Volví a la oficina y comuniqué la decisión a mis subordinados. Todos escucharon con atención, más aún los involucrados. Les explique la naturaleza del asunto. Algunos se enojaron. Otros cambiaron el semblante, y me preguntaban el porqué de mi reacción tan apacible. No supe qué responder, pero por dentro sentía una gran tranquilidad.
Al finalizar la jornada de trabajo, fui a una fuente de soda cercana, me senté y pedí un whisky. Supuse que era parte del tratamiento para relajarme, después de un día tan ajetreado. De repente sentí la necesidad de ir a la librería de mi amigo Alexis Romero. En otro momento hubiese pedido otro whisky, mientras descansaba en mi silla, pensando en los acontecimientos del día. Pero no, sentí la necesidad de ir a la librería. Apuré la cuenta y me dirigí hacia allá.
Entré y seguí con mi labor de escudriñamiento de libros, escogí algunos y cuando ya me iba, observé un libro en el mostrador, con un título que no recuerdo, algo así como “Cuentos Espirituales de la India”. Me llamó la atención, aún cuando ya había decidido cual iba a ser mi compra. Lo tomé en mis manos, lo abrí en una página cualquiera y leí un poema.
En la dicha o en la angustia,
en miseria o en riqueza,
en salud o enfermedad,
mantente erguido y sonríe.
Ante quienes se abalanzan,
o se echan al vacío,
o se hieren mutuamente,
mantente erguido y sonríe.
Y si avanzan a codazos,
y ávidos tienden la mano
o se ocultan al acecho,
mantente erguido y sonríe.
Ante aquellos que disputan,
ante aquellos que se injurian,
y los cierran los puños,
y los que apuntan sus armas,
mantente erguido y sonríe.
En el día de la ira
y de la desbandada,
cuando todo cae y arde,
solo en medio del pavor,
mantente erguido y sonríe.
Ante justos cuellitiestos,
ante jueces implacables
y afanosos personajes,
mantente erguido y sonríe.
Cuando oigas tu alabanza,
o te escupan en la cara,
mantente erguido y sonríe.
Y si estás entre los tuyos,
mantente erguido y sonríe.
Y delante de tu amada,
mantente erguido y sonríe.
En los juegos y en las danzas,
mantente erguido y sonríe.
En vigilias y en ayunos,
mantente erguido y sonríe.
Solo, en el alto silencio,
mantente erguido y sonríe.
Y ya al borde del gran viaje,
aun cuando lloren tus ojos,
mantente erguido y sonríe.