O por lo menos yo era muy niño y no estaba consciente.

Con “Paula C” recuerdo todos esos amores no correspondidos de adolescencia. Amores imaginados, recreados con nitidez en la pantalla gigante de mi almohada cada noche. De esos amores que han quedado prendados en nuestra mente y de vez en cuando reflotan, removiendo diálogos inútiles, sonrisas robadas, besos lanzados furtivamente en medio de un salón de clases, muchos suspiros y “te quiero solo como un amigo” estrellados sin piedad en nuestra frente. Las “Paulas C” tienen muchos nombres, que no olvidaremos nunca. Ni sus bocas, ni sus ojos, ni los tonos de sus voces. Ni la suavidad de sus manos aterciopeladas. Aquellas “Paulas C” que con el silencio se marcharon sin contestar jamás a esa declaración y dejaron ese corazón hirviendo de pasión. No las olvido.

Le comenté una vez a un amigo la tristeza instantánea que me producía “Amor y Control”. Allí supe, por boca de él, que Rubén la escribió cuando su madre agonizaba en un hospital, víctima de un cáncer incurable. Su madre que lo era todo, que era el centro de su universo. Entonces presté mucha atención a la letra escrita en un momento de tragedia familiar. Cuenta mi amigo que Rubén rompió en llanto una vez mientras la cantaba en Caracas. Son esos amores que duran toda la vida. “Las cuentas del alma no se acaban nunca de pagar” dice el propio Juglar.

Después “Maestra Vida”, canción que describe con agudeza el sentido vital, de forma dura e impenitente, pero sobre todo real. Es su poesía, con la que me identifico a cada instante y que va conmigo a todas partes. Letras que me inspiran a cantar, me llenan de recuerdos claros de una película de muchos matices, de muchas escenas, que juntas conforman mi propia vida. Las palabras de esos poemas son como chispas que hacen estallar con nitidez los recuerdos de mi vida. Palabras que solo Rubén Blades ha sabido plasmar con maestría singular para la eternidad. ¡Bravo Maestro!

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