La realidad
latinoamericana es muy particular. Hay cosas muy comunes en nuestros países,
cosas que nos unen, que curiosamente son más de las que nos separan. De allí
que nos identificamos bastante con la música y con las letras de algunas
canciones.
Yo me identifico con la música y las letras de Rubén Blades.
Cuando escucho “Pablo
Pueblo” tengo un flashback a los seis años de edad y veo claramente a mi papá
llegando a casa del trabajo. Tratando de poner su mejor cara a un ambiente que
gritaba todo lo contrario: techo de láminas de zinc, aun caliente por el solazo
del día, el piso de tierra rojiza, ardiente, que producía una sensación permanente
de calor y plagado de escorpiones grandes, con los que mi mamá mantenía una
lucha constante, de gladiadora, para protegernos de sus terribles picadas,
ayudada por el infalible galón de queroseno. Son estampas que conservo de una
niñez muy pobre. Y no puedo olvidar que en ese entonces ya pensaba que tenía
que haber una mejor forma de vivir, cuando aún no había visto el mundo a
conciencia, porque muy poco habíamos salido del barrio. O por lo menos yo era
muy niño y no estaba consciente.
Con “Paula C” recuerdo
todos esos amores no correspondidos de adolescencia. Amores imaginados,
recreados con nitidez en la pantalla gigante de mi almohada cada noche. De esos
amores que han quedado prendados en nuestra mente y de vez en cuando reflotan,
removiendo diálogos inútiles, sonrisas robadas, besos lanzados furtivamente en
medio de un salón de clases, muchos suspiros y “te quiero solo como un amigo”
estrellados sin piedad en nuestra frente. Las “Paulas C” tienen muchos nombres,
que no olvidaremos nunca. Ni sus bocas, ni sus ojos, ni los tonos de sus voces.
Ni la suavidad de sus manos aterciopeladas. Aquellas “Paulas C” que con el
silencio se marcharon sin contestar jamás a esa declaración y dejaron ese
corazón hirviendo de pasión. No las olvido.
Le comenté una vez a un
amigo la tristeza instantánea que me producía “Amor y Control”. Allí supe, por boca de él, que
Rubén la escribió cuando su madre agonizaba en un hospital, víctima de un cáncer
incurable. Su madre que lo era todo, que era el centro de su universo. Entonces
presté mucha atención a la letra escrita en un momento de tragedia familiar.
Cuenta mi amigo que Rubén rompió en llanto una vez mientras la cantaba en
Caracas. Son esos amores que duran toda la vida. “Las cuentas del alma no se
acaban nunca de pagar” dice el propio Juglar.
Después “Maestra Vida”,
canción que describe con agudeza el sentido vital, de forma dura e impenitente,
pero sobre todo real. Es su poesía, con la que me identifico a cada instante y
que va conmigo a todas partes. Letras que me inspiran a cantar, me llenan de
recuerdos claros de una película de muchos matices, de muchas escenas, que
juntas conforman mi propia vida. Las palabras de esos poemas son como chispas
que hacen estallar con nitidez los recuerdos de mi vida. Palabras que solo
Rubén Blades ha sabido plasmar con maestría singular para la eternidad. ¡Bravo
Maestro!
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