Wednesday, October 31, 2007

Mantente erguido y sonríe...

Hoy me sucedió algo muy curioso. Esta mañana, estando en la oficina, me entero de una decisión tomada por un superior jerárquico, la cual consideré como lesiva a mis intereses profesionales. Nada grave, pero impacta mi actuación profesional. Fui a conversar con el superior, y me transmitió su decreto con mucha claridad. Le expresé mi punto de vista, la forma en que me afectaba, pero nada, habían intereses de la empresa, a los que había que cuidar, y tuve que ceder.

Volví a la oficina y comuniqué la decisión a mis subordinados. Todos escucharon con atención, más aún los involucrados. Les explique la naturaleza del asunto. Algunos se enojaron. Otros cambiaron el semblante, y me preguntaban el porqué de mi reacción tan apacible. No supe qué responder, pero por dentro sentía una gran tranquilidad.

Al finalizar la jornada de trabajo, fui a una fuente de soda cercana, me senté y pedí un whisky. Supuse que era parte del tratamiento para relajarme, después de un día tan ajetreado. De repente sentí la necesidad de ir a la librería de mi amigo Alexis Romero. En otro momento hubiese pedido otro whisky, mientras descansaba en mi silla, pensando en los acontecimientos del día. Pero no, sentí la necesidad de ir a la librería. Apuré la cuenta y me dirigí hacia allá.
Cuando llegué, ya habían cerrado. Lo supe por el letrero en la puerta. Alexis terminaba sus ejercicios finales en la caja registradora, y me miró desde adentro escudriñando los libros en la vitrina. No se hizo esperar. Salió y me invitó a pasar, mientras terminaba de cuadrar las cuentas.
Entré y seguí con mi labor de escudriñamiento de libros, escogí algunos y cuando ya me iba, observé un libro en el mostrador, con un título que no recuerdo, algo así como “Cuentos Espirituales de la India”. Me llamó la atención, aún cuando ya había decidido cual iba a ser mi compra. Lo tomé en mis manos, lo abrí en una página cualquiera y leí un poema.
Ahora pienso que ese poema era para mi, era lo que necesitaba leer en ese momento. Aunque no compré el libro, el poema se quedó en mi memoria, y al llegar a casa lo busqué en la red, y lo reproduzco a continuación. Proviene de un libro titulado "Umbral de la vida interior", del autor Joseph Jean Lanza del Vasto. Quien sabe si a alguien le es de tanta utilidad como lo fue para mi hoy, en un día de mucho trajín. Que lo disfruten:

En la dicha o en la angustia,
en miseria o en riqueza,
en salud o enfermedad,
mantente erguido y sonríe.

Ante quienes se abalanzan,
o se echan al vacío,
o se hieren mutuamente,
mantente erguido y sonríe.

Y si avanzan a codazos,
y ávidos tienden la mano
o se ocultan al acecho,
mantente erguido y sonríe.

Ante aquellos que disputan,
ante aquellos que se injurian,
y los cierran los puños,
y los que apuntan sus armas,
mantente erguido y sonríe.

En el día de la ira
y de la desbandada,
cuando todo cae y arde,
solo en medio del pavor,
mantente erguido y sonríe.

Ante justos cuellitiestos,
ante jueces implacables
y afanosos personajes,
mantente erguido y sonríe.

Cuando oigas tu alabanza,
o te escupan en la cara,
mantente erguido y sonríe.

Y si estás entre los tuyos,
mantente erguido y sonríe.
Y delante de tu amada,
mantente erguido y sonríe.

En los juegos y en las danzas,
mantente erguido y sonríe.

En vigilias y en ayunos,
mantente erguido y sonríe.

Solo, en el alto silencio,
mantente erguido y sonríe.

Y ya al borde del gran viaje,
aun cuando lloren tus ojos,
mantente erguido y sonríe.

Saturday, October 27, 2007

Más sobre libros...


¡Saludos a todos! Hoy vengo a reunirme con ustedes a hablar, como otras veces, sobre libros, sobre lo último que he leído. Tengo una fila larga esperando por leer. Algunos, como "Estambul", de Orhan Pamuk, que he puesto en mi mesa de noche, a ver si por fin acabo de terminarlo. ¿Alguien ha oido hablar de "Genji Monogatari"? Es la primera novela del mundo, escrita en el siglo XI, un clásico que ya está en mis manos, pero es materia de otro post.
Lo que me sucede con "Estambul" es que, en el camino me he encontrado con otros libros que, a pesar de haber llegado después, se han adelantado en mi lectura, quizás tenga que ver aquello del momento preciso para sumergirse en ellos. Pero prometo leerla antes de embarcarme en más de dos mil páginas de literatura japonesa (sigo adelantando el otro post).
Nadie sabe cómo, ni porqué, pero un buen día, uno se decide por un libro en particular, y, si se engancha, ya no hay quien lo saque de allí, hasta el final. Pasa lo mismo que cuando vamos a una librería, se ven muchos libros, se escuchan opiniones de nuestros amigos libreros, se leen los resumenes de la contraportada, pero creo que hay algo que no se puede describir, y es lo que te conecta con un libro en particular. Puedes ver miles en un estante, pero en toda la librería, siempre es uno el que te está esperando, ese uno que sabe que saldrás de allí con él, más tarde o más temprano.

Hoy quiero comentarles acerca de uno de esos "adelantados", el libro en cuestión se llama “Lo que dura, dura” del escritor uruguayo Daniel Chavarría. Después de unos cuantos años (2003) de haber leído “Salitre en el corazón”, de Rafael Osío Cabrices, otro libro dedicado a Cuba, pero desde las entrañas, es decir, sin el enfoque político, casi inevitable, más bien desde el punto de vista de las crónicas de la experiencia de unos cuantos personajes que viven, o sobreviven en la Cuba del siglo XXI, con sus vivencias, añoranzas, con su día a día, quedé con muchas ganas de leer más sobre ese tipo de personajes desconocidos o ignorados por la historia...hasta que llegué a "Lo que dura, dura".

El libro de Chavarría es mágico, te atrapa, y versa sobre la vida de cuatro amigos de la infancia, cada uno con destino distinto en la vida, dos dedicados a la ciencia (médico y farmacéutico) y dos dedicados a la delincuencia, pero amigos para siempre. En lo que a la amistad se refiere es un hermoso homenaje que hizo el escritor, con sin proponérselo. Es muy bonito saber cómo, a pesar de que la vida los lleva por caminos diferentes, la amistad permanece, se mantiene, priva sobre otras cosas, y eso es algo difícil de encontrar hoy en día.
Hay una trama subyacente, las peripecias que vive un médico empeñado en encontrar una medicina natural para aumentar el impulso sexual, un viagra cubano, basado en un descubrimiento que hace durante una pasantía rural. Lo demás lo tienen que leer, es una belleza de narración, de diálogos, tan natural, que al final hay un glosario de cubanismos, necesarios para poder entender lo que se dice en sus páginas.
“Lo que dura, dura” es un homenaje a la vida, a las formas más sencillas de relaciones entre nuestros semejantes. Altamente recomendado.

Saturday, October 20, 2007

Bye Bye Blackbird

Hace ya algún tiempo fui a ver una película de Al Pacino, uno de mis actores favoritos. La cinta en cuestión, de cuyo nombre en español no logro acordarme (en inglés se llama “People I Know”) me resultó un tanto desabrida para mis gustos. Lo que si me gustó fue la ambientación de la película, en la ciudad que nunca duerme, New York, la gran manzana. Esa ciudad ejerce sobre mi un encanto particular e inigualable, no me pregunten porqué. Es moderna y clásica al mismo tiempo. Hermosa, con sus rascacielos con pedigree, su Broadway, su Times Square, su Empire State, su Quinta Avenida. Por sus calles puedes escuchar en un trayecto de cinco cuadras cualquier cantidad de idiomas hablados por los transeúntes cosmopolitas: español, inglés, por supuesto, hebreo, árabe, turco y otros que uno ni idea tiene.

Volviendo a la película, en un momento dado el protagonista entra a un bar donde hay un trío de jazz interpretando una canción, que después investigué que se llama “Bye, bye, blackbird”. La trama ya hace rato que la olvidé, pero nunca ese pedazo mágico donde un cantante llamado Jon Hendricks la interpreta, acompañado del trío.

Desde allí, decidí buscar la banda sonora de la cinta, hasta que, tiempo después, di con ella por casualidad en una tienda de CDs.

Hay muchas versiones de ese tema, desde John Coltrane hasta Olivia Newton-John, pasando por Ringo Starr, casi todas bonitas, porque lo que es bonito es la canción en sí misma.
Esta tarde de sábado estaba lloviendo en Caracas, y no tuve mejor idea que escuchar la versión que de ella hizo Chet Baker, en un CD titulado “Candy”. Con lo dulce de los tonos que salen de la trompeta de Baker y la lluvia cayendo al mismo tiempo, disfruté mucho esa canción tan bonita y sencilla, un momento mágico.

Aquí les dejo una versión interpretada a dúo por los contrabajistas Christian McBride (USA) y Niels-Henning Ørsted Pedersen (Dinamarca). ¡Que la disfruten!

*La pintura, "Bye bye blackbird", es de Laura Terry

Saturday, October 13, 2007

¿Un café?


Son tantas las historias oídas, vividas y sentidas al amparo de una tacita de buen café, que se podría escribir un libro de relatos interesantísimo. No se si es una excusa para conversar, pero el día no es el mismo si no se acude al cobijo de la consabida tacita de café en las mañanas, o en las tardes, igual da.

Nunca olvido los momentos en los que, al llegar mi madre del mercado, yo le pedía que me permitiese vaciar la lata de café en el recipiente que ella reservaba para guardarlo, ese olor tan sabroso, y yo evitando que mamá me descubriera, aspiraba todo el aire que daban mis pulmones para conservar ese rico aroma del café en polvo, ese perfume...

Cómo olvidar esos momentos de relax en mi niñez y adolescencia, en la Universidad y en la edad madura, frente, o mejor dicho, tras la máquina de hacer el café "espresso", la Faema, la Gaggia, la San Marco, la Rancilio, y el señor de bata blanca, con aspecto extranjero, sonriente y conversador con los clientes,

Cómo no recordar el café que hacía mi madre, por las tardes, para brindar a sus amigas de visita, ese que se colaba en una tela cónica, que me sabía a gloria. Luego era yo quien lavaba el colador de tela, y eliminaba meticulosamente cualquier rastro de la borra o sedimento, hasta dejar la tela limpiecita, como estaba al principio.

Y los momentos de descanso, tras el almuerzo, con mis compañeros de trabajo, hace ya veinte años, cuando nos acercábamos a la segunda avenida de Campo Claro en Caracas, al legendario Café Vómero (fundado en 1959), donde el señor Giovanni nos atendía con su seriedad característica, mezclada con una sonrisa de simpatía, y nos preparaba su espectacular cappucino sin crema chantilly, mezclado con algo que sabía un poco a licor de cacao, pero que nunca reveló su contenido (secreto de familia), con sabor a gloria, lo que hacía inevitable para mi pedir el segundo, y disfrutar cuando el me decía, a media voz, casi al oído para no ofender: “el que sabe tomar este café, siempre pide otro”.

Y qué decir de su nieto, también llamado Giovanni, quien heredo la sapiencia del abuelo, y colaba idénticos sabores, sumados a su experticia de poner a girar los platos de la taza en círculos, en un tiempo tal que al finalizar el giro, ya estaba lista la taza con el cappucino. Luego les lanzaba la cucharilla dentro del plato, quedando ésta en posición perfecta para ser tomada por el cliente de turno. Nadie como él para hacer eso.

El señor Giovanni murió hace ya dos años, más o menos el mismo tiempo que tengo sin acercarme, ya que ahora me queda lejos de mi sitio de trabajo, pero al que desee tomarse un café de verdad, con sencillez y honestidad, sin pretensiones, ni mesitas art decó, sombrillas, música ni otros artilugios innecesarios, nada mejor que presentarse en los predios del Vómero y disfrutarlo. Eso es algo que se agradece de por vida. Pidan su cappucino original, y si se atreven, y no son puristas, pueden intentar el café frío, que se sirve frío, como su nombre lo dice, café negro servido con sambuca, miel y un poquito de azúcar, ¡divino!

Sería injusto terminar esta reseña sin mencionar a mis amigos italianos (ellos saben quienes son), que me han enseñado tantas cosas aprendidas de sus ancestros, desde aquello de que “el café hay que tomarlo bien caliente, sin mucha leche, porque no es un tetero, y de la mano de quien lo sabe hacer bien, que no son todos”. Que existen variedades de café que yo ni siquiera puedo probar por su alto contenido cafeínico, como el “macchiato” (un marrón oscuro y cargado, apenas con gotitas de leche), el “ristretto” (es barro de café, más sólido que líquido), el “negro corto” (bastante oscuro y espeso). Ellos, que son capaces de darse cuenta si se ha colado más de una vez con la misma mezcla de polvo de café, con sólo olerlo y mirarlo, que serían capaces de entrar a la barra y prepararlo mejor que el dependiente, aunque jamás lo hayan intentado. Los mismos que ante un saludo efusivo, después de un tiempo sin verlos, responden, antes que nada: “¿un café?”.
*Imagen obtenida de www.gustoegusti.it

Tuesday, October 09, 2007

Abre "DelaRosa"


Nuestro amigo Miguel, que no conoce el miedo, y que tiene millones de anécdotas que contar porque ha hecho de todo en esta vida, ha puesto el alma en su sueño, que tiene forma de restaurant.
Inaugura dentro de poco, en Amersfoort, Holanda.

Como no puedo asistir a la inauguración, no puedo hacer menos que felicitarlo por su gran logro y desearle el mejor de los éxitos. No se si estoy redundando, porque a un descendiente de italianos, lo que le sobra es sazón, y si a ello le sumas el don de gentes de ese ciudadano del mundo, pues no podría ser de otra forma.

¿Sabes algo Miguel? Mi amiga Jeannette, del Boston Bakery que conoces bien, me encontró un día bien estresado, tratando de solucionar un problema de trabajo. Como ella hace un buen café, me acerqué a deslastrarme de parte de esa carga, como tu bien sabes, nada que un café hecho con cariño no pueda curar. Pues resulta que Jeannette es medio psicóloga, y cuando me dijo “aquí está tu café” me sorprendió con el de la foto. ¡Sorpresa! "Café De la Rosa". No conforme con eso, me dijo, cuando veo a alguien estresado no encuentro mejor forma de bajarle el stress que sorprendiéndolo con mi arte.

Entonces, querido amigo, para que bajes un poco la presión, aquí te dejo un cafecito "De la Rosa", seguro estoy que te va a gustar.

In bocca al lupo! Larga vida a DelaRosa!
P.D. La idea de postearte vino, ¿de quién más? de nuestras poderosas amigas de Imagina...

Saturday, October 06, 2007

Contrastes...


La semana ha sido intensa. Viajar, recorrer área de trabajo en campo, el sol inclemente, la libreta en mano, el plano abierto en pleno bosque, tratando de sostenerse firme ante la brisa, al asedio de hormigas gigantes, serpientes ocultas en la maleza, huellas de felinos en las pozas originadas por la fuerte lluvia de días antes, abejas hostiles, zancudos hambrientos. No es poca cosa para un citadino.

Afortunadamente, el grupo está decidido a hacer el trabajo, y sin miedo aparente, caminamos tras las huellas de los hitos topográficos colocados semanas antes por otro contingente que recorrió los mismos caminos, quizás en peores condiciones que nosotros, pues tuvieron que abrir las trochas en la espesura del bosque.

En medio de todo, pienso en la gente que quedó allá en la urbe, los que van al colegio en las interminables colas de vehículos; en los que van a trabajar temprano y se reúnen en el café cercano a conversar sobre los acontecimientos del día anterior, sobre los horrores del noticiero de anoche, sobre la devaluación que de hecho ocurre en la moneda, sobre el nuevo look de la compañera de trabajo y otros motivos.

Pensar que muchos de ellos tienen que levantarse dos o tres horas antes para llegar a las cercanías de la oficina, es decir, que su día de trabajo comienza a las 4:00am, cuando muchos otros duermen placidamente y ni siquiera piensan en el inclemente tráfico que ellos habrán de toparse horas después.

Pronto el vértigo se apodera de todos, la prisa se hace dueña del escenario, comienzan los chasquidos de los platos, los ruidos del agua al salir de la ducha, las primeras bocinas de los carros en el semáforo próximo, mucho antes de que las primeras luces comiencen a caer sobre la ciudad.

Momentos después, en la llamada “hora pico”, la desesperación invade a todos, borrando la tranquilidad de horas antes. Nadie quiere ceder el paso, bajo ningún motivo, todo alrededor se torna en agresividad, una agresividad que estará alrededor durante el resto del día, en la oficina, en los cafés, en los bancos, en los restaurantes, en el tráfico, en el quiosco de los periódicos, dentro del taxi, en el centro comercial.

Es la típica hostilidad de la jungla de concreto.

En cambio, a miles de kilómetros, en donde estoy, tengo miedo de quedarme dormido ante tanta quietud y llegar tarde al sitio de la reunión. Me despierto hora tras hora a revisar el avance de las agujas del reloj, tanto que no tengo necesidad de usar el despertador. El silencio es abrumador.

En un momento, decido saltar de la cama, alertado por el canto de los gallos, y de los pájaros de todo tipo, un coro celestial de aves me acompaña en mi ruta hacia la ducha. Todo es tan diferente por aquí. Cuando estuve listo me vinieron a buscar. Desayunamos en una quietud inusitada. Nos reunimos a la hora indicada y partimos hacia el bosque objeto de nuestro trabajo. Un bosque que más temprano que tarde no será más bosque, ahogado en las redes del desarrollo, de la modernidad. Pero ahora lo es, y no tarda en demostrarnos que somos nosotros los extraños, los invasores. Sin saberlo, somos parte de la primera avanzada sobre la naturaleza exuberante. Sin saberlo, o sin poder evitarlo.

En el camino de ida, igual que en el de vuelta, observo a los pobladores que han sabido convivir con la naturaleza. Se ven tranquilos, sin prisa, muchas madres llevando a sus hijos al colegio, a pie, sabiendo claramente que estarán a tiempo sin apurarse. Son las mismas madres que veo descansar, bajo las copas de los árboles, en las tardes, cuando termina mi faena; los mismos niños que veo juguetear con el agua de los charcos dejados por la lluvia en su pasar de hace días.

Se ven felices, sin importarles el fango que ensucia sus uniformes. Su mirada, igual que la de las madres, es de paz. No hay stress, quizás aquí nadie sabe lo que significa eso que, aún estando bajo el mismo sol, nosotros sabemos con demasía, porque lo vivimos en el día a día.