Llevo
días sin escribir nada. Meses. Y no es que no tenga ganas de hacerlo. Sucede
que la dinámica de los acontecimientos del país me absorbe completamente el
pensamiento. Es difícil explicar lo que se siente cuando un pueblo se levanta
contra una tiranía. Es un cúmulo.
Sólo
lo había visto en documentales. Rumania. Bielorrusia. Por hablar de hechos
recientes. De algún modo me eran ajenos. Puede que mostrara interés, pero eran
sitios lejanos, con gente que no me era afín. Quizás por eso me duele tanto la
indiferencia de la comunidad internacional ante lo que nos pasa. Porque
recuerdo que yo estuve del otro lado.
La
crisis, si bien tiene varios años desde su desencadenamiento, no había llegado
al momento cumbre. Y a él se llega por la vía de la economía. Los precios
comenzaron a subir y los productos a escasear. Al principio de forma leve. Luego
se fue acentuando. Fue tocando poco a poco los diferentes productos. Hasta que
llegó a escasear lo que nunca habíamos pensado que pasaría. El jabón. La pasta
de dientes. El arroz. El azúcar. Las medicinas. Al punto de que hoy vas al
supermercado a ver qué hay. Y dependiendo del precio, a decidir qué compras.
Junto
a la escasez de productos comenzaron las limitaciones a los derechos políticos.
La protesta se prohibió sin decreto. Por encima de lo que indica la
Constitución. La propiedad privada. La libertad de desplazarse. La propia vida.
Fueron
como hojas que se fueron desprendiendo del árbol de lo que había sido nuestra
vida. Y no lo notamos hasta que el árbol se fue quedando sin hojas, dejando
pasar la oscuridad. Fue allí cuando miramos a lo alto, al no sentir el siseo de
las hojas. Y vimos las ramas descubiertas. Seguía oscuro. Entonces tuvimos
miedo. O rabia. Rabia de no haber hecho nada cuando se podía. O miedo de saber
qué hacer cuando ya no se puede hacer. No está permitido. No hay decreto, pero
no se puede.
Llegado
el momento, apareció la protesta. Las marchas. Al principio muy alegres,
coloridas, bulliciosas, nutridas. Hasta que empezaron a incomodar. Y conocimos la
represión. Y los heridos. Los muertos.
Las
sonrisas en las marchas, que siguieron a pesar de la represión, se redujeron.
No así el número de caras. Los muertos desataron la ira de la gente. Se pidió
justicia, pero ésta no llegó. En su lugar creció la represión. La tortura. La
saña. Pero no bajaron las marchas. Por el contrario, se empezó a marchar en
sitios donde no era común hacerlo. Aparecieron los héroes. Los ángeles. Unos
jóvenes que lo dieron todo por una sociedad que nunca vivieron. Que le contaron
sus padres y abuelos, y hermanos mayores, y tíos. Y que querían para ellos.
Hoy
la situación está en el punto de quiebre. Mucha represión. Muchos muertos y
heridos. Mucha gente presa. Pero hay un deseo general de ver a Venezuela de
otra forma. Una forma que no se parezca en nada a la que tiene hoy en día. Una
Venezuela que haga comunión con los hermosos paisajes y con la gente buena. Es
un deseo como una ola gigante. Imparable.
3 comments:
:-(
Siempre, maravillada con tus escritos
Hola Pansy! Lo lograremos finalmente. La ola de la libertad es indetenible. Un beso.
My Photography: muchas gracias por el cumplido. Estoy escribiendo poco, quizás llevado por la situación. Poco a poco volveré a mi ritmo de siempre. Un abrazo.
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