Saturday, December 26, 2020

Seguir

 


Falta poco para que termine este fatídico año. Se lleva consigo a mucha gente querida, entre ellos a mi madre y mi mejor amigo. Cuesta un poco digerir esta realidad tan confusa que vivimos.

Al comenzar el año tenía hecha una lista de planes a poner en práctica, pero para nada fue posible. Todo comenzó a cambiar vertiginosamente con la aparición del letal virus. Los países comenzaron a cerrar sus fronteras, los trabajos a reducirse a su mínima expresión y pronto tuve que sacar de la alforja aquella vieja máxima alemana que reza: “Begegnen wir der Zeit, wie sie uns sucht”. La traducción es difícil, lo que buscas te está buscando, o siendo más literal, recibamos el momento que ya nos busca.

Pensado esto, entonces me puse a trabajar en nuevos planes. Empezaron a ocurrir acontecimientos en los cuales no tienes mucha influencia, como la rescisión de mi contrato en Bogotá. La decisión entonces fue volver a Caracas, por encontrarse mi madre enferma, luego vino la cuarentena y todas sus dificultades asociadas, y son precisamente esas las circunstancias actuales.

Mi madre murió en el ínterin, desmoronando mi castillo de naipes, cual si de un viento con fuerza inusitada se tratara, y más atrás le siguió mi hermano Iván Acacio, compañero de toda mi carrera universitaria, amigo con quien durante los últimos 40 años compartí la música, la cerveza, la Ingeniería, la risa y la vida. Esos dos horribles golpes me dejaron fuera de combate. Mi mente se bloqueó por un tiempo. Poco a poco he ido saliendo del hueco. La mejor terapia ha sido estudiar, tener responsabilidades, exámenes, tareas, mantener la mente ocupada. No ha sido fácil.

Hay proyectos en mente, varios, en los que estoy trabajando seriamente. No los revelo. Por cábala pienso que pierden vigor al revelarse. Más adelante iré contando.

No escribí mucho este año. O si escribí, pero no publiqué, bien porque no era el momento o porque no me provocaba hacerlo. Me respeté eso. Me mantuve muchas veces al margen. Pensando en los cambios de planes y en las dificultades a vencer para hacerlos realidad. 

Cuesta un poco, pero no es imposible. Saber que se puede, como dice una canción en la radio. Siempre hay una manera cuando antes hay una voluntad, dijo Bob Marley. Y esa está intacta. Busco entonces esas maneras. Guiado por el amor, porque al igual que el “Nature Boy” de otra vieja canción, se que la cosa más grande que jamás uno aprenderá es a amar y a ser amado.

Y a seguir escribiendo. Aprendiendo de Agota Kristoff: “En primer lugar hay que escribir, naturalmente. Luego hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulen en los cajones y los olvidemos para escribir otros”.

 Imagen: Freepik.es


Monday, December 07, 2020

Mamá


 

Mamá se fue el 12 de noviembre. Es el acontecimiento más fuerte que he tenido que enfrentar en la vida. Aún no lo asimilo. Me cuesta mucho pensar que ya no vendrá más esa llamada a ver cómo estoy o si he comido.

Sus últimos días estuvieron signados por la levedad. Muchas reminiscencias de sus viejos tiempos. Volvió a nombrar a personajes que tenía años sin mencionar. Situaciones de las que ya no nos acordábamos. Nos decía lo mucho que nos amaba. Y nosotros le correspondíamos en el amor.

Cuesta muchísimo asimilar la muerte de una madre. En principio busqué ayuda en amigos y amigas que habían perdido a la suya. Pero fue peor el remedio. Todos se pusieron a llorar, no importa cuanto tiempo había pasado. Vía twitter me enteré de personas pasando por el mismo trance. Y las respuestas a sus tuits no alentaban para nada. Es algo con lo que debes vivir para siempre. Una ausencia que no se llena con nada.

Mamá tuvo una vida plena. Pudo estudiar hasta sexto grado de Escuela Primaria. Vivió en varias ciudades con su familia. Desde pequeña perdió a su madre y su padre volvió a casarse. Mamá no se llevaba bien con su madrastra y decidió irse a vivir con unas primas en Zulia. Una de esas primas, Petra, estuvo siempre ligada a Mamá, hasta su muerte este mismo año. Mamá nunca lo supo. Decidimos ocultarle la noticia, dada su enfermedad. Al final murió sin que le dijéramos.

Mamá tuvo muchos hermanos y hermanas que murieron antes de ella. Era la sobreviviente de la familia. Mi propio Abuelo murió hace muchísimos años y a mi Abuela nunca llegué a conocerla en vida.

Tengo recuerdos vivos de cuando fuimos a conocer a mi Abuelo en un sitio llamado Caño Macareo, en el Delta del Río Orinoco. Vivía solo, en una casa sin divisiones internas, con techo de paja. Abuelo llegó a ser en un momento el dueño de una Hacienda de cacao, que luego perdió, quien sabe en qué circunstancias.

Uno de los recuerdos más vivos de Mamá es el de su comida. Sus platos marcaron huella indeleble en mi paladar. Y en el de muchos de mis amigos, que tuvieron el privilegio de ser convidados a probar sus platos. Todos la recuerdan por eso y por su don de gente. La torta negra de Navidad que hacía mi Mamá por estas fechas tiene ribetes de leyenda. Los preparativos para hacerla comenzaban mucho tiempo atrás, con el macerado en licor de las frutas,

Volver a la casa y no encontrarla, no abrazarla, no escuchar sus millones de anécdotas es una experiencia terrible. Es parte de mi duelo en estos días. Un vacío enorme el que se siente.

Dios bendiga tu alma, querida Madre, donde quiera que te encuentres. Yo te voy a seguir amando lo que me resta de vida. Que puedas siempre descansar en paz.


Saturday, September 19, 2020

Quince años

 

Estoy en Caracas, tengo 58 años, y este Blog está cumpliendo 15 años.

Son tantos recuerdos que me vienen a la memoria, tantos y tan buenos. Aquí ha quedado parte de mi vida, mis inquietudes, mis ejercicios literarios, mis reflexiones, mis viajes, mi convivencia, mis huellas en este paso por la vida.

Estos primeros quince años de escrituras se han repartido entre Caracas, Houston, Austin, San Antonio, Galveston, Omaha, Lincoln, New York, Chicago, Boston, Philadelphia y Bogotá. De cada una de esas ciudades, visitadas en este lapso de tiempo, ha salido alguna inspiración que ha quedado plasmada en esta bitácora.

Llegado pues, el momento de celebrar, nos encontramos en medio de un acontecimiento que cambió para siempre nuestra percepción del vivir en comunidad. Se trata de la Pandemia que agobia a nuestras ciudades y que continuará un buen tiempo. Para cuando todo esto termine, ya no seremos los mismos.

En Caracas, los días transcurren en una cuarentena o encierro que trata de frenar la velocidad de expansión de los contagios. Nos mantenemos la mayor parte del tiempo en la casa. Evitando reuniones presenciales, y estando en contacto con los nuestros a través de las redes sociales.

Había dicho en un post previo que iba a poner el diario que escribí antes de que empezara la cuarentena. Son escritos que ya hice. Pero no los pongo todavía. Más bien les cuento de mis días en el encierro.

Todos estos días han ido pasando y dando la impresión de que es un mismo día, un domingo, que se presenta una y otra vez para ver qué cosas eres capaz de hacer de forma diferente.

Han transcurrido entonces unos 190 domingos, día más, día menos, en cada uno de los cuales te dan una paleta, muy temprano en la mañana, y te dicen que hay dibujo libre, puedes diagramar, pintar, dibujar o no hacer nada; lo que gustes.

Hay días que amanezco furioso, con ganas de hacer cosas, y paso todo el día haciendo actividades que ya antes había escrito en una agenda. Así mismo, hay otros días en que me voy a la cama sin haber tomado un pincel en mis manos.

Hay una incertidumbre sobre las cosas que van a ocurrir en la vida. Todo está envuelto en una parálisis. Nada avanza. Nada surge. Hay días de sol y días de lluvia. Abajo nada cambia. La confusión prevalece. El virus está en todas partes. Hay gente a la que no le pasa nada, aparte de perder los sentidos del gusto y del olfato. Otros entran en un colapso respiratorio del que pocos sobreviven. En el ínterin, la OMS boletín va y boletín viene, lleno de confusiones y contradicciones. La gente entonces voltea la mirada hacia su doctor de confianza para saber a qué atenerse. Es el signo de los días.

Hay amigos que han muerto del virus. Gente sana, a las que una llamada telefónica ha reportado como fallecidos. Hace dos años estábamos trabajando juntos, haciendo planes a futuro durante las horas del almuerzo. Hoy, la compañía donde trabajábamos no existe. Cada quién está en su casa, buscando qué hacer. Un año antes no habríamos previsto todas estas cosas. Pero están allí, y nos tiene a muchos tratando de perfilar un nuevo plan de acción, un nuevo plan de vida. Quizás traiga con él una nueva ubicación geográfica, una nueva actividad laboral. La apariencia general es que estamos en una gran mutación. Y que ninguno saldrá ileso.

El año pasado, en el aniversario 14 del Blog, estaba trabajando y viviendo en Bogotá. Quién sabe dónde estaremos dentro de un año. Amanecerá y veremos. Mientras, seguimos con el lienzo y los domingos con dibujo libre, intentando pintar nuestras ilusiones.

 

 


Thursday, June 11, 2020

La vuelta



Hola a todos. Es el tiempo más largo que he estado sin escribir, y curiosamente ha pasado de todo. Ya sabemos. Aún estamos en la cresta de la ola. Nadie sabe como terminará todo. Sin embargo, estoy de vuelta. O nunca me fui.

Pensé escribir hace unos días. Esa mañana, bien temprano, me enteré que se había ido Pau Donés, el cantante de “Jarabe de Palo”, un grupo que me ha acompañado siempre, que está en el soundtrack de mi vida. Sus canciones siempre estarán conmigo. Son simples, si, pero significan mucho para mi.

Por supuesto que no pude escribir nada. Decidí esperar, y guardar mi luto, escuchar sus canciones y rememorar momentos donde lo tuve cerca y comprobé lo grande que era, la felicidad que me causa.

La última vez que escribí aún estaba en Bogotá, viviendo y trabajando. Esa ciudad se adapta muchísimo a mi forma de ser. Me dio tanto para caminar y pensar mi vida. Tomar café con amigos y contarnos lo que no pudimos compartir en el tiempo, hacer nuevos amigos, disfrutar del frio. La altura me pegó un poco. Al final pude adaptarme gracias al consejo de un amigo, que consistió en tomar mucha más agua que de costumbre. Algo simple, que no está en los libros, pero funcionó.

Volví a Caracas en marzo, poco antes de que se decretara la cuarentena por el virus, que todavía perdura. Todo se detuvo. Al principio pensaba que era un instante, cuestión de un par de meses, pero se ha extendido y no sabemos bien el final. Muchas cosas han cambiado para la vida en comunidad. Creo que el mundo ya nunca será igual. Aunque ahora mismo no sabemos a donde nos lleva la vida. Usamos el tiempo de la mejor manera posible, pensando en lo que intentaremos hacer cuando salgamos de esta ola gigante.

Yo había escrito una especie de diario, cuando llegué a Caracas, especialmente para dejar un registro de todos los cambios que encontré luego de un año de ausencia, que son muchos. En esos días la ola del virus empezaba a crecer sin que nos diéramos cuenta. Hasta que nos envolvió y dejé de escribir una vez más.

Aún seguimos en la ola, pero he vuelto. En unos días voy a ir plasmando lo que escribí en el diario de los primeros días en Caracas.

A los que nunca se han ido, gracias. Los quiero. A los que vienen, bienvenidos a esta casa virtual de alguien que le encanta escribir.

Monday, January 06, 2020

Mis lecturas del 2018-2019



Hola a todos. Tiempo sin publicar mi resumen de lecturas que solía hacer cada fin de año. En estos tiempos, la vida dejó de ser “normal” para convertirme en un inmigrante, con todo lo que ese proceso conlleva. Como resultado, he visto disminuir mi frecuencia lectora. Pero el deseo sigue allí. No cesa. No dejo de leer, aunque la velocidad disminuya un poco.

Les cuento que en estos 24 meses pude leer un total de 23 libros.
El último libro ganador, en el 2017, fueron los “Diarios” de Alejandra Pizarnik. Un libro que me ha marcado.

El ganador es para mi, aquel que ha tenido el poder para elevarme y hacerme olvidar del mundo, el que me traiga mayores emociones a través de la lectura de sus páginas.

El ganador 2018-2019 es “Claus y Lucas” de Agota Kristof. No es un libro, son tres (El Gran Cuaderno, La Prueba y La Tercera Mentira), una trilogía que, tengo entendido, fue escrita en diferentes etapas de la vida de la escritora, y esto se hace notar en la velocidad de su prosa, diferente en cada uno, pero bien compenetrados entre si. Una historia dura, pero muy bonita, de la fragilidad del ser humano y su lucha por sobrevivir en tiempos agrestes.

¿La lista (de los que terminé de leer)?



“Había neblina, humo o no sé qué”Cristina Rivera Garza. RandomHouse Mondadori, 2016.



“Diario de un viejo loco”. Juniichiro Tanizaki. Siruela, 2014.



“Una habitación propia”. Virginia Woolf. Alianza, 2012.



“Aire de Dylan”. Enrique Vila-Matas. Seix Barral, 2012.



“Los terneros”. Rodrigo Blanco Calderón. Páginas de Espuma, 2018.



“Un as en la manga”. Annie Proulx. Tusquets, 2005.



“La muerte del Comendador. Libro 1”. Haruki Murakami. Tusquets, 2018.



“Uno o dos de tus gestos”. Jorge Gómez Jiménez. FB Libros, 2018.



“Habla Palabra”. Luis Britto García. Acirema, 2017.



“El lago”. Banana Yoshimoto. Tusquets, 2013.



“Ciencias Morales. Martin Kohan. Anagrama, 2007.



“¿Te veré en el desayuno?”. Guillermo Fadanelli. Almadía, 2013.



“Idéntico al ser humano”. (Relectura) Kobo Abe. Candaya, 2010.



“Gancho al hígado”. Leo Felipe Campos. Tusquets, 2018.



“Antes que anochezca”. Reinaldo Arenas. Tusquets, 2014.



“Cuentos Completos”Evelio Rosero. Tusquets, 2019.



“Serotonina”. Michel Houllebecq. Anagrama, 2019.



“Mariana Constrictor”. Guillermo Fadanelli. Almadía, 2011.



“Voces de Chernobyl”. Svetlana Alexiévich. Debate, 2019.



“Lodo”. Guillermo Fadanelli. Anagrama, 2008.



“Claus y Lucas”. Agota Kristof. Libros del Asteroide, 2019.


“Tema Libre”. Alejandro Zambra. Anagrama, 2019.



“Tiempos recios”. Mario Vargas Llosa. Alfaguara, 2019.


Espero les guste mi lista. Elaborada, como siempre, desde mi corazón de lector.



Un gran abrazo a todos y mucho éxito en sus propuestas para el 2020.




Anexo el link con los elegidos en el 2017.


Sunday, December 15, 2019

Catorce años



Fue un día de septiembre de 2005 cuando comencé a narrar. Ya tenía muchas cosas escritas en papeles que se había llevado el viento. Había poemas que me daría vergüenza publicar. Poemas de los primeros amores. De los primeros viajes a las playas y lo que pasaba en ellos. Muchísimas reflexiones de adolescencia.

Empecé a escribir breve en el “Espacio del Lector” de la BBC. Y el gusanito de la escritura digital fue creciendo.

En mi bitácora, que empezó con timidez, he dejado mi vida entera, a veces en tono real, a veces metafórico, a veces con otros protagonistas, a veces siendo testigo, a veces escuchando historias de los demás.

Ha sido una experiencia increíble, de catarsis, de servir de consuelo a otros que han vivido cosas similares, de compartir, y hasta de hacer amistades.

He sabido de gente que viene a leer y no comparte. Se basta con la sola lectura y se va sin dejar rastro. He encontrado personas en ambientes más ligados a la profesión que me han confesado que leían mis escritos durante las pausas de estudio en la Universidad, porque mis escritos les permitían relajarse. Me he topado con gente que me conoce, y al indagar, resulta que ese conocer fue a través de las páginas plasmadas en este blog. Y si, eso también es darse a conocer.

Hoy estoy fuera de mi entorno familiar, de mi país, y una de las cosas que hago para calmarme, para sentirme acompañado, es leer mis posts de tiempo atrás, los comentarios de gente de la que ya no he vuelto a saber, y de gente que sigue estando y cuya vida también ha dado vueltas.

En ese lapso, desde 2005, he aprendido también a escribir mejor. He seguido talleres de escritura creativa y he leído muchísima literatura de ficción, que es mi favorita. Autores nuevos y clásicos me han enseñado. Con algunos me he identificado en su narrativa, y tengo su huella en cada escrito, en cada relato. Ellos llegan a tu vida para no abandonarte jamás. Y si, sientes que los conoces, que son parte de tu vida, aunque no se lo hayan propuesto, ni ellos ni tú.
Por eso entiendo a las personas que me leen y dicen que me conocen, que les soy familiar, porque me pasa lo mismo con algunos autores.

Si bien los cambios en mi vida han hecho que escriba un poco menos que antes, sobre todo el tener que irme de mi país, el gusanito de la escritura sigue vivo. Me sigue cautivando, así como también el de la lectura. Van de la mano. No me abandonan, y no los abandono.

Esperen mucho más en esta Bitácora donde se les quiere y se les recibe con mucho cariño. Prometo venir más a menudo a dejar mis vivencias, y las de otros con mi narrativa. La vida sigue. Los quiero mucho.

Sunday, August 11, 2019

Veintiún pilotos



Mi hijo escuchaba música desde su teléfono celular. La canción se me hacía atractiva, aunque no podía entender bien lo que decía (se canta en rap). Creo que esas son las mejores. Las que traen sentimientos, aunque en realidad no entiendas bien lo que dicen. Todo un misterio.
Le pregunté sobre quienes eran los que cantaban. El buscó en su playlist. “Twenty-one pilots”. Yo nunca había oído nada sobre ellos. La canción estuvo dando vueltas en mi cabeza unos días más. Un poquito de tristeza venía con el recuerdo, sin poder asociarlo a nada. Pasado el tiempo se fue quedando por ahí, en algún rincón de mi mente.
Muchos días después, viniendo de una visita de campo a Boyacá, la canción volvió a sonar en la radio. Y los recuerdos tristes llovieron de nuevo. Sin entender aún de qué iba la canción. Sin poder explicarme.
Pregunté al conductor sobre el nombre de la canción, el grupo, el cantante. La misma respuesta: “Twenty-one pilots”. No se sabía el nombre de la canción.
Cuando estuve en casa me puse a buscar, aún con la tristeza a cuestas. La encontré. “Stressed out”. Se podría traducir como ¿“Angustiados”?
Todo era un misterio, el nombre del grupo, veintiún pilotos. ¿Por qué así? Resulta que proviene de una novela de Arthur Miller, “Todos eran mis hijos”, basada en una historia real sobre un hombre que vendió piezas defectuosas a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, causando la muerte de 21 pilotos en misiones de combate.
¿Se imaginan la angustia de un piloto de combate al ver que algo en lo que más confía falla? ¿Y la tristeza implícita (aunque nunca lo iban a saber) de que la falla fuese por negligencia y codicia?
Es quizás por esa razón que cuando uno escucha la canción (“Stressed out”) le queda una tristeza profunda que no puede explicarse. De alguna forma quedó impregnada la tristeza y la desesperación de los pilotos en sus instantes finales.
Puede que solo me pase a mi. De hecho, me sigue sucediendo cada vez que la escucho. Y ahora más, cuando pienso en el porqué de las cosas. ¿Qué de cosas estarían en la mente de los que la compusieron? Porque algo dejaron impregnado en ella. Algo que se transmite cuando escuchas la melodía. Cómo la codicia puede hacer que alguien envíe adrede piezas defectuosas para un avión, sabiendo de antemano las consecuencias que ello traerá, sin pensar en ello sino en el beneficio económico que le generará la operación…
Creo que en ello reside la tristeza que está implícita en la canción.
*Imagen: pearlharborwarbirds.com

Sunday, July 21, 2019

Bogotá



Todo es diferente aquí. Y no puede haber comparación. Desde la comida, pasando por los modismos en el habla, el clima, la lluvia, los colores de la ropa, el horario del trabajo, el sabor del café, todo, todo cambia.

La gente por lo general es más reservada que de donde vengo. Entran en confianza al notar el acento y saber que no es local. Inicialmente intentan atinar con regiones del país, hasta que se rinden, y yo confieso.

Conocen nuestros problemas muy de cerca. Lo ven a diario en las noticias. Ven los padecimientos en la calle. Porque somos muchos aquí. Y no todos han llegado de la mejor manera.

En cada puerta de supermercado hay dos o tres paisanos esperando una limosna. Muchos tienen un letrero indicando el origen. Hay niños. Me pregunto qué pasará por la mente de esos niños, el porqué están allí, por qué hace tanto frío, por qué llueve todos los días, y por qué cada lluvia es tan distinta.

Llueve vertical, con goterones, llueve horizontal con mucho o poco viento, a veces hay unas gotitas minúsculas que caen y no se sabe si está lloviendo, porque miras al cielo y no hay nubes grandes, las gotitas parecen traídas por el propio viento, de otra parte. Hay días que amanecen claros, soleados, y de repente, vienen juntas, la nube y la lluvia torrencial que desaparece en instantes, como persiguiendo a la nube que las dejó caer.

El habla tiene muchas muletillas: “de pronto”, “digamos”, “cierto”, y vocablos cuyo uso desconocía, como “regáleme su firma” (firme aquí), “veci” (vecino), “diligenciar” (llenar una planilla), “embolatar” (enredar algo), “chatarrear” (investigar con énfasis), “bacano” (muy bueno), “costado” (lado) y así, la lista es interminable.

Así como proliferan los días grises, los colores habituales de la ropa también son fríos, como el azul oscuro, el gris, el negro.

Una vez que la reserva desaparece en el trato, la misma da lugar a una amabilidad y cortesía pocas veces sentida. Se siente la fuerza del cariño en el trato. Como cuando ofrecen el “tintico”, que no es otra cosa que un cafecito negro.

Se trabaja muchísimo, y desde muy temprano. En todos los sitios ves gente entrando muy temprano a trabajar y saliendo tarde a sus casas. Lapsos de 10, 12 o 14 horas diarias son relativamente normales. Hacen pausas en esos espacios de tiempo, para charlar un poco, tomar el tinto o contar anécdotas.

Las escenas campestres a las afueras de la ciudad son idílicas. Mucho verde, vacas pastando apaciblemente, lluvias, café caliente y unos escenarios bucólicos, con olor a hierba, a tierra húmeda y a flor de mastranto. Caídas de agua de ensueño, lagunas que aparecen y desaparecen entre la neblina con sus aguas misteriosas, frailejones, helechos…

Uno viene aquí por primera vez y queda enganchado, aunque no sepa la causa. Siempre se quiere volver. Y como dice el lema turístico, que se explica solo: “el riesgo es que te quieras quedar”. Es una preciosa ciudad. Es Bogotá, Colombia.


Saturday, April 13, 2019

Sin luz en Caracas. Crónica de un apagón.



Estamos en marzo de 2019.

Mi hija vive en España. Es médico. Se fue del país como una forma de escape de la situación actual. En el sector de la salud es más palpable el desastre. Ausencia de insumos que dificulta enormemente el ejercicio de la medicina, complica los tratamientos y los médicos se ven impedidos de recetar a sabiendas de que no se encontrarán los productos en las farmacias.

Llegó al país el 4 de marzo, horas antes que Guaidó, lo que implica decir la esperanza de tener un país mejor.
Todo estaba tranquilo en un día normal del aeropuerto. Nadie esperaba que Guaidó llegara por allí, tal como él mismo lo había anunciado. Los rumores decían que ya estaba en Caracas. Y eran creíbles ya que no había quien admitiera que se atrevería, pues sería apresado por el gobierno. Y llegó. Yo estaba allí. El frenesí no fue normal. Algarabía. Gritos de Libertad. Guaidó es sencillo. Se acerca, abraza, se toma selfies. Tiene un discurso muy simple, muy llano, que llega a la gente. Yo tenía miedo de que lo apresaran. Había muchos militares en y alrededor del aeropuerto. Pero nada pasó. Guaidó llegó, como lo prometió.

Mi hija llegó horas más tarde. Dos años sin venir al país. 24 meses que no han sido tales. En realidad han pasado como 10 años de sucesos. “La cosa ahora está más dura” diría Ruben Blades. Ya lo comprobaría por sí misma. El abrazo fue muy sentido. Prolongado. Un funcionario se acercó a pedir que nos moviéramos de sitio. No se atrevió a hablar. Se retiró lentamente. Yo lo vi. Mi hija no. Después le expliqué. Ella se disculpó. El funcionario no aceptó la disculpa y le dijo: “Bienvenida a Venezuela”. Después de dos años sin venir. O quizás diez.

El día 6 celebramos el cumpleaños número 24 de mi hijo. En petit comité pues muchos de sus amigos ya dejaron el país.
Hay mucha escasez de productos básicos. Ni qué decir de los otros. En algunos sitios se consiguen, pero a precios exorbitantes. Algo nunca visto es que los supermercados se hallan muy vacíos. Pasillos completos donde no ves un alma a una hora en la que típicamente se hallaban repletos. La crisis. Ya no se ven las amas de casa que te daban un consejo acerca de cómo cocinar un producto. Datos invalorables. Esa escena ya no existe.

Y así nos llegó el 7 de marzo. Día normal de trabajo. En la empresa, de 150 que éramos, quedamos 30. Las actividades se han reducido al mínimo posible y los 30 hacemos lo que podemos para continuar sin tirar la toalla. El horario de salida es a las 4:30 pm. Muchos se van en punto, por las dificultades de transporte. Unos pocos nos quedamos a extender el día.

Recuerdo muy claro que a las 4:40 se fue Morela. Hasta mañana y un beso. No pasó mucho tiempo cuando quedamos sin electricidad. Paramos el trabajo, que se hace con computadores. Se supo por twitter que el corte fue en toda Caracas. Pronto supimos que en todo el país.

Regresé a casa con la esperanza de que la luz volviera y que fuese uno más de tantos cortes parciales que ocurren. 30 minutos. Una hora. Dos horas. Los teléfonos celulares aún funcionaban y así supe que los míos estaban bien. Las horas fueron pasando y con ellas se fue diluyendo la esperanza de que la luz volviera. Recordé el famoso hashtag #SINLUZ en twitter, para informar de los cortes prolongados de electricidad. Dejé luces encendidas en la casa para poder detectar la llegada de la electricidad. Nada.

Amaneció el viernes 8 de marzo y las lámparas seguían sin encender. Fue un viernes lúgubre. Casi sin noticias. El ministro de información denunció sabotaje. El ministro de electricidad ya lo había hecho el día anterior y puso plazo a los trabajos de reparación. 3 horas, pasadas las cuales no hubo otro informe. Él también se sumió en la oscuridad. Revisé twitter y la gente que está en el exterior manifestó su alarma por no tener noticias de sus familias en Venezuela. La angustia se iba acrecentando en la medida en que los celulares se quedaban sin baterías, al igual que las celdas de telefonía.

Poco a poco fuimos entrando en la oscuridad total. En la tarde del viernes algunos sectores recuperaron la energía. Todo parecía ir resolviéndose, en lo que ya de por sí era el apagón más grande que había vivido Venezuela. No duró la dicha en casa del pobre y la luz volvió a irse, tal como vino. Y no ha vuelto a esos sectores. Lo grave es que no hay comunicación telefónica. Nadie sabe nada a menos que salga y se entere a viva voz. Todos con la misma pregunta: ¿Hasta cuándo? Sin respuesta.

El sábado 9 de marzo cumplió años mi mamá. 84. Con la presencia de mis hijos fuimos a cantar cumpleaños. Sólo al llegar nos enteramos que tampoco tenía luz. Subimos las escaleras y le tocamos la puerta. Cantamos, en el ya usual petit comité. Con sus amigas de la misma edad. Muchas no vinieron porque no pueden subir ni bajar las escaleras. Regresamos temprano, antes de que oscureciera.

Vivo en un punto alto de Caracas desde donde pude ver la ciudad entera en tinieblas. El viernes en la noche había algunos sectores alumbrados. El sábado ya no. La ciudad estaba convertida en una enorme mancha negra. Y un silencio. Una pena.

El 10 de marzo es un domingo atípico. Muchas preguntas en la mente. Más tarde saldré a pescar noticias de boca a boca. Ni siquiera hay tambores que anuncien algo. La luz del día y la falta de distracción electrónica me han servido para hacer dos cosas que tenía tiempo postergando.

Organizar y limpiar la biblioteca. Y leer en papel. Ya terminé “El Lago”, de Banana Yoshimoto, hermoso libro que parece extraído de los sueños, como todos los libros de la autora. Y ahora empecé con “Ciencias Morales” de Martín Kohan (Premio Herralde de Novela). Por esa parte estoy feliz.

Le doy gracias al cielo que mi esposa no me hizo caso cuando le propuse cambiar la cocina de gas a una eléctrica. No hubiese podido cocinar. La falta de agua comienza a ser un problema. Las bombas no funcionan sin electricidad por lo que no hay abastecimiento a los tanques y por ende no llega a las casas. Hay vecinos abajo llenando los baldes. Yo tengo un tanque en casa que aún tiene capacidad para unos días. ¿Qué llegará primero? ¿La electricidad o el vacío total del tanque?

Se oyen voces contando de los fallecidos que estaban en terapia intensiva en los hospitales. De los niños sin incubadoras. Me vuelvo sordo ante esos cantos que me hacen llorar. Eso sin contar con la gente infartada subiendo escaleras, las farmacias cerradas, las emergencias de los hospitales, los accidentes de tránsito y las bombas de gasolina cerradas. Algún día se oirán esas cifras, y las voces en las zonas del desastre. Muchas cosas que contar. Qué terrible. Todos esperamos el chispazo que anuncie la llegada de la electricidad (en muchos casos, salvadora).

Vivíamos en un país moderno, mirando al futuro. Ahora, y por lo pronto, permanecemos en la sombra. Sigo leyendo a Kohan y sus Ciencias Morales mientras cocino un arroz y luego unas lentejas. Lo que no es perecedero se va perdiendo poco a poco. La nevera ya no enfría.

Fui a ver a mi madre. Ayer cumplió años y hoy volvimos a comer un pescado que preparó. Fui con mis hijos. Luego los llevé a casa y regresé a la mía. No vivimos juntos.

Cuando llegué a casa había luz. Pensé encontrar todo oscuro, pero no. Alguien me dijo que acababa de llegar. Me alegré. Llamé por teléfono a mis hijos para darles la buena nueva. Arreglé las cosas en la nevera. La limpié. Luego me senté a revisar twitter. A ponerme al día luego de 75 horas sin luz. Pasada la media noche volví a quedar a oscuras. Se trataba de un abrebocas. Mañana no sé si iré a trabajar. Ya se verá.

Es lunes 11 de marzo y no acudo al trabajo. Razones obvias. Pasé todo el día sin luz. Sientes como que vas perdiendo la serenidad. La luz llegó, finalmente, el martes 12 a las 5:30 am. Había protestas cerca de mi trabajo y decidí no ir, por segundo día. Amenazaban con saquear un automercado que está al lado, en la misma cuadra de mi oficina. La Guardia Nacional tuvo que intervenir. Mañana intentaré regresar a trabajar. Cada día surge una complicación distinta.

Hoy es miércoles 13 de marzo. Volví a la oficina. En la calle la gente cabizbaja y meditabunda. Nunca nada será igual.