"En esta
escuela del mundo ni siendo malos alumnos repetiremos un año, un invierno, un
verano. No es el mismo ningún día, no hay dos noches parecidas, igual mirada en
los ojos, dos besos que se repitan". Wislawa Szymborska
La vi por primera vez en esa ventana en la
que antes solo había sombra. Fue como una luz cuando se asomó. Nunca había
visto a nadie abrir la persiana.
Por la forma como miraba alrededor también
supe que no era de aquí. Era una mirada ingenua, como la de una muchacha del
interior. Vi también que con ella había un niño. No lo vi sino que escuché su
llanto, y vi la baranda de la cuna, cerca del borde inferior de la ventana.
Así fue por varios días donde con cierta intermitencia representaba la
misma escena. El niño a veces en brazos, a veces en la cuna. Se movía alrededor
del cuarto, como buscando cosas, u ordenando, no podía saberlo porque el
pequeño espacio de visión que me daba la ventana no lo permitía.
A veces estaba en la cocina y escuchaba el llanto del bebé. Se movía
frenética, hasta que lo calmaba. Luego apagaba la luz y ya no había más ruido.
Hasta la noche siguiente, donde, siguiendo la intermitencia, repetía la misma
escena, o una parecida.
Un bebé en brazos, movimientos frenéticos a un lado, o al otro. Luego la
calma. El silencio. La luz apagada. La noche.
Yo me preguntaba de dónde habrá venido, con qué objetivo habrá recalado
en esa habitación. No podía saberlo. Ni la distancia lo hubiese permitido.
Muchos días pasaron. Escenas que se repetían. Un día me vio. O eso creo.
Cuando me di cuenta había cerrado la persiana. Quizá pensó que la estaba
espiando. Pero no era así. Era una escena que se repetía cada noche hasta
hacerse cotidiana. Solo que esa vez nuestras miradas se encontraron. Sólo eso.
La persiana permaneció cerrada varias noches. Aunque podía ver la luz
detrás. Sabía que estaba allí, aun cuando no podía verla.
A la luz retenida por la persiana se agregaron unos colores, y más
ruido, como el de un televisor. Ya no volví a escuchar el llanto del bebé. Solo
voces en estéreo, algunas conocidas, jingles comerciales. La TV se adueñó del
espacio. Puso colores, y voces, y canciones. La persiana siguió cerrada.
Un día me fijé que una hoja de la persiana estaba doblada. Como cuando
alguien trata de mirar sin ser visto. Una hoja alta. Cual si se hubiese subido
a una silla.
Noté la hoja doblada a la luz del día. La persiana no se había vuelto a
abrir. Esa noche observé que no había luz detrás de la persiana. Y no la hubo
después. La luz no se volvió a encender por las noches. Ya no estaba allí.
Ha podido mudarse de cuarto, era una posibilidad. Pero algo me dijo que ya no estaba allí. Una
sensación de vacío. De no haber nadie en el apartamento. Nunca más un llanto de
bebé. Ni colores de la TV.
Hoy, desde afuera, la ventana luce llena de polvo. Y a pesar de ello
puede verse la persiana cerrada, con la hoja doblada. Quizá la silla, donde se
subía a escondidas para mirar al exterior, esté aún por allí cerca, esperando a
que se vuelva a subir. Solo que ya no está. ¿A dónde habrá ido?