¡Hola a todos! El post de hoy es una traducción que hice de un artículo que me envió mi amigo y melómano Julio Flores por correo electrónico, el cual, desde el momento de su lectura, me ha hecho reflexionar bastante, dada la circunstancia de ser yo un coleccionista de CDs y LPs de jazz. El origen del artículo es la columna “Soulseeking”, escrita por Nick Southall en la revista on-line Stylus, que data de noviembre del 2006.
“La muerte de una colección de discos”
La semana pasada volé a Guernsey, una de las islas del Canal (de La Mancha), para ser testigo de la muerte de una colección de discos.
Debo explicarlo, estoy a cargo de la sección de cine y música de la Biblioteca de la Universidad, un departamento que tiene una extensa colección de música norteamericana –unos 6000 LPs y 3000 CDs de jazz, blues, country, rock, pop, bandas de sonido de películas, Cajun, clásicos modernos, electrónica de los primeros tiempos, música de discoteca, grabaciones de campo de indígenas americanos, y cualquier cosa que pueda pensarse como de origen estadounidense (o cercano –hay una pequeña sub-colección de reggae, dub y soca).
Hace unos años. La biblioteca acordó aceptar una donación de unos 4000 LPs y 2000 CDs de un coleccionista privado de jazz cercano a morir. Aunque todavía vive, tiene 80 y tantos años, pero está muy frágil física y mentalmente, por lo que su hermano menor hizo los arreglos para donar la colección tempranamente.
Mi trabajo era meramente diplomático, esencialmente monitorear el empacado y mudanza de la colección, llevado a cabo por una empresa de logística, como una especie de mediador, en caso de que hubiese algún inconveniente.
No lo hubo. De hecho, sólo tomó apenas una hora a cuatro hombres empacar y mudar la colección completa.
Me tocó observarlos hacer esto encontrándome en un estado de melancolía y sobrecogimiento, ya que me golpeó el hecho de que hubiesen desmantelado la pasión de un hombre, la vida de un hombre, en apenas el tiempo que tomaría escuchar “Kind of Blue” (la obra maestra del quinteto de Miles Davis).
En años recientes el coleccionista había perdido interés en su colección. Una salud deteriorada, el dolor de una pérdida familiar y una audición que declinaba lentamente habían mermado su alguna vez inmensa pasión por la música, y lo había dejado con apenas palabras cruzadas y recuerdos de springer spaniels (perros de raza), gatos con rayas y una esposa, todos fallecidos.
Durante un largo tiempo ni siquiera había tenido un tocadiscos en el cual escuchar su colección, la cual se había aletargado, inmóvil e intocable, en su sala de estar, cual criatura gigante hibernando, recogiendo polvo.
La colección había comenzado como un intento de reunir tantas copias como fuese posible de “Tiger Rag”. En un punto había pasado a contener grabaciones de tantos sellos disqueros como fuese posible, LPs ordenados o pedidos de su propio país y de más allá, los cuales eran solicitados por medio de catálogos prestados por el dueño de una tienda independiente de la isla (Guernsey), a cambio de una modesta tarifa por sus servicios de intermediación.
Cuarenta y tantas versiones de “Tiger Rag” fueron adquiridas, y no sólo versiones de jazz sino de calypso con tambores de acero y otras.
El coleccionista, sorprendentemente por ser apenas una pequeña isla (Guernsey tiene hoy en día una población de 65000 habitantes), no coleccionaba en solitario –un amigo de la isla reunió un lote similar de discos, en su mayoría de jazz, y trabajaron casi en equipo, cada uno adquiriendo en diferentes áreas e intercambiando lo que les gustaba a ambos.
En los últimos años, el amigo del coleccionista había comenzado a archivar digitalmente las colecciones de ambos, conectando un tocadiscos a un computador (ordenador), transfiriendo de esta forma LPs a MP3s. El propio coleccionista (objeto de esta historia) no tenía interés en los computadores (ordenadores). De hecho, en ese momento tenía ya muy poco interés en la música, o en otra cosa, cualquiera que fuese.
Todos los discos de la colección habían sido escuchados al menos una vez.
Hay cosas en mi colección (la del autor del artículo, Nick Southall), una modesta suma de unos 1500 CDs y unos cientos de LPs, que no han sido escuchados jamás. De paso, no tengo versiones de “Tiger Rag” y ni siquiera la he escuchado todavía.
*Fotografía: http://www.soundadviceblog.com/
Esta historia continuará…
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