Saturday, November 22, 2014

La página en blanco


Qué terrible es el síndrome de la página en blanco. Uno la abre y se sienta frente a ella con el propósito de escribir algo que aparentemente no sale cuando uno lo desea sino que, como todo en la vida, tiene su tiempo.

Entonces me quedo a esperar que aparezca la bendita Musa que no quiere ahorita sino esta mañana, cuando estaba descansado, porque recién despertaba, pero en ese momento no podía, y esa Musa se sintió defraudada porque no me senté a plasmar las ideas convertidas en relato.

Ahora contemplo el espacio níveo. Miro el teclado. Y en ese momento no surca el espacio ni siquiera el viento. Por más que ponga las manos sobre las teclas, nada se mueve, ni siquiera las hojas de los árboles.

Empiezo a preguntarme el porqué no puedo escribir y no vienen las respuestas a mi mente. Tan solo algunas excusas se aventuran a salir, apenadas conmigo, con la idea de que me sienta un poco mejor. Pero nada cambia.

La hoja como la leche. La hoja como la nieve. Como mota de algodón. Y la mente esquiva.

Tiempo entonces de leer. La lectura que se convierte en cobijo del deseo de escribir. Ver lo que otros han escrito. Por lo general leo libros cuyos autores parecen estar dotados de algo que aun no descubro en mi. La lectura se convierte en música para mis oídos. Me pregunto cómo han hecho esos autores para lograr esa musicalidad de las palabras, dónde se enseña eso, cómo se mezclan esos verbos, cómo de a poco se va construyendo un relato. Todas esas dudas pasan por mi mente mientras me adentro en la lectura.

Y la buena escritura no tiene otro maestro que leer a los buenos autores. Ver como resuelven sus situaciones. Cómo crean y le dan vida a sus personajes. Cómo entretejen la trama. Cómo planifican el final. Es todo un arte.

Uno va tomando apuntes. Notas mentales que luego pondrá en práctica al momento de que se conjuguen la Musa y uno mismo en un tiempo mágico en el que la página se pinta de palabras y uno va contando, y armando, y pensando, y resolviendo un final que en un momento dado está solo en nuestra mente, y luego será público.


Y así vamos, pasito a pasito en pos de nuestra propia letra, de nuestra propia musicalidad en la prosa.

*Imagen: www.contentsjuice.com

Wednesday, November 12, 2014

El faro de la esperanza


El ruido del mar es una música de fondo. La gruesa alfombra de arena un complemento. Los colores en los que se torna el mar con la incidencia de la luz son la guinda del pastel.

Dentro de este paraíso, que es más que un sueño, me pregunto: ¿qué fue lo que vinimos a hacer en esta vida? ¿Lo habremos hecho? ¿Estamos en proceso? ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?

En la ciudad el ambiente es cada vez más confuso. Grupos en pugna. Policías desbordadas. La gente está muy estresada. Hay mucha violencia en el ambiente. Muchos se han ido, huyendo de una violencia que se llevan tras de sí.

No tenemos tiempo para pensar en el otro. En los otros. En el destino que ya nos está alcanzando. Podemos sentir su presencia. Busco una pausa. Pido licencia. Voy a una isla.

En el bote hay gente que viaja como rutina. Niños que van a la escuela. Mujeres volviendo del mercado. Mascotas que van a donde las lleven. Y estoy yo, que quiero escapar por un momento de la guerra inminente. Que quiero respirar profundo. Mirar al cielo. Las nubes. Las gaviotas en vuelo libre. Y meditar.

Me acerco a un faro y veo lo necesitados que estamos de él. La falta que nos hace. Tiene la guía de la que carecemos. Ante mí se yergue estoico. Con sus franjas enormes, rojas y blancas, hasta el cenit donde converge el azul. Y me surgen más preguntas.

Sin embargo, y pese a la inminencia del caos, sé que hay gente que sonríe. Que guarda como un secreto su pedacito de esperanza. Que se aferra a ella como si de Dios se tratara.

¿Dónde está la clave? ¿Qué cosa ven que yo no puedo? ¿En qué piensan? ¿De dónde sacan esa paz?


Sigo en esa búsqueda. Ojalá la respuesta llegue a tiempo. Y pueda encontrar esa paz que tanto anhelo…