Caminaba
por una calle conocida. Digo conocida porque me eran familiares los objetos que
en ella había. A lo lejos un perro se acercaba por la misma acera.
Al
principio lo tomé como parte de lo cotidiano que te encuentras en cualquier
calle. Pero no era ése un perro común y corriente. Era gordo, corpulento,
fuerte y con mirada entre misteriosa y adusta. Un ligero pensamiento de terror
comenzó a invadirme, a medida que la distancia entre nosotros se acortaba.
Continué
la marcha, pero esta vez comencé a fijarme en el paso del canino, lento pero
sin titubeos, mirando siempre hacia el frente, nunca hacia mí.
Mis
pasos dejaron de obedecer a mi manera de caminar. Eran pasos de autómata, a
medida que, pensaba yo, el peligro se hacía inminente. Sudor frío sobre mi
frente. Pasos torpes pretendiendo una valentía que, temblorosa, hacía rato me
había abandonado.
No
sé porqué pero no crucé la calle, ni siquiera porqué no me paré a esperar el inevitable
ataque. Continué a pasos lentos y vacilantes mientras el miedo se apoderaba de
mí, tratando de planear una estrategia para sobrevivir.
A
escasos dos pasos, el perro caminó en diagonal, lentamente hacia mi pierna.
Quise gritar y no pude. Quise llorar y ninguna lágrima vino en mi auxilio. Solo
un perro blanco que se aproximaba, corpulento, de paso lento y patas gruesas
como mis piernas. Pasó a un lado y me rozó la pierna sutilmente con su cabeza,
deteniéndose y dejando la cabeza adosada a mi muslo.
Mientras
sudaba frío, de reojo seguía al animal. El perro, de pelaje blanco y cabeza más
bien pequeña, comparada con el cuerpo, miraba algo detrás de mí, con su cabeza
pegada a mi pierna empapada en sudor frío. Parecía distraído. Permanecí inmóvil
hasta que el perro retrocedió sobre sus pasos, se dio la vuelta y ya parado
frente a mí y alzó sus patas, poniéndolas sobre mis hombros.
Es
el principio del fin, pensé, una muerte lenta y dolorosa me espera. Mientras,
el animal jadeaba en mis oídos y yo sudaba copiosamente. Una vez más quise
llorar y las lágrimas permanecieron escondidas. Volteé a mirarlo y lo noté
distraído, mirando detrás de mí, en todas direcciones, con un rictus de paz.
Fue
cuando me atreví a sobarlo. Primero el lomo, luego tímidamente la cabeza, una y
otra vez. El enorme animal cerraba sus ojos a medias hasta retornar a su
exploración de lo que había a mis espaldas.
Era
pesado. Me lo decían sus patas sobre mis hombros. Sabía que no podría con él en
caso de un combate. Seguí sobando por mi vida, hasta que el perro dio un paso
atrás y quitó sus patas de mis hombros.
Acto
seguido, sin siquiera mirarme, continuó su marcha.
En
ese momento me desperté. Y juro que sentía el olor del perro en mi cuarto.
Sentía aún el peso de sus patas en mis hombros. Encendí la lámpara y abrí la PC
que estaba en la mesita de noche. Entré en google y tecleé en Imágenes “pitbull
blanco”.
Allí,
en la pantalla, estaba una imagen del perro con el que acababa de soñar. Un
pitbull blanco, con sus ojos pequeños y el mismo rictus que antes había tenido
cerca de mi cuello.
No
es la primera vez que sueño con ese pitbull blanco. Otros ambientes, otras
personas, pero el mismo perro, con su lento caminar. Es recurrente en el
tiempo. A veces pasa de largo sin siquiera mirarme. Y otras, como ahora, se
aproxima sin tocarme o rozándome la pierna, y con la misma se va. Sin
despedirse. Dejándome totalmente empapado en un sudor frío.
¿Cuál es el mensaje de todo
esto?
*Imagen: medelhi.wordpress.com