Mi nombre es “Jota-Jota”. Naci hace más de 40 años, en Chacao, un sector de Caracas. Recuerdo que me concibieron en una oficina pequeña, un ingeniero y un dibujante o delineador, a mano, con tinta, con reglas de cálculo, nada de computadoras ni dibujos electrónicos, pero si con mucha mística e iniciativa.
Recuerdo también cuando comenzaron a construirme, le debo mi agradecimiento al “maestro costruttore”, quien con mucho esfuerzo dirigía mi conversión a ente físico.
Era, para la época, uno de los más modernos de la ciudad y eso me llenaba de orgullo, mis vigas, mis columnas, qué autenticidad la mía.
Cuando estuve listo comenzaron a llegar mis ocupantes. Se hacían llamar vecinos. ¡Cómo me alegraron la vida! Eran muy amistosos entre sí y me cuidaban mucho, por dentro y por fuera de sus apartamentos. Había mucha buena vibra entre ellos. Los niños llamaban tíos a los mayores y abuelos a los de la juventud prolongada. Eramos felices, y nunca lo llegamos a saber, ni siquiera nos preocupaba. Esos mismos niños jugaban siempre, al regresar de la escuela, en las escaleras, y hablaban de sus sueños, de lo que querían llegar a ser.
Los años pasaban y yo estaba allí, orgulloso como el primer día, cuando me inauguraron y vino un cura a bendecirme. Todos en la avenida volteaban a verme cuando pasaban. Es que yo era una belleza, modestia aparte, moderno, altivo.
Pero un día llegó la gran rueda del progreso, y demolieron a los edificios contiguos, mis amigos de toda la vida, los mismos edificios cuyos ocupantes, que tambien se hacían llamar vecinos, se hicieron amigos de los que vivían en mi, algunos hasta llegaron a casarse entre si, y crecieron como familia.
Yo no distinguía quienes de ellos eran familiares y quienes no, porque todos llamaban a los mayores tíos y tías, y todos se trataban entre si como verdaderos parientes. No era fácil distinguir entre uno y otro.
Hubo un tiempo en que me quedé solo en la avenida. De mis grandes amigos-edificios no quedó piedra sobre piedra. Me costó acostumbrarme a no escuchar los ruidos de siempre, los que venían de al lado, los de la vecina gritona, seguidos de los "si, mi amor" de su marido, que era buen samaritano, los del señor que no escuchaba bien y tenía que subirle por demás el volúmen al televisor a la hora de la telenovela, los del vecino que silbaba a las muchachas hermosas y voluptuosas que solían caminar en las tardes, al caer el sol, por la avenida. Un buen día ya no estuvieron.
Por suerte mis ocupantes se quedaron, y no fui derribado. Pasé noches sin dormir, temiendo lo peor. Podía escuchar a través de las paredes lo tristes que quedaron los vecinos y lo firmes que se tornaron cuando se habló tambien de mi demolición. Ninguno de ellos lo aceptó y es por eso que permanezco aquí, erguido y desafiante.
Pronto llegaron unas máquinas y comenzaron a cavar en el suelo, justo al lado. Un poco más tarde llegó el olor del cemento, y los ruidos típicos de la construcción. Martillazos, taladros, sierras y pare usted de contar se convirtieron en el pan nuestro de cada día. Los vecinos se quejaban del polvo que había en el ambiente. Los niños enfermaron, los grandes también, mucho polvo, mucho ruido.
Mis nuevos vecinos (edificios) comenzaron a crecer. No eran como los que habían demolido, muy parecidos a mí. Estos eran mucho más grandes, inmensos, poco amistosos, desafiantes. Sus ocupantes no vinieron con sus familias. Más bien lo hicieron con sus portafolios, sus computadoras y un estrés impresionante. De sus familias nunca supe nada, apenas algunos tenían pequeñas fotografías en sus escritorios. Nunca he escuchado sus conversaciones, las ventanas son selladas al exterior, para mantener el clima artificial creado internamente.
A pesar de todo no me amilané, permanecí allí, con el mismo orgullo de siempre, aunque a decir verdad, me siento apabullado, por la modernidad, por el progreso, por unos edificios poco amistosos que, es mi creer, es mi opinión que les incomodo, les estropeo sus fachadas, quisieran aplastarme porque, entre otras cosas, no me consideran un hijo de la modernidad, cosa de la cual, en un momento de mi existencia, estuve bastante orgulloso de ser parte.
Si alguna vez pasan por esta avenida, voltéen a mirarme como antaño, sigo estando aquí, sigo siendo el "Jota-Jota" de siempre...
*La historia anterior pertenece a la ficción. Cualquier parecido con la realidad no es sino mera coincidencia...