Nada
hay que sustituya una buena conversación con amigos. Más si se trata de temas
afines a ambos en los que no puede haber sino valor agregado. De eso hablábamos
hace poco en una amena conversa que comenzó con el tema de la narrativa de
Haruki Murakami y luego se paseó por sus novelas, el asunto espinoso del Premio
Nobel, la literatura japonesa en general, los autores predilectos y sus libros.
Allí
uno se da cuenta que no está solo en eso de leer a autores y libros que en
apariencia pocos leen.
Te
das cuenta que Dazai, Tanizaki, Soseki, Yoshimoto, Mishima, Oe, Kawabata no son
astros u objetos desconocidos, perdidos
en la infinidad del espacio exterior.
Muchas
veces me ocurre que cuando estoy leyendo quisiera conversar con alguien sobre
algún aspecto de la lectura, y ese alguien queda convertido en un vacio, en un
nadie que aparece y desaparece, y al final, el tema se zanja con una
apreciación muy personal, no compartida.
Eso,
por lo general no es la idea, porque tu opinión quieres contrastarla, quieres
saber cómo alguien la mira desde otra perspectiva. Quieres convencerte que, el
hecho, mirado desde otro ángulo, tiene otra óptica, otro desenlace, otra
conclusión que no es la tuya.
Y
sucede que a veces no consigues ese interlocutor, bien porque no acudió ese día
a la librería o al café de reuniones o por lo que sea. Y descubres que hay
otras personas que también se han internado en el tema de la literatura
japonesa. Aunque no lo sabías al principio, te das cuenta que han ido lejos, y
han pasado por autores contemporáneos y clásicos, han leído sus novelas y
cuentos, y tienen para cada uno una nueva ventana, a través de la cual se
asoman junto a ti, y ven en perspectiva la otra cara de la Luna.
Eso
me parece maravilloso. Yo pensaba que era un fenómeno que sucedía comúnmente en
países como España y México. Pero no, aquí en Venezuela también sucede. La
gente lee a los japoneses, sus novelas, su historia, tiene sus autores
favoritos y de allí surgen tertulias extraordinarias.
De
allí aprendes que hay gente que ha ido más lejos, que ha ido al propio sitio de
los acontecimientos en busca de las respuestas que a veces los libros no dan, y
las han encontrado, y las pueden compartir. De allí aprendes que no estás solo.
De allí que puedes ir mucho más lejos en tu aventura por esos paisajes y
personajes tan ajenos a estas latitudes.
Es
como tomar un segundo aire, y volver sobre lo leído, sobre lo narrado,
compartirlo, disfrutarlo a plenitud.
No
creo que esté lejos el día en que nos sentemos en un coloquio sobre la
literatura japonesa. No se necesita mucho, el gusto por los detalles, por lo
diferente, por lo refinado de sus líneas, por la historia, por el viaje a
través de los sentimientos que generan muchos de los autores. Ese día no está
lejos.