He
conocido otras formas de pensar y de ver la vida. Lo he contrastado con la mía,
comparado situaciones, para llegar siempre a la misma conclusión: las
condiciones de borde son las que determinan que algo ocurra de una manera o de
otra, cuando se trata de la misma situación.
Me
gusta hablar con la gente que ha emigrado, como yo. Un poco para saber su
travesía personal, qué cosas le han impactado y cómo ha cambiado su vida desde
entonces. Son conversaciones profundas e interesantes, de las que casi siempre
salgo nutrido.
Pienso
mucho en las cosas, como eran y como son ahora, en la gente que estaba y que ya
no está, en la gente nueva, que hoy está y mañana quién sabe, en la gente que
permanece, a pesar de todo. Esto último tiene un valor. Las cosas cambian. Los
paisajes son diferentes. Pero hay gente que sigue ahí y no quieres que se vaya,
porque son parte importante de lo que eres hoy en día.
La
persona con la que más compartía estas cavilaciones se ha ido. La pandemia lo
sumo a sus números de fatalidades. Y a mí me quitó un pedazo importante de mi
vida. Eran años de compartir todo, tanto en lo personal como en lo profesional,
ya que estudiamos juntos en la Universidad.
La
vida nos fue ubicando en diferentes latitudes, pero siempre hubo el puente, que
nos acercó tanto en lo físico como en lo espiritual. Ninguno de los dos llevábamos
la vida perfecta, y en eso residía lo interesante de nuestra amistad. Compartíamos
esos errores que no le cuentas a nadie y comparábamos puntos de vista,
apreciaciones de los hechos, sacábamos conclusiones que luego nos servían a
cada uno. Pasaba mucho tiempo para vernos en la misma ciudad, pero cuando eso
pasaba, era emocionante. Por todo lo que teníamos pendiente para conversar, por
visitar los sitios en los que habíamos compartido, juntos o por separado con
otra gente y contar las anécdotas, reírnos, llorar, repensar. Siempre concluíamos
que, a pesar de ser el mismo sitio, y que volvíamos a estar presentes en él,
nada se repetía. Todo había cambiado sin que nos diéramos cuenta, y estábamos
allí para sentirlo.
Es
por eso por lo que en este viaje que llamamos vida, llevamos los recuerdos
bonitos con nosotros, como tesoros invisibles a otros, y que vienen a la
memoria y a los sentidos al encontrarlos en un árbol, en una mesa, en una
sonrisa de otra persona, en una vestimenta, en un perro ladrando, en un niño
paseando en un coche. Ahí están esos recuerdos, esperando para saltar a la
memoria y elevarnos a otra dimensión donde los revivimos.
Mi
amigo, el que ya no está aquí, debe estar mirando lo que escribo y pensando: “habías
tardado en escribir eso” o “sabía que lo escribirías”, y dando gracias. Me
siento bien por haber plasmado esta divagación, y por haberlo recordado hoy,
demostrando que, no importa la distancia ni el tiempo, hay recuerdos
imborrables y vidas que llegaron para quedarse.
Descansa
en paz, querido amigo. Hoy, en un rato de descanso, te escribo estas palabras
desde Sevilla, a donde quiera que estés, y que sepas que me sigues haciendo
falta, y que todos los días doy gracias a Dios por todo lo compartido en esta
travesía que yo continúo, y que libraré por los dos. Un abrazo inmenso.