La felicidad del
instante se manifiesta. Justo al salir de la estación de autobuses la enorme
mole de rascacielos se yergue sobre nosotros y ellas, Anna y Arianna, vibran de emoción. Es su
primera vez en Nueva York. Yo ya he venido antes y quizás la sensación no es la
misma. Pero igual vibro.
Nueva York es
una ciudad fascinante y vibrante. La ciudad que nunca duerme, cantó Sinatra. Y
es así. Nunca duerme.
La calle 42 muy
concurrida en la mañana como lo es a medianoche. La gente camina muy rápido.
Grita. Ríe. Canta. Y nosotros observamos, como si estuviéramos en el set de una
película.
Whoopi Goldberg
nos sonríe imperturbable en la entrada del Madame Tussaud. Si no fuese porque
no se mueve creería que está allí. Que es ella en persona. La gente se detiene
y se fotografía. Se lleva su imagen en el teléfono.
Caminamos por el
parque Bryant, donde la gente se relaja mientras lee o conversa, en claro
contraste con el frenesí con el que caminan por las calles. Mucho verde
alrededor. Anna y Arianna lo disfrutan. La paz que se respira. Los libros. Una poetisa que
nos recita algo hermoso a cambio de unas monedas para comer. Un oasis evidente.
Ellas quieren
que pasen cosas. Quieren caminar. Pensé que no lo harían, pero estaban ávidas de
patear la calle, de ver gente, paisajes, vitrinas, de verlo todo de Nueva York,
una ciudad cuyo encanto no tarda mucho en manifestarse.
Los días fueron
pasando. Y fuimos andando al ritmo de la ciudad. Caminando todas las cuadras
que nos permitían nuestras piernas. Del centro de Manhattan nos fuimos yendo hacia
el sur. Hacia el Flatiron Building y su figura imponente. Luego hacia el lugar donde
dos imponentes torres se derrumbaron en el que quizás es el episodio más triste
de la historia de la ciudad. Hoy lo que vemos son dos agujeros enormes con una
fuente y una sensación terrible que nos recorre.
Cerca de allí está
el Battery Park con sus vistas a la Estatua de La Libertad y a Staten Island.
De las muchas formas de acercarse a la estatua escogimos un velero. Y disfrutamos
lo bonito que es navegar al ritmo del viento para ver de cerca ese símbolo universal
de la ciudad.
Los siguientes días
fuimos dando saltos. Del centro hacia el norte y de allí hacia el sur. Andamos por las veredas
y lagunas del Central Park. Allí vemos gente que trota, que camina o que pasea
parea deslastrarse del vértigo de la urbe. Un escape natural, rodeado por unos
edificios hermosísimos en elegantes barrios con bonitos nombres como Upper East
y Upper West Side. Edificios con ventanales grandes que privilegian la vista al
Parque y dejan entrar su silencio a veces interrumpido por el canto de los pájaros.
Tanto a ellas
como a mí nos gusta comer bien. Y la variedad de restaurantes es inmensa.
Probamos sabores de aquí y de allá. No sé por qué me pareciera que en los
restaurantes de Nueva York la gente se esmera en que pruebes lo mejor de lo
mejor de los sabores de las comidas. Casi no hay forma de evitar que salgas encantado.
Y cuando de sabores se trata lo mejor está al sur, en lugares como Tribeca,
Chelsea Market, Chinatown y la inigualable Little Italy.
La pasta en
Little Italy es magistral. La pizza y la pasta. Es un rincón que parece
arrancado de Italia y puesto allí en Manhattan para que la comunidad italiana
de Nueva York no olvide los sabores que quedaron atrás.
El nuevo Yankee
Stadium me produjo sensaciones extrañas, sobre todo porque ya no está un
jugador emblema como Derek Jeter y también porque, a pesar de replicar al anterior,
no es el mismo legendario Yankee Stadium de 1923. Ellas sí que lo disfrutaron
sin tomar siquiera en cuenta que perdimos ese día con los Orioles. El espectáculo
sigue inalterable, cerrando con la potente voz de Frank Sinatra interpretando
el himno de la ciudad, “New York, New York”, la historia del muchacho que quiso
ir a la ciudad que nunca duerme.
Times Square las
envolvió con sus enormes pantallas y su majestuosidad, sobre todo en las noches,
donde parecen brillar más y la gente que no abandona y ruge como si fuese de día.
Navegamos
alrededor de la isla escuchando la breve historia de los edificios y monumentos
de la ciudad, que más que ciudad parece un enorme set de filmación, donde sin proponértelo
eres parte, y donde en cada calle que mires hay un déjà vu, porque es una
imagen tantas veces vista en series y películas.
Salimos de la
ciudad diez días más tarde con dos mujeres enamoradas, dos nuevas fans de la
Gran Manzana. Ella es así. Al que viene desprevenido lo envuelve más rápido y
lo deja perdidamente enamorado. Así es Nueva York, la ciudad que nunca duerme.