Hola a todos. Ya van cinco meses
desde que estoy por estas tierras de Dios. Cinco meses en los cuales no he
logrado desprenderme de mi país, que ya no lo era cuando me fui, de mis cosas
que dejé, de mis recuerdos. Dicen que eso tarda un poco. Lo voy llevando con
paciencia.
He ido conociendo de a poquito la
idiosincrasia de la gente, los pueblos, los caminos, los paisajes. Todo es
nuevo para mi. Y lo voy absorbiendo, probando los sabores, admirando las flores
y el mismo suelo donde ahora piso.
Por estas tierras han estado los
moros, los romanos, los griegos, y se han sentido a gusto. Cosas buenas deben
haber sentido para haberse enamorado de estas tierras, áridas en su mayoría,
pero bonitas, cautivantes.
Voy a clases y a veces leo en el
camino. Otras veces veo por la ventana a la gente desenvolviéndose en su
cotidianeidad. Estoy como en el set de una película que es mi propia vida.
Aprendo cosas en las clases, tanto de los profesores como de los alumnos que
como yo van a estudiar. Algunos me miran con asombro porque a mi edad ya son
muy pocos los que estudian, y más los que dan clases. Pero así soy yo, siempre
estudiando, siempre aprendiendo, siempre compartiendo experiencias.
Entre otras cosas, sigo leyendo. Voy
a tratar de que sea más que el año pasado, donde con tanto contratiempo no pude
hacerlo mucho. Ya voy por mi segundo libro, “El libro de Daniel”, de E. L.
Doctorow. Antes me inicié con “Alias Grace” de Margaret Atwood, una novela
extraordinaria. Este año me prometí leer “El Padrino” de Mario Puzo, para
conmemorar los 50 años del estreno de la película. Ya les contaré.
Bueno, así va mi vida, espero que la
de ustedes vaya bien. Los quiero.