Se
nos va el año dentro de poco. El año más raro de mi vida. Se veía tormentoso
desde un inicio. Y así fue, en lo político, en lo económico, en lo social y en
lo personal.
En
otros tiempos, los años permitían hacer de diciembre un mes para la reflexión,
para trazar calmadamente las metas y objetivos del año entrante. Este no. Nos
ha mantenido todo el tiempo intentando capear el vendaval de tantas cosas que
se nos vienen encima. El otrora existente margen de maniobra ha desaparecido y
en su lugar lo que hay es una emergencia permanente en todos los ámbitos de la
vida.
Muchos
amigos se han ido del país, dicen que provisionalmente pero el plazo está
abierto. Otros han decidido quedarse, no importa lo que pase. Respeto cada posición
porque son decisiones de índole personal. Lo que lamento, yo que aún estoy aquí,
es que cuando los necesito, o me hace falta su presencia, no están. Para eso no
sirven las redes. No los sustituyen. En muchos casos es insalvable el abismo (cambios
de horario, ocupaciones, etcétera). En otros se puede palear la ausencia. Pero
no ha vuelto a ser igual.
Antes
de irse, muchos buscan asegurar sus círculos amistosos. Hacen reuniones de
despedida, invaden las redes con mensajes de permanencia a pesar de la
distancia, llaman con una frecuencia que no es normal. Basta que pisen el nuevo
territorio para que esos vínculos reforzados a última hora desaparezcan como
las hojas secas en otoño con la ventisca.
La
nueva ubicación geográfica conlleva nuevos problemas, nuevos vecinos,
amistades, idiomas, culturas, costumbres, formas de entretenerse, husos
horarios, clima, trabajo. Todo es novedoso y exige mucho de la mente. Esa
exigencia contrasta con el esfuerzo que se había hecho en mantener el círculo
de amistades. En muchos casos se contrapone por diversas razones. Y ya nada
vuelve a ser igual.
Hay
choques de estados mentales. Los que se fueron, reunidos en sus nuevos círculos
se preguntan cómo alguien ha decidido quedarse en ese “infierno”. Los que se
quedan, una vez diluida su fe en la permanencia de los viejos vínculos, generan
una rabia hacia los que se fueron. Se sienten abandonados. Menospreciados.
Humillados hasta por una simple fotografía que sus viejas amistades, intentando
seguir una vida normal, publican en las redes. Y se viene el break.
Cambios
importantes en los hábitos de vida, aquí y allá, donde el distanciamiento es
protagonista. Y algo se aprende en el ínterin. La presencia es importante. La
ausencia implica cambios, dolorosos a veces.
En
esta vorágine nos encontramos. La reinvención de la vida diaria. Desde cocinar
a diario, hacer los deberes de la casa, estudiar cosas nuevas, cambiar las
rutas de llegar al trabajo o a la casa, trabajar desde la red, actualizar conocimientos
de todo tipo. Ahora se valora más el tiempo. Se piensan mucho las acciones
antes de tomarlas y también después, según los resultados. Se adquiere el
concepto de visión y el de misión personal. A dónde quieres ir con tu vida.
Cómo quieres llegar. Qué estás haciendo para lograrlo. Todo va adquiriendo un
valor. El riesgo. Las implicaciones.
Vuelvo
de nuevo a la lista de propósitos para el nuevo año. A los planes. A escribir
las metas y a ponerles un tiempo. A pensar que todo lo aprendido tiene un
valor. A abrir la mente a nuevas experiencias y aprendizajes. Saber que no se
debe perder el tiempo. Que cada día es diferente y lo que hagamos en él tiene
sus consecuencias.
Volveré
a escribir un post como éste dentro de un año. Y tengo la intención de plasmar
un valor agregado. Desde ya estoy trabajando en ello. Voy con mucha fe, y la fe
mueve montañas.