Houston es una ciudad bastante amigable, cosmopolita, pues se ve gente de todas las nacionalidades en sus calles, quizás por ser una ciudad que gira en torno al petróleo. Ha crecido a un ritmo vertiginoso, el mismo que llevan los precios de las propiedades y bienes raíces.
En sus centros comerciales se ve el empuje económico, son inmensos y muy bonitos. En ellos la gente se relaja luego de un día de trabajo y ajetreo. Hay pistas de patinaje sobre hielo, que son mis favoritas a la hora del relax. No se porque, pero entre el frio que emerge de la pista y los movimientos acompasados, casi de balletistas que imprimen algunas patinadoras, me voy quedando sosegado, mirando, y pensando en gente que está en otros lugares.
De vez en cuando alguna maroma me hace volver en mi, me saca de mis pensamientos, y continúo con el recorrido, a través de vidrieras y vitrinas que serían la delicia de más de una fémina. Veo una falda espectacular, y le pongo cuerpos, la mido, la quito, coloco otra prenda, es un ejercicio de imaginación, ese de poner un cuerpo a cada prenda.
En la oficina, el ambiente es más rígido, muy silencioso, al extremo de que podría escucharse el ruido de una plumilla de ganso al caer al frio pavimento. Por supuesto que exagero, pero más o menos por allí se mueve la cosa. Camino por los pasillos y en las distintas oficinas veo gente afanosa, empeñada en su trabajo, concentrada.
Mi oficina es amplia y sencilla, muy a mi gusto. Detrás hay una ventana con vista hacia el este, desde donde se domina, a lo lejos, la línea de rascacielos del centro de la ciudad. Y más cercana, y no por ello menos dinámica, la famosa superautopista I-10. Puedo perder la cuenta de la cantidad de canales de circulación que posee. Me han dicho que recorre el país de oeste a este, de California a Florida.
En estos momentos estoy inmerso en un gran proyecto, que reclama mi atención durante todos estos días, y que me ha convertido de nuevo en el mismo ingeniero recién graduado y ávido de aprender de hace unos ventidos años. Algunos días me siento como un novato, deseoso de conocimiento y de aprendizaje, entusiasta, contento de haber elegido esta carrera como forma de vida. Y ya tengo 46 años, ¿Quién lo diría?
Nunca se termina de aprender, de recorrer caminos insospechados, de ver otras realidades, otros destinos, otros pensares, y otras calidades de vida.
Estar aquí haciendo esto es algo que siempre había buscado. Y muchas veces llegué a perder la esperanza de que sucediera.
Pero he ahí un Dios que dice cuando es el momento, cuando es el tiempo de acercarte a lo que imaginaste, a lo que tuviste como un sueño. Y es el momento de la verdad, de hacerlo realidad, de satisfacerte profesionalmente. Nunca pierdan la esperanza…