Wednesday, September 26, 2018

Muñeca



Ya estaba allí cuando llegué. Apenas se hizo notar. De color negro azabache. Echada en la acera, como agazapada. Una presencia nueva en el vecindario.

—¿De quién es? —pregunté al vigilante.
—No lo sé, llegó esta mañana y se sentó allí, desde entonces no se ha movido.
Estaba sentada al borde de la acera, cabeza erguida, atenta a todo. La miré bien. Ojos tristes.
—La han abandonado —le dije al vigilante. Se le ve en los ojos.

Al día siguiente me vine más temprano de la oficina, con la curiosidad a millón. Y si, estaba aún allí, sentada. Los mismos ojos tristes. Me estacioné y me bajé. Quise acercarme.
Ella me vio aproximar, sin hacer gesto alguno. Le dije que era bella, muy bella, que lo sentía, que entendía su situación.
El vigilante me dijo que le habían dado comida a hurtadillas, porque la asociación de vecinos no estaba de acuerdo con su presencia.
—Déjenla quieta allí, suficiente con que la hayan botado de su casa —dije.

En la calle donde vivo hay unos seis edificios. Y vive mucha gente que ama a los perros. Imagino que cada uno fue pasando, y preguntando, y colaborando.
Poco a poco fui notando los cambios. Un día la vi más limpia. Como recién bañadita. Luego me dijeron que la habían llevado al veterinario. Después un espectacular collar rojo. La confianza con los vecinos no tardó en aparecer. Vi que le gustaban los niños. Quizás en su casa previa convivía con niños. Se notaba la inclinación hacia ellos. —¿La van a echar? —pregunté al vigilante. 

— No, como que se queda. No han venido más.

Y así fue como mi Muñeca encontró un nuevo hogar. Después del abandono de una familia, sus primeros amores, que tal vez ya no estaban en el país.

Luego vi que le pusieron un nombre. Jackie. Para todos, Jackie. Menos para mi. No me gustó ese nombre. La bauticé Muñeca. Lo siento, pero es lo que viene a mi mente cuando la veo.

Había dos vigilantes en la garita. Uno joven y uno viejo. Y, como suele suceder, con uno de ellos tenía más empatía que con el otro. Es cuestión de química. Con el joven se entendía más. Cuando uno estaba de guardia, el otro no estaba en la garita. Y la cara de Muñeca cambiaba. Le gustaba más el joven. Aunque el viejo la trataba bien. Pero es cuestión de entendimiento entre dos seres.

Conmigo fue especial después del primer día, en el cual solo nos miramos, y tratamos de comprendernos sin acercarnos mucho, sin tocarnos, solo con la mirada. Funcionó.

La segunda vez que vine se acercó espontáneamente. Allí si hubo caricias. Y una buena conversa. Le dije que ellos se habían ido, la habían dejado sola, y si no hubiese sido así, ella no habría aterrizado aquí y no estuviéramos conversando. Solo me miraba. Como asintiendo.

Un año pasó rápido. En ese período fue esterilizada, se repuso bastante, la mirada triste cambió poco a poco a una miradita alegre, de perra bien tratada y consentida. Pude ver que salía de la garita con vecinos, que se la llevaban por ratos a sus casas. Luego volvía. Caminaba a sus anchas por la calle, y entraba y salía de los edificios de manera natural. Hizo de la calle su nueva casa.

Un día me enteré que el vigilante joven se marchó. Dejó el trabajo. Reapareció en Muñeca su semblante triste. Conversé con el vigilante viejo acerca de las pérdidas. De cómo la afectaban, recordando a la familia que la abandonó.
Imagino que el vigilante joven quería llevársela. Pero hay que tener recursos para mantener a una mascota. Tal vez no los tenía. Quizá lloró en su despedida. Los perros tienen un sexto sentido para saber cuándo alguien se va y no volverá. Tal vez lloraron ambos. No se supo.

El vigilante viejo hizo esfuerzos por recuperarla de la segunda pérdida. Tuvo éxito a medias. Yo también ayudé. Decidí bajarme todas las tardes y acariciarla un rato. Ella se volteaba para que acariciara su vientre. Es el lenguaje del amor entre dos que se comprenden. No me importaba pasar media hora allí, sentado en el piso, acariciando y conversando.

Un día pasé y no estaba. Pregunté y me dijo el vigilante que se había ido con un vecino a su casa, que más tarde volvería. Y así fue, porque luego volví a verla en la garita. Y vi vecinos visitándola allí. Pendientes de ella. Le traían comida.
Volvió a estar bien luego de dos pérdidas familiares. La carita triste recuperó la alegría.
De vez en cuando me bajaba a acariciarla. Sé que ella lo necesita. Y yo también.

Esta semana, me dieron la noticia de que habían cambiado la compañía de vigilancia de la garita de la entrada. Un frío me recorrió el cuerpo. Quise pensar que, aunque la compañía había cambiado, mantendría al vigilante viejo en su puesto de vigía. Pero no. Pasé y vi a un vigilante joven, con otro uniforme. Le pregunté por Muñeca y me la señaló, acostada sobre su manta, dentro de la garita. La llamé, y sin moverse, apenas me miró a través de unos ojos tristes que ya me eran familiares. Estaba muy deprimida.

Ahora paso y me bajo cada vez que puedo. Ella viene hacia mi para que la acaricie un rato y le diga cosas. Cosas que quizás no tienen sentido para ella. Porque igual ya sabe que los humanos son seres que vienen y van. Sin apego. Seres que rompen corazones, a veces hasta sin proponérselo.

Noto ahora un cierto cambio en su mirada. Como más seria, diría yo. Más seca. Yo la acaricio y le digo que la amo. Y pienso que yo podría en algún momento ingresar a la lista de los que estuvieron y ya no están. De los que aparentaron amarla, que sí la amo, pero luego se fueron sin dejar huella. Y esa visión me pone triste.

Saturday, May 19, 2018

Forastera



"En esta escuela del mundo ni siendo malos alumnos repetiremos un año, un invierno, un verano. No es el mismo ningún día, no hay dos noches parecidas, igual mirada en los ojos, dos besos que se repitan". Wislawa Szymborska

La vi por primera vez en esa ventana en la que antes solo había sombra. Fue como una luz cuando se asomó. Nunca había visto a nadie abrir la persiana.

Por la forma como miraba alrededor también supe que no era de aquí. Era una mirada ingenua, como la de una muchacha del interior. Vi también que con ella había un niño. No lo vi sino que escuché su llanto, y vi la baranda de la cuna, cerca del borde inferior de la ventana.

Así fue por varios días donde con cierta intermitencia representaba la misma escena. El niño a veces en brazos, a veces en la cuna. Se movía alrededor del cuarto, como buscando cosas, u ordenando, no podía saberlo porque el pequeño espacio de visión que me daba la ventana no lo permitía.

A veces estaba en la cocina y escuchaba el llanto del bebé. Se movía frenética, hasta que lo calmaba. Luego apagaba la luz y ya no había más ruido. Hasta la noche siguiente, donde, siguiendo la intermitencia, repetía la misma escena, o una parecida.

Un bebé en brazos, movimientos frenéticos a un lado, o al otro. Luego la calma. El silencio. La luz apagada. La noche.

Yo me preguntaba de dónde habrá venido, con qué objetivo habrá recalado en esa habitación. No podía saberlo. Ni la distancia lo hubiese permitido.

Muchos días pasaron. Escenas que se repetían. Un día me vio. O eso creo. Cuando me di cuenta había cerrado la persiana. Quizá pensó que la estaba espiando. Pero no era así. Era una escena que se repetía cada noche hasta hacerse cotidiana. Solo que esa vez nuestras miradas se encontraron. Sólo eso.

La persiana permaneció cerrada varias noches. Aunque podía ver la luz detrás. Sabía que estaba allí, aun cuando no podía verla.

A la luz retenida por la persiana se agregaron unos colores, y más ruido, como el de un televisor. Ya no volví a escuchar el llanto del bebé. Solo voces en estéreo, algunas conocidas, jingles comerciales. La TV se adueñó del espacio. Puso colores, y voces, y canciones. La persiana siguió cerrada.

Un día me fijé que una hoja de la persiana estaba doblada. Como cuando alguien trata de mirar sin ser visto. Una hoja alta. Cual si se hubiese subido a una silla.

Noté la hoja doblada a la luz del día. La persiana no se había vuelto a abrir. Esa noche observé que no había luz detrás de la persiana. Y no la hubo después. La luz no se volvió a encender por las noches. Ya no estaba allí.

Ha podido mudarse de cuarto, era una posibilidad.  Pero algo me dijo que ya no estaba allí. Una sensación de vacío. De no haber nadie en el apartamento. Nunca más un llanto de bebé. Ni colores de la TV.

Hoy, desde afuera, la ventana luce llena de polvo. Y a pesar de ello puede verse la persiana cerrada, con la hoja doblada. Quizá la silla, donde se subía a escondidas para mirar al exterior, esté aún por allí cerca, esperando a que se vuelva a subir. Solo que ya no está. ¿A dónde habrá ido?


Friday, March 09, 2018

No llores más nube de agua...



“No llores más nube de agua,
silencia tanta amargura.
Que toda leche da queso
Y toda pena se cura…”

Trato de consolarme pensando en esa tonada. Canto de ordeño que es tan profundo. Se nubla un poco mi vista y aspiro hasta que el aire lo inunda todo. Cierro los ojos y voy dejando salir ese aire que me consuela, poco a poco.

Tiempo sin escribir. Ocupo la mente en tantas cosas. En mi hija, una flor que ya está lejos. Luchando. haciendo su papel de extranjera. Algo que no definen las palabras, pero se siente muy adentro.

Leo, si, leo mucho. Escapo a esta realidad asfixiante. Y estudio. Porque dentro de mi hay dos. Un escritor y un ingeniero. Y cada uno reclama su tiempo. Y al templo, que es el cuerpo, no le queda más remedio que compartir, dar a ambos de la misma agua. Un tiempo para uno, otro tiempo para el otro, y a convivir, no queda otra.

“Aguacero, aguacero, aguacero
aguántate aguacero
mira que estoy ordeñando
a la vaquita Lucero…”

Ya no es el Cruz-Diez que adorna el piso del aeropuerto. No. A éste no lo dejan ver las lágrimas. Y como esos amores que ya no son, y se dejan por otro, hay un nuevo símbolo de despedida. La Esfera de Caracas, del Maestro Jesús Soto. Marejadas de jóvenes van a diario a despedirse de su país. Los veo de lejos y trato de no fijarme en sus caras, no vaya a ser que reconozca a algunos y me roben unas lágrimas. Pronto estarán navegando hacia otras tierras. Unos con más y otros con menos suerte. Multiplicando las historias de la huida. De la diáspora. Los avatares del camino. Las penas del alma, las propias y las ajenas.

“Lucero de la mañana
Préstame tu claridad,
Para alumbrarle los pasos
A mi amante que se va.
Caridad, Caridad, Caridad..."

Y poco a poco se va inundando todo de historias. Te lo cuentan las señoras cuyos hijos solo ven por Skype. Cuyos nietos nunca han cargado. Los que han perdido a sus padres sin acudir a sus entierros. Las reuniones familiares de los que se quedan. Y en otras tierras las de los que no están. Las lágrimas de aquí y las de allá. Los que ya se sienten de otras partes y los otros que tienen al país atragantado, y cuando intentan sacarlo lo que hacen es llorar. Los que sienten los ruidos de los fogones mientras caminan soñando despiertos, y los olores, y los sabores que allá no encuentran. Los que besan otras bocas imaginando las que dejaron, aprendiendo que no sabrán nunca a lo mismo. Los que se quedan y los que se van, como canta Horacio Blanco.

“El que bebe agua en tapara
y se casa en tierra ajena,
No sabe si el agua es clara,
Ni si la mujer es buena.
Yerba Buena, Yerba Buena…”

El joven no se reconoce ya en estas ruinas. Dice que se va. Que esto no es vida. Y te mira a los ojos, buscando una respuesta que no está en ti. Nada tienes que agregar. Sabes que el día vendrá. Lo acompañarás al aeropuerto. Y más lagrimas brotarán. Se harán promesas. Unas verán la luz y otras nadie sabe. La última imagen será la del morral atravesando la puerta de inmigración. Y volverás con la sensación amarga del desprendimiento. De que ya no estás completo.

“Nube de agua Lucerito
Ya viene la mañanita
cayendo sobre el palmar. 
Y el cabestrero prosigue
con su doliente cantar…
Ajáaaa…”

Y todo suponiendo que tú mismo no te adelantes. Que el morral no sea tuyo. Un morral donde no cabe tu vida. Que va más lleno de recuerdos que de otra cosa. Que pesa más que lo que registra la balanza. Y no tendrás paz hasta que el joven te siga. Hasta que puedas volver a abrazarlo en otras tierras. Extranjeros ambos. Como el cometa cuyo hilo se ha roto y ahora vuela más allá del mar.

“Mañana cuando me vaya
quien se acordará de mi
solamente la tinaja…
Por el agua que le bebí
Lucerito, nube de agua…”

Imagen: www.mapio.net: "Esfera de Caracas", Jesús Soto.

Tuesday, January 02, 2018

Mis lecturas del 2017


Saludos a mis queridos lectores. La costumbre de este Blog es que a finales de año hacemos un resumen de las lecturas que hice en el 2017, especialmente las de ficción.

Luego de ello escojo la número uno, en cuanto a su poder para elevarme a esos mundos no tangibles que se van creando página a página, la de mayores emociones, la que logra que me interne en sus ambientes y me mimetice con sus personajes mientras me aíslo de la realidad.

De eso va la elección. De incrementar en mí y en otros la pasión por la lectura.

Este año logré finalizar un total de 35 libros. Unos los tenía pendientes. Otros los compré al azar y algunos fueron producto de recomendaciones de amigos.

Entre los que merecen mención especial se encuentran: “Plata quemada” de Ricardo Piglia,  “Todo fluye” de Vasily Grossman, “Desgracia” e “Infancia” de J. M. Coetzee y “El oficinista” de Guillermo Saccomanno.

No me cansaría de recomendar estos títulos. Son extraordinarios.

¿El Ganador del 2017? Es Alejandra Pizarnik y sus “Diarios”. Un libro muy humano, un auténtico y sublime homenaje a la Literatura. El mejor de este año, qué duda cabe. Enhorabuena.                    

¿La lista (de los que terminé de leer)?



“Doce pasos para cocinar la imagen de un país”. Sumito Estevez. Ariel, 2016.



“Diarios 1988-1989. La insubordinación de los márgenes”. Victoria de Stefano. El Estilete, 2016.



“Padre rico, padre pobre”. Robert Kiyosaki. Time and Money Network Editions, 2001.



“Todo lo que hay”. James Salter. Salamandra, 2014.



“Paris es siempre una buena idea”. Nicolas Barreau. Planeta, 2016.



“La piel del lagarto”. Jorge Rodríguez Gómez. Fundarte, 2015.



“La vida breve”. Juan Carlos Onetti. Punto de Lectura, 2007.



“The Beats: a graphic history”. Harvey Pekar & Ed Piskor. 451 Editores, 2011.



“La vida de mi padre. Cinco ensayos y una meditación”. Raymond Carver. Norma, 1997.



“El lugar del cuerpo”. Rodrigo Hasbún. Santuario Editorial, 2014.



“Short Cuts. Vidas cruzadas”. Raymond Carver. Anagrama, 2001.



“De qué hablo cuando hablo de escribir”. Haruki Murakami. Tusquets, 2017.



“Plata quemada”. Ricardo Piglia. Mondadori, 2013.



“Crónicas sádicas”. Salvador Garmendia. El Estilete, 2016.



“Diarios”. Alejandra Pizarnik. Lumen, 2013.



“Desgracia”J. M. Coetzee. Penguin RandomHouse, 2016.



“Paleografías”. Victoria de Stefano. Alfaguara, 2010.



“Todo fluye”. Vasily Grossman. Mondadori, 2010.



“El desolvido”. Victoria de Stefano. Momdadori, 2005.



“Valle Zamuro”. Camilo Pino. Punto Cero, 2011.



“Infancia”. J. M. Coetzee. Mondadori, 2000.


“Juventud”. J. M. Coetzee. Mondadori, 2004.



“Verano”. J. M. Coetzee. Mondadori, 2013.



“El idioma materno”. Fabio Morábito. Sexto Piso, 2013.



“La chica del tren”. Paula Hawkins. Riverhead Books, 2015.



“Una librería en Berlin”. Francoise Frenkel. Seix Barral, 2017.



“El oficinista”. Guillermo Saccomanno. Seix Barral, 2010.



“La perla”. John Steinbeck. Edhasa, 2008.

“Cien años de soledad”. Gabriel García Márquez. Alfaguara, 2007. Relectura.

“La cena”. Gisela Cappellin. La Agencia de la Palabra, 2009.

“Escribir y callar”. Nuria Amat. Siruela, 2010.

“Sunset Park”. Paul Auster. Anagrama, 2010.

“Flores en las grietas. Autobiografía y Literatura”. Richard Ford. Anagrama, 2012.


“Callisto”. Torsten Krol. Salamandra, 2007.

“El fin de la lectura”. Andres Neuman. Libros del Fuego, 2017.




Espero les guste mi lista. Elaborada desde mi corazón de lector.



Un gran abrazo a todos y mucho éxito en sus propuestas para el 2018.




Anexo el link con los elegidos en el 2016.

Saturday, November 25, 2017

El pionero de la fila


Me levanto muy temprano en esta madrugada de sábado. No hay canto de aves, ni el viento osa silbar en las ventanas. A esta hora todos duermen.

Salto de la cama porque me reconozco lento a estas horas y no quiero que lleguemos tarde. Hacemos un café y lo tomamos conversando. Son las 5 pasadas. La charla es amena y no queremos dejarla pero la calle espera, y también la larga fila de compradores.

Así la imagen cuando llegamos. Una fila enorme, que al acercarnos resultó que eran dos. Una para el pollo y otra para la carne de res. Una a la derecha y la otra a la izquierda. Nos dividimos la tarea. Me ha tocado la del pollo. La misma fluye normalmente. No así la de la carne. No tardo en alcanzar a mi esposa. Conversamos de fila a fila. Luego de una hora, mi cuñada pasa y nos saluda. Ella no va por pollo ni por carne. Ha venido antes. Se marcha.

Las conversas alrededor giran en torno a la situación del país, que es terrible. Yo no quiero entrar allí, en ese mar de repeticiones y de turbulencias. Recurro a mi libro. “Callisto”, de Torsten Krol, un autor al que nadie ha visto. Mientras los improperios llueven sobre el presidente y sus colaboradores, yo leo. Me sumerjo en ese paralelismo que me salva temporalmente de la barbarie.

Al fin llego al puesto de los pollos. Compro con normalidad. Luego voy donde mi esposa, que está en la otra fila. Desespera un poco porque no se mueve. Va lenta. Y tiene cosas por hacer. Me propone un trato. Termino sin las bolsas de pollo y ella prometiendo volver más tarde a buscarme.

Entro en la atmósfera de la segunda fila. Para variar, el tema de conversación es político. Me niego a compartir. Vuelvo a mi libro. Esta vez se acercan unas personas con camisas con distintivos de un partido. Reparten volantes con la figura de un candidato a la Alcaldía. No tomo ninguno. Lo que siento ahorita por la política es poco menos que aversión. Me duelen los hechos recientes. Los jóvenes asesinados en las manifestaciones y la oposición política negociando con el gobierno. Las elecciones y sus dudosos resultados.

La fila va lenta, y más lenta. Dicen que no pasan las transacciones electrónicas. Hay escasez de efectivo. Aceptan transferencias que solo son posibles con teléfonos inteligentes. Las horas pasan sin tregua. Delante de mi un señor me pregunta por el libro. Se lo muestro, y también la semblanza de la contraportada. Dice que le gusta, que parece bueno. Le digo que igual pienso. Nos ponemos a hablar del punto en común que es no aceptar los volantes de los políticos caza votos. Me da sus razones y coinciden con las mías. Así las cosas, ya se instaló la conversa. El tema es uno de mis favoritos: la aviación. Es piloto comercial jubilado. Esa gente tiene tema. La conversación se nutre. Le hablo de capitanes a los que he conocido. A todos los trató. Los nombres le suenan familiares. Es un mundo.

Hablamos de sus experiencias como piloto, desde que se graduó hasta el retiro. Es como hablar con un capitán de barco. Mil historias interesantes. Aterrizajes forzosos, con cuota de terror incluida. Explicaciones técnicas. Aventuras. Cuando mi esposa regresó ya habíamos hecho una biografía. Los años 50 y 60 con sus vuelos artesanales: velocidad, brújula, viento y conocimiento de aviación. El matrimonio, los hijos que crecieron e hicieron sus vidas. Ya tiene 82 años y no los aparenta. Se ve más joven. Me dice que la vejez es un fantasma que está todo el tiempo escondido hasta que una mañana, mientras te afeitas al espejo, se aparece y te grita: “Aquí estoy yo, y vine para quedarme. A partir de allí te duele todo.”

Da gusto compartir con un piloto, sea de barco o de aeronave. Vienen dotados de kilos y kilos de buena conversación. Con ellos el transcurrir del tiempo es relativo. Se podría pasar el día sin aburrimiento. Pareciera que lo han visto todo. En el fondo son como ingenieros de vuelo o de navegación. Son aliados del viento. Y del mar.


Finalmente llegamos al puesto. Compramos y nos despedimos. Ya no quedaba la carne que buscaba, compré otra que sobraba, pero me fui satisfecho. Compartí con un pionero.

* Imagen: www.aviationrainbows.com