Wednesday, March 31, 2010

Breve divagación sobre el dolor, ¿amigo o enemigo?


Quisiera hacer muchas cosas pero no he podido. Tanto que leer. Pendiente es la palabra. Un paso a la vez.



Dos años sin visitar el odontólogo pesan en una persona que, como yo, come tanto dulce y no ha aprendido a cepillarse aún a los 47 años.


La dentista repite lo antes escuchado: no debes cepillarte de esa manera abrasiva. No se porqué me cuesta tanto aprenderlo. Y después lo pago en cuotas de dolor por un esmalte que ya no es tal.


Voy al dentista con mi dolor a cuestas. Casi ciego. Casi mudo. Casi sordo. El dolor es expansivo. Llega hasta el oído y prosigue su marcha destructora hasta los límites de mi cabeza, y en la parte inferior hasta el cuello.


Diagnóstico, infección en la encía, antibióticos. Después Dios dirá.


Mi historia con el dentista, o estomatólogo (como graciosamente -para mí- lo llama la amiga Martha, la cubana) es digna de una novela de Stephen King. Para mi representa el dolor y el sufrimiento en sus más terribles expresiones. El cuento es largo, no me extenderé en él, no quiero hacerlo. Recordarlo me trae a la mente una cámara de tortura; eso, nada más.


No pude llenar la planilla del impuesto. Mañana es el último día del plazo que da el gobierno. Mañana entonces pagaré, y como siempre pensaré que mi dinero no va al saco roto sino que va camino a convertirse en beneficio para mis conciudadanos. De esperanzas e ilusiones también se vive.


Como algo que ha caracterizado mi vida, soy muy reacio a seguir reglas. Lo han dicho mil veces en la televisión, como todos los años: “No lo dejes para último momento”. Pero yo no cambio. Ahora voy a dormir un poco. Mañana les sigo contando…


Pasé una noche incómoda. A pesar de los calmantes y el antibiótico, el dolor me despertó casi a las 3:00am. Son como latidos infernales, que van in crescendo sin dejarme respirar. Me levanté y fui por más calmante. Mientras hacía efecto me vine a divagar, pero los latidos no me lo permitieron. Abrí mis páginas habituales y leí (o releí) mientras pasaba la molestia. Finalmente volví a la cama.


Hoy me he levantado temprano, pendiente de la planilla del impuesto (latecomer, last day). Luego de desayunar, y tomar el antibiótico y los calmantes, me dispuse a llenarla. No tuve problemas. Me toca ir al banco a pagar. Primero una buena ducha. Sin eso no salgo porque me siento adormitado. Ya se verá después.


Salí a pagar el impuesto. El nombre le va muy bien. Suena a obligado. O algo así. El banco estaba vacío. Pocas personas, igual que en la calle. Miércoles santo. No pude pagar en el banco. Problemas con el tipo de planilla. Me indican que debo ir al SENIAT (ente recaudador). Pasé por Arábica Coffee pero no me atreví a probar café. No quise agregar calor a mis encías. Tuve miedo. Evadí el café. Cosa rara. Seguí mi camino.


Mucha gente en el SENIAT. Muy bien organizado el proceso. En tres minutos estaba sentado frente al empleado de rigor. Muestro mi planilla. Me hace preguntas. Respondo. Se cae el sistema y no puede registrarme. Menos mal que traía un libro de ingeniería (la ficción no me va con el dolor presente). Me puse a estudiar. Me dio sueño. Mucha gente alrededor. El vecino pagador, y además conversador, me aborda: “Hace años que no pagaba. Me dieron un tiro en un robo y pasé seis meses en silla de ruedas. Nadie me ayudó. Me sentí solo en el mundo. Después dejé de pagar un tiempo. Ahora estoy de vuelta”. Historias. Intuyo que quiere contarme los pormenores del robo pero, muy sutilmente, lo evado. Mi libro, la excusa perfecta. Pasa el tiempo. El sistema sigue sin funcionar. Sigo estudiando.


Finalmente se reanuda el sistema. No sé cuantos minutos llevaba frente al empleado. El quemaba el tiempo conversando por teléfono con alguien. Me indica el monto. Pago. Aún estoy bajo los efectos del calmante. Pienso en ir al supermercado. Paso antes por la tienda de CDs. No sería yo. Me hago con uno de Alcione. Me encanta su portentosa y melódica voz. Muchos años escuchándola. Veinte quizás. Ahora suena en mi auto. Mientras manejo hago percusión con la caja del CD. Me encanta Alcione. Llego al super.


Encuentro al super abarrotado de clientes. Media Caracas decidió ir allí, al mismo sitio. Pienso que el efecto del calmante está llegando a su fin. Más que pensar, lo siento en mi encía. Doy media vuelta. Regreso a casa.


En el camino las primeras puntadas. Me concentro y manejo. Alcione canta y casi no la escucho. Poco tráfico afortunadamente. Ya en casa voy con el antibiótico. Espero un rato para el calmante. Craso error. El dolor estalla de repente.


Es como una espada caliente que, saliendo de mi encía, me quema el oído por dentro, y el ardor llega hasta los confines de mi cráneo. Y abajo, hasta el cuello y la mandíbula. Me agarro la cara con ambas manos. Me duele el oído profundamente, tanto como la encía, los ojos, todo. Quiero llorar y no tengo lágrimas. Solo dolor, y más dolor. Ahí va el calmante. Tarde, muy tarde. Me duele todo el lado izquierdo de mi cara. Creo que quisiera estallar en pedazos. Me aprieto con ambas manos la cara. Respiro profundo. El dolor me mata. Mojo la encía con Listerine. Nada que se calma. Agua con sal marina. Ligeramente mejor. El calmante comienza a hacer efecto. Ya mi cara no estallará. Siento que mi cerebro se recompone muy lentamente. Vuelven los pensamientos. Extraño a Alcione. Ya pronto nos volveremos a encontrar. Si el antibiótico hace su trabajo.


¿Cuál es la función verdadera del dolor en el organismo? Mi hija dice que es avisar cuando algo anda mal en el cuerpo…aparte de destruirme mentalmente y desligarme del mundo exterior.

*Imagen: es.engadget.com

Saturday, March 27, 2010

¡Que dolor cuando se quema mi Ávila!


Se quema mi Ávila. La sequia intensa ha pintado de amarillo ocre muchas de tus otrora verdes hojas y permitido que el fuego sea dueño de todo.

Tú, mi Ávila que me has dado tantas alegrías, que me has dado sin mezquindad toda tu energía vital.

Tantas tonalidades de verde que nacen de la luz reflejada en tus taludes y pliegues. Tantos olores que emanan de tu tierra bendita.

Cuando la lluvia te moja la sensación es indescriptible, los olores de la tierra, que emanan y lo envuelven todo.

Tus flores, tus pájaros que vienen a comer en mi mano, tus bromelias y orquídeas, tus grandes árboles, tus enormes piedras, tus nubes que van y vienen, tu silencio turbado a veces por la brisa.

Tus gotas de rocío en la mañana, tu frio sanador, tus laderas que nos muestran por un lado a una Caracas que nunca deja de hacer ruido, y por el otro a un inmenso mar que contrasta con el cielo en el horizonte.

Tus muchísimas leyendas y fantasmas, tus hermosas quebradas y caídas de agua, tus pozos, tu gente que te quiere y que se consigue en las alturas de tus cumbres, gente diferente, gente buena, tenaz, contagiosa de buena vibra.

Tus caminos al Oriental, la fila, el Naiguatá, el Humboldt, visitante eterno, Galipán, Sabas Nieves, La Julia, Cachimbo, Catuche, Noteapures, Paraíso, El Edén, Lagunazo, Göering, Platos del Diablo, Rancho Grande y tantos otros sitios que están llenos de recuerdos compartidos entre tú y yo.

Quiero que venga la lluvia y te moje, que te cubra y te inunde, y que tus verdes vuelvan a cubrirte a lo largo y ancho. Que sigas siendo por siempre nuestro símbolo de vida, nuestro horizonte, nuestro punto de orientación, el lugar que más extrañamos cuando salimos allende los mares.

Quiero que sigas siendo nuestra mayor referencia cuando hablamos de Caracas, nuestra acuarela de verdes, nuestra montaña de recuerdos y de vibraciones, porque hasta las pisadas suenan más bonito cuando son sobre tu suelo sagrado.

Ávila, te amaremos por siempre. Gracias por ser nuestra fuente de vida y de colores hermosos que nos alegran la vista. Prometemos que cuando el fuego se haya ido y llegue la lluvia te vamos a reforestar, para devolverte apenas un poquito de lo mucho que nos has dado siempre…


Saturday, March 20, 2010

Cuando llega la noche...


Cuando llega la noche comienza el reino de las sombras. Mucha gente va y viene. Todos evitan mirarse. Cada quién en lo suyo.


A medida que la noche avanza, el frenesí en la calle disminuye. Todos parecen haber llegado a su destino. Los empleados del aparcamiento reciben las llaves de los autos y tratan familiarmente a sus clientes, preguntan por hijos, hablan de deudas, de enfermedades. Familiaridades. Intercambian saludos, consejos, luego de lo cual cada quién vuelve a lo suyo.


Va saliendo una chica hermosa. Decido seguirla. Me aburro mucho en el aparcamiento, viendo personajes cuya vida parece ser más interesante en otra parte, y no en los flashes que se suceden allí. Quiero comprobarlo. Por eso voy tras ella.

Camina sin prisa, y a la vez sin pausa. Cada minuto cuenta. La saludan los vendedores de baratijas en la calle y contesta con ademanes. No alcanzo a escuchar su voz. Disminuyo el paso para encender un cigarrillo. Acción de distracción. Disimulo, tal vez. Repentinamente cruza en una especie de umbral, de túnel iluminado. Luces rojas en el techo. Escaleras alfombradas con colores a juego con la iluminación. Suelto el cigarro a medio fumar en la entrada, y lo piso para apagarlo. La última bocanada de humo queda en la calle. Me interno.

Bajo con rapidez para no perderla de vista. Siento que me miran fulminantemente, y de soslayo. Es el portero. No noté su presencia al entrar pero, todo un arte, el hombrecillo se ha encargado de mostrarme que está allí, y que nos volveremos a ver, dependiendo de mi comportamiento allá adentro.

Continuo bajando y el aire se hace más denso. No veo nada. Pierdo de vista a mi chica. No me importa ahora porque sólo trato de orientarme en ese laberinto en el que me he metido voluntariamente. Hay mucho humo en el ambiente. En la penumbra hay gente sentada, fumando, riendo a carcajadas, bebiendo. Ruido de vasos, y voces, muchas voces.

Busco la barra, que encuentro finalmente y me siento. Los vecinos comentan en voz baja. Ríen. Pido una cerveza. El empleado niega con la cabeza y me señala una pizarra. “Bebidas: Vodka, Ron, Tequila, Whisky, Coctel…” Más abajo, “Raciones: Parrilla de mariscos, calamares al ajillo, mar y tierra, boquerones…”. Siento hambre pero no comeré aquí. Pido un whisky en las rocas. El empleado me lo sirve presto y generoso. Coloca una servilleta alrededor del vaso y me dice: “Salud!”. Levanto el vaso y agradezco con un gesto.


El local atestado. Movimiento alrededor. Risas en las mesas. Sonido de copas. Musica de fondo. La nube densa de humo lo abarca todo.

De repente todos callan, la música de fondo se detiene, y unas luces iluminan la pista, mientras lo demás se oscurece un poco más. Aparece un hombre bajo, vestido con camisa blanca y pajarita. Se dirige a los presentes y anuncia el show. De nuevo la música. Ahora mas fuerte. Esta vez se siente en todas partes: “My mama done tol meee! Whaaaack!! When I was in pigtails!”. La reconozco. Es “Blues in the night” con Ella Fitzgerald. La orquesta es de Billy May. Wow. “Ta ta ra tataraaaá!” Un solo haz de luz ilumina ahora a una estampa de leyenda. Si. Es ella. La chica del aparcamiento. Esta vez está vestida ligeramente, con una figura espectacular. Todos la miran. Todos suspiran (me incluyo). “Now the rains a fallin. Hear the train a callin whooeeee! My mama done tol meeee! Whaaaaaack!”

La gente se aglomera poco a poco alrededor de la pista y el suspiro se hace único. Ella es la reina del lugar, no me queda la menor duda. Todo gira a su alrededor. La música, las miradas de todos allí, incluso de las otras mujeres.

Se mueve al ritmo, hace malabares con su cuerpo, algunos silban, otros aplauden frenéticamente. Ella mira al infinito, sabiéndose dominante, y desprendiéndose poco a poco de la poca tela que la acompaña, mostrando más y más su cuerpo avasallante.

Entra el saxo alto en acción. Éxtasis colectivo. Batería. Suspiros. Ella Fitzgerald y su voz alucinante. Senos hermosos al aire. Exuberancia sin par. Mucho humo en el ambiente. Más suspiros. Muchos más. Muchísimos al mismo tiempo.

Ahora danza desde el piso. Teniendo como única vestimenta su propia piel. Es realmente hermosa. Dios no le ha negado nada, se lo ha dado todo, absolutamente todo. Muchos, muchísimos espectadores con la cara pegada del escenario, a nivel de los ojos, mirando fijamente al horizonte, justo al centro del mundo. Silencio sepulcral, tan solo turbado por los suspiros, las trompetas de la orquesta de May y la prodigiosa voz de Ella.

Salgo por momentos del trance y miro alrededor. Totalmente paralizado el ambiente. Nadie sirve licor. Nadie lo pide. Todos absortos. Entran los trombones al unísono. ¡Quiero morir! La voz de Ella, como un veneno certero que nos termina de embobar:

“A man´s a two-face, a worrisome thing


Who´ll leave ya to sing the bluuuueees in the night


Yes the lonely, lonely bluuuueees in the night”


*Para los que no conocen la canción, "Blues in the night", de Harold Arlen y Johnny Mercer, cantada por la prodigiosa voz de la grande entre las grandes, Ella Fitzgerald (hagan click aquí y disfrútenla)

Saturday, March 13, 2010

Con las primeras luces...


Un aquí y un allá, y a veces un más allá. Un querer brotar pero... hoy por hoy, las líneas son de otros, que también escriben. Algunos lo hacen muy bien. De otros quizás tengo el libro equivocado. No me atrae. No me atrapa. Ligero ensayo. Una mina ligeramente explotada. Es muy poco lo extraído. Pero hay más. Puedo observar las vetas que sobresalen del personaje.

Salgo de casa. Es muy temprano. Aún están apareciendo las primeras luces del alba. Quiero ver el sol, la calle, los sobrevivientes de la noche. La misma noche que encierra tantos peligros. De día es otra cosa. Son otros los personajes. Y las historias. Nos miramos de reojo. Ellos saben que he dormido, que no pertenezco a su mundo. De solo mirarme. No hace falta más.

Calles desoladas. La gente aún duerme. Yo me desplazo cautelosamente. Miro a todas partes. Nada. Ni un alma. De vez en cuando aparece alguna figura caminando con premura. El tiempo es oro. Tal vez salieron tarde y los esperan. No estarán a tiempo. Por la boca del metro salen almas procedentes del gusano metálico. Toman diferentes rumbos al llegar a la superficie. Afuera otros esperan. En apariencia indiferentes a los que salen. ¿A quién esperan? ¿Porqué? Quién sabe. Yo sigo. Nada espero.

Vuelvo a casa. Pienso en las escenas que precedieron a las que acabo de ver, temprano en la mañana. La prostituta que sale a comer algo, entre faena y faena. Está viva. Tiene hambre. Su estampa es familiar para todos los personajes de la noche. A algunos les resulta muy familiar. La saludan. Alguno la besa. Quiere un perro caliente con cebolla. Lo engulle con fruición. Toma una soda. Paga. Saca de su bolso un aerosol y lo apunta a su boca. Aprieta dos veces y lo guarda. No más cebolla en el aliento. Al marcharse deja en el aire su perfume. Según ella, muy sensual. Según ellos pura esencia de patchouli. Sin embargo la quieren, porque al fin y al cabo también es parte de la noche.

La fauna de la noche es variopinta. Desde el portero alto y fornido del local de strip-tease hasta el señor cuyo negocio es proveer llamadas desde teléfonos celulares, pasando por celadores, barrenderos, amantes furtivos, vagos que deambulan sin objetivo aparente, policías encubiertos, choferes de ambulancias y paramédicos, delincuentes. Y siendo tan variado el menú, las aventuras que se suceden desafían la imaginación.

Sin embargo todo enmudece y desaparece cuando el cielo muestra sus primeras tonalidades naranjas. Si las paredes hablaran. Llego a casa. No pienso más en eso. Solo una vuelta por la ciudad con las primeras luces del alba.

* Imagen de Caracas de noche: http://www.7medios.com/

Saturday, March 06, 2010

Firmin


Hay novelas que lees y te gustan tanto que deseas que no terminen jamás. Firmin (Sam Savage, Seix Barral, 2007) es una de ellas. Inolvidable. Tan bonita como triste.

El relato, narrado en primera persona, comienza con una búsqueda de una frase inicial que dé marco de apertura a la novela, y ésta es tomada prestada de un libro de Ford Madox Ford llamado “El buen soldado”: “Este es el relato más triste que jamás he oído”. Marco base para una historia triste de verdad, pero bonita como pocas.

Se trata de Firmin, hijo de Flo, un ratón nacido en el sótano de una librería, y que con el tiempo se encariña con los libros y los aprende a leer. Su imaginación no tiene límites y pronto entabla una amistad con el librero, que fue creciendo hasta desvanecerse con la triste realidad. Entonces huye del hogar y se encuentra ésta vez con un escritor que decide adoptarlo como mascota.

Firmin es la verdad de la vida, Firmin es el amor por los libros, y por los libreros, y por los escritores sencillos, no aquellos engreídos que buscan la fama a toda costa; Firmin soy yo, Firmin eres tú; Firmin es amor y es libertad, es ternura, es alegría, es tristeza y solidaridad. Es un ratón humano, o un humano con forma de ratón.

Firmin es una belleza de libro que les recomiendo leer, de todo corazón.