Sunday, August 17, 2014

Con los peces en el mar...


Hay conductas que se apoderan de nosotros de una forma muy sutil, a veces tanto que no nos damos cuenta cuando ya son habituales en nosotros.

Vivo en una ciudad que se considera violenta por el alto número de crímenes que ocurren a sus ciudadanos. Para nadie es un secreto ya la violencia de Caracas. Y los que en ella vivimos hemos tenido que aprender a protegernos. Poco a poco vamos heredando conductas destinadas a evitar caer en trampas, a estar alertas, a desconfiar de todo y de todos. 

De esa conducta nos apropiamos a tal punto que podemos fácilmente pasar por paranoicos cuando nos encontramos en un ambiente geográfico donde no exista o sea raro encontrar ese estado de violencia.

Cuando estamos de vacaciones en una playa de otro lugar, lejos de Venezuela, es cuando nos damos cuenta de lo que sufrimos y que pasa desapercibido mientras estamos sumergidos en el ambiente cotidiano.

Al principio no nos atrevemos a dejar las cosas solas en un sitio por temor a ser robados mientras estemos alejados del sitio donde las dejamos. No nos ayuda ni siquiera el hecho de que otros, a nuestro lado, lo hagan, dejen allí sus cosas sin temor alguno y mentalmente los tildamos de descuidados. Hasta que nos vamos dando cuenta que somos nosotros los del problema, y empezamos a experimentar un cambio, aunque sea de manera temporal.

La mente descansa mucho cuando no tememos al prójimo, cuando no esperamos un asalto en cualquier esquina. No sabemos cuánto hasta que lo vivimos.

Al estar en el agua, nadando en el ancho mar, vemos peces que se nos acercan. La anécdota es curiosa porque debido a que son pequeños los primeros peces que se aproximan (muchacho no ve el peligro decían las abuelas), los vemos como algo curioso pero insignificante, hasta que empiezan a acercarse los más grandes, del tamaño de los que vemos en la pescadería. Si al principio es curioso verlos nadar tan cercanos, pronto obra sobre nosotros la desconfianza y empezamos a apartarlos por temor a que nos piquen. Ellos insisten porque no tienen malicia y en nosotros comienzan a aparecer imágenes donde somos picados en masa o devorados por los peces sin que nadie pueda llegar a socorrernos.

Es terrible saber que allí, donde nos acostumbramos a dejar solas las pertenencias al no existir el peligro de robo, no terminan nuestros temores a ser agredidos, a que los demás, sea cual sea su naturaleza, actúen de mala fe. Duele saber que el miedo sigue estando allí.

Luego no queda otra opción que dejarlos hacer, dejar que se acerquen y compartan con nosotros. Y nos percatamos que, aún los grandes, lo que quieren es jugar, tocarnos con su cuerpo, atreverse con lo desconocido (porque los invasores en el agua somos nosotros y no ellos).

Nadan con nosotros, aquí y allá, nos rodean y nos miran, nos olfatean, nos tocan, nos rozan con sus escamas frías, sobre todo en las piernas y en el abdomen, como los bebés cuando se encuentran ante un objeto o situación novedosa.

Y esa parte es hermosa, tanto por lo que se siente al contacto y a la vista, como por el simple hecho de saber que nadie vino a agredirnos sino a compartir la vida. Y la mente descansa. Y es muy sabroso lo que se siente; el descanso y la relajación que percibimos.

De vez en cuando flota un pensamiento que nos vuelve a atemorizar: si estos peces tan grandes han podido llegar aquí y nadar tan cerca, ¿porqué no podría hacerlo un tiburón hambriento? La opción de volver nadando con vértigo a la orilla es nuestra.

Yo elegí quedarme a vivir el momento, ese silencio alterado apenas por las olas o el salto alegre de algún pez travieso fuera del agua, o de mi brazo al rozar la superficie. La paz que transmiten los peces es indescriptible. La confianza mutua, cuando se alcanza, es una manifestación maravillosa de la armonía del Universo, y aunque nos sea dada en pequeños sorbos, la disfrutamos al límite.


Al volver a la orilla, seguían allí nuestras cosas, y había una sensación de relax que no puede describirse fácilmente.

*Imagen: www.fondosya.com

Sunday, July 20, 2014

Una estela en el cielo


Un avión surca el cielo dejando una estela blanca y larga, muy larga, que permanece mucho tiempo sin deformarse.

La raya blanca contrasta con el iluminado azul del cielo de la tarde caraqueña y nos pone reflexivos.

Hay quienes no atinan a saber que es un avión volando alto, muy alto en el cielo y se preguntan sobre el origen de la raya blanca que, sin difuminarse, permanece en las alturas.

“Debe ser un avión”, dice un padre sin convencerse mucho.  “¡Mira!” gritan otros niños al verla. La inmensa mayoría calla y observa. Entre ellos estoy yo.

El cielo azul iluminado con la raya blanca contrastando recuerda un enorme cuaderno que espera por mí para escribir, de forma coherente, en esa línea, las palabras que se arremolinan en mi mente desde hace días, buscando una salida.

Miro al cielo y empiezo a imaginar las palabras saltando de mi mente al infinito y posándose sobre la línea blanca en el orden que ellas creen que les corresponde, y a mí corrigiendo ese orden, intentando dejar plasmado un texto antes que se difumine la raya del cuaderno.

Pero, ¿qué texto es ése que quiere escribirse allá en lo alto, donde todos puedan verlo?

Mientras las palabras van subiendo e intentan buscar su lugar en la larga línea, yo pienso en el orden y en lo que van queriendo decir. 

Al tiempo voy impregnando el cielo de masas de aire que mueven las palabras de lugar, unas más allá, otras más acá, y voy soltando otras, las necesarias para dar sentido a la idea que quiero dejar plasmada, al menos en lo que dure la blanca raya sin borrarse.

Palabras que solo yo veo, ráfagas de viento que solo yo percibo y ordeno a mi antojo, y palabras en movimiento. El lugar que van tomando va dando sentido al mensaje que se va gestando, ráfagas sí, ráfagas no, y nuevas palabras se insertan en los vacíos que van quedando.

Al final leo el mensaje y sonrío pensando en los miles que están leyendo al mismo tiempo, y en los más que ahora no solo tienen la duda de quién creó la raya blanca en el cielo sino de donde surgieron esas palabras que de a poco se fueron armando en el cielo.

Ahora sí, todos callan, menos los niños que aún no saben leer y que preguntan a sus padres por el mensaje. “Pá, ¿qué dice allí?” preguntan unos, y lo piensan todos.

En el cielo caraqueño de esta tarde hay un mensaje de Nelson Mandela: Después de escalar una gran colina, uno se encuentra sólo con que hay muchas más colinas que escalar”.


A partir de ahora solo quedan las conversaciones con los hijos para tratar de explicar el sentido y la profundidad del texto escrito.

Sunday, June 29, 2014

Vida de motel


Acabo de terminar un libro hermoso. Se llama “Vida de motel”, de Willy Vlautin (La otra orilla, 2007).

Es un libro extraordinario, a mi parecer, porque trata de la cotidianidad, contada de una forma que enaltece al escritor porque, sin ocultar nada de lo malo que nos pasa en esta vida, logra bordar una tela saturada de belleza expresada en la forma de sentimientos que afloran a cada tanto y que te dejan pensando mucho.

El amor de madre, la solidaridad, la amistad verdadera, el enamoramiento de una chica, el dolor de una pérdida, todas esas pinceladas que no se ven a la primera leída, pero que nos marcan de forma indeleble.

Recordé, mientras lo leía, a “En la carretera” de Jack Kerouac, a “Kitchen” de Banana Yoshimoto, a “El guardián en el centeno” de J.D. Salinger, a “Vivir” de Yu Hua, a “Triste vida” de Chi Li, a “Cartero” de Bukowski…

Hay una magia en esos escritores que hace que, a partir de acontecimientos que sumen en la tristeza a cualquier ser humano, contados desde la óptica de lo vivido, entretejer una prosa ecuánime, bien hilada, que nos identifica como seres humanos ante la adversidad.

Narrado en primera persona, el protagonista Frank Flannigan nos cuenta su vida a través de una serie de situaciones que rodean el accidente fatal de un adolescente, causado por su hermano Jerry Lee. El sentimiento de culpa de Jerry Lee, la fraternidad, la ausencia de la madre, que murió cuando apenas eran adolescentes de 14 y 16 años, el padre irresponsable que huyó de casa acosado por las deudas en apuestas, dejándolos sumidos en la pobreza, el amor a una chica (Annie James, que también sufre una vida patética), la amistad, afloran como sentimientos humanos en una narración que vives, gozas y sufres como tuya.


El autor, Willy Vlautin, es cantante de un grupo de rock llamado “Richmond Fontaine”. Se apasionó (afortunadamente para nosotros) por la escritura y ya lleva cuatro libros editados en Estados Unidos. 

Es una recomendación que me permito hacerles hoy, último domingo de junio, cuando todos tienen la mente en el fútbol, ¿no es así? Si lo ven en el anaquel, por favor, no lo dejen.

Sunday, June 15, 2014

La abeja y el gordo.


La vida está llena de anécdotas. Cada cual más divertida. Hoy es día del padre, y como puedo hacer lo que me plazca, les voy a contar esta:

Voy con mi esposa a un espectáculo de jazz. En la antesala del teatro hay un evento de una importante marca de cervezas. ¿Resultado? Cervezas gratis para todos. La barra era una especie de escenario, decorado con la marca de la cerveza y dos modelos (una chica y un chico) que servían. Me acerco a la barra y pido dos, para mi esposa y para mí. En la barra estábamos dos en lo mismo. Las mujeres en la mesa esperando, pero muy atentas a nosotros. ¿La razón? Reformulemos la pregunta: ¿Las razones? La chica modelo de la cervecera era una mujer rubia, deslumbrante, con unas tetas inmensas cubiertas trabajosamente por una pieza que aquí llaman strapless, y que no se traduce en otra cosa que no sea un escote maravilloso. Nosotros, los esposos, en la barra, muy circunspectos, pedíamos nuestras cervezas cuando sucede lo inesperado.

Frente a la barra, y para mantenerla bien iluminada, yo había contado unas siete lámparas, alrededor de las cuales habían insectos volando (cosa común en escenarios nocturnos al aire libre). Uno de ellos, una abeja para más señas, se separó del grupo, y lentamente voló hacia el seno de la modelo, incrustándose en la cavidad, ante la mirada atónita de los presentes.

Y digo ´de los presentes´ porque en ese momento me di cuenta que no éramos ya dos, sino que había llegado un tercero, un gordo que no disimulaba la atracción que ejercían sobre él (y sobre todos, claro está) los inmensos pechos.

La chica comenzó a decir (eran como gritos, pero en baja intensidad, para prevenir el escándalo): “¡Ayúdenme!”, “¡Soy alérgicaaaa!”, “¡Dios mío, muévanse, hagan algo por favoooor!”. El señor de al lado y yo, detrás de la barra, nos miramos, a ver quién ayudaba, y al mismo tiempo miramos atrás, a las mesas donde nuestras mujeres nos esperaban y miraban curiosas, preguntándose por la tardanza. 

Volvimos a mirarnos, sin movernos del sitio, y miramos a la chica, que se había inclinado un poco, para no ser vista por los asistentes, y nos miraba suplicante, gimiendo, y repitiendo: “¡Es que soy alérgica y no quiero que me pique!”, “¡Ayúdenme, por favoooor!”.

Cuando decidimos enfrentar el suceso y colaborar en la urgencia del caso, vimos como, con un salto felino, el gordo recién llegado se apoderaba de la escena, atraía la chica hacia sí y alargaba el tope de la malla que cubría los inmensos pechos hacia él, metía la mano, lenta y valientemente, para, al cabo de unos largos segundos, extraer la intrusa, y luego reponer con sumo cuidado la malla en su sitio original.

La chica respiro, gimoteó unos segundos, y se incorporó con su sonrisa radiante como si nada hubiese ocurrido.

El señor de al lado y yo vimos los dientes del gordo brillar sobre nuestros ojos, en una sonrisa jactanciosa, mientras retirábamos las cervezas y volvíamos a las mesas donde nuestras esposas (bien enteradas de que algo había acontecido) esperaban por la anécdota.


Desde la mesa, y mientras contaba a mi esposa lo sucedido, veía como la sonrisa iluminada del gordo, desde su mesa próxima a la barra, sustituía en intensidad a las lámparas desde las que había partido la abeja entremetida.

Tuesday, June 03, 2014

Despegue


La tarde cae serenamente. No así los recuerdos que me invaden en cascada. Nunca había visto el aeropuerto de forma tan detallada como ahora. Las obras no parecen haber terminado luego de tanto tiempo desde que comenzaron las ampliaciones.

El estacionamiento da la impresión de ser un depósito de vehículos de gente que ya no va a regresar, que se ha marchado en vuelos sin retorno.

Adentro hay una fila inmensa para buscar el pase de abordar. Nadie dice cual es la fila de cada aerolínea. No hay avisos ni señales. La gente enmudecida mientras espera su turno. Algunos no quieren mirar a nadie mientras pasean su mirada por las rendijas de las baldosas del piso. No me atrevo a interrumpir ninguno de esos silencios y me dirijo a la taquilla para informarme.

Ahora sí llego a la fila que me corresponde, y después de un tiempo accedo a mi pase. Pago el impuesto (porque para salir de aquí hay que pagar también) y me voy a inmigración. Allí me encuentro de nuevo con algunos pasajeros cuyas caras, aunque esquivas, ya me son familiares por lo de las filas.

Descubro que sus miradas son ahora más tristes, como prediciendo el momento que se aproxima. Me advierte el guardia que debo quitarme los zapatos, el cinturón, el reloj, la cartera y hasta el teléfono, los cuales deben pasar por el scanner y comprobar que no soy un terrorista en potencia. Casi desnudo, paso por el detector de metales mientras mis pertenencias pasan en paralelo por otra vía.

Retomo las cosas, me pongo de nuevo las prendas y me acerco a la sala de espera de la puerta de embarque que me corresponde. De nuevo mis vecinos de fila, esta vez con las lágrimas impidiendo ver la pantalla que anuncia los vuelos por despegar. Confirmamos la hora y nos enteramos que, por suerte, la puerta no ha cambiado. Cerca de ella una empleada de la aerolínea parece jugar con su celular haciendo tiempo. Luego suena un teléfono cercano. La empleada atiende e inmediatamente se pone en guardia y llama a formar filas para embarcar.

Pararme de ese asiento me ha costado. Me incorporo y pongo el asa de mi bolso sobre mi hombro. Miro alrededor procurando quedarme con una fotografía instantánea de la escena de la sala, de los asientos que comienzan a quedar vacíos a medida que la fila crece.

Entramos al avión y ocupamos nuestros puestos. Me toca ventana. Desde allí veo a las aeronaves vecinas, como inmensos pájaros aletargados, esperando su turno para volar.

Abajo, en la pista, los empleados se afanan en dar los últimos toques mientras yo miro al horizonte. A lo lejos se ve el mar, la costa, la montaña llena de casas, el edificio del aeropuerto, la pista gris que se confunde con la línea azul del mar en el infinito. Y las lágrimas que comienzan a salir, nublando mi visión.

Me paso las manos por los ojos para dejarlas salir y que no me impidan ver lo que queda de mi país.

La azafata anuncia la partida. El pájaro de acero carretea por la pista con un ruido que semeja un silbido sin fin. Se aproxima el despegue definitivo.

Se escuchan tres campanadas en la cabina, y de inmediato tomamos velocidad y nos elevamos.

Yo miro por la ventana como último intento para retener paisajes, colores. Hay cosas que no veo por la ventana, pero que siguen cayendo en cascada por mi mente. Son risas familiares, llantos, abrazos, palmadas, miradas tristes, otras alegres, adioses.

Las lágrimas insisten en seguir su caída libre sobre mis mejillas hasta que, finalmente, retiro la mirada de la ventana cuando ya solo quedan nubes blancas y un cielo medio azul medio gris que lo cubre todo.

El pájaro de acero se estabiliza y vuelve a emitir su silbido infinito, mientras yo quedo con la mente en blanco, sabiendo que mi historia en el país quedó sellada en los breves segundos que duró el despegue.


Cierro los ojos para darme cuenta de que sí, que el país no se quedó en la pista como pensaba, no. El país sigue allí, conmigo en el avión, y no me abandonará nunca, aunque habite para siempre en tierras muy lejanas.

*Fotografía: www.minci.gob.ve

Saturday, May 17, 2014

Océano (Djavan)


Amaneció
Y desde lo alto del mar de la pasión
Podía ver desmoronarse el tiempo
¿Dónde estás? ¡Qué soledad!
¿Te olvidarás de mí?
En fin

De todo lo que existe en la tierra
No habrá nada en ningún lugar
Que pueda crecer mientras no llegues

Lejos de ti todo acabó
Nadie sabe cuánto sufrí

Amar es un desierto
Y sus temores
Vida que cabalgas en la montura de los dolores
Y no sabes volver
Dame tu calor

Ven a hacerme feliz
Porque te amo
Desaguas todo en mí
Y yo, siendo océano,
Olvido que amar
Es casi un dolor
Y que solo se vivir

Si es para ti



Sunday, May 04, 2014

La brevedad de un amor que no cesa


El día se me ha hecho largo hoy. He quedado para salir pero un malentendido ha hecho que la cita se haya ido al traste. Ha fallado la comunicación.

Y es que uno se abruma con tantas noticias que la perspectiva entre lo real y lo irreal se termina perdiendo.

Mi hija y yo conversamos hoy por teléfono. Ella está lejos. Sin embargo la línea nos acerca, luego de vencer más de un obstáculo. El amor lo puede todo.

Estamos todos tristes porque un angelito que llegó a nuestras vidas se nos fue esta semana. 

Se llamaba Tequila, un yorkshire terrier hermosísimo por fuera y por dentro. Nuestro último encuentro ocurrió hace apenas dos semanas porque luego del divorcio ella fue de los que se quedaron en la otra casa…

Hace algún tiempo hice un ejercicio literario sobre un perro. No sé de donde me salió porque nunca había tenido uno en casa y teníamos la regla de no tenerlo porque consideramos que para un perro no es el ambiente adecuado tenerlo en un apartamento. Pero igual me gustó y quizás correspondió a un deseo oculto que no sabía cómo manejar (pueden leerlo aquí, si gustan).

Menos de un año después de haber hecho el ejercicio llegó mi hija una noche a casa con un perro debajo del brazo (la historia, también si gustan, la pueden leer aquí). Viviría con nosotros. Temporalmente, porque en mi caso (previo al divorcio) ya se había acordado que me iría a vivir a otra parte. Mejor dicho, ya me lo habían pedido. Y con el tiempo en contra yo sabía de antemano que mi permanencia en esa casa no sería lo suficientemente larga como para disfrutar a la nueva vecina.

Demás está decir que fue amor a primera vista. Pero amor del bueno. Al día siguiente ya nos necesitábamos. Ya nos extrañábamos. Y se fue incrementando con el pasar de los días. Hasta llegar a lo que fue siempre, un amor que superó las distancias (cuando me mudé) y el tiempo de contacto (cuando nos veíamos teníamos que darnos un tiempo para el abrazo prolongado).

Todos los días pensaba en ella, en la próxima visita, en el próximo contacto, y a veces pasaban días, semanas sin poderla ver. Pero el amor permanecía intacto, por parte de los dos.

El sentimiento mutuo es una cosa en la que no bastan las palabras para describirlo porque ya lo he intentado y nunca he podido hacerlo. Yo creo que a eso le llaman amor y es el único vínculo que nos unió desde siempre.

Y utilizo el verbo unir en pasado porque Tequila se ha ido. Ha muerto el 29 de abril, tres años después de haber venido a nuestras vidas.


Fue un tiempo muy breve, muy corto, pero que estuvo lleno de momentos inolvidables para mí. Todos, absolutamente todos los encuentros fueron momentos de extrema felicidad. Nunca los olvidaré y los llevaré conmigo adonde vaya. Porque Tequila, allá mismo donde estés, tienes un pedazo de mi corazón, como yo tengo uno del tuyo, para siempre…

Saturday, April 19, 2014

Breve pausa de librerías


Los acontecimientos que ocurren ahora en Caracas me han hecho estar más tiempo en la casa. Mi rutina de librerías no está ocurriendo como antes de las protestas, en gran parte porque mis librerías favoritas están ubicadas en sitios neurálgicos.

Pero soy con los libros como las hormigas. Esas que van recogiendo la comida cuando todo el mundo está entretenido en otras cosas, y cuando viene el invierno pueden guardarse por meses, que no les faltará alimento.

Así estoy yo, con una lista larga de lecturas pendientes que estoy aprovechando, ahora que no puedo ir con frecuencia a ver libros afuera. Y de la misma forma me descubro como una persona que, pese a saber que tiene una lista larga de pendientes, va a las librerías a buscar novedades, e insiste en comprar.

Donde quiera que vaya lo primero que hago es preguntar donde hay una buena librería y para allá voy. Soy adicto a ese olor de papel y tinta, a pasearme lentamente por los anaqueles, hojeando aquí y allá, comparando las lecturas que me provocan con las que tengo pendientes en la casa y, finalmente, antecediendo alguna nueva que llame mi atención.

A veces, la falta de novedades es mi salvación: no compro. Pero eso no ocurre siempre, porque a pesar de los problemas para traer libros actualmente a Venezuela, los libreros se las arreglan para poner siempre algo interesante frente a mis ojos.

En estos días vi una edición hermosísima de “Doña Bárbara” de Rómulo Gallegos, de Editorial Armitano, con unas preciosas ilustraciones del artista plástico Alirio Palacios, de colección, y de repente en mi mente se armó un plan de releer a Doña Bárbara. Salí con ella debajo del brazo.

Falleció Gabriel García Márquez y me entraron ganas de releer la que para mí es la obra perfecta: “Cien años de soledad”. Afortunadamente ya había comprado la edición del 40 aniversario.

Y así voy, pasando el tiempo entre lecturas, viajando a esos universos paralelos, producto de la creatividad de un escritor, que a veces se confunden con la realidad y nos dejan como a Chuang Tzu, sin saber si es un hombre soñando como una mariposa o viceversa…

*Imagen: www.impulsocreativo.com.ve

Sunday, April 06, 2014

Mientras pasan los días...


Esta mañana me levanté temprano a escribir algo en mi blog, que está medio abandonado en los actuales momentos, debido a las terribles circunstancias que vivimos en Venezuela.

Antes de comenzar a escribir di una pasadita por Twitter para enterarme que estaban bombardeando la zona donde vivo con gases lacrimógenos.

Pronto empezaron a llover los tuits de varias personas denunciando los abusos y las detenciones.

Pronto se me quitaron las ganas de escribir.

Eso fue a las 5 am y son las 12, y todavía permanecen alrededor, gaseando los edificios y las calles sin contemplación. Sin detenerse a pensar que hay niños y ancianos durmiendo en los edificios aledaños.

Y así no provoca escribir. Todos los días rezo para que termine esta pesadilla, pero va para largo.

Todos los días aumenta el número de detenciones de estudiantes, de represión de manifestaciones y de violaciones de derechos humanos fundamentales. Y todo eso ante la mirada indiferente del mundo, con pocas, muy pocas excepciones.

Nunca la compra de conciencias fue tan evidente. Nunca quienes en otro momento nos habían pedido apoyo y refugio habían tenido la oportunidad de darnos la espalda como lo han hecho ahora.

Nos sentimos solos, y así, en solitario, llevamos esta lucha.

Todos nos sentimos afectados de un modo o de otro. Hay mucha gente que lucha y sufre callada. No se puede confiar en nadie. Se han puesto de moda las delaciones, como en Cuba.

Aspiro a despertar un día y ver a mi país en libertad. Solo aspiro a eso. Mientras tanto resuenan en mi mente aquellas palabras del Nobel mexicano Octavio Paz:
“Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo... del miedo al cambio."

*Fotografía de Isaac Paniza en Instagram (Ipaniza).

Saturday, March 15, 2014

El presente y el pasado


Estos días pasan a marcha forzada. No veo gente concentrada en el trabajo. Todos, un poco más, un poco menos, están sumidos en sus pensamientos.

La calle está que arde. Bombas molotov por los aires y luego el ruido de los vidrios y de la llamarada que recobra fuerza al estrellarse en el piso. Acto seguido viene la receta: perdigones, granadas de aturdimiento y gases lacrimógenos vencidos entran en el cóctel represivo. Como guindas del pastel tenemos palos, golpes, puños y empujones como cantaba Ismael Miranda en la Galera Tres.

Siendo ese el menú principal en las redes sociales (la TV local sigue como si nada estuviera sucediendo), la angustia y la zozobra siguen reinando en cada uno de los seres que puebla este país petrolero llamado por Américo Vespucci “Venezuela”, por la semejanza con la Venecia que dejaba atrás.

Me preocupan mis hijos, que están en la Universidad, y son protagonistas de la situación, como todos los estudiantes del país. Me angustian sus sueños y sus esperanzas de vivir en un país más tranquilo. Me duele verlos en cada estudiante torturado, detenido, amarrado, vejado y humillado por las "fuerzas del orden".

Como no vivo con ellos desde que me divorcié, los invito a cenar y mientras los espero en el área de estacionamiento de un restaurante, voy a preguntarle al empleado la hora de cierre del mismo, para que nada nos sorprenda.

“¿Hasta qué hora estarán abiertos?” le pregunto y me responde: “¿Cómo estás Aiffil?”. Me quedo de piedra, mirándolo de pies a cabeza en la penumbra, sin reconocerlo aún y me insiste: “Soy Bolívar, ¿no te acuerdas?”

Como Aiffil (mi apellido) solo me llaman aquellas personas con las que he estudiado en la Escuela Secundaria y la Primaria, y Bolívar es de la Primaria. Por lo menos 40 años sin  verlo ni hablarle, pero su memoria es mejor que la mía y me ha reconocido al apenas verme. Qué pena.

Me vino a la mente una fotografía de grupo que nos tomamos cuando estábamos en la mitad del sexto grado de Primaria, allá por 1974. Éramos unos treinta. Cada vez que la veo me pregunto sobre el destino de casi todos, porque somos pocos los que aún tenemos contacto.

Los imagino en otros países, en otras ciudades de Venezuela, con hijos, algunos con nietos. ¿Les pasará igual que a mí, que de vez en cuando los recuerdo y me pregunto de su destino? ¿O lo habrán olvidado todo, conscientes de que lo pasado es pasado y es un esfuerzo inútil empeñarse en revivirlo? ¿O tal vez tendrán recuerdos nítidos y fotográficos, como Bolívar? 
Quién sabe.


*Imagen del restaurante y el estacionamiento: www.alcaldiadebaruta.gob.ve

Sunday, March 02, 2014

Zozobra


El diccionario de la Real Academia Española tiene, entre otras, la acepción siguiente para esta palabra que titula el post: Inquietud, aflicción y congoja del ánimo, que no deja sosegar, o por el riesgo que amenaza, o por el mal que ya se padece. Es lo que siento, es lo que se siente en Venezuela hoy día.

Le pregunto a un joven sobre lo que pasó cuando mataron a Bassil Da Costa, joven estudiante venezolano, asesinado luego de una marcha estudiantil, y me dice lo siguiente:
Fuimos en manifestación consignar un documento a la Fiscalía General de la República. La Fiscal General no nos recibió. No se pudo entregar el documento en la entidad. Leopoldo López nos indicó que hasta allí llegaba la protesta ese día. Que luego anunciaría próximas acciones. Y se marchó en el Metro.
Nosotros, los estudiantes, estuvimos allí unos quince minutos más y decidimos irnos a casa. Yo me fui en el Metro y no fue hasta llegar a casa cuando me enteré de los eventos trágicos que ocurrieron después, en boca de mi mamá que, angustiada, me esperaba en la casa, muy desesperada por no tener noticias de mí, de la misma forma que yo no tuve noticias de lo que había ocurrido minutos después de haberme ido.
Llamé a un amigo que se había quedado y me contó que cuando se retiraban en sana paz fueron emboscados por elementos armados en calles cercanas a la Fiscalía. Algunos estudiantes se enfrentaron con piedras a quienes les cercaban el paso. La respuesta fue de disparos. Mi amigo estuvo cerca de Bassil cuando lo hirieron. Estaba en el grupo que lo esperó cuando lo recogieron. Ya estaba muerto de un disparo en la cabeza. Ya Bassil, como yo, no podría regresar a casa. Ya su mamá, como la mía, no tendría sosiego esa tarde, ni la siguiente, ni las otras tardes por venir.”
¿Qué sientes por lo que pasó? –pregunté.
“Rabia, mucha rabia e impotencia. Rabia por la represión desmedida hacia estudiantes desarmados. Rabia de saber que esas son las personas que nos gobiernan. Rabia de saber que habrá impunidad. Impotencia por no haber estado allí y haber podido ayudar.”

A partir de allí, la cadena represiva se incrementó hasta el punto de contabilizar oficialmente 18 muertos hasta la fecha. Las manifestaciones no cesan, como tampoco las operaciones represivas.

Hay cosas que nunca cambiarán. La imagen del gobierno, por lo menos en lo que respecta a los derechos humanos consagrados en la Declaración Universal, ha quedado seriamente dañada tanto dentro como fuera de Venezuela. Y mientras pasan los días, una sensación desagradable nos invade. Una inquietud por lo que viene. Por lo que falta por ocurrir. Por las violaciones reiteradas y el pisoteo a los derechos humanos, ignorados a su vez por los entes oficiales llamados a resguardarlos y hacerlos respetar.
Venezuela ya no es la misma. Hay zozobra en el ambiente…
*Imagen: Sitio donde asesinaron a Bassil Da Costa. Fuente: Cuenta Twitter de la FCE UNIMET @fceunimet

Saturday, February 08, 2014

Matrimonio por interés...


Hola queridos amigos y amigas. Aún no he salido del atolladero en que estoy metido por culpa de mi trabajo, pero ahí vamos y creo que la semana que viene bajará la presión y la carga de trabajo.

Para aliviar el stress he recurrido a la lectura. Y aunque el cansancio me ha limitado un poco, es bastante lo que he podido leer.

Como es mi costumbre. No voy a quedarme sin compartir lo bueno que llega a mis manos. Hay varios, pero uno que resalta.


Se trata de un librito que compró mi esposa y que yo ya había visto en los anaqueles pero aún no había comprado. Bastó verlo en la casa para que me antojara. Y valió la pena. Son cuentos, varios cuentos, muy actuales, a pesar de haber sido escritos entre los años 20 y 50 del siglo pasado. ¿El autor? Mijail Zóschenko. ¿Y cómo se llama el libro? “Matrimonio por interés y otros relatos” (Acantilado, 2005). ¿De qué va? Pues son hechos cotidianos en los que el autor disimula sus críticas al régimen estalinista a través de la sátira. A pesar de haber transcurrido casi un siglo desde la escritura de estos relatos, los mismos gozan de una frescura y una actualidad increíble. Muy bien podrían funcionar de haber sido escritos en esta época. Y me he reído muchísimo leyéndolos. Los he disfrutado muchísimo. 

Todos, absolutamente todos son buenos. Y todos me han hecho reír a carcajadas. No sé si a esto ha ayudado la buenísima traducción al español de Ricardo San Vicente. Con sus “dale que te pego”, “mira tú por donde”, “la madre que te parió”, “qué paquetito ni niño tuerto” y otras genuinas expresiones españolas le ha puesto lo suyo a la comicidad del original para hacer de este un libro imprescindible para los que, como yo, buscan de algún modo evadir la cruel realidad a través de la lectura de relatos de ficción. Y como nota adicional o valor agregado, parafraseando el slogan de un programa cómico de la televisión venezolana: “¡Y se divertirán!”.

Saturday, February 01, 2014

Tiempo sin escribir...


Hola a todos. Tiempo sin escribir. Pero aquí voy de nuevo. La vorágine de los acontecimientos técnicos me tiene virtualmente secuestrado de las letras. Aunque me resisto a ello, y he seguido leyendo algunos libros en este frio mes de enero en Caracas.

Les cuento que, de vez en cuando, uno tiene que renovarse desde el punto de vista técnico, so pena de quedar fuera de carrera frente a una juventud cada vez más tecnológica que nos va empujando a quedar como simples asesores mientras ellos ejecutan todo el trabajo. Te consultan aspectos complicados como quien acude a un “help” o ayuda virtual de un programa: “¿Cómo hago cuando esto sucede?”, “¿Qué material utilizo en estos casos?”. Pero del resto permaneces en una especie de aislamiento del proceso que se efectúa, que en ingeniería conocemos como diseño. Y si te dejas, por falta de uso, te vas quedando postrado y sumido en la obsolescencia. Más aún cuando los programas o software poco a poco te van sustituyendo con un “help” más profundo y ambicioso, lo que va llevando a las nuevas generaciones a reducir sus consultas personales a la mínima expresión, hasta un punto en que sinceramente ya no eres necesario en el proceso de creación de la ingeniería.

Es la misma cadena que ocurre, por poner un ejemplo, en los bancos. Ahora cuando vas a las agencias bancarias (si es que no lo haces de forma electrónica vía internet, desde tu casa), ya no intercambias palabras con los cajeros. En muchas ni siquiera están presentes. Si quieres hacer un depósito o retiro de dinero encuentras disponibles los cajeros electrónicos, unos artefactos que pueden hacer cualquier transacción y están fabricados a prueba de torpes. Te van diciendo cada uno de los pasos del proceso de realización de, digamos, un depósito, con voz e imágenes incluidas. Nunca nada fue tan fácil. Y el material humano ya no hace falta. Es más, ya no está en los bancos. Ni que decir de las ensambladoras de autos y un sinfín  de procesos que ya están totalmente automatizados.

De manera tal que este año he decidido actualizarme en el manejo de todos los programas electrónicos relacionados con mi carrera de ingeniería. Gracias a Dios conozco el funcionamiento de algunos y el proceso es el mismo, solo que ahora son más amigables, están cargados de imágenes y tienen un banco de datos que uno jamás podría reunir (libros, normas de cálculo, detalles típicos, entre otros). Y en esas ando.


Me he prometido escribir más a partir de este mes así que ya les iré contando acerca de los maravillosos libros que he leído últimamente, los viajes, la cotidianidad y otras cosas. Gracias por permanecer. Los quiero mucho.