Estos
días pasan a marcha forzada. No veo gente concentrada en el trabajo. Todos, un
poco más, un poco menos, están sumidos en sus pensamientos.
La
calle está que arde. Bombas molotov por los aires y luego el ruido de los
vidrios y de la llamarada que recobra fuerza al estrellarse en el piso. Acto seguido viene la
receta: perdigones, granadas de aturdimiento y gases lacrimógenos vencidos
entran en el cóctel represivo. Como guindas del pastel tenemos palos, golpes,
puños y empujones como cantaba Ismael Miranda en la Galera Tres.
Siendo
ese el menú principal en las redes sociales (la TV local sigue como si nada estuviera
sucediendo), la angustia y la zozobra siguen reinando en cada uno de los seres
que puebla este país petrolero llamado por Américo Vespucci “Venezuela”, por la
semejanza con la Venecia que dejaba atrás.
Me
preocupan mis hijos, que están en la Universidad, y son protagonistas de la
situación, como todos los estudiantes del país. Me angustian sus sueños y sus
esperanzas de vivir en un país más tranquilo. Me duele verlos en cada
estudiante torturado, detenido, amarrado, vejado y humillado por las "fuerzas
del orden".
Como
no vivo con ellos desde que me divorcié, los invito a cenar y mientras los
espero en el área de estacionamiento de un restaurante, voy a preguntarle al
empleado la hora de cierre del mismo, para que nada nos sorprenda.
“¿Hasta
qué hora estarán abiertos?” le pregunto y me responde: “¿Cómo estás Aiffil?”.
Me quedo de piedra, mirándolo de pies a cabeza en la penumbra, sin reconocerlo aún y me insiste: “Soy
Bolívar, ¿no te acuerdas?”
Como
Aiffil (mi apellido) solo me llaman aquellas personas con las que he estudiado
en la Escuela Secundaria y la Primaria, y Bolívar es de la Primaria. Por lo
menos 40 años sin verlo ni hablarle,
pero su memoria es mejor que la mía y me ha reconocido al apenas verme. Qué
pena.
Me
vino a la mente una fotografía de grupo que nos tomamos cuando estábamos en la
mitad del sexto grado de Primaria, allá por 1974. Éramos unos treinta. Cada vez
que la veo me pregunto sobre el destino de casi todos, porque somos pocos los que
aún tenemos contacto.
Los
imagino en otros países, en otras ciudades de Venezuela, con hijos, algunos con
nietos. ¿Les pasará igual que a mí, que de vez en cuando los recuerdo y me
pregunto de su destino? ¿O lo habrán olvidado todo, conscientes de que lo
pasado es pasado y es un esfuerzo inútil empeñarse en revivirlo? ¿O tal vez
tendrán recuerdos nítidos y fotográficos, como Bolívar?
Quién sabe.
*Imagen del restaurante y el estacionamiento: www.alcaldiadebaruta.gob.ve