A propósito de mis posts titulados “El Chop Suey agradecido” y “El menú y la ortografía” , mi hermana Beatriz me ha enviado un e-mail/comentario que, amén de parecerme a lugar, me hizo pensar –guardando las distancias, claro está -en aquella famosa columna de Anibal Nazoa en el diario “El Nacional” titulada “Aquí hace calor”, por lo graciosa, punzante y original. Aquí se la dejo publicada para que disfruten también ustedes de los vericuetos en que nos meten los idiomas:
Astutamente inteligente eso de combinar las “grasias” (craso error del editor de la carta-menú) con el chop suey para el título de este reportaje.
Te comento que, en principio, el asunto luce jocoso, pero si nos ponemos profundos… fíjate que hiciste una pregunta: ¿Será que no es tan importante llamar a las comidas por su nombre de creación?
A ella te respondo que en mi opinión es importante llamar las comidas por su nombre original, sin embargo es válido adaptarlas al idioma local. No te extrañe que haya sido un chino quien hizo esa adaptación del chop suey, pues así, chosué, lo tendrían que escribir ellos mismos en nuestro idioma. De hecho ya está usando símbolos que no le son propios.
A mí particularmente me encanta esa adaptación y no que nos veamos obligados a leer y a la vez pronunciar en perfecto francés el cordon blue o el soufflé o el foie gras (cordon bluú, suflé o fuagrá). Si no digerimos el inglés, segurito que pronunciaremos roastbeef con todas sus letras en vez de decir rostbif. Si no masticamos el italiano, tendremos que tragarnos los spaghetti o fetuccini (spagueti o fetuchini), cuando nuestra tendencia es decir espaguetis o fetuchinis. Ah, y al momento de beber podemos destrozar a una botella de refrescante caipirinha (caipiriña) y, si nos alcanzan los realitos, a un elegante champagne veuve clicquot ponsardin (champaña la viuda, familiarmente).
Al leer usamos, por lógica, los sonidos castellanos y al pluralizar automáticamente usamos ‘s’ o ‘es’. No quiero ni hablar del enredo cuando el bendito menú es marroquí, coreano, indio, tailandés, senegalés, japonés… se pierde uno entre babaganush, sushi, yakitori, tabbule, falafel, labne, hummus, fattoush, kibbes, chutney de mango o de tamarindo, cous-cous, ashura, chanclish y rotí.
Afortunadamente hay menús amigables que guían la selección explicando: ceebu jen (arroz con pescado), entonces uno puede señalarle con el dedito al mesonero que eso es lo que quiere comer, pero en caso contrario, estamos en todo nuestro derecho a preguntar y los mesoneros, o el chef, están (deben estarlo) siempre dispuestos a echarnos el cuento.
El lenguaje es dinámico y acepta todas esas variaciones, hermanito. Se deja la palabra tal como está con pronunciación y todo (pizza es pizza), o se traduce el significado (los noodles son fideos), o se toma la fonética de la palabra y se la reescribe (fondue es fondiú).
El béisbol es, a mi parecer, un buen ejemplo de las “ganancias” que ha tenido nuestro idioma, ir de baseball a béisbol nos llevó al jonrón, al flaicito, al ponche y sus víctimas que son los ponchados (ponchaos). ¿Recuerdas que cuando éramos chicos comprábamos chicle (chiclet) baseball desde la b hasta la l? Sí, pedíamos un “basebal” y no un chicle béisbol. Esa era la lectura perfecta para unos infantes como nosotros que recién empezábamos a usar el castellano.
Ya de por sí, al transcribir del chino, árabe, tailandés, ruso, griego al castellano incurrimos en serias modificaciones de los originales, pues, para esas culturas son otros los símbolos que se utilizan para escribir.
Me parece que es un perfecto favor que ese chinito haya usado “chosué” partiendo del sonido y llegando a su escritura en castellano, porque lo correcto sería usar caligrafía china y en ese caso estaríamos en graves aprietos… y con hambre…