Saturday, November 20, 2010

Flashback


Luego de trotar en el parque corremos todos, hombres ya maduros, hacia la zona de aparcamiento. Como sombrero tenemos el cielo azul resplandeciente y como zapatos la verde grama que se pierde en el infinito. Somos niños otra vez.


En mi mente una luz azulada, como de relámpago, ruido de oleaje fuerte, y de inmediato el tiempo retrocede más de treinta años. Corro también, con mis amigos, pero estamos en un parque de la ciudad. La vegetación ha crecido y nos llega hasta la cintura. Somos soldados. Yo soy el capitán y he ordenado correr hasta un viejo edificio que se aprecia en el horizonte. El aire fresco rompe en nuestras mejillas a medida que las gotas de sudor bajan rodando de nuestras frentes.


De repente el escenario cambia. Todo alrededor son paredes de concreto llenas de moho. Un mal olor lo inunda todo. Y yo sin saber porqué estoy allí, si segundos antes corría libremente al mando de mis soldados. Instantes transcurrieron para poderme ubicar en mi nueva realidad. Estaba sumergido en un pozo, en una boca de visita, sin tapa, oculta en la vegetación. Fui a parar a ella con todos mis huesos, que afortunadamente no se rompieron en el trance. Solo magulladuras en las rodillas y excoriaciones en los brazos. Estaba parado sobre un saliente de tubo que me había salvado de mi destino final, que no era otro sino el fondo del pozo, lleno de un líquido negruzco y mal oliente que brillaba justo bajo mis pies. El líquido brillaba por momentos, gracias a los pocos rayos de sol que atinaron a acompañarme en mi osada visita. Estuve cerca.


Y ahora… ¿Qué hacer? Un incómodo silencio me rodeaba, más bien me abrazaba, intentando minar mis fuerzas, que segundos antes eran impetuosas, las propias de un capitán con sus soldados.


El miedo de quedarme allí para siempre no se hizo esperar. Menudos compañeros me rodeaban. Me convertí en capitán, pero no de mis soldados, sino de la pareja conformada por el miedo y el silencio. No. Tenía que salir de allí. Lo intenté desesperadamente, pero el moho de las paredes me lo impidió, y casi caigo al líquido negruzco del fondo del pozo en el intento.


Con toda mi vergüenza y desesperación grité, pidiendo auxilio a los cuatro vientos. Como respuesta, más silencio, y una que otra hoja seca que, movida por el viento allá afuera, venía a acompañarme en mi prisión inesperada.


Miré hacia arriba, y lo que antes era la enorme bóveda celeste se circunscribía a un círculo azul, con bordes de concreto, y una que otra nube que pasaba a saludar sin hacer ruido.


No sé cuánto tiempo había transcurrido desde que estaba allí, inmóvil, solo con mis pensamientos, y claro, el miedo y el silencio que no me abandonaron nunca.


Comencé a escuchar, cada vez con mayor nitidez, el ruido de mi respiración agitada, entrecortada, asustada. De cuando en vez subían fétidos vapores provenientes del líquido negruzco que me obligaban a contenerla.


Me encontré conmigo mismo, y la esperanza perdida de algún día salir de allí con vida se esfumaba a cada instante. Mis dos nuevos soldados me observaban muy de cerca, con una sonrisa pétrea, y semblante inexpresivo, como esperando alguna orden.


De nuevo la película de mi corta vida pasando frente a mí, con las paredes enmohecidas sirviendo como pantalla de proyección. Mi madre, mis amigos, el patio del colegio en el receso de la mañana, mi amor platónico de entonces mirándome sonreída.


Nuevos acompañantes entraron de repente y sin avisar, cortando en seco la exhibición fílmica. Dos o tres rayos de un sol esquivo, reacio a presentarse en mi único círculo de cielo, hicieron acto de presencia, haciéndome volver en mí y en mi esperanza vana de salir de allí.


Miré al cielo, con sus bordes redondos, geométricamente perfectos, y pedí a Dios por que alguien equivocara su camino y viniera en mi auxilio. Grité con todas mis fuerzas y, a lo lejos, escuché un “¿¡dónde estáaaas!?”. De seguro era alguno de mis antiguos soldados. No pude discernir quién era porque el cilindro donde me encontraba distorsionaba en mucho la onda sonora de su voz.


Volví a gritar un “¡Aquiiiiií!” con olor a libertad. Al rato, el círculo azul se vio cortado por dos cabezas curiosas que se asomaron al pozo. Sonreí y grité: “¡Caí al pozo. Sáquenme de aquí!”. Creo que no llegué a terminar de decirlo cuando dos sonoras e infinitas carcajadas lo inundaron todo. Al principio me molesté, cómo es que dos soldados osaban reírse de su capitán, pero pronto caí en cuenta de la escena que habían visto de allá arriba y, en voz baja y sin poder evitarlo, comencé a reírme de mi mismo. Al rato se asomó una de las cabezas (de la otra sólo se escuchaban más carcajadas) y me tendió un brazo salvador.


Me aferré con el alma a mi conexión con la vida exterior, la cual aflojó y me soltó cuando, al mismo tiempo, sonaron más carcajadas. Me irrité, pero ¿qué más podía hacer sino esperar a que ambos soldados se desahogaran?


Finalmente me ayudaron, ambos, entre risas y pena, a salir de mi prisión temporal, con moho de la cabeza a los pies, las rodillas magulladas y excoriaciones en los brazos.


Entre las burlas de ellos y los inútiles regaños míos llegamos al viejo edificio de destino y nos sentamos a descansar y a comer unas naranjas que encontramos en el camino. Yo no comí. Fingí no tener hambre, quedando sumido en mis pensamientos acerca de lo frágiles que somos como seres humanos. Ahora estamos y un segundo después no estamos en el horizonte, y unas pocas veces tenemos la oportunidad de volver, de que alguien nos encuentre. De nuevo la luz azulada y repentina, con ruidos como de oleaje fuerte.


Un grupo de hombres maduros llega a la zona de aparcamiento. Con las toallas en los hombros y la ropa sudada nos despedimos. Los manotazos en el hombro y los “¡Nos vemos!” me hicieron despertar. Miro al horizonte. Flashback.




Imagen: "Time loop" en  http://alltradeart.co.uk/blanka-ciok/time-loop

5 comments:

Desván de Palabras y Pensamientos said...

Como siempre, resultas un soplo fresco. Hoy tus palabras son resorte de mi propio flashback personal. Fíjate cuántas y cuántas cosas han pasado (muchas, pienso,gracias a que ya solo pertenezcan al pasado)desde mi primera incursión en el blog de aquel tipo de cara simpática y mirada de ardilla astuta y chamán urbanita. ;-)

Oswaldo Aiffil said...

Hola Laura! Muchas gracias por tus lindas palabras! Bienvenida siempre a esta casa virtual que también es tuya. Pasaré a visitarte. Un beso grande!

Benedetto said...

Guaglione,


¡ Vértigo !


(Y si, espero que estés perfectamente. Lo más cercano posible :-)


Abbraccio.

La Hija de Zeus said...

Es verdad, la vida es así, en un momento estamos y un segundo después el panorama puede cambiar totalmente.. lo interesante es que ese cambio puede ser malo, pero también puede ser bueno.

Espero que siempre que lo necesites la ayuda esté disponible..

un besote

Oswaldo Aiffil said...

Hola Beny! ¡Vértigo! Jajajajaja. Allí voy Beny, un paso a la vez, tú sabes bien cómo es todo eso. Un gran abrazo amigo!

Hola Zeucita bella! Es la moraleja del cuento, la has captado muy bien. Gracias también por tu buena vibra y mejores deseos, que reitero para tí con mucho cariño! Un besazo!